Reforma 04 Ene. 2018
Desde hace años, siempre me he interesado en la biografía de las esposas de los políticos, no nada más de México, sino de otras partes del mundo. Es así que en este mismo espacio he escrito sobre el tema antes de que muchas de ellas se convirtieran en primeras damas. Ahora que nos encontramos en plenas campañas presidenciales, y que ya sabemos quiénes son los precandidatos por los tres partidos más importantes, me dispongo a hacerlo, sin ningún ánimo partidista más que el de dar a conocer a los lectores mi percepción (lo más objetiva posible) sobre su personalidad, trayectoria profesional e intereses.
Empezaré con Juana Cuevas, esposa de José Antonio Meade, cinco veces secretario de Estado y precandidato a la Presidencia por el PRI, porque de las tres, es la única que conozco personalmente. A lo largo de muchos años he conocido, por azares de la vida, a un buen número de esposas de funcionarios y primeras damas priistas; he de decir que Juana no tiene un ápice de la típica esposa del típico funcionario del PRI, es decir, no es protagónica, ambiciosa, no ha recurrido al bótox ni a la operación de nariz, no tiene un séquito alrededor de ella, no es prepotente, ni mucho menos consumista desaforada de ropa de marca. Al contrario, siempre que la he visto, invariablemente lleva una blusa o un saco bordado, un huipil o bien un rebozo, el cual lleva con naturalidad y elegancia. Prácticamente, Juana no se maquilla y lleva el pelo en su color natural, peinado seguramente con "pistola". A ella no me la imagino con "mechas", ni con "luces" y menos con el pelo teñido en tonos rojizos o rubios como terminan pintándose las esposas de los políticos, que ya se creen muy empoderadas. Tengo la impresión de que Juana Cuevas no quiere empoderarse, no es política, ni ambiciona ningún puesto dentro de la política. Su único objetivo, actualmente, es apoyar cien por ciento a su marido. Basta con ver algunas fotografías de la pareja tomadas durante la campaña para percatarse de cómo admira Juana a Meade y la admiración que tiene el precandidato hacia su esposa, su antigua compañera en Economía del ITAM. Siempre salen sonrientes y mirándose a los ojos.
Lo que me queda clarísimo, a pesar de todo lo que dicen las redes y algunos articulistas, es que su relación de pareja no es ficticia, ni mucho menos artificial, por el hecho de que Meade se encuentra en precampaña. Cada vez que he visto a Juana ha sido en compañía de su marido. Es evidente su complicidad, su empatía, su amistad, pero sobre todo, el respeto que existe entre los dos. Como decía mi madre, doña Lola, hay dos cosas que no se pueden ocultar en la vida: el dinero y el amor. En su caso, lo segundo brilla más que lo primero.
Además de estar genuinamente enamorada de su marido, Juana Cuevas lo está de México. Es una amante de su historia, de sus artesanías, de su música y comida. Su casa de Chimalistac la tiene decorada con un gran sentido artístico con esculturas, jarrones, máscaras, alebrijes, cajas de Olinalá y pintura mexicana. No hay que olvidar que Juana pinta, la mayor parte del tiempo lo hace al lado de su suegra, relación que demuestra su carácter afable y abierto.
Hace unos días, se hizo viral en las redes una fotografía de Juana en el supermercado haciendo sus compras para la cena de Año Nuevo. En muy pocas horas la publicación de la imagen recibió casi 1000 retuits y casi tres mil corazones. Sin embargo, no faltaron centenas de críticas y decenas de "memes" censurando la intención de la foto justo en plena precampaña de Meade. A partir de ahora, el "sospechosismo" por todo lo que hagan o dejen de hacer las esposas de los candidatos y los candidatos mismos estará presente en las redes sociales. No hay duda que éstas serán cada vez más violentas y negativas. Y no hay duda que las primeras víctimas serán las posibles primeras damas. Más que sus maridos, ellas dan la nota, son inspiradoras de grandes rumores y alimentan el morbo del imaginario de la sociedad mexicana. Esperemos que esta avalancha de agresiones no lesione la integridad de las parejas.
No tengo la menor duda que Juana Cuevas resultaría una espléndida primera dama. No tengo duda que sería un apoyo invaluable y que le traerá un buen número de votos a Meade. Y no tengo duda que detrás de una gran mujer, hay un buen hombre.
gloaezatovar@yahoo.com
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Juana Cuevas y el retrato de un fanático/ Pablo Hiriart
Uso De Razón
El Financiero.., 3 de enero
La furia desatada en las redes por una fotografía de Juana Cuevas haciendo las compras en un supermercado llegó a niveles de histeria cargada de insultos.
Así es ella. Sencilla. Cuál es el problema.
Esos mismos atacantes elogiaron hace poco a la señora Beatriz Gutiérrez que subió a la red un video suyo en el que cantaba trova cubana.
Canta bien, perfecto.
Los insultos procaces contra Juana Cuevas (esposa de José Antonio Meade) y el halago a Beatriz Gutiérrez (esposa de López Obrador), es porque los seguidores del candidato de Morena están convencidos de que sólo lo que rodea a AMLO tiene el monopolio de la virtud.
Les enfurece que Juana Cuevas sea sencilla y no mande a algún ayudante al súper.
Son incapaces de aceptar que alguien que no es hoja de su cebolla pueda tener cualidades.
Odian y desprecian todo lo que venga de quien piensa diferente. Por eso no aprenden nada. La virtud sólo florece en el jardín de su líder y en ellos, que lo siguen. Y el que deje de seguirlo pierde la virtud.
López Obrador y su discurso mesiánico e intolerante han inoculado ese odio en un sector del país. Así, precisamente, es un fanático.
“…ese terrible pensamiento con anteojeras hará de él uno de esos espíritus estrechos y rigoristas para los que sólo la propia verdad es cierta; sólo la propia virtud, virtuosa; sólo el propio cristianismo, cristiano. Quien no piense como él, un criminal… tiene el oscuro valor del poseído de sí mismo… en su dureza arde al mismo tiempo una peligrosa alegría por su propia dureza; en su intolerancia, un oscuro placer por su propia infalibilidad… Porque este viejo fanático no conoce otra alegría sino el triunfo del egocentrismo, ninguna otra justicia sino la victoria de su causa.
“…no quiere más que dar órdenes y sólo acepta la credulidad obediente, no hay compromisos; todo cortejo y todo intento por atraérselo no hará más que volverlo más duro, sarcástico y exigente. Todos los intentos de entendimiento se estrellan contra ese pétreo bloque de terquedad satisfecha de sí misma. Aquellos que dicen pelear por Dios siempre son los hombres menos pacíficos del mundo: como creen oír el mensaje celestial, sus oídos están sordos a toda humanidad”.
Lo entrecomillado no se escribió específicamente para López Obrador, sino para el fanático religioso John Knox, en el libro María Estuardo, de Stefan Zweig.
Con lo anterior quiero decir que los fanáticos y los iluminados son iguales en el siglo XVI que en el XXI.
Uno de ellos estará en la boleta electoral este año y puede convertirse en presidente de México si no aquilatamos el daño que una personalidad así puede causar al país, en caso de alcanzar la máxima magistratura.
Ya ha hecho daño, al recorrer el territorio en la tarea de sembrar el odio de mexicanos contra otros mexicanos.
Esa polarización se expresa en redes sociales, donde hay legiones de seguidores de AMLO que calumnian, insultan y amenazan.
Han llegado al extremo de contratar especialistas extranjeros que desde otras latitudes, cómodamente instalados tras una computadora, diseminan el odio y el desprecio entre nosotros. Pagan por eso.
El caso de una simple fotografía de Juana Cuevas en el súper, nos muestra hasta qué punto se encuentran poseídos por el fanatismo los seguidores de López Obrador.
¿Queremos eso en el gobierno de México?
Tengo la impresión de que la mayoría aspira a ver con naturalidad a la esposa de un candidato presidencial en el supermercado, y oír con gusto a la señora Beatriz Gutiérrez cantar lo que le venga en gana.
Twitter: @PabloHiriart
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