El escritor mexicano Sergio Pitol Demeneghi (Puebla, 1933), Premio Cervantes de Literatura en 2005 y autor del clásico "El arte de la fuga", murió este 12 de abril a la edad de 85 años, en su vivienda de Xalapa, capital del estado de Veracruz.
Fue licenciado en Derecho y Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) e inició, en 1960, una carrera diplomática que le llevó como embajador a Praga (1983-1988) y, como agregado y consejero cultural, a Belgrado, Varsovia, Roma, Pekín, París, Budapest, Moscú y Barcelona (1969-1972). También fue profesor en Xalapa (México) donde, en 1993, fijó la residencia habitual.
Obtuvo prácticamente todos los premios literarios nacionales e internacionales.; recibió el premio Cervantes en 2005, es el reconocimiento más importante en lengua española; el Nacional de Ciencias y Artes (1993); el Xavier Villarruitia (1981); el Juan Rulfo en 1999.
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Revista Proceso #2163, 15 de abril de 2018..
Sergio Pitol (1933-2018): La sabia ironía/JUAN JOSÉ REYES
Acababa de cumplir 85 años el 18 de marzo. Desde 2009 se le había diagnosticado una afasia progresiva. El jueves 12 murió en su casa de Xalapa, Veracruz, si bien había nacido en Puebla. En su vida desarrolló con gran riqueza dos actividades: la literaria y la diplomática. En el primer terreno se distinguió como uno de los más sobresalientes narradores mexicanos de la segunda mitad del siglo XX, y fue laureado dentro y fuera del país. Sergio Pitol recibe en estas páginas la más entrañable despedida: la de la reflexión sobre su legado.
Luego de su paso por la revista de estudiantes universitarios Medio Siglo –que reunió a jóvenes que más tarde alcanzarían mayor o menor relevancia en la vida literaria mexicana (entre otros Javier Wimer, Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis, Víctor Flores Olea)– Sergio Pitol se da a conocer ante un público más amplio en la revista del poeta jalisciense Elías Nandino Estaciones, junto a sus amigos de inacabable duración: Monsiváis y José Emilio Pacheco.
Pitol se había trasladado a la Ciudad de México desde Córdoba, Veracruz, a donde llegó pronto tras nacer en Puebla. Nació en 1933 y cursó en Córdoba sus estudios hasta la preparatoria. En aquel D. F. haría la carrera de Derecho. En 1958 Juan José Arreola –a quien acudió en compañía de Pacheco– le publica en los Cuadernos del Unicornio Victorio Ferri cuenta un cuento (texto en el que brota una prosa agilísima, caudalosa y a la vez intensa, en el registro del monólogo de un desconcertante personaje enfrentado, no sin plena aceptación y aun con gusto, a todos los males imaginables de este y estotro mundo).
La revista de Nandino pone a circular en 1959 el primer libro de Sergio Pitol: Tiempo cercado, a raíz del que el autor dirá al crítico Emmanuel Carballo que entre los rasgos sobresalientes del grupo de escritores noveles al que él pertenece está “en primer término nuestro inconformismo. Muchas soluciones tanto artísticas como vitales ya no nos convencen. Creemos firmemente en el rigor literario y abominamos la creación artística de las soluciones fáciles”.
Prosigue Pitol, al referirse a los textos de Tiempo cercado (en el prólogo elaborado por Carballo a Sergio Pitol, dentro de la colección Nuevos Escritores Mexicanos del Siglo XX Presentados por sí Mismos, Empresas Editoriales):
“La falla fundamental de estos textos consiste en la carencia de un estilo propio. Todavía se ven claramente las influencias, y lo que a mí me interesa no es repetir sino crear. Sin embargo, pienso que a algunos de estos cuentos los salva la pasión con que fueron escritos y que no siempre quedó neutralizada por los titubeos de un estilo aún incipiente.”
Por su parte apuntaría Emmanuel Carballo:
“Culto y profesional, a la par que en vías de acceso a la madurez, Pitol crea [en los cuentos de Tiempo cercado] personajes memorables, cuenta historias verosímiles y atrayentes y pone en práctica un estilo en el que las ‘novedades’ y los tropiezos no suplantan sus aportaciones ni sus innegables aciertos expresivos.”
Es de interés también lo que acerca de aquel mismo libro publicó José Emilio Pacheco (lúcido lector ya a sus veinte años) en Estaciones:
“Casi todos los cuentos de este libro tienen como tema común la saga de los Ferri, señores feudales de la región veracruzana. Cae sobre su estirpe un hálito ominoso que Pitol trasmite con un lenguaje denso, acerbo, obsesionante, trabajado con habilidad pero muy poco apto para la narración. Con todo, Pitol demuestra en su primer libro que tiene un sitio destacado entre los nuevos escritores.”
Lo cierto sería que aquel lenguaje de los primeros textos suyos Pitol habría que refinarlo, sin menguarle fuerza, intensidad, lo haría uno cada vez más pulcro, eficaz, cautivador.
“Victorio Ferri cuenta un cuento” habrá de ser uno de los textos preferidos de los de su autoría. Aparecerá varias veces, rehecho, afinado, en libros distintos. Pitol lo situaba, en 1965, entre los dos cuentos “que se aproximan a lo que escribo”, junto a, “fundamentalmente”, “Hacia Varsovia”, un cuento de 1963 aparecido más tarde en Los climas (Joaquín Mortiz, 1966) y luego en varias colecciones, como Cementerio de tordos (Ediciones Océano, 1982). Una velocidad de ráfaga no impide en aquel texto dibujar con hondura en unas cuantas páginas personajes que viven más de una historia, delirante, redonda y abierta. Pitol en efecto ya en 1963 era un escritor maduro y singular, dueño de un mundo, es decir de un estilo que no desdeña los adjetivos, siempre precisos, y que engarza en una prodigiosa arquitectura la terca fantasía con una realidad conjetural y a menudo ominosa. En 1967 el autor publica un libro que no deja dudas de su rara y seductora destreza: No hay tal lugar, siete cuentos que dejan en claro la eficacia de un estilo a la vez torrencial y leve, irónico y afilado.
Como sus amigos Carlos Monsiváis y Pacheco, Sergio Pitol fue un lector obsesivo y gozoso. En el prólogo de Los cuentos de una vida. Antología del cuento universal (Debate, 2002), cuenta cómo armó aquel libro que le pidió Braulio Peralta:
“De pronto, me vino a la mente reunir sólo los cuentos de autores que han sido fundamentales en mi vida y, tal vez, en mi obra. Configurar, a la distancia, una autobiografía a través de una lista de textos realmente preferidos. Seleccionar títulos y autores que han sido también mis circunstancias. Desde hace más de sesenta años jamás he dejado de leer. He vivido para leer. Leo para seguir viviendo… Tengo, desde luego, otros intereses, pero aun ellos son resultado de la lectura y han sido potenciados por ella.”
Refiere también que para él fueron fundamentales “cuatro novelistas de inusual fortaleza: Henry James, Thomas Mann, Benito Pérez Galdós y William Faulkner” al mismo tiempo que otros, que Pitol llama escritores de “culto”, por su grandeza y por ser de veras conocidos por grupos reducidos de lectores aun cuando su fama fuera mayúscula: Jorge Luis Borges, Antón Chéjov y Alfonso Reyes: “Ellos me transmitieron una pasión por el cuento que perdura hasta el día de hoy”.
El cuento de Borges “La casa de Asterión”, aparecido entre nosotros en el suplemento México en la Cultura en 1952, fue el texto decisivo: “Lo leí con estupor, con gratitud, con infinito asombro. Tal vez el mayor deslumbramiento que conocí en mi juventud fue el lenguaje de Borges. Al llegar a la frase final de ‘La casa de Asterión’ tuve la sensación de que una corriente eléctrica recorría mi sistema nervioso. Exultaba una felicidad que ninguna lectura me había producido…”.
Los lectores de las novelas de Sergio Pitol se adentran, jalados por una incesante fuerza centrífuga, en mundos fascinantes. En este campo Pitol es capaz de todo al poner en juego su visión de la vida, que es su visión de mujeres y de hombres que tratan de representar disparatadamente lo que sus máscaras tendrían que decir. Tras las apariencias, el ánimo irrefrenable del juego, la parodia que no se reconoce más que en el torrente de una prosa fascinante, desasida de todo lujo que no sea el del registro veraz de lo improbable.
En 1984 Pitol comienza su trilogía carnavalesca, novelas magistrales sin hipérbole, pobladas de ironía, los filos del sarcasmo y escritas con el aplomo de un autor que sólo de milagro al parecer no se sale del quicio que él mismo ha inventado. Aparece entonces una de sus novelas mayores, si no es que la mejor: El desfile del amor (como el resto, bajo el sello de Ediciones Era). Está presente allí un flanco del autor del que poco se ha hablado: una visión de México, de su capital, representada por una de sus viejas colonias emblemáticas, la colonia Roma, y en especial por uno de sus inmuebles que está a las claras fuera de cuadro: “Así como el edificio no correspondía al barrio, y, bien mirado, ni siquiera a la ciudad, su parte interna tampoco era coherente con el gótico falso de la fachada, con la mansarda, las ventanas en ojo de buey y los cuatro torreones…”. El novelista apunta mirando el declive de la Roma que todos los cambios que había venido teniendo el barrio “señalan el auténtico fin de esa parte de la ciudad, el comienzo de una época distinta”.
En 1988 aparece la segunda pieza de la trilogía: Domar a la divina garza, sin duda la obra más lúcidamente enloquecida de las de Sergio Pitol. Al decir de Carlos Monsiváis (en “Sergio Pitol: el autor y su biógrafo improbable”, en un libro de colaboraciones varias –de Vila-Matas, Juan Villoro, Jorge Volpi, Daniel Sada, Anamari Gomís, entre otros autores–: Sergio Pitol. Los territorios del viajero, Ediciones Era) “no tanto el despliegue humorístico como escenario del grand guignol del lenguaje y de los caracteres. Domar a la divina garza contiene la prolongada imprecación de un personaje contra la vida, y, también, la furia de las situaciones contra los personajes”.
La novela que cierra el tríptico El carnaval es La vida conyugal, que prosigue, con levedad y plena eficacia, el tono paródico de las otras dos piezas. El título de la obra indica con fidelidad a dónde se dirige el filo irónico, a veces cruel, a veces tierno, del autor. Varios otro libros suyos engrosan la lista imprescindible: los cuentos de Nocturno de Bujara, el relato Asimetría, las novelas El tañido de una flauta y Juegos florales, los ensayos De Jane Austin a Virginia Woolf, de Pasión por la trama, esa suerte de memorias literarias de El arte de la fuga…
Sergio Pitol es el escritor mexicano más auténticamente cosmopolita en cuanto a su propia biografía. Como miembro del servicio exterior, al que ingresó en 1960, trabajó por la cultura del país en Roma, Belgrado, Varsovia, París, Beijing, Moscú, Praga, Budapest, Barcelona. Fue embajador en Checoslovaquia en 1980. Naturalmente, con inteligente malicia, incorporó ambientes, caracteres, historias a sus narraciones al tiempo en que fue ampliando su mirada. Traductor notabilísimo, vertió a nuestra lengua obras de autores esenciales como Henry James o Joseph Conrad, Vladimir Nabokov o (su amado) Antón Chéjov. Su vida dejará dos huellas indelebles: la de su obra formidable, plena de luces briosas y construida con un estilo único, caudaloso y puntual, de sabia ironía, y la de su presencia indeclinablemente noble, cálida, siempre y para siempre querible.
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Revista Proceso #2163, 15 de abril de 2018..
Lara Zavala: el amigo, el escritor…/ROBERTO PONCE
Telefónicamente, la mañana del jueves 12, Hernán Lara Zavala se despertó con la mala nueva del fallecimiento de su amigo Sergio Pitol.
“¡No me digas, hombre! ¿Cuándo murió Sergio? Lamento muchísimo su muerte, no sabía, me sorprende aunque ya estaba muy mal, en una situación muy delicada, prácticamente no podía escribir ni hablar pero en cierta manera yo creo que de algún modo ha sido un descanso para él.”
El autor de Charras (1990) y Península península (2008) rememora:
“Era un hombre muy universal y teníamos afinidad mutua por la literatura inglesa. Y a toda la literatura inglesa, ¿eh? Era un exquisito de la literatura inglesa. Por aquí en casa tengo un libro que tradujo a un escritor inglés poco conocido, pero tú sabes que también los libros tienen patitas y no encuentro… Es de su colección para la Universidad Veracruzana, de hecho creo que ella se llamó Sergio Pitol Traductor, ¡ah, aquí está!: Ronald Firbank.
“Pitol tuvo una vida muy azarosa. Pronto dejó México para irse a China, a Checoslovaquia, etcétera; pero hizo una carrera muy sólida un tanto en la lejanía, como cuentista y novelista. Lo que más me gusta de Sergio son sus libros de ensayos y sus libros de viaje. Posee una prosa bastante delicada, elegante, era muy buen escritor. También tiene fama de gran traductor, fue un hombre muy completo de una trayectoria muy discreta, un poco al margen.”
Lara Zavala delinea palabra tras palabra su perfil de memoria:
“Él pertenece a la famosa generación que me gusta llamar de la Casa del Lago y de la Revista de la Universidad. O podríamos decirle también el grupo de escritores de la Revista Mexicana de Literatura, porque siento que fue allí donde se unieron Octavio Paz, fundamentalmente, y un poquito a la distancia Alfonso Reyes, quienes congregaron en principio a toda esa generación integrada por los dos primeros directores de la Revista Mexicana de Literatura: Carlos Fuentes y Emmanuel Carballo [de 1955 a 1957].
“Allí se constituyó todo ese grupo muy unido y bien aglutinado. Finalmente Fuentes se fue por su lado. Y Carballo. Pero Juan García Ponce, José Emilio Pacheco, Pitol, Juan Vicente Melo, el propio Tomás Segovia, Juan José Gurrola, y… ¡ah!, Carlos Monsiváis también estuvo presente porque era muy amigo de Pitol… Entre las novelas que se publicaron cuando empezaba su carrera, a García Ponce le gustaba El tañido de una flauta [Era, 1972], una novela bastante compleja y yo diría incluso bastante abstractona que ocurre en algún lugar de Europa Central. Ya después vino su célebre trilogía con El desfile del amor [1984], su parte carnavalesca.”
[ver entrevista de Federico Campbell a Pitol en: https://www.proceso.com.mx/143078/sergio-pitol-y-su-novela-el-desfile-del-amor].
Para Lara Zavala, Pitol “fue acaso el más grande, en el sentido de que ganó el Premio Cervantes 2005 a los 72 años de edad, cosa que no estaba tan sencillo digamos en términos de reconocimiento por parte de España, ¿no?”.
–Usted ha logrado fuerte relación con la juventud como promotor de ediciones y catedrático de literatura inglesa en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. ¿Cuál fue el acercamiento de Pitol con los universitarios?
–Fíjate que yo creo que sí lo tuvo. Primero que nada, hay muchos pero muchos profesores que han sido atentos lectores suyos, ponían a leer sus libros de cuentos y novelas. La parte más importante en su relación con los jóvenes se dio hasta que se fue a vivir a Veracruz, allá en la Universidad Veracruzana, donde se convirtió en mentor de libros traducidos al español.
“Hizo una magnífica colección de grandes autores como Henry James, con La vuelta de tuerca; como Joseph Conrad, con su prólogo al Nostromo; tiene a Chéjov, eran muchísimos autores de los que él frecuentaba y a veces traducía. Y muy variados, tenemos a Cosmos del polaco Witold Gombrowicz, por ejemplo, entonces creo que los últimos 25 años de su vida tuvo un buen acercamiento con los jóvenes. Uno de sus discípulos y gran amigo era Luis Arturo Ramos. Pero eran más bien los del grupo de la Universidad Veracruzana los que lo procuraron y lo tenían como su preceptor.”
–Usted ha dicho “Sergio Pitol es uno de los personajes vivos más interesantes de nuestra literatura. Es un prosista muy fino y un novelista inteligente, elaborado, con muy buena pluma, la obra que más me gusta es El arte de la fuga, sin que le reste mérito a las demás”. ¿Cuáles?
–Su autobiografía que escribió por 1967 con prólogo de Emmanuel Carballo en Nuevos escritores mexicanos del siglo XX presentados por sí mismos. El arte de la fuga [Era, 1996] es relativamente reciente, creo que el más reciente es El viaje [Era, 2000] sobre el viaje que hizo desde Praga a la casa de Chéjov, y de la de Tolstoi y Dostoyevski a la Unión Soviética.
–¿Cómo se llevaban usted y Pitol?
–¡Muy bien! Era un hombre muy afable, cuando iba a Veracruz lo visitaba, muy buen amigo mío. Era amante de los perros, muy dado a consentirlos. Un poco tímido. Tenía muchos amigos españoles porque vivió en Barcelona un buen tiempo. ¿Y sabes también de quién? Juan Villoro, se conocían de años; pero… en verdad me duele. Ojalá sea un descanso para él.
Entre los ensayos publicados por Hernán Lara Zavala en torno a Sergio Pitol se encuentran Tríptico del carnaval y Peregrino de su patria.
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Revista Proceso #2163, 15 de abril de 2018..
Juan Rulfo "Pedro Páramo" por Pitol/ SERGIO PITOL
En 1966 Sergio Pitol escribió el Prólogo de la primera edición en polaco de Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Habiéndose extraviado el original en español, el texto fue retraducido a partir de la versión polaca por Bárbara Stawicka-Pirecka, bajo la supervisión del autor. Con este texto abrió la revista La Palabra y el Hombre de la Universidad Veracruzana el homenaje dedicado a Rulfo por sus 100 años de nacimiento, en 2018, ilustrado por Manuel Marsol. Se presentan algunos fragmentos.
La novela Pedro Páramo, del joven autor Juan Rulfo, apenas a 10 años de su aparición, es considerada ya una obra clásica de la narrativa contemporánea mexicana y disfruta de un renombre que sobrepasa ampliamente las fronteras de los territorios de lengua española en América. Hoy día, apaciguados ya los ecos de las polémicas que suscitó su publicación, esta novela se considera un hito en la creación literaria de México, que finaliza el periodo de la literatura dedicada a la problemática del indigenismo e inaugura una nueva época. El mundo que nos presenta Juan Rulfo, cuya peculiaridad se debe al modo en que el propio autor lo moldea, es el mundo de un ser casi desconocido que vive al margen de la civilización, excluido de la sociedad moderna; un hombre a quien vemos a diario, pero del que únicamente sabemos lo que nos dicen los tratados sociológicos; un hombre cuyas costumbres y vida son investigadas y descritas por los antropólogos: el indio mexicano. En la literatura, este hombre aparece siempre ante nosotros como un personaje acartonado que actúa en la escenografía artificial llena de trucos de un folclor de paja, ya que se intentaba hacer de él un guía y un símbolo de una determinada problemática social o política todavía no abarcada por el universo. En las obras del primer periodo posrevolucionario, la vida cotidiana de este hombre, y el significado de ésta, estaban cancelados o falseados, ya que se intentaba hacerlos encajar dentro de un marco artificialmente realista. Y el mundo de Juan Rulfo, ese que el autor despliega ante nosotros en el volumen de cuentos El llano en llamas y en la novela Pedro Páramo, se nos ofrece dotado de la realidad de la poesía. Rulfo no intenta entender o, menos aún, explicar la psicología de sus protagonistas; tan sólo la describe, recupera a hurtadillas algunos momentos fugitivos, atrapa fragmentos de diálogos, presenta todo este mundo sirviéndose de los elementos que solamente él conoce a fondo.
Y no se trata solamente de una dicción cargada de potencialidad visual que el autor reproduce minuciosamente y labra de modo tal que, dentro de una irrealidad estilística, todo se vuelve real en los registros de la escritura, sino también de los rasgos más generales, más abstractos que determinan estas elementales formas de vida: la magia, las alucinaciones, los rituales antiguos que empiezan a revivir dentro de los personajes; la espiritualidad remota, arraigada secretamente en los rincones más ocultos, se vislumbra de repente transformada en mitos, fantasmagorías y visiones espectrales. Se crea entonces una zona intermedia entre el “ser” y el “no ser”, en la cual se mueven estos personajes atormentados por sus manías y obsesiones, siempre poderosas como los elementos del universo: los hombres “tallados” de modo uniforme, ávidos de sangre, atormentados por el ansia de poseer ya sea una mujer, ya sea una tierra; por la obsesión de la soledad o por la llaga de un viejo rencor nunca cicatrizado.
(…) Al igual que Henry Sutpen, el principal protagonista de la novela ¡Absalón, Absalón! de Faulkner, Pedro Páramo recurrirá a todos los medios posibles para acrecentar su patrimonio y, como el protagonista faulkneriano, conocerá la desilusión, el sinsentido de la existencia, demasiado dinámica frente a la absoluta pasividad del ambiente que lo rodea, y finalmente se dejará vencer por todo ese tedio, verá toda su vida convertida en una ruina y morirá estúpida, trivialmente.
Hablo de la pasividad del mundo de Juan Rulfo, ya que es uno de los motivos más intensamente palpables tanto en los cuentos de El llano en llamas como en Pedro Páramo. Las concepciones del tiempo y del espacio elaboradas por la cultura contemporánea no logran adaptarse a la novela de Rulfo. En ella el espacio es siempre un lugar en el que todo parece estar estancado en un estado de espera interminable de algo que no llega y nunca llegará. El tiempo se quiebra, se deshace, el concepto mismo resulta desconocido, los personajes permanecen inmóviles cuando avanzan en el espacio y dentro del tiempo, que no es nuestro tiempo ni tampoco nuestro espacio: son como apariciones, sombras que deambulan incierta y misteriosamente por entre la niebla de un paisaje que, como por arte de magia, revela ante nuestros ojos y refleja algunas esferas de nuestra sensibilidad, y lo hace de modo mucho más verdadero de lo que podrían hacerlo la mayoría de las novelas de corte realista. Los personajes se suceden uno tras otro a tientas; difícilmente encontraríamos en sus actos alguna continuidad, sus acciones de ayer no tienen sentido alguno, los hechos que marcaron y determinaron la vida de ellos dentro de la narración son apenas recordables, el lenguaje mismo se torna incierto, vacilante dentro de su transparencia: “no puedo darlo por seguro”, “tal vez”, “no estoy convencido”, son las palabras que con más frecuencia usan estos hombres cuando empiezan a contar alguna historia o intentan responder alguna pregunta.
Una visión fatalista de la Historia, la revelación de alguna zona de la realidad mexicana, crítica del caciquismo y de sus consecuencias, las tinieblas que envuelven al espíritu del hombre, la imagen de una soledad desértica: todo esto y muchas cosas más llenan estas páginas de estructura tan compleja en las que revive la magia del pueblo torturado. Magia rescatada de las cenizas y resucitada por la fuerza redentora de la poesía de Juan Rulfo.
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Revista Proceso #2163, 15 de abril de 2018..
Largo camino de litigio/ COLUMBA VÉRTIZ DE LA FUENTE
“Siempre te voy a querer. Felices sueños y buen viaje tío, ¡pronto nos reencontraremos”.
Así se despide Laura Demeneghi, hija de Luis, primo del narrador Sergio Pitol Demeneghi y con quien vivió desde niño, ya que desde los cuatro años quedó huérfano de padre y madre.
Laura, pintora de profesión, cuidó totalmente al Premio Miguel de Cervantes 2005 en su casa de Xalapa, Veracruz, durante un año tres meses. Pero ella (quien desde pequeña convivió con el escritor), junto con su familia, entró en un largo litigio penal y civil para la tutela del traductor, “que desde 2014 indebidamente la ejercía el DIF Estatal de Veracruz”.
El 4 de julio del 2017 Proceso fue invitado por Laura a visitar a Pitol en su casa veracruzana (ver video en proceso.com.mx). Él yacía, sentado en un sillón, atento con la televisión. Se transmitía el homenaje póstumo al pintor José Luis Cuevas que se le rendía en el Palacio de Bellas Artes. Mas Pitol ya no hablaba ni caminaba por completo, aunque se le veía bien.
Todo empezó en 2009 cuando queda confirmado que el autor de Un largo viaje padecía afasia. En 2010 dejó de hablar. Del 2011 al 2014 empeoró la salud del traductor y diplomático (Proceso, 2124). A decir de Laura en aquella visita, ya era necesario que un tutor velara por su integridad física y económica:
“Mi papá, como heredero y albacea del testamento que escribió mi tío en 2006, promovió en octubre del 2014 un juicio de interdicción. Sin embargo, la jueza María Concepción Andrade López otorgó la tutela interina a Adelina Trujillo Landa, procuradora de la Defensa del Menor, el Adulto Mayor y el Indígena del DIF Estatal de Veracruz, y como curadoras quedaron Nidia Magdalena Vincent Ortega y Elizabeth Corral Peña, las dos académicas de la Universidad Veracruzana (UV) del área del Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias.”
En febrero del 2015, Pitol fue intervenido quirúrgicamente por un sangrado en el intestino delgado. Laura dijo:
“En ese mes mi papá denunció públicamente lo que estaba ocurriendo en torno a Sergio Pitol, y desde entonces, nosotros, su familia, hemos sufrido un viacrucis, tanto legal como emocional: intimidaciones, denostaciones en la prensa local y nacional, además de los atropellos en nuestros derechos humanos promovidos por algunos de los implicados en este caso, desvelando una serie de entramados y complicidades al más alto nivel gubernamental del Estado.”
En ese mes de ese año, la familia Demeneghi implicó “en el secuestro y manipulación, ya que sacaban a Pitol a homenajes y firmas de libros a pesar de padecer afasia”, al chofer Perdomo Mendoza, Vicent Ortega, Corral Peña, junto con Rodolfo Mendoza Rosendo, entonces director del Instituto Veracruzano de Cultura (IVEC), ahora director general de Difusión Cultural de la UV, quien en ese tiempo negó en entrevista todo.
En diciembre del 2014, la familia Demeneghi metió un amparo para que la tutela quedara en su primo Luis, y se resolvió en febrero del 2015 en su contra. La familia apeló en la Segunda Sala del Tribunal Superior de Justicia, y perdió. Luis interpuso un amparo directo, el cual tampoco fue a su favor. Después introdujo un recurso de revisión y fue negativo.
Así mismo, Luis metió una denuncia en noviembre del 2016 ante la Coordinación de la Fiscalía de Delitos Cometidos por Servidores Públicos contra Rodolfo Mendoza Rosendo, Adelina Trujillo Landa, la fiscal Indira Contreras Tun y la jueza María Concepción Andrade López de abuso de confianza, coalición y manipulación de un incapaz.
Hoy rememora la joven pintora:
“Dos años nos impidieron ver a mi tío Sergio; aludían que él no nos quería y se oponía a que lo visitáramos. Sin embargo, el 28 de octubre de 2016 los tomé desprevenidos y entré a su casa. Llevaba yo una cámara oculta y lo grabé. Lo que encontré ese día y que además quedó registrado fue aterrador. Me encontré una persona completamente desconectada de la realidad, sin cuidados, prácticamente sin poder caminar.”
Ese registro en video, dice, sirvió para que la Comisión Estatal de Derechos Humanos (omisa hasta ese momento) instara a que lo pudieran seguir visitando:
“Dos meses después lo pudimos ver de nuevo en su casa, era diciembre de 2016. Encontré a mi tío postrado en su cama, prácticamente inmovilizado, con úlceras en la espalda y coxis, con una infección urinaria, anémico, saqueada su ropa en el armario y él en andrajos. Su cuarto olía a orín de perro. Cuento también con las pruebas de esos días.”
El 7 de febrero del 2017, Laura interpuso una denuncia penal en contra de Adelina Trujillo, Vincent Ortega y Corral Peña ante la Fiscalía especializada en investigación de delitos de violencia contra la familia, mujeres, niñas y niños y trata de personas, “por los delitos de manipulación de un incapaz, usurpación de identidad, robo y negligencia”.
Por fin, desde septiembre de 2017, Luis pasó a ser el tutor de Pitol “por mandato judicial”. Aunque enseguida Laura revela –entrevistada el 12 de abril pasado, día del fallecimiento del creador del libro de cuentos Nocturno de Bujara:
“Pero la Universidad Veracruzana nunca aceptó el cargo de mi papá, y nunca quiso pagar las regalías a mi tío, sólo reconoció el cargo de Adelina Trujillo y la doctora Eos López Romero.”
Incluso, aseguró que las demandas que interpuso la familia del escritor Sergio Pitol siguen su curso.
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Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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