Solución liberal para la inmigración/Guy Sorman
ABC, 25 de junio de 2018..
Los economistas que trabajan desde hace mucho tiempo en los fenómenos migratorios proponen, desde un punto de vista objetivo, soluciones innovadoras. El más coherente en el tema fue Gary Becker, un racionalista, profesor en Chicago y premio Nobel, quien propuso crear un mercado de visados de trabajo. ¿Resulta sorprendente? En muchos países occidentales existen ya unos visados de inversor que permiten establecerse en ellos con la condición de invertir y crear empleo. También hay países, Malta por ejemplo, en los que la nacionalidad y el pasaporte se pueden adquirir. Por tanto, se reconoce el principio del mercado de visados, pero solo para los más ricos, ya que los más pobres, los que llegan a duras penas en estos momentos a Europa y a EE.UU., no pueden acceder a él. Para estos, Gary Becker y los economistas liberales se plantean la creación de unos visados de pago. ¿Sería algo inaccesible para los más desfavorecidos de la tierra? En realidad, la mayoría de los inmigrantes pobres ya pagan sumas considerables a los traficantes y a los transportistas para llegar a nuestros países, y logran hacerlo endeudándose con el pueblo del que proceden, con su familia, con su comunidad religiosa o incluso con la persona que les dará trabajo en el futuro.
Un caso frecuente es el de la tontina africana o china, en la que el inmigrante se compromete a devolver el dinero, con sus futuras ganancias, a la comunidad voluntaria que ha invertido en él. Esto significa que la mayoría de los inmigrantes en situación irregular se comportan como empresarios de facto financiados por inversores, que es una manera de actuar racional. En general, esta inversión en la inmigración es rentable, porque el inmigrante se marcha de un país sin capital, en el que su productividad es inevitablemente baja, hacia un país con un capital acumulado elevado. Cuando llega a su destino, el inmigrante que no ganaba dinero para él ni aportaba nada a la comunidad se convierte de repente en una fuente de ingresos para él mismo, para la comunidad de la que procede que ha invertido en él y para la comunidad de acogida que le recibe. Este esquema económico virtuoso solo funciona en el caso de que el inmigrante trabaje a su llegada. Si se lo impiden, el círculo es vicioso y todo el mundo sale perdiendo. Por tanto, hay que dejar que el inmigrante trabaje en el país de acogida, que es la razón casi general por la que ha emigrado.
Además, se observa que prácticamente todos los inmigrantes son hombres jóvenes y emprendedores elegidos por ellos mismos o por sus inversores por su gran capacidad de trabajo. Si nos queremos mantener dentro del análisis racional, casi todos los inmigrantes ilegales en EE.UU. y en Europa trabajan duro realizando labores ingratas que los ciudadanos nacionales ya no quieren hacer y aportan al país de acogida mucho más de lo que cuestan en escolarización y en atención sanitaria gratuita. Este efecto económico ya se ha analizado y es indiscutible; además, el inmigrante tampoco le roba el trabajo a nadie.
Gary Becker y sus discípulos proponen llegar hasta el final de esta lógica económica vendiendo visados a todos, a un precio asequible para los pobres, pero que aun así sea elevado. Y como la inmigración es una inversión, se puede cuantificar. La compra del visado aportaría transparencia a la inmigración y financiaría al país de acogida en vez de a los traficantes y a los transportistas clandestinos. El número de estos visados y su precio se podría establecer cada año en función de las necesidades de las empresas, que es el sistema de inmigración por cuotas anuales en Suiza desde hace mucho tiempo.
¿Qué se le puede objetar a esta solución realista? Atenta contra el sentido común al reducir la inmigración a una función puramente económica a lo largo de toda la cadena. Pero la inmigración obedece a esta racionalidad aun cuando no se acepte, ni se analice, ni se cuantifique. En este aspecto, los inmigrantes son mejores en cálculo que los países de acogida. La objeción de que los inmigrantes suponen una carga para los servicios sociales gratuitos es indemostrable y en general es falsa. Pero si fuese así, estos servicios tendrían que ser de pago, salvo los de urgencias, porque los inmigrantes son agentes económicos racionales.
La objeción contra la ilegalidad de los inmigrantes es legítima, pero desaparecería en cuanto el inmigrante adquiriese un visado legal. Por tanto, solo existen objeciones culturales (no son como nosotros) y pasionales (ningún extranjero en nuestro país), que siempre resistirán ante cualquier argumento lógico. El mercado de los visados tampoco resuelve el caso de los refugiados políticos, pero estos solo se unen para compensar la inexistencia de un mercado legal de visados.
En resumidas cuentas, la solución liberal para la inmigración no bastaría para resolver la llamada crisis migratoria, pero reduciría considerablemente su impacto y su carácter irracional. Por último, recordemos que a lo largo de la historia de Europa y de EE.UU., los inmigrantes siempre se han integrado trabajando duro (por ejemplo, los españoles, los polacos y los portugueses en Francia) y que, gracias a su esfuerzo, los demás los aceptaron y al final se convirtieron en ciudadanos legítimos.
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