Carlos Monsiváis, visibilizador de minorías/ Carlos Martínez García
La Jornada, 17 de junio de 2020
Su pertenencia a una minoría le dio especial sensibilidad para confrontar la intolerancia. Carlos Monsiváis dijo ser un militante de causas perdidas. Cuando en 2008 varias instituciones culturales y educativas quisieron organizarle homenajes en razón de cumplir 70 años, Carlos no dio su visto bueno, rehusó ser centro de actividades semejantes y él mismo sugirió que solamente aceptaría el doctorado honoris causas perdidas. El galardón le fue otorgado por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
Involucrarse para enfrentar semánticamente y mediante activismo condiciones normalizadas pero que son contrarias a los derechos de diversos colectivos, implica dar cuerpo a la indignación moral y convencimiento que el entramado tradicional debe transformarse. Monsiváis consideró el día de su doctorado que identificarse con las causas perdidas era una elección ética con resonancias estéticas, de reivindicaciones y reclamaciones destinadas al fracaso inmediato, pero válidas en sí mismas y capaces de infundir ese momento de dignidad pese a todo. Lo suyo no era el derrotismo, sino conciencia de permanecer en la lid sabiendo de antemano que la reivindicación por la cual se lucha posiblemente no tendrá resultados inmediatos ni a mediano plazo.
En distintos momentos Carlos Monsiváis refirió de dónde le venía el interés vital por defender a las minorías. En 1965, cuando participó en el ciclo Narradores ante el público, después de subrayar la centralidad que para él tenía la lectura de la Biblia traducida por Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, se preguntaba si permanecía en él cierto talante identitario/ético propio de una institución educativa protestante: ¿Cuánto sobrevive en mi conducta actual, en mi moralismo ingenuo y formalista, en mi ferocidad autocrítica, de las lecciones de la Escuela Dominical? Si la Sala [Manuel M. Ponce, de Bellas Artes] este diván y confesionario, tiene la respuesta, no vacile en dármela. Este hugonote nativo se la implora. Y la herejía, mi falta de solidaridad ante el edipismo nacional que rodea a la Virgen de Guadalupe, me inició en saber qué se siente vivir en la acera de enfrente, el unas veces codiciado y otras aborrecido don de pertenecer a las minorías.
En 1966 Carlos publicó Antología de poesía mexicana del siglo XX, el mismo año apareció en la serie Nuevos escritores mexicanos del siglo XX presentados por sí mismos su autobiografía. En ella narra el éxodo familiar de la Merced a la colonia Portales, él era, dice, muy niño. El motivo del cambio fue asentarse en la tierra prometida donde los hijos crecerán en paz, sin el espectro del hambre y la intolerancia religiosa. En 1997 evocaba que las razones migratorias de mi familia, en ese éxodo atroz de los 40, fueron religiosas. Pertenezco a una familia esencial, total, férvidamente protestante y el templo al que aún ahora y con jamás menguada devoción sigue asistiendo, se localiza en Portales (Adela Salinas, Dios y los escritores mexicanos, Editorial Nueva Imagen, p. 95).
Por su experiencia minoritaria, Monsiváis sostenía que además de unirse para defender el derecho a la existencia, era importante ejercer la visibilización social en el entorno que estigmatizaba a una opción de vida considerada ilegítima. En este sentido él fue solidario con minorías ignoradas, despreciadas y/o perseguidas por ser consideradas anómalas según el orden de normalidad establecido tradicionalmente. Pero si bien la visibilidad en sociedades que van diversificándose es parte importante para las minorías, era y es imprescindible lograr reivindicaciones negadas y transformarlas en derechos reconocidos cultural y legalmente.
Él contribuyó denodadamente a que los marginado(a)s por decretos de la moralidad mayoritaria tuvieran espacios en el heterogéneo mural de la sociedad mexicana. El título de su libro Salvador Novo, lo marginal en el centro bien puede hacerse extensivo a las causas que lo movieron a solidarizarse con otro(s) perseguidos, invisibilizados, expulsados por la intolerancia y un orden social pretendidamente libre de las contaminaciones de los torcidos.
El entrañable Monsiváis tenía la que él mismo llamaba una extraña iconografía heroica, integrada por derrotado(a)s, quienes, sin embargo, al enfrentar en desventaja el sistema que negaba o regateaba sus derechos, abrieron brecha y sentaron bases para sedimentar culturalmente la diversificación y diversidad social. La persistencia de Carlos en hacer realidad las reivindicaciones de las minorías va en la línea de lo que Stefan Zweig escribió acerca de personajes similares: Incluso como vencidos, los derrotados, los que con sus ideales intemporales se adelantaron a su época, cumplieron con su misión, pues una idea está viva en la tierra con sólo ganar testigos y adeptos que vivan y mueran por ella. Desde el punto de vista del espíritu, las palabras victoria y derrota adquieren un significado distinto.
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La Biblia de Monsiváis/ Carlos Martínez García
La Jornada, 15 de junio de 2011
La formación cultural de Carlos Monsiváis se forjó a contracorriente del imaginario mayoritario en México. A lo largo de toda su obra está presente el libro del que dijo tenerlo grabado en su ADN, la Biblia. Su traducción favorita fue la realizada por Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, españoles perseguidos por la Inquisición en el siglo XVI.
Desde muy niño Carlos fue construyendo para sí una galería muy particular, descrita en su Autobiografía de 1966 y definida allí como “una extraña iconografía heroica, notable por la ausencia de la Morenita del Tepeyac –la misma que convirtió a Juan Diego en el primer partidario mexicano del Star System–…” El escritor subrayó el significado integrador que en su entorno tuvo la Biblia : Entre nosotros, la Biblia no sólo era el fundamento religioso, sino el lazo de unidad, de la razón de ser de la familia. Su papel era muy preciso, la fuente del conocimiento y del comportamiento. Para mi madre, la Biblia era el objeto del cual nunca se desprendía. Era feliz cuando daba clases de Escuela Dominical. Era bibliocéntrica, y con frecuencia en una discusión respondía con versículos [bíblicos] (Adela Salinas, Dios y los escritores mexicanos, Editorial Nueva Imagen, México, 1997, p. 95).
La Biblia de Monsiváis fue, como ya dijimos, la traducida por Casiodoro de Reina, publicada originalmente en 1569 y revisada por Cipriano de Valera en 1602. La circulación del libro se hizo en condiciones muy difíciles, ya que las fuerzas inquisitoriales consideraron herejes a los traductores y de herética pravedad sus escritos teológicos. Las obras de Reina y Valera figuraron, desde mediados del siglo XVI y hasta 1948, en el Index librorum prohibitorum et expurgatorum de la Iglesia católica.
En 2008, al recibir la medalla 1808 por el gobierno de la ciudad de México, el escritor que semanas atrás cumpliera siete décadas de vida da un discurso en el que elige, como en tantas intervenciones, crónicas y artículos, imágenes bíblicas para describir el universo conformado por la gran urbe.
Inicia con una paráfrasis del libro veterotestamentario del Génesis, donde combina la remembranza del género parábola que recorre las páginas de toda la Biblia: Parábola del espacio que necesita un domicilio fiscal. Después teje una segunda parábola, la que llama de creencias. Nuevamente evoca el lenguaje del Génesis, aunque incorpora otras figuras para mostrar lo insólito de la capital mexicana. En la ciudad en la cual todo se multiplica, Monsiváis evoca escenas del Nuevo Testamento (Mateo 15:32-39; Marcos 8:1-10) para ilustrar la replicación de posibilidades y objetos. Finalmente, en la tercera parábola monsivaisiana, de la lucha del empleo y del Ángel hasta el amanecer, sus lectores deberían conocer el trasfondo bíblico sobre el que elabora la escena de una negación para millones de ciudadanos: la posibilidad de tener empleo en el México mal gobernado por la segunda administración federal emanada del PAN. Carlos Monsiváis usa en esta tercera ilustración los pasajes de Génesis 32:24-25.
Apocalipstick, obra de Carlos Monsiváis que tenía unos cuantos meses de haberse puesto en circulación cuando acontece la muerte de su autor (19 de junio, 2010), estimula para encontrar citas implícitas y explicitas de la Biblia. En uno de sus capítulos, “De los murales libidinosos del siglo XX. ‘He aquí en maldad he sido formado, y en pecado me concibió el Centro de la Ciudad’”, el título mismo puede ser bien identificado por los asiduos a la lectura bíblica. Es una cita textual del salmo 51, versículo 5, atribuido al rey David: He aquí en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre, se lee en la versión favorita de Monsiváis, la de Reina-Valera, revisión de 1909.
Mención aparte merece su Nuevo catecismo para indios remisos (primera edición 1982, segunda edición 2001). Ya que toda la obra es, como el mismo Monsiváis lo expresara a Elena Poniatowska, un potente eco del libro que lo marcó toda su vida: “Aún retengo muchísimos versículos de memoria y eso, en mi caso, es parte de la formación literaria; una parte estricta, porque la versión [de la Biblia] de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera es soberbia. El Nuevo catecismo viene de allí directamente, toda proporción guardada” (Los pecados de Carlos Monsiváis, en La Jornada Semanal, 23/2/1997).
El peso del lenguaje de Reina y Valera recorre de principio a fin el Nuevo catecismo para indios remisos. Este libro de ficciones fue señalado por Monsiváis como su preferido en la amplísima obra producida por él, porque allí están algunas de las impresiones de mi niñez oyendo hablar de los santos ajenos (Proceso, 4/5/8). Por ejemplo, en la narración Como escoria de plata sobre el tiesto el título mismo devela su desenlace para quien está familiarizado con las expresiones de Reina y Valera. El estilo de ambos, gozosamente y con ironía adoptado por Monsiváis, se refleja en el desenlace cuando no se cumplen las visiones de Omixóchitl acerca de que los indios conquistados por los españoles vencerán a los invasores. Entonces Hitzilopochtli, en una nueva revelación, le reprocha que para él ella es como escoria de plata sobre el tiesto (cita textual de Proverbios 26:23).
A un año del deceso de Carlos Monsiváis recordamos que como lector lo primero que memorizó fue un versículo bíblico, el de Juan 1:1. Afirmó lo anterior en 2006, al ser galardonado con el 16 Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo. En una versión libre de la cita, el mismo Monsiváis gustaba de repetirla de la siguiente manera: En el principio (y en medio y en el final) era el Verbo.
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Un ejemplar de la Biblia del Oso se la obsequio mi amigo Rolando Gutiérrez Cortés, pastor de la Iglesia Bautista Horeb.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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