La OTAN puede ayudar a Ucrania a ganar sin entrar en el conflicto armado/ Fabrice Pothier es consultor sénior de defensa en el International Institute of Strategic Affairs y colaborador de Agenda Pública.
Lo más importante es que los líderes de la OTAN corrijan un error estratégico: dejar que el ruido de sables nuclear de Vladímir Putin quede fuera de control. Un solitario Putin sentado a 10 metros de su ministro de Defensa y de su jefe del Estado Mayor, dándoles instrucciones para poner a las fuerzas nucleares rusas en disposición de combate, será una de las imágenes definitorias, aunque macabras, de esta guerra. Si el mensaje de Putin fue alto y claro, la respuesta de la OTAN resultó preocupantemente silenciosa, salvo una contestación cortante del ministro de Asuntos Exteriores francés, Jean-Yves Le Drian, que recordó a Putin que “la OTAN también es una potencia nuclear”. La idea, especialmente en Washington, parece ser que la mejor respuesta es ignorar el ruido de sables nuclear de Putin. Sin embargo, la temeraria incursión de las fuerzas rusas contra la mayor central atómica de Ucrania (y de Europa) demuestra que el aviso nuclear de Putin debe tomarse en serio.
No dar marcha atrás y restablecer un cierto equilibrio estratégico en la retórica nuclear es dejar que Putin siente un precedente muy peligroso. ¿Qué le impedirá utilizar potencialmente armas nucleares la próxima vez que se proponga atacar otro territorio europeo? Esto no solo resulta preocupante para Europa. Algunos aliados del Indo-Pacífico deben preguntarse cuál sería la respuesta de Estados Unidos si China utilizara el manual de tácticas nucleares de Putin para apoderarse de algunos islotes. Los líderes de la OTAN deben utilizar su voz colectiva para decir tres cosas: la OTAN es una alianza nuclear. No tiene intención de utilizar armas atómicas en este conflicto. Sin embargo, el uso de armas nucleares cambiará fundamentalmente la naturaleza del conflicto, con consecuencias devastadoras para todos. Este lenguaje simple, pero inequívoco, debería ayudar a la OTAN a redibujar una línea roja. Lo mismo puede decirse de las armas químicas o de cualquier otra arma de destrucción masiva.
En segundo lugar, los aliados de la OTAN deben ampliar la cantidad y calidad del armamento enviado a las fuerzas ucranias. La guerra está llegando a su cenit. Zelenski tiene que resistir y aumentar el coste de la campaña de Putin. Esto debe comenzar con los grandes aliados, especialmente los de Europa occidental, para aumentar significativamente sus envíos de armas. Si los aliados de Europa del Norte y central están en su tercera o incluso cuarta oleada de envío de armas, los de Europa occidental se encuentran rezagados. Este desequilibrio supone un doble riesgo de sembrar divisiones entre los aliados —los del Este sienten cada vez más que están asumiendo una carga desproporcionada—, pero también de debilitar el suministro de armas críticas en un momento en el que Zelenski necesita reforzar su posición tanto militar como diplomáticamente.
En relación con esto, la calidad de esos envíos también debe evolucionar a medida que las tácticas en la guerra cambian: los rusos utilizan cada vez más su fuerza aérea y sus misiles para causar destrucción y muerte de forma indiscriminada. Tras haber fracasado en decapitar al Gobierno, la campaña militar de Putin busca ahora poner de rodillas a la población ucrania. Para ello, las fuerzas ucranias necesitan más medios para derribar los cazas y misiles rusos y proteger los centros de población y las infraestructuras clave, especialmente en el oeste de Ucrania. Necesitan sistemas de defensa aérea de medio alcance, como los S-300 de fabricación rusa que emplean Grecia, Bulgaria y Eslovaquia. Estados Unidos, con su sistema Patriot, y otros países, como Francia, Italia y Reino Unido, que disponen de sistemas equivalentes de medio alcance, podrían reforzar a esos aliados de primera línea. Proporcionar esa capacidad defensiva a las fuerzas ucranias les dará una oportunidad razonable contra la maquinaria de guerra de Putin y les ayudará a crear un santuario en el espacio aéreo de Ucrania occidental. Será menos controvertido y logísticamente complicado de operar que proporcionar aviones de combate, pero podría hacer verdadera mella en las fuerzas aéreas y de cohetes rusas.
Esperar y hacer grandes declaraciones sin aumentar la presión militar sobre Putin también reduciría las posibilidades de éxito en el frente diplomático. Ahora que Zelenski ha mostrado su voluntad de no solicitar el ingreso en la OTAN, ello también ha hecho que la implicación de la Alianza sea menos evidente. Los dirigentes de la OTAN deberían pedir a los mandos de la Alianza que actualicen los planes para asegurar el acceso continuo a los mares Negro y Báltico, así como los planes cibernéticos para proteger activamente las infraestructuras de la OTAN. En clave, estas medidas enviarán un claro mensaje a Moscú: estamos dispuestos a aumentar la presión en los dominios críticos para Rusia.
Estas decisiones no están exentas de riesgo, pero todas se mantienen por debajo del umbral de la implicación militar directa. La OTAN tiene la obligación moral y estratégica de actuar. Hacer demasiado poco, como es ahora el caso, presenta el riesgo inaceptable de una Ucrania subyugada y un Vladímir Putin listo para su próximo movimiento revanchista. El fracaso también tendrá consecuencias duraderas para la credibilidad y el propio propósito de la Alianza. De hecho, ¿qué valor tiene una defensa colectiva sólida como una roca si una parte cada vez más grande del continente europeo está bajo ocupación y en abierto conflicto con Rusia?
Putin nunca ha estado tan cerca del fracaso. Lo que empezó como un intento de cambio de régimen fulminante en Ucrania podría acabar desencadenando un cambio de régimen de larga duración en la propia Rusia. Aunque la OTAN no participe directamente en la lucha, es una guerra que puede ganarse o perderse en función de nuestras decisiones.
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