Francisco charla sobre Ucrania y el patriarca Kirill con editores jesuitas
- Y hoy dió a conocer un duro posicionamiento contra Rusia.
- Los rusos pensaron que todo acabaría en una semana. Pero calcularon mal. Encontraron un pueblo valiente, un pueblo que lucha por sobrevivir y que tiene una historia de lucha.
La charla-entrevista fue hecha el pasado 19 de mayo en la biblioteca privada del Palacio Apostólico; fue publicada este 14 de junio. en la web de https://www.laciviltacattolica.es
En la conversación participaron los 10 directores de las revistas europeas de los jesuita, a saber; Stefan Kiechle de «Stimmen der Zeit» (Alemania); Lucienne Bittar de «Choisir» (Suiza); Ulf Jonsson de «Signum» (Suecia); Jaime Tatayde «Razón y fe» (España); José Frazão Correia de «Brotéria» (Portugal; Paweł Kosiński de «Deon» (Polonia); Arpad Hovarth de «A Szív» (Hungría); Robert Mesaros de «Viera a život» (Eslovaquia); Frances Murphy de «Thinking Faith» (Reino Unido) y Antonio Spadaro de «La Civiltà Cattolica» (Italia).
-La Compañía está presente en Ucrania, parte de mi provincia. Estamos viviendo una guerra de agresión. Escribimos sobre ello en nuestras revistas. ¿Cuál es su consejo para comunicar la situación que estamos viviendo? ¿Cómo podemos contribuir a un futuro pacífico?
La respuesta del papa Francisco fue la siguiente:
"Para responder a esta pregunta tenemos que alejarnos del patrón normal de «La Caperucita Roja»: la Caperucita Roja era la buena y el lobo era el malo. Aquí no hay buenos y malos metafísicos, de forma abstracta. Está surgiendo algo global, con elementos muy entrelazados. Un par de meses antes de que empezara la guerra, conocí a un jefe de Estado, un hombre sabio, que habla muy poco, muy sabio. Y después de hablar de las cosas que quería hablar, me dijo que estaba muy preocupado por la forma en que se movía la OTAN. Le pregunté por qué, y me respondió: «Están ladrando a las puertas de Rusia. Y no entienden que los rusos son imperiales y no permiten que ninguna potencia extranjera se acerque a ellos». Concluyó: «La situación podría llevar a la guerra». Esa era su opinión. El 24 de febrero comenzó la guerra. Ese jefe de Estado supo leer las señales de lo que estaba ocurriendo. (¿quién fue ese jefe de Estado que habla Francisco?).
Agregó:
"Lo que estamos viendo es la brutalidad y la ferocidad con la que esta guerra está siendo librada por las tropas, generalmente mercenarias, utilizadas por los rusos. Y los rusos prefieren enviar chechenos, sirios, mercenarios. Pero el peligro es que veamos sólo esto, que es monstruoso, y no veamos todo el drama que se está desarrollando detrás de esta guerra, que quizás fue de alguna manera provocada o no evitada. Noten el interés en el testeo y venta de armas. Es muy triste, pero al final es lo que está en juego.
Alguien podría decirme en este punto: ¡pero usted está a favor de Putin! No, no lo estoy. Sería simplista y erróneo decir tal cosa. Simplemente estoy en contra de reducir la complejidad a la distinción entre buenos y malos, sin razonar sobre las raíces e intereses, que son muy complejos. Mientras vemos la ferocidad, la crueldad de las tropas rusas, no debemos olvidar los problemas para tratar de resolverlos.
También es cierto que los rusos pensaron que todo acabaría en una semana. Pero calcularon mal. Encontraron un pueblo valiente, un pueblo que lucha por sobrevivir y que tiene una historia de lucha.
Además, debo añadir que lo que está ocurriendo ahora en Ucrania lo vemos así porque está más cerca de nosotros y toca más nuestra sensibilidad. Pero hay otros países lejanos – piensen en algunas partes de África, el norte de Nigeria, el norte del Congo – donde la guerra sigue y a nadie le importa. Piensen en Ruanda hace 25 años. Piensen en Myanmar y en los rohingya. El mundo está en guerra. Hace unos años se me ocurrió decir que estamos viviendo la tercera guerra mundial a pedazos. Para mí hoy se ha declarado la tercera guerra mundial. Esto es algo que debería hacernos reflexionar. ¿Qué le pasa a la humanidad que ha tenido tres guerras mundiales en un siglo? Yo vivo la primera guerra en la memoria de mi abuelo en el Piave. Luego la segunda y ahora la tercera. Y esto es malo para la humanidad, una calamidad. Hay que pensar que en un siglo ha habido tres guerras mundiales, ¡con todo el comercio de armas detrás!
Unos pocos años atrás, se conmemoró el desembarco de Normandía. Y muchos jefes de Estado y de gobierno celebraron la victoria. Nadie se acordó de las decenas de miles de jóvenes que murieron en la playa en aquella ocasión. Cuando fui a Redipuglia en 2014 para el centenario de la Guerra Mundial – les haré una confidencia personal -, lloré cuando vi la edad de los soldados caídos. Cuando, unos pocos año después, el 2 de noviembre – cada 2 de noviembre visito un cementerio – fui a Anzio, también lloré ahí cuando vi la edad de estos soldados caídos. El año pasado fui al cementerio francés, y las tumbas de los chicos – cristianos o musulmanes, porque los franceses enviaron para luchar incluso a los del norte de África – eran también de hombres jóvenes de 20, 22, 24 años.
¿Por qué les cuento estas cosas? Porque me gustaría que sus revistas afrontaran el lado humano de la guerra. Me gustaría que sus revistas hicieran comprender el drama humano de la guerra. Está muy bien hacer un cálculo geopolítico, estudiar las cosas en profundidad. Deben hacerlo, porque es su trabajo. Pero también intenten transmitir el drama humano de la guerra. El drama humano de esos cementerios, el drama humano de las playas de Normandía o de Anzio, el drama humano de una mujer a cuya puerta llama el cartero y que recibe una carta de agradecimiento por haber dado un hijo a la patria, que es un héroe de la patria… Y así se queda sola. Reflexionar sobre esto ayudaría mucho a la humanidad y a la Iglesia. Hagan sus reflexiones sociopolíticas, pero no descuiden la reflexión humana sobre la guerra.
Volvamos a Ucrania. Todo el mundo abre su corazón a los refugiados, a los exiliados ucranianos, que suelen ser mujeres y niños. Los hombres se quedaron combatiendo. En la audiencia de la semana pasada, dos esposas de soldados ucranianos que estaban en la acería de Azovstal vinieron a pedirme que intercediera para que se salvaran. Todos somos muy sensibles a estas situaciones dramáticas. Son mujeres con hijos, cuyos maridos se quedaron luchando ahí. Mujeres jóvenes y hermosas. Pero me pregunto: ¿qué pasará cuando se pase el entusiasmo por ayudar? Ahora que las cosas se están enfriando, ¿quién se ocupará de estas mujeres? Tenemos que mirar más allá de la acción concreta del momento, y ver cómo las apoyamos para que no caigan en el tráfico, para que no sean utilizadas, porque los buitres ya están dando vueltas.
Ucrania conoce la esclavitud y la guerra. Es un país rico que siempre ha sido dividido, desgarrado por la voluntad de quienes querían explotarlo. Es como si la historia hubiera predispuesto a Ucrania a ser un país heroico. Ver este heroísmo nos toca el corazón. ¡Un heroísmo que va de la mano de la ternura! De hecho, cuando los primeros jóvenes soldados rusos llegaron – luego enviaron mercenarios -, enviados a una «operación militar», como dijeron, sin saber que iban a la guerra, fueron las propias mujeres ucranianas las que se hicieron cargo de ellos cuando se rindieron. Gran humanidad, gran ternura. Mujeres valientes. Gente valiente. Un pueblo que no tiene miedo de luchar. Un pueblo trabajador y al mismo tiempo orgullosos de su tierra. Tengamos en cuenta la identidad ucraniana en este momento. Esto es lo que nos conmueve: ver ese heroísmo. Me gustaría destacar este punto: el heroísmo del pueblo ucraniano. Lo que tenemos ante nuestros ojos es una situación de guerra de intereses globales, venta de armas y apropiación geopolítica, que está martirizando a un pueblo heroico.
Me gustaría añadir un elemento más. Tuve una conversación de 40 minutos con el Patriarca Kirill. En la primera parte me leyó una declaración en la que daba razones para justificar la guerra. Cuando terminó, intervine y le dije: «Hermano, no somos clérigos de Estado, somos pastores del pueblo». Se suponía que nos reuniríamos el 14 de junio en Jerusalén, para hablar de nuestros asuntos. Pero con la guerra, de mutuo acuerdo, decidimos aplazar la reunión a una fecha posterior, para que nuestro diálogo no fuera malinterpretado. Espero encontrarme con él en una asamblea general en Kazajistán en septiembre. Espero poder saludarlo y hablar un poco con él como pastor."
Hasta ahí la pregunta y respuesta del Papa.
En efecto, el papa Francisco charló el pasado 16 de marzo con Kirill, el Patriarca de toda Rusia mediante una una videoconferencia en la que hablaron de la guerra en Ucrania y de temas para “la cooperación bilateral”.
La Iglesia -expresaron el Papa y el Patriarca- no debe utilizar el lenguaje de la política, sino el de Jesús: “Somos pastores de un mismo pueblo santo que cree en Dios, en la Santísima Trinidad, en la Santa Madre de Dios: por eso debemos unirnos en el esfuerzo de ayudar a la paz, de ayudar a los que sufren, de buscar los caminos de la paz, de detener el fuego”.
Por cierto, a propósito de Ucrania. Este martes 14 de junio, la Santa Sede publicó el mensaje del Papa Francisco para la VI Jornada Mundial de los Pobres que se celebrará el próximo 13 de noviembre de 2022, dice:
"La guerra en Ucrania vino a agregarse a las guerras regionales que en estos años están trayendo muerte y destrucción. Pero aquí el cuadro se presenta más complejo por la directa intervención de una “superpotencia”, que pretende imponer su voluntad contra el principio de autodeterminación de los pueblos. Se repiten escenas de trágica memoria y una vez más el chantaje recíproco de algunos poderosos acalla la voz de la humanidad que invoca la paz"
Agrega el papa Francisco en este documento...
¡Cuántos pobres genera la insensatez de la guerra! Dondequiera que se mire, se constata cómo la violencia afecta a los indefensos y a los más débiles (...) Son millones las mujeres, los niños, los ancianos obligados a desafiar el peligro de las bombas con tal de ponerse a salvo buscando amparo como refugiados en los países vecinos. Los que permanecen en las zonas de conflicto, conviven cada día con el miedo y la falta de alimentos, agua, atención médica y sobre todo de cariño. En estas situaciones, la razón se oscurece y quienes sufren las consecuencias son muchas personas comunes, que se suman al ya gran número de indigentes.
¿Cómo dar una respuesta adecuada que lleve alivio y paz a tantas personas, dejadas a merced de la incertidumbre y la precariedad? -, pregunta el Papa..
¡Muy duro!
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