Un misterio en Belén/ Federico Romero Hernández fue secretario general del Ayuntamiento de Málaga y profesor titular de Derecho Administrativo.
El Debate, Domingo, 25/Dic/2022
Real y teológicamente, el centro de un Belén es un misterio. En Andalucía, cuando uno pregunta al tendero por un Misterio nos pone sobre el mostrador la imagen de un niño Jesús, acompañado de la Virgen María y San José. Normalmente añaden una vaca y un asno, que son el toque de realismo y ambientación para situar el conjunto en un establo. Resulta así que la intuición popular llega por un camino manso y directo al meollo de lo que celebramos cada Navidad: Dios se hace Hombre naciendo de una Virgen. Y lo hace en medio de un mundo campesino y sencillo decorado con pesebres. Pero como dice Sesboüé –el teólogo jesuita que enseña en París- se trata de «un acto de la trascendencia de Dios»… que interviene en medio de la historia”, Y antes…”el único lenguaje posible es el del mito que expone en un relato ingenuo una verdad fundamental”.
Para la humanidad el nacimiento de Jesús sigue siendo un misterio que, mediante una revelación abierta y continuada, deberemos ir desentrañando. Pero en este camino siempre será necesaria la fe, el salto confiado en el misterio, sin que nos dé miedo la posible conciliación entre la razón y la fe. La aproximación entre la ciencia y la fe, entre el mundo físico y lo trascendente, hacen menos conveniente ampararse en la idea del misterio cuando se produce una aparente contradicción entre la verdad revelada y los descubrimientos científicos. He utilizado, con toda intención, el término «aparente», porque la fe y la esperanza nos permiten anticipar que la contradicción no existe. Ello no quiere decir que, dadas nuestras actuales limitaciones, haya hechos que nos parezcan misteriosos, tanto en el campo de la fe como en el de la ciencia. Más aun, podemos afirmar que, durante toda nuestra vida, probablemente subsistan verdades misteriosas que no podremos dilucidar o ascender hasta ellas. Ratzinger (Benedicto XVI) concluye que «el comprender no solo no se contrapone a la fe, sino que constituye su auténtico contenido». Pero ya antes había afirmado: «…la fe no es, en principio y por esencia, un cúmulo de paradojas incomprensibles. Supone que también es un abuso recurrir al misterio, como a menudo sucede, como pretexto para renunciar a comprender». Läpple nos advierte que «la teología no es una huida al refugio de las seguridades racionales y religiosas, ¡Al contrario¡ es un riesgo que se corre en Cristo».
Hace unos días, dos conocidos y exitosos novelistas –en sitios distintos y cuyo nombre no cito- menospreciaban como invenciones del hombre esos aspectos misteriosos de la existencia. Desde luego, si solo se tiene por real aquello que se ve o se toca, o que está comprobado por la ciencia, se hace difícil aceptar aquello que necesita el salto de la fe y que la Iglesia Católica formula como «dogma». Aquello que se califica como «herejía» supone una forma de reduccionismo que trata de explicar algo que, de por sí, es ininteligible. El dogma no es limitación de pensamiento, sino que puede concebirse como una liberación que permite dilatar la mente en su constante búsqueda de la verdad, aunque no nos resulte, de momento, accesible. La física cuántica, la cuestión del origen de la vida, el principio de incertidumbre de Heisenberg o la idiosincrasia de las partículas subatómicas, ofrece múltiples ejemplos de misterios que desafían a la lógica conforme a nuestros actuales esquemas mentales. «Husserl tenía razón cuando concluye que los mitos científicos son, en gran medida, una construcción de nuestra propia factura» (Mary B, Hesse).
El nacimiento de Jesús en Belén es un hecho histórico comprobado, pero el nacimiento del Hijo de Dios es un Misterio cuyo reconocimiento exige humildad. Y esa humildad consiste en la verdad de sabernos limitados. En las ingenuas descripciones de la Navidad se apela a la indigencia de sus actores y a las demás circunstancias que los rodean, pero conviene resaltar la lección divina que, en su profundidad, se nos da. Admirablemente nos lo muestra Karl Barth: «Dios se revela en Jesús como aquel que es libre para ser Dios-con-nosotros y que puede realmente entrar en la esfera de nuestra vida como siervo y en humildad». Tratar de desarrollar esta idea nos llevaría a otro misterio: el Trinitario. Pero la pretensión de estas ideas solo alcanza aquí a situarnos en el mostrador de la tienda a que aludía al principio. A saber, que cuando contemplemos un Belén le pidamos a Dios aproximarnos a ese Misterio y le demos gracias por lo que significa. Y a los no creyentes que lo miren con respeto.
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