Hipólito, el de la Browning 9 milímetros
Mora Chávez odiaba llamarse igual que su padre y era conocido por estar armado. Fundó las autodefensas porque los Caballeros Templarios no dejaban trabajar a los habitantes de La Ruana.
Alejandro Almazán
Milenio, Michoacán / 30.06.2023 11:35:00
El día de navidad de 2014, un colega fotógrafo y yo fuimos a la casa de Hipólito Mora, el fundador de las autodefensas en Michoacán. Llegamos al último rosario del novenario de su hijo Manolo, a quien integrantes del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) habían matado durante un enfrentamiento en la tenencia de La Ruana. Luis Antonio Torres, un narcotraficante que se vestía de autodefensa y que era mejor conocido como Simón el Americano, controlaba en ese entonces el territorio y había prometido que, tan pronto acabaran la exequias, iría a asesinar a Hipólito por haber denunciado ante la Marina las cocinas de metanfetaminas que usaba el cártel
Mientras esperábamos a que el Americano cumpliera su amenaza, Hipólito nos contó que de niño odiaba llamarse igual que su padre. “Mi nombre me daba coraje, sonaba a debilidad, a borracho”, nos dijo. “Yo de mi padre no aprendí nada. Me duele acordarme de él porque lo recuerdo tirado en las calles, mientras cabrones del pueblo lo orinaban. Pero juré que cuando creciera me iba a desquitar”.
—¿Y sí se desquitó? —le preguntamos.
Hipólito nos miró con cara de Hipólito Mora, de que sabía usar pistola, y luego nos dijo:
—Cumplí mis juramentos a los 17 años, cuando salí de la secundaria. Desde ese entonces empecé a cargar pistola. Ahora mi nombre suena al de un cabrón que no se deja humillar.
Esta anécdota que incluí en un perfil que publiqué en junio de 2015 molestó mucho a Hipólito. Tanto que al fotógrafo y a mí nos advirtió que no regresáramos a La Ruana. Pero eso sucedió hasta después. Antes, en la navidad de 2014, Hipólito nos platicó que él sabía que había tenido una infancia sufrida, como todos, pero que jamás había necesitado ir con ningún terapeuta. “Yo soy quien soy porque los ideales los aprendí en la calle”, nos dijo y nos ejemplificó con el caso de un tipo al que le puso una 'tunda' por pegarle a los niños. “Lo mandé al hospital; si no lo maté fue porque ese día olvidé la pistola”.
En algún momento, Hipólito nos platicó el inicio de las autodefensas. Desde que Los Templarios se adueñaron a la mala de las huertas de limón, hasta el día en que a Manolo, el hijo de Hipólito, le dejaron de comprar limón. “Fue que me dieron las fuerzas para pensar lo del levantamiento”. Entonces nos dijo que habló con muchos pobladores y narcos locales —él le llamó bravos— para que le ayudaran a parar a Los Templarios.
“Había mucha gente porque un chamaco anunció toda la mañana que iba a haber una reunión. Yo traía puesto un pasamontañas, traía mi pistola, y hablé por una bocina porque al del sonido lo habían amenazado y no se presentó. Tampoco los bravos fueron, pero esos no fueron por rajones. Nomás el Tribilín, un amigo que es albañil y que es bronco, me acompañó. Yo estaba bien nervioso porque no sabía hablar frente a la gente. Ese día tuve que agarrar fuerzas y a todos los que estaba frente a mí les dije que los Templarios no nos estaban dejando trabajar, que teníamos que defender a nuestra familias, que era nuestra obligación. ‘¿Quién le brinca?’, les pregunté y que van brincando como unas 250 cincuenta personas. Puro pobre, puro cortador de limón. Agarramos valor y de ahí nos fuimos en bola a las casas de los Templarios. Llevábamos rifles y veintidoses, pero no ocupamos disparar. Los Templarios solitos se fueron. Habíamos ganado. Para esa hora, yo ya me había quitado el pasamontañas porque todos sabían que el gordito era yo”.
—¿Y luego qué pasó, don Hipólito?
—Pasaron puras chingaderas.
Entre ellas estaba la traición del Americano.
“El Americano quería ser el líder de las autodefensas y yo lo dejé, pero al poco rato ya había volteado a la gente en mi contra. Agarró mucho poder. Él dejó que a las autodefensas entraran los narcos. Ellos le dieron armas, camionetas, dinero y el gobierno lo aceptó. Ahí se chingó la cosa”.
Hipólito también nos contó que, meses antes del 24 de febrero de 2013, cuando se levantaron en armas las autodefensas en La Ruana, fue a Los Pinos a buscar al entonces presidente Felipe Calderón.
“Agarré una mochilita y me subí a mi Mustang 87. Manejé hasta Apatzingán y de ahí agarré el autobús para México. Yo iba con mucha fe en Dios, a mí nada se me hace imposible. Yo nomás quería contarle a Calderón cómo estaban las cosas en La Ruana y que nos mandara al Ejército y también policía porque los Templarios eran dueños del pueblo. Llegué en taxi a Los Pinos y, en la puerta, un guardia me paró y me dijo que, para entrar, necesitaba llenar una solicitud y no sé qué tanto. Yo dije: ¡Chinguen a su madre! Y me regresé a mi pueblo. Esto mismo que les estoy platicando, se lo conté anoche a Calderón, cuando me habló por teléfono”.
—¿El ex presidente le llamó?
—Sí, sabe quién le pasó mi teléfono. Yo nunca había hablado con él.
—¿Y para qué lo buscó?
—Me dio el pésame de mi hijo. Le conté que fui a buscarlo a Los Pinos y él me dijo que no sabía, que lo disculpara.
A Hipólito también le preguntamos sobre las acusaciones que había en su contra, por posesión de droga, cuando migró en 1989 a Estados Unidos; sobre su deportación en 1995 y sobre las leyendas de asesinatos que lo rodeaban. Su respuesta fue corrernos de su casa. Después se disculpó, pero dio por terminada la entrevista.
En los años siguientes, Hipólito se metió a la política y quiso ser diputado federal por Movimiento Ciudadano y gobernador por Encuentro Social. Ayer, después de al menos dos atentados fallidos, el CJNG asesinó a Hipólito. Del Americano se dice que lo mataron en Colima en 2018.
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