Eduardo Berdejo
Por Eduardo Berdejo
3 de agosto de 2023 / 1:49 p. m.
Este jueves comenzó la fiesta de la Jornada Mundial de la Juventud – Lisboa 2023 con la ceremonia de acogida que se celebró en el Parque Eduardo VII, en la que estuvo presente el Papa Francisco con cerca de 500.000 peregrinos.
La ceremonia en este gran parque del centro de la capital portuguesa comenzó con las palabras de bienvenida del Patriarca de Lisboa, Cardenal Manuel Clemente, quien agradeció al Papa por participar con tantos miles de jóvenes, entre los cuales hay peregrinos que “llegaron de países donde abundan las dificultades”.
Como parte del programa, una religiosa subió al escenario con una caja que contenía una selección de las más de dos mil cartas dirigidas al Papa Francisco en los días previos a la JMJ, y que representaban a 23 países.
Encuentro con estudiantes universitarios en la Universidade Católica Portuguesa de Lisboa, 08.03.2023
Gracias, señora Rectora, por sus palabras. Obrigado. Ha dicho que todos nos sentimos “peregrinos”. Es una hermosa palabra, cuyo significado merece ser reflexionado. Literalmente significa dejar de lado la rutina cotidiana y ponernos en camino con un propósito, moviéndonos “a través de los campos” o “más allá de los confines”, es decir, fuera de la propia zona de confort, hacia un horizonte de sentido. En el término “peregrino” vemos reflejada la conducta humana, porque cada uno está llamado a confrontarse con grandes preguntas que no tienen respuesta, [no tienen] una respuesta simplista o inmediata, sino que invitan a emprender un viaje, a superarse a sí mismos, a ir más allá. Es un proceso que un universitario comprende bien, porque así nace la ciencia. Y así crece también la búsqueda espiritual. Peregrino es caminar hacia una meta o buscando una meta. Siempre está el peligro de caminar en un laberinto, donde no hay meta. Tampoco hay salida. Desconfiemos de las fórmulas prefabricadas —son laberínticas—, desconfiemos de las respuestas que parecen estar al alcance de la mano, de esas respuestas sacadas de la manga como cartas de juego trucadas; desconfiemos de esas propuestas que parece que lo dan todo sin pedir nada. Desconfiemos. La desconfianza es un arma para poder caminar adelante y no seguir dando vueltas. Una de las parábolas de Jesús dice que el que encuentra la perla de gran valor es aquel que la busca con inteligencia y con espíritu de iniciativa, y lo da todo, arriesga todo lo que tiene para obtenerla (cf. Mt 13,45-46). Buscar y arriesgar: estos son los dos verbos del peregrino. Buscar y arriesgar.
Pessoa dijo, de un modo atribulado pero acertado, que «estar insatisfecho es ser hombre» (O Quinto Império, en Mensagem). No debemos tener miedo de sentirnos inquietos, de pensar que lo que hemos hecho no basta. Estar insatisfechos —en este sentido y en su justa medida—, es un buen antídoto contra la presunción de autosuficiencia y contra el narcisismo. El carácter incompleto define nuestra condición de buscadores y peregrinos, como dice Jesús, “estamos en el mundo, pero no somos del mundo” (cf. Jn 17,16). Estamos caminando “hacia”. Estamos llamados a algo más, a un despegue sin el cual no hay vuelo. No nos alarmemos, entonces, si nos encontramos interiormente sedientos, inquietos, incompletos, deseosos de sentido y de futuro, com saudades do futuro! Y aquí, junto a las saudades de futuro no se olviden de mantener viva esa memoria del futuro. ¡No estamos enfermos, estamos vivos! Preocupémonos más bien cuando estamos dispuestos a sustituir el camino a recorrer por el detenernos en cualquier oasis —aunque esa comodidad sea un espejismo—; cuando sustituimos los rostros por las pantallas, lo real por lo virtual; cuando, en lugar de las preguntas que desgarran, preferimos las respuestas fáciles que anestesian; y las podemos encontrar en cualquier manual de trato social, de cómo comportarse bien. Las respuestas fáciles anestesian.
Amigos, permítanme decirles: busquen y arriesguen. En este momento histórico los desafíos son enormes, los quejidos dolorosos —estamos viviendo una tercera guerra mundial a pedacitos—, pero abrazamos el riesgo de pensar que no estamos en una agonía, sino en un parto; no en el final, sino al comienzo de un gran espectáculo. Y hace falta coraje para pensar esto. Sean, por tanto, protagonistas de una “nueva coreografía” que coloque en el centro a la persona humana, sean coreógrafos de la danza de la vida. Las palabras de la señora Rectora han sido inspiradoras para mí, en particular cuando ha dicho que “la universidad no existe para preservarse como institución, sino para responder con valentía a los desafíos del presente y del futuro”. La autopreservación es una tentación, es un reflejo condicionado del miedo, que hace mirar la existencia de un modo distorsionado. Si las semillas se preservaran a sí mismas, desperdiciarían completamente su potencia generadora y nos condenarían al hambre; si los inviernos se preservaran a sí mismos, no existiría la maravilla de la primavera. Tengan, por tanto, la valentía de sustituir los miedos por los sueños; sustituyan los miedos por los sueños, ¡no sean administradores de miedos, sino emprendedores de sueños!
Sería un desperdicio pensar en una universidad comprometida en formar a las nuevas generaciones sólo para perpetuar el actual sistema elitista y desigual del mundo, en el que la instrucción superior es un privilegio para unos pocos. Si el conocimiento no es acogido como responsabilidad, se vuelve estéril. Si el que ha recibido una instrucción superior —que hoy, en Portugal y en el mundo, sigue siendo un privilegio— no se esfuerza por restituir algo de aquello con lo que ha sido beneficiado, en el fondo no ha comprendido lo que se le ha ofrecido. Me gusta pensar que en el Génesis las primeras preguntas que Dios hace al hombre son: «¿Dónde estás?» (3,9) y «¿Dónde está tu hermano?» (4,9). Nos hará bien preguntarnos, preguntémonos: ¿dónde estoy? ¿Estoy encerrado en mi burbuja o corro el riesgo de salir de mis seguridades para ser un cristiano practicante, un artesano de la justicia, un artesano de la belleza? Y también: ¿dónde está mi hermano? Experiencias de servicio fraterno como la Missão País, y tantas otras que nacen en el ámbito académico, deberían ser consideradas indispensables para quien pasa por la universidad. El título de estudio, en efecto, no puede ser visto sólo como una licencia para construir el bienestar personal, no, sino como un mandato para dedicarse a una sociedad más justa, una sociedad más inclusiva, es decir, más desarrollada. Me han dicho que una de vuestras grandes poetisas, Sophia de Mello Breyner Andresen, en una entrevista que es una especie de testamento, a la pregunta: “¿Qué le gustaría ver realizado en Portugal en este nuevo siglo?”, respondió sin vacilar: “Me gustaría que se realizase la justicia social, la disminución de las diferencias entre ricos y pobres” (Entrevista de Joaci Oliveira, en Cidade Nova, 3/2001). Les remito a ustedes esta pregunta. Ustedes, queridos estudiantes, peregrinos del saber, ¿qué quisieran ver realizado en Portugal y en el mundo? ¿Qué cambios, qué transformación? ¿Y de qué manera la universidad, sobre todo la católica, puede contribuir a esto?
Beatriz, Mahoor, Mariana, Tomás, les agradezco sus testimonios; tenían todos un tono de esperanza, una carga de entusiasmo realista, no había en ellos quejas ni tampoco ilusorias fugas hacia adelante. Ustedes quieren ser protagonistas, “protagonistas del cambio”, como ha dicho Mariana. Escuchándolos, he pensado en una frase que tal vez les es familiar, del escritor José de Almada Negreiros: «Soñé con un país donde todos llegaban a maestros» (A Invenção do Dia Claro). También este anciano que les habla —porque ya estoy viejo— sueña que vuestra generación sea una generación de maestros: maestros en humanidad, maestros en compasión, maestros en nuevas oportunidades para el planeta y sus habitantes, maestros de esperanza. Y maestros que defiendan la vida del planeta amenazada en este momento por una grave destrucción ecológica.
Como algunos de ustedes han evidenciado, debemos reconocer la urgencia dramática de hacernos cargo de la casa común. Sin embargo, esto no se puede hacer sin una conversión del corazón y un cambio en la visión antropológica que está en la base de la economía y de la política. No nos podemos conformar con simples medidas paliativas o con compromisos tímidos y ambiguos. En este caso, «los términos medios son sólo una pequeña demora en el derrumbe» (Carta enc. Laudato si’, 194). No olviden esto. Los términos medios son sólo una pequeña demora en el derrumbe. Se trata más bien de hacerse cargo de lo que, lamentablemente, sigue siendo postergado, es decir: la necesidad de redefinir lo que llamamos progreso y evolución. Porque, en nombre del progreso, se ha abierto el camino a una gran regresión. Estudien bien esto que les digo. En nombre del progreso, se ha abierto el camino hacia una gran regresión. Ustedes son la generación que puede vencer este desafío, tienen los instrumentos científicos y tecnológicos más avanzados, pero, por favor, no caigan en la trampa de visiones parciales. No olviden que necesitamos de una ecología integral; necesitamos escuchar el sufrimiento del planeta junto al de los pobres; necesitamos poner el drama de la desertificación en paralelo al de los refugiados, el tema de las migraciones junto al del descenso de la natalidad; necesitamos ocuparnos de la dimensión material de la vida dentro de una dimensión espiritual. No crear polarizaciones sino visiones de conjunto.
Gracias, Tomás, por haber dicho que “no es posible una auténtica ecología integral sin Dios”, que “no puede haber futuro en un mundo sin Dios”. Quisiera decirles que hagan creíble la fe a través de las decisiones. Porque si la fe no genera estilos de vida convincentes, no hace fermentar la masa del mundo. No basta con que un cristiano esté convencido, debe ser convincente. Nuestras acciones están llamadas a reflejar la belleza —a la vez alegre y radical— del Evangelio. Además, el cristianismo no puede plantearse como una fortaleza rodeada de muros, que alza sus bastiones frente al mundo. Por eso me pareció muy incisivo el testimonio de Beatriz, cuando dijo que precisamente “partiendo del ámbito de la cultura” se siente llamada a vivir las bienaventuranzas. En cada época, una de las tareas más importantes de los cristianos es recuperar el sentido de la encarnación. Sin la encarnación, el cristianismo se convierte en una ideología y la tentación de las ideologías cristianas, entre comillas, es muy actual; es la encarnación la que nos permite asombrarnos por la belleza que Cristo revela a través de cada hermano y hermana, de cada hombre y mujer.
A este propósito, es interesante que en la nueva cátedra dedicada a la “Economía de Francisco” ustedes hayan unido la figura de Clara. En efecto, la contribución femenina es indispensable. En el inconsciente colectivo cuántas veces está pensar que las mujeres son de segunda, son suplentes, no juegan de titulares. Y eso existe en el inconsciente colectivo. La contribución femenina es indispensable. Por lo demás, en la Biblia se ve cómo la economía de la familia está en buena parte en manos de la mujer. Ella, con su sabiduría, es la verdadera “regenta” de la casa, que no tiene como objetivo exclusivamente el beneficio, sino el cuidado, la convivencia, el bienestar físico y espiritual de todos, y además el poder compartir con los pobres y los forasteros. Y es apasionante emprender los estudios económicos desde esta perspectiva, con la intención de restituir a la economía la dignidad que le corresponde, para que no esté en manos del mercado salvaje y de la especulación.
La iniciativa del Pacto Educativo Global, y los siete principios que establecen su arquitectura, incluyen muchos de estos temas, desde el cuidado de la casa común hasta la plena participación de las mujeres, para llegar a la necesidad de encontrar nuevos modos de entender la economía, la política, el desarrollo y el progreso. Los invito a estudiar el Pacto Educativo Global, apasionarse por él. Uno de los puntos que trata es el de la educación en la acogida y la inclusión. Y no podemos fingir no haber oído las palabras de Jesús en el capítulo 25 de Mateo: «estaba de paso, y me alojaron» (v. 35). He seguido con emoción el testimonio de Mahoor, cuando ha evocado lo que significa vivir con “el sentimiento constante de la falta de un hogar, de una familia, de unos amigos […], de haber quedado sin casa, sin universidad, sin dinero […], cansada y exhausta y abatida por el dolor y las pérdidas”. Nos ha dicho que recuperó la esperanza porque algunos creyeron en el impacto transformador de la cultura del encuentro. Cada vez que alguien practica un gesto de hospitalidad, provoca una transformación.
Amigos, estoy muy contento de verlos como una comunidad educativa viva, abierta a la realidad, y conscientes de que el Evangelio no es un mero adorno, sino que anima las partes y el conjunto. Sé que vuestro itinerario comprende distintos ámbitos: el estudio, la amistad, el servicio social, la responsabilidad civil y política, el cuidado de la casa común y las expresiones artísticas. Ser una universidad católica quiere decir sobre todo esto: que cada elemento está en relación con el todo y que el todo se encuentra en las partes. De ese modo, mientras se adquieren las competencias científicas, se madura como personas, en el conocimiento de sí mismos y en el discernimiento del propio camino. Camino sí, laberinto no. Entonces, ¡adelante! Una tradición medieval cuenta que cuando los peregrinos del Camino de Santiago se cruzaban, uno saludaba al otro exclamando: “Ultreia”, y el otro respondía: “et Suseia”. Son expresiones de aliento para continuar la búsqueda y el riesgo de caminar, diciéndonos mutuamente: “¡Vamos, ánimo, sigue adelante!”. Y esto es lo que yo también deseo para todos ustedes con todo mi corazón. Gracias.
[01186-ES.02] [Texto original: Español]
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