¿Debería Ucrania tener armas nucleares?/Slavoj Žižek, Professor of Philosophy at the European Graduate School, is International Director of the Birkbeck Institute for the Humanities at the University of London and the author, most recently, of Christian Atheism: How to Be a Real Materialist (Bloomsbury Academic, 2024).
Traducción: Esteban Flamini.
Publicado originalmente en Project Syndicate,, 26/Nov/2024
Tras la victoria de Donald Trump en la elección presidencial estadounidense de 2024, Alexandria Ocasio‑Cortez, congresista demócrata por Nueva York, hizo un llamamiento público a quienes habían votado al mismo tiempo por ella y por Trump. Quería conocer los motivos de una opción aparentemente incoherente; la respuesta que más oyó fue que ella y Trump parecían más sinceros, mientras que la vicepresidenta Kamala Harris daba imagen de ser demasiado calculadora.
El experimento fue fructífero, y podríamos preguntar lo mismo a los izquierdistas que apoyan a los palestinos y a Rusia. Al fin y al cabo, Rusia ha estado bombardeando ciudades ucranianas hasta que se parecen a Gaza; y así como los partidos de derecha del gobierno israelí quieren crear un Gran Israel, el Kremlin espera crear una Gran Rusia. De modo que el proyecto eliminacionista ruso debería estar siempre muy presente cuando evaluamos lo que sucede en el campo de batalla.
Tras la reciente decisión del gobierno de Joe Biden de permitir a Ucrania usar contra territorio ruso los misiles ATACMS provistos por Estados Unidos (con un alcance de hasta 300 kilómetros), el Kremlin advirtió de inmediato que conforme a su nueva doctrina nuclear, todo uso de armas occidentales contra la Federación Rusa puede provocar una respuesta nuclear. Pero al día siguiente, los ucranianos respondieron lanzando seis misiles ATACMS contra una instalación militar en la región de Bryansk (adyacente a la frontera ucraniana).
Aunque Rusia afirma que los daños fueron mínimos (derribó cinco de los misiles y no hubo bajas), una interpretación literal de su nueva doctrina nuclear implica que ahora está en guerra con Estados Unidos y tiene derecho a usar armas nucleares contra Ucrania. Algunos integrantes del círculo de Trump acusan a Joe Biden de haber dado un peligroso paso hacia una nueva guerra mundial. ¿Deberíamos decir que Ucrania se extralimitó? ¿Ha alterado el frágil equilibrio que mantenía contenido el conflicto?
Antes de apresurarnos a extraer esa conclusión, hay que recordar que el permiso dado por Estados Unidos a Ucrania se refiere ante todo a blancos en la región fronteriza de Kursk, desde donde Rusia ha lanzado muchos de sus bombardeos contra posiciones ucranianas. Como señaló el (saliente) jefe de política exterior de la Unión Europea Josep Borrell: «Ucrania tiene que poder usar las armas que les hemos provisto, no sólo para detener la flecha, sino también para derribar a los arqueros».
Además, no hay que olvidar que pocos días antes Rusia había intensificado su campaña contra Ucrania, convirtiendo todo su territorio en blanco de ataques con drones y misiles contra la infraestructura energética civil justo antes del inicio del invierno. Mientras seis misiles ucranianos provocan pánico en todo el mundo, la destrucción sistemática de la infraestructura ucraniana por parte de Rusia se ha normalizado, lo mismo que la demolición israelí del norte de Gaza.
Es una situación tan obscena como absurda. Rusia, que inició una guerra de conquista contra un vecino pacífico, ahora quiere mantener su propio territorio a salvo de la guerra, y acusa a Ucrania (la víctima) de «extender» el conflicto. Si el cambio de la doctrina nuclear rusa es en serio, entonces propongamos una contradoctrina igualmente seria: si una superpotencia nuclear ataca con fuerzas no nucleares un país independiente, sus aliados tienen el derecho (e incluso el deber) de proveerle armas nucleares para que tenga chances de disuadir un ataque.
Se dice a menudo que Putin quiere volver a la Unión Soviética y al estalinismo, pero no es verdad. Más bien, su régimen se sostiene por una visión de la era imperial anterior a 1917, cuando la zona de influencia de la Rusia zarista abarcaba no sólo Polonia sino también Finlandia. El tiempo dirá si el neozarismo de Putin es más que mera fantasía. En el mundo multipolar que está surgiendo, el ascenso de imperios fuertes con sus respectivas zonas de influencia no es inconcebible.
Como dijo Putin en el Foro Económico Internacional de San Petersburgo en junio de 2022, «en el siglo XXI, la soberanía no puede segmentarse ni fragmentarse». Y agregó que mantener la soberanía política y la identidad nacional es esencial, pero también lo es fortalecer todo aquello que «determina la independencia económica, financiera, profesional y tecnológica» de Rusia. Es evidente que sólo una nueva Rusia imperial (no Ucrania, Bielorrusia o Finlandia) podrá disfrutar los plenos beneficios de la soberanía.
Para colmo de males, el mismo día en que el presidente Vladímir Putin anunció la nueva doctrina nuclear rusa, la BBC informó que «la contaminación del aire en la capital de la India, Delhi, ha aumentado a niveles extremadamente graves, asfixiando a los residentes y envolviendo la ciudad en una densa nube de esmog», además de interrumpir el tráfico aéreo, obligar al cierre de escuelas y detener las obras de construcción. «Y los expertos advierten que la situación en Delhi puede empeorar en los próximos días».
Mientras Rusia se permite agresiones imperiales y amenazas nucleares, a cientos de millones de personas se les hace más difícil respirar. Nuestros medios de comunicación proclaman el uso de armas occidentales contra Rusia como «noticia de última hora» en primera página, y nuestros izquierdistas con anteojeras consideran que la «excesiva» defensa de Ucrania constituye una peligrosa escalada. Pero una amenaza a la supervivencia de la humanidad apenas merece mención.
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