Pero, ¿dónde está Bob Dylan?/ Eduardo Jordá es escritor.
ABC, Sábado, 15/Mar/2025;
Se dice que cuando Théophile Gautier vio por primera vez 'Las Meninas', en el Prado –eso fue en 1840–, se paró en seco y exclamó asombrado: «Pero, ¿dónde está el cuadro?». Y eso mismo es lo que nos ocurre cada vez que vemos una nueva película sobre Bob Dylan. Salimos del cine y nos preguntamos: «Pero, ¿dónde está Dylan?». Y eso es lo que me ha pasado después de ver 'A Complete Unknown', la película de James Mangold que ha suscitado tantas críticas entusiastas (y un tanto exageradas, todo hay que decirlo). Y es que la película nos muestra todo lo que hizo Dylan en Nueva York al inicio de su carrera, entre 1961 y 1965, pero ¿dónde está Dylan? Y más aún: ¿qué pensaba?, ¿qué sentía?, ¿qué quería?
Si hacemos memoria, eso mismo nos pasó al ver 'I´m not there' (2007), la película de Todd Haynes en la que seis actores –uno de ellos Cate Blanchett– intentaban ponerse en la piel de Dylan a lo largo de varios periodos de su vida. 'I´m not there' era una película muy buena –muchísimo mejor que 'A complete unknown'–, pero después de ver dos horas en pantalla a Dylan en la figura de Cate Blanchett y Heath Ledger y Christian Bale y Ben Whishaw –y hasta un Richard Gere que se perdía en la América Profunda de la Guerra de Secesión–, uno se preguntaba si había descubierto algo que no supiera sobre Dylan; o mejor dicho, uno se preguntaba si se podía descubrir algo –cualquier cosa, lo que fuera, un detalle, un indicio, un destello– sobre ese misterio insondable que es Bob Dylan. Porque hay una ley infalible cuando se trata de Bob Dylan: cada vez que vemos una película o leemos una de las innumerables biografías que se le han dedicado, lo único que sacamos en claro es que Dylan es un tipo impenetrable y esquivo e insoportable y probablemente un capullo; ahora bien, también estamos seguros de otra cosa mucho más importante aún: haga lo que haga y componga lo que componga, nunca vamos a dejar de admirarle ni de escuchar cada nuevo disco que saque.
Sobre Bob Dylan se ha escrito más que sobre cualquier otro artista de nuestra época. Se sabe en qué coche llegó haciendo autostop a Nueva York en enero de 1961 –un Impala del 57–, e incluso hay 'dylanólogos' que se han atrevido a calcular la fecha exacta, ya que coincidió con una gran nevada: el viernes 27 de enero de 1961. Se sabe que el perro que tenía en Woodstock se llamaba Hamlet. Se sabe que hizo a solas toda la caótica gira de la Rolling Thunder Review en una roulotte, sin más compañía que un perro sin nombre al que un día se dejó olvidado en una gasolinera. Se sabe en qué habitación de hotel de Malibú –la número 13 del Point Dune Hotel– compuso muchas de las canciones de 'Blood on the Tracks'. Se sabe cómo se llamaba la mujer que su esposa Sara se encontró desayunando con él una mañana en su casa de Malibú –Malka Marom– y que luego apareció citada como prueba en el proceso de divorcio. Se sabe lo que Dylan le dijo una vez a Leonard Cohen mientras iban en coche por las afueras de Los Ángeles: «Leonard, tú eres el número uno, pero yo soy el número cero». Y se sabe, por ejemplo, dónde escribió 'To Ramona' –en el pueblecito griego de Vouliagmeni–; lo que no se sabe, y probablemente no se sabrá nunca, es quién era Ramona. Y tampoco sabremos quién era 'Baby Blue' (¿era su amigo David Blue?, ¿era Joan Baez?, ¿era alguien que nunca conoceremos?), como nunca sabremos para quién escribió 'You´ll Keep it With Mine' (¿era una canción de amor para la cantante Nico? ¿Y por qué no ha querido tocarla nunca en directo?).
A punto de cumplir los 84 años, Dylan no ha parado de jugar al escondite con todos nosotros. Y al mismo tiempo, Dylan no ha parado de jugar al escondite consigo mismo. En 1978, cuando estrenó su extrañísima película 'Renaldo y Clara', un periodista le preguntó de qué trataba la cinta. Dylan contestó: «De un tipo que sólo necesita una guitarra y una calle oscura». «¿Una calle oscura?». «Sí, para esconderse». «¿Para esconderse de qué?». «Del demonio que ese tipo lleva dentro. La película trata de eso». Por una vez que Dylan decía la verdad, nadie quiso darse por enterado. Porque 'Renaldo y Clara' es la película más reveladora que se ha rodado jamás sobre Dylan, aunque los críticos la masacraron («Quiere ser Freud, pero en realidad es sólo un fraude», escribieron en 'Rolling Stone') y apenas se distribuyó en los cines. En 2019, Martin Scorsese la reconstruyó con mucho material olvidado en los archivos, pero ese documental tampoco logra superar el proyecto original de Dylan, ese que los críticos calificaron de tomadura de pelo.
Pues no, no lo era. Si alguien logra ver 'Renaldo y Clara' –es difícil encontrarla–, descubrirá que esa película es la obra cumbre de Bob Dylan: ahí están sus Meninas, ahí está su obra de arte que anula por completo la noción misma de arte, igual que hizo Velázquez cuando se retrató a sí mismo pintando algo que nunca sabremos qué era. Porque esa película sobre la gira caótica de un artista acompañado de su mujer y sus músicos y sus amantes y examantes y sus gorrones y sus amigos se convierte en creación verdadera, como decía Ramón Gaya de 'Las Meninas', y ahí ya no hay argumento ni técnica ni artificio, sino algo que está por completo libre de «la prisión del arte». Y al igual que Velázquez se pintó pintando, Dylan se pintó cantando y viajando y representando a Dylan, rodeado por una comitiva de músicos y poetas y parásitos, igual que Velázquez se pintó rodeado de reyes y cortesanos y bufones. En 'Renaldo y Clara' vemos a Dylan y a su mujer Sara y a su antigua amante Joan Baez (y a otras mujeres que en aquel momento eran sus amantes), y los vemos discutir y cantar y conversar, y captamos toda la banalidad de sus vidas –como si fuera una de aquellas interminables películas de Andy Warhol sobre los parásitos que pululaban por la Factory–, pero también los vemos preguntarse sobre el amor y el compromiso y el engaño como sólo hemos visto hacerlo en las películas de Ingmar Bergman, y los vemos recorrer América –la América profunda, la América inacabable sin la cual jamás podremos entender a Dylan–, la América de las autopistas y los moteles y los predicadores y los locos y los borrachos. Y ahí, en medio, a la vista de todos, está Dylan con la cara llena de pintura blanca y una guitarra en la mano.
Cuando vemos las Meninas, todos tenemos la sensación de que Velázquez nos está pintando a nosotros. Y eso mismo es lo que nos pasa cuando escuchamos a Dylan. No sabemos qué demonios está cantando, no sabemos qué es lo que quiere decir, pero todos sabemos que está cantando sobre todos y cada uno de nosotros. Aunque nunca sepamos dónde demonios está él, ni qué siente, ni qué piensa, ni qué desea, ni qué pretende decirnos. Porque él está ahí, sin duda, pero ¿dónde está el cuadro? ¿Dónde está Dylan?
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