Las Olimpiadas de la vergüenza/RAMIN JAHABEGLOO, filósofo iraní, catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de Toronto.
Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.
Publicado en El País, 06/04/2008;
Celebrar unos Juegos Olímpicos supone invocar la historia", declaró Pierre de Coubertin, fundador de las Olimpiadas de la era moderna. Los Juegos Olímpicos que deben celebrarse este verano en Pekín ya suponen invocar el nombre del Tíbet, invocar a monjes budistas vestidos de túnicas color azafrán y a un Dalai Lama amante de la paz y que busca por modos no violentos la libertad para su reprimido pueblo. Sin embargo, las autoridades chinas lo ven de forma totalmente distinta.
Para esas autoridades, el Tíbet forma históricamente parte de China y el Dalai Lama y sus seguidores son unos reaccionarios oscurantistas que van contra el progreso económico y social que en los últimos 58 años ha proporcionado el régimen chino a una cultura atrasada. Según las autoridades de Pekín, todas las protestas de los monjes budistas y de otros tibetanos son fruto de una conspiración orquestada por el Dalai Lama desde Dharamsala, sede de su Gobierno en el exilio. Según la versión oficial china, el Dalai Lama, con ayuda de la CIA, ya dirigió una insurrección violenta contra las tropas chinas, después de que Pekín se hiciera con el poder en la región en 1950. Pero la campaña subversiva fracasó y el Dalai Lama se vio obligado a huir a la India, donde ha vivido exiliado durante medio siglo.
O sea, para los políticos y altos funcionarios de Pekín, el Dalai Lama no es tanto un religioso budista de credo no violento como un rebelde secesionista.
No obstante, después de la ofensiva desatada contra los manifestantes tibetanos en Lhasa, la peor de las dos últimas décadas, Pekín es ahora observado atentamente -y condenado- por la comunidad internacional. Y ello en un momento en que los Juegos Olímpicos están a la vuelta de la esquina. China se teme que las protestas de las últimas semanas puedan apartar al mundo, o a buena parte de él, de las Olimpiadas. El problema tibetano está de nuevo en muchas mentes de todo el planeta.
Es cierto que, en teoría, los Juegos Olímpicos tienen que centrarse en el deporte y no en la política, pero el espíritu olímpico y su promoción comportan la defensa de una determinada ética deportiva y el fomento del respeto a los derechos humanos. Y las pruebas constantes de que en el Tíbet el régimen chino realiza persecuciones y vulnera los derechos humanos no pueden conciliarse con el espíritu que proclama el Artículo 2 de la Carta Olímpica, que busca "el respeto por principios éticos fundamentales universales".
De hecho, el haber elegido Pekín como sede de los Juegos Olímpicos de 2008 sin tener en cuenta la situación de los derechos humanos en China ya va en contra de la ética de dichos juegos, que se basa en "el espíritudel humanismo, la fraternidad y el respeto a los individuos que inspira el ideal olímpico". Esa ética precisa que "los Gobiernos de los países que alberguen los Juegos Olímpicos se comprometen a que sus países respeten escrupulosamente los principios fundamentales de la Carta Olímpica" (Código Ético del COI, E, Relaciones con los Estados).
Ahora, tras los últimos acontecimientos, ha llegado el momento de que los países que se preparan para asistir a los Juegos Olímpicos de Pekín aborden el problema tibetano y animen al régimen chino a hacer honor a sus compromisos olímpicos mejorando la situación de los derechos humanos en ese territorio y en toda China. Sí, las Olimpiadas son un acontecimiento deportivo, pero conllevan el respeto a ciertas normas internacionales y a los valores éticos del olimpismo.
La falta de ilusión que suscitan los Juegos Olímpicos pone de manifiesto el desencanto respecto a los valores éticos que se percibe en la comunidad internacional. Para revitalizar la credibilidad de las Olimpiadas es preciso reformularlas, convirtiéndolas en una plataforma desde la que desarrollar un marco de valores éticos globales que suponga un contrapeso de las descarnadas prioridades económicas y políticas.
Si queremos que la Carta Olímpica tenga sentido en el siglo XXI y que los Juegos Olímpicos sean algo más que un acontecimiento deportivo de índole especulativa, hay muchas razones para que éstos incluyan un imperativo ético que aliente y fomente los derechos humanos, utilizándolos para educar. En manifiesto contraste con el historial del régimen chino en materia de derechos humanos de carácter universal, como los relativos a la pena de muerte, la tortura, la libertad de expresión y la represión en el Tíbet, la Carta Olímpica y el Código Ético mencionan explícitamente el concepto de derechos humanos y aluden a la "conservación de la dignidad humana", al "desarrollo armonioso del ser humano", al "respeto por principios éticos fundamentales universales" y a la "dignidad del individuo".
No debemos olvidar que el objetivo del olimpismo es situar en todo momento el deporte al servicio del desarrollo moral del hombre, con vistas a establecer una sociedad no violenta preocupada por la conservación de la dignidad humana. En consecuencia, ha llegado el momento de exigir a China que, si va a albergar un acontecimiento internacional tan importante como los Juegos Olímpicos de verano de 2008, rinda cuentas a sus socios extranjeros. Los líderes chinos deben comprender que, si se niegan a respetar los derechos humanos en el Tíbet, se enfrentarán a una campaña extremadamente vigorosa, implacable y omnipresente, seguida de un boicot a las Olimpiadas.
El boicot de los Juegos Olímpicos tiene una larga historia. En 1976, veintiséis países africanos boicotearon los de Montreal por la participación en los mismos de Nueva Zelanda, que en ese momento seguía teniendo relaciones estrechas con el régimen racista surafricano. En 1980, Estados Unidos lideró un amplio boicot contra los Juegos Olímpicos celebrados en Moscú. A ese boicot se sumaron Japón, Taiwan, Alemania Occidental, Canadá y otros sesenta y un países.
El mundo está convocado a acudir a Pekín este verano para la celebración de las Olimpiadas. Por el momento, ningún Estado importante ha accedido a boicotearlas. Sin embargo, los ciudadanos de muchos países apoyarían a sus Gobiernos si éstos llegaran a adoptar esa medida.
En 1936, Avery Bundage, presidente del Comité Olímpico Internacional, manifestó sus dudas ante lo que creía rumores diseminados por conspiradores judíos sobre la existencia de campos de concentración en la Alemania de Hitler, y decidió que las Olimpiadas debían celebrarse allí, a pesar del carácter totalitario del régimen nazi. Al contrario que en 1936, hoy en día los ciudadanos del mundo saben a ciencia cierta lo que está ocurriendo entre bambalinas en el Tíbet. Por eso ha llegado el momento de que todos los personajes públicos del mundo actual hagan oír sus voces disidentes en nombre de quienes no pueden permitirse ese lujo en el Tíbet a causa de la represión china. Ha llegado el momento de decir "no" a las Olimpiadas de la vergüenza.
Para esas autoridades, el Tíbet forma históricamente parte de China y el Dalai Lama y sus seguidores son unos reaccionarios oscurantistas que van contra el progreso económico y social que en los últimos 58 años ha proporcionado el régimen chino a una cultura atrasada. Según las autoridades de Pekín, todas las protestas de los monjes budistas y de otros tibetanos son fruto de una conspiración orquestada por el Dalai Lama desde Dharamsala, sede de su Gobierno en el exilio. Según la versión oficial china, el Dalai Lama, con ayuda de la CIA, ya dirigió una insurrección violenta contra las tropas chinas, después de que Pekín se hiciera con el poder en la región en 1950. Pero la campaña subversiva fracasó y el Dalai Lama se vio obligado a huir a la India, donde ha vivido exiliado durante medio siglo.
O sea, para los políticos y altos funcionarios de Pekín, el Dalai Lama no es tanto un religioso budista de credo no violento como un rebelde secesionista.
No obstante, después de la ofensiva desatada contra los manifestantes tibetanos en Lhasa, la peor de las dos últimas décadas, Pekín es ahora observado atentamente -y condenado- por la comunidad internacional. Y ello en un momento en que los Juegos Olímpicos están a la vuelta de la esquina. China se teme que las protestas de las últimas semanas puedan apartar al mundo, o a buena parte de él, de las Olimpiadas. El problema tibetano está de nuevo en muchas mentes de todo el planeta.
Es cierto que, en teoría, los Juegos Olímpicos tienen que centrarse en el deporte y no en la política, pero el espíritu olímpico y su promoción comportan la defensa de una determinada ética deportiva y el fomento del respeto a los derechos humanos. Y las pruebas constantes de que en el Tíbet el régimen chino realiza persecuciones y vulnera los derechos humanos no pueden conciliarse con el espíritu que proclama el Artículo 2 de la Carta Olímpica, que busca "el respeto por principios éticos fundamentales universales".
De hecho, el haber elegido Pekín como sede de los Juegos Olímpicos de 2008 sin tener en cuenta la situación de los derechos humanos en China ya va en contra de la ética de dichos juegos, que se basa en "el espíritudel humanismo, la fraternidad y el respeto a los individuos que inspira el ideal olímpico". Esa ética precisa que "los Gobiernos de los países que alberguen los Juegos Olímpicos se comprometen a que sus países respeten escrupulosamente los principios fundamentales de la Carta Olímpica" (Código Ético del COI, E, Relaciones con los Estados).
Ahora, tras los últimos acontecimientos, ha llegado el momento de que los países que se preparan para asistir a los Juegos Olímpicos de Pekín aborden el problema tibetano y animen al régimen chino a hacer honor a sus compromisos olímpicos mejorando la situación de los derechos humanos en ese territorio y en toda China. Sí, las Olimpiadas son un acontecimiento deportivo, pero conllevan el respeto a ciertas normas internacionales y a los valores éticos del olimpismo.
La falta de ilusión que suscitan los Juegos Olímpicos pone de manifiesto el desencanto respecto a los valores éticos que se percibe en la comunidad internacional. Para revitalizar la credibilidad de las Olimpiadas es preciso reformularlas, convirtiéndolas en una plataforma desde la que desarrollar un marco de valores éticos globales que suponga un contrapeso de las descarnadas prioridades económicas y políticas.
Si queremos que la Carta Olímpica tenga sentido en el siglo XXI y que los Juegos Olímpicos sean algo más que un acontecimiento deportivo de índole especulativa, hay muchas razones para que éstos incluyan un imperativo ético que aliente y fomente los derechos humanos, utilizándolos para educar. En manifiesto contraste con el historial del régimen chino en materia de derechos humanos de carácter universal, como los relativos a la pena de muerte, la tortura, la libertad de expresión y la represión en el Tíbet, la Carta Olímpica y el Código Ético mencionan explícitamente el concepto de derechos humanos y aluden a la "conservación de la dignidad humana", al "desarrollo armonioso del ser humano", al "respeto por principios éticos fundamentales universales" y a la "dignidad del individuo".
No debemos olvidar que el objetivo del olimpismo es situar en todo momento el deporte al servicio del desarrollo moral del hombre, con vistas a establecer una sociedad no violenta preocupada por la conservación de la dignidad humana. En consecuencia, ha llegado el momento de exigir a China que, si va a albergar un acontecimiento internacional tan importante como los Juegos Olímpicos de verano de 2008, rinda cuentas a sus socios extranjeros. Los líderes chinos deben comprender que, si se niegan a respetar los derechos humanos en el Tíbet, se enfrentarán a una campaña extremadamente vigorosa, implacable y omnipresente, seguida de un boicot a las Olimpiadas.
El boicot de los Juegos Olímpicos tiene una larga historia. En 1976, veintiséis países africanos boicotearon los de Montreal por la participación en los mismos de Nueva Zelanda, que en ese momento seguía teniendo relaciones estrechas con el régimen racista surafricano. En 1980, Estados Unidos lideró un amplio boicot contra los Juegos Olímpicos celebrados en Moscú. A ese boicot se sumaron Japón, Taiwan, Alemania Occidental, Canadá y otros sesenta y un países.
El mundo está convocado a acudir a Pekín este verano para la celebración de las Olimpiadas. Por el momento, ningún Estado importante ha accedido a boicotearlas. Sin embargo, los ciudadanos de muchos países apoyarían a sus Gobiernos si éstos llegaran a adoptar esa medida.
En 1936, Avery Bundage, presidente del Comité Olímpico Internacional, manifestó sus dudas ante lo que creía rumores diseminados por conspiradores judíos sobre la existencia de campos de concentración en la Alemania de Hitler, y decidió que las Olimpiadas debían celebrarse allí, a pesar del carácter totalitario del régimen nazi. Al contrario que en 1936, hoy en día los ciudadanos del mundo saben a ciencia cierta lo que está ocurriendo entre bambalinas en el Tíbet. Por eso ha llegado el momento de que todos los personajes públicos del mundo actual hagan oír sus voces disidentes en nombre de quienes no pueden permitirse ese lujo en el Tíbet a causa de la represión china. Ha llegado el momento de decir "no" a las Olimpiadas de la vergüenza.
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