27 abr 2008

Las extrañas del Rock

Las entrañas del rock/Angel Martín
Publicado en Babelia de El País, 26/04/2008;
Películas sobre Bob Dylan, Patti Smith, Neil Young, Lou Reed, Joe Strummer, los Rolling.... evidencian la estrecha relación entre cine y música. Ambos se alimentan mutuamente pero también compiten por los mismos espectadores y luchan por el mismo trozo de pastel
Hoy se cumplen 30 años del estreno de El último vals, paradigma de lo que debe ser un documental sobre el rock o, para ser precisos, sobre un concierto de rock. Martin Scorsese grabó con especial fortuna el que dieron de despedida los míticos The Band en el Winterland Arena de San Francisco, el Día de Acción de Gracias de 1976, en el que participaron Bob Dylan, Van Morrison, Joni Mitchell y Neil Young, entre otros. Pero Scorsese no era un advenedizo; en 1970 fue uno de los editores del mítico Woodstock y, tras el éxito del documental, la Warner le llamó a Hollywood para que montara otro, Medicine Ball Caravan, sobre un grupo de rockeros hippies que viaja por Estados Unidos dando conciertos gratuitos. Las siete cámaras que se usaron en el rodaje de El último vals estaban al servicio de la música y de los espectadores que luego verían el concierto en la pantalla, se movían lo justo, se acercaban a gestos, miradas y virtuosismo en el momento oportuno y sólo ofrecían una panorámica cuando era preciso. Los músicos eran protagonistas, con el propio Scorsese ejerciendo de entrevistador. Quien hoy pone en duda las excelencias del filme, le reprocha el exceso de nostalgia por los años setenta. Son esos que prefieren el vigor que mostró en 1984 Jonathan Demme para darle brillo al espectáculo de los Talkind Heads en Stop Making Sense. Demme, por cierto, también dirigió en 2006 uno de los documentales más logrados sobre Neil Young, Heart of Gold, que, no se entiende, pasó sin pena ni gloria en nuestros cines. Son los mismos que alaban al propio Scorsese ejerciendo de biógrafo de Dylan en la magistral No Direction Home, al tiempo que se ven decepcionados por su reciente Shine a light, esperaban de Scorsese y los Rolling Stones mucho más que recrearse en las arrugas. No tenía fácil superar Gimme Shelter, el documental sobre los Stones de los hermanos Maysles, de 1970, que recogieron una muerte real entre el público, la de un joven negro, de chaqueta verde, apuñalado por algunos Ángeles del Infierno, que ejercían de seguridad. Scorsese ahora sólo ha tenido a los Clinton, suegra incluida, como espectadores de lujo.
La relación entre el cine y el rock desde la aparición de éste fue inevitable y tema recurrente en sus argumentos, se convirtió casi en un género y muchos músicos se transformaron en estrellas de la pantalla. En el principio, allá por 1955, fue Richard Brooks que, en su película Blackboard Jungle (Semilla de maldad), en la que Glenn Ford interpretaba a un idealista profesor de instituto, hizo de Rock Around the Clock el tema musical central. El director la eligió después de escuchar un montón de discos del hijo de Ford. El año siguiente, en The girl can't help it (Una rubia en la cumbre), de Frank Tashlin, en medio de la comedia, y ajenos a la trama principal, aparecen cantando como ellos mismos Fats Domino, Gene Vincent, Little Richard y los Platters. Ese año apareció Rock Around the Clock, que protagonizaba Bill Haley con sus Comets y los Platters, que dirigió Fred F. Sears. Al tiempo, triunfaban las películas de Elvis Presley como Jailhouse Rock; King Creole y Loving You. Eran historias más o menos tópicas, con el rock and roll de fondo, pero como podía haber sido otro género musical. Los hippies y sus conciertos quedaron registrados en numerosos documentales de los años sesenta y setenta. Woodstock, Monterrey Pop, Message to Love, The Isle of Wight Festival o Concierto para Bangladesh quedaron ahí como memoria excepcional de una época. Para entonces, también los Beatles habían triunfado con Qué noche la de aquel día y Help y Jimmy Page, los Yardbirds y Jeff Beck hacían un cameo en Blow Up de Antonioni.
La llegada del vídeo y el videoclip no mató al cine, pero le dejó paralítico, el rock encontró su forma de darle imágenes de sus ídolos a los jóvenes y se alejó del cine. Sin embargo, en los últimos tiempos el interés del cine por el mundo del rock se ha acentuado, cualquier artista graba en cine o vídeo sus conciertos y proliferan los biopic sobre estrellas de la música y los rockumentales, neologismo para un género que se extiende en el ámbito musical.
Cine y rock se alimentan mutuamente pero también luchan por el mismo trozo de pastel, compiten por los mismos consumidores en mercados, el del arte y el ocio, muy próximos. La explicación reside en los nuevos soportes audiovisuales, en la presencia gratis de todos los productos en la red y en las nuevas formas de ver y escuchar cine y música, que poco a poco desaparece como acto colectivo. Su fragilidad ante los nuevos consumidores los condena a entenderse, a seguir estrategias comunes.
En esa reciente avalancha varios títulos reclaman un hueco en las carteleras y si no lo tienen, el DVD les espera, aunque todos esos títulos ya viajan por la red. Entre ellos: Patti Smith: Dream of Life, un recorrido por la trayectoria artística de la multifacética cantante, por el que fue premiado su director, Steven Sebrig, en Sundance. Neil Young ha dirigido su propio documental CSNY. Déjà vu, donde la música de Crosby, Stills, Nash and Young sirve de pretexto para denunciar la guerra de Irak, que para él tiene ecos de otra guerra, la de Vietnam. En Berlin Julian Schnabel ha sido muy respetuoso con Lou Reed y sólo coloca las cámaras con sentido común, para registrar el concierto en el que el cantante rememora aquel que le hizo famoso en 1973, donde sus diez canciones hablaban del hundimiento de su matrimonio a través de la historia de dos drogadictos norteamericanos que viven en Berlín. El fotógrafo Anton Corbijn ha realizado Control, un hermoso retrato en blanco y negro de Ian Curtis, el líder de Joy Division, y del crepúsculo del punk, aunque Corbijn prefiere hablar de una historia de amor que termina mal. En I'm not there Todd Haynes ofrece su particular biografía de Bob Dylan a partir de seis personalidades que interpretan, entre otros, Richard Gere, Christian Bale, Heath Ledger o la actriz Cate Blanchett. Destaca su banda sonora con versiones de temas de Dylan interpretados por una treintena de artistas.
Fernando Trueba, uno de los directores españoles que más se ha acercado al mundo de la música -Hasta que el cuerpo aguante; Calle 54; El milagro de Candeal; Blanco y negro-, aunque no tanto al rock, reconoce que no es fácil para un director alcanzar con sus imágenes la fuerza y el poder del sudor de un concierto, pero cree que a veces lo supera: "Sobre todo si tenemos en cuenta los mil inconvenientes del directo, para el espectador común, que no es amigo del artista. En el directo a veces se ve mal, se oye mal, es incómodo, el músico no está en un buen día, o el espectador".
Dice Trueba que a un director a la hora de enfrentarse con este tipo de películas no le basta con tener criterio para colocar las cámaras, "hay que amar la música, dejarse llevar por ella, recrearla cinematográficamente, transmitir la emoción al espectador, dominar la técnica, pero también tener un concepto sonoro, son muchas teclas".
La complicidad entre músicos y director parece innegociable, como reconoce, por ejemplo, Julien Temple, que tiene en cartel el documental sobre el líder de The Clash, Joe Strummer, vida y muerte de un cantante. "Ha sido una forma de aceptar la muerte del amigo, como una ceremonia de despedida. Aunque también me parece importante que los jóvenes conozcan lo que fue Joe y el punk", señala Temple.
Y amigos eran Scorsese y Robbie Robertson, el líder de The Band, que compartieron durante varios meses mansión y drogas. Pero no siempre es una relación fácil para el director, aunque no más que con los actores. "Hay músicos difíciles y actores difíciles, pero con esos no hay que trabajar. Es importante la complicidad con el músico, pero sobre todo con la música", añade Trueba.
Y ésa, según cuenta Peter Biskind, que recoge las palabras del productor Don Simpson, en Moteros tranquilos, toros salvajes (Anagrama), a Scorsese le sobraba: "Podía pasarse días enteros despierto hablando de cine y de música, más de música que de cine. Tenía el rock metido en la cabeza, se sabía todas las letras, todos los títulos. Y comprendía que la música era un componente fundamental del espíritu de la época".

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