Maharajás, el fin de las Mil y una Noches/MAHA AKHTAR
Publicado en El País Semanal, 14/06/2009;
Primero fueron temidos y reverenciados, después demostraron su poder haciendo alarde de sus inmensas riquezas, ahora viven como ciudadanos de a pie. Una nieta del maharajá de Kapurthala repasa su historia.
Recientemente, descubrí por casualidad un secreto de familia. Soy la nieta de un maharajá. Mi abuelo era Jagatjit Singh, maharajá de Kapurthala, un maravilloso estado del norte de la India, en la provincia de Punjab.
Poco después de ese descubrimiento, mucha gente me preguntaba sobre la herencia, sobre las riquezas recién descubiertas y sobre si me mudaría a un palacio. Reconozco que estoy contenta de continuar viviendo en el pequeño apartamento de Nueva York en el que siempre he vivido. Pero me siento muy afortunada por haber conocido a los Kapurthala: Arun, Martand, Nina, Hanud, Devaki, Sukhjit y Tikka Singh. Todos ellos me han hecho sentir como si siempre hubiéramos sido una familia. Con respecto a la herencia, ahora tengo la prueba innegable y científica de que me puedo sentir orgullosa de tener lazos familiares con un ilustre y pintoresco maharajá y sus antepasados.
Nunca conocí a Jagatjit Singh. Pero me hubiera encantado. Murió en 1949, dos años después de la independencia de la India. Fue el tercer príncipe más rico de la India y su vida fue la de un maharajá: lujosa y fastuosa. Cuando por primera me puse a leer sobre su vida, me preguntaba si realmente la gente vivía de esa manera. Sí que lo hacían.
En otro tiempo, los maharajás de la India fueron la más alta autoridad en la Tierra y gobernaban teniendo el poder sobre la vida y la muerte de sus súbditos. De manera indiscutible e incuestionable, eran los soberanos absolutos de los Estados del Indostán, disfrutaban de tremendos privilegios, de incalculables riquezas, estatus, y, sobre todo, eran admirados, reverenciados, temidos y algunas veces despreciados por sus súbditos. Bajo el patrocinio de los maharajás, la India se convirtió en una de las grandes civilizaciones del mundo, rica en historia, arte, cultura, misticismo y espiritualidad.
Creyéndose “divinos”, hacían gala de una demostración extravagante de tesoros y posesiones que les hacía vivir en un mundo aparte. Todo, desde la pastilla de jabón más pequeña hasta los grandiosos palacios de mármol…todo era “hecho para el maharajá”. Vivían de la tierra y de las inmensas fortunas familiares amasadas durante generaciones a costa de sus súbditos. Se cuenta que sus palacios atesoraban piedras preciosas, carísimas alfombras, delicada porcelana, piezas de jade verde transparente, collares de perlas de incalculable valor, ámbar rojo, rubíes y esmeraldas del tamaño de huevos de paloma, lingotes de oro y plata y cantidades de marfil.
Algunas de esas joyas pertenecían a la época de los mogoles, quienes las habían regalado a sus favoritas. Cuando los británicos triunfaron sobre los mogoles imponiendo el poder imperial en la India, muchos de los maharajás pactaron en secreto con los británicos. Los que mantuvieron la confianza de los ingleses continuaron desempeñando su poder, incluido el derecho a condenar a muerte a un súbdito culpable, pero a medida que el nuevo Gobierno indo-británico, que surgió a partir de la Compañía de las Indias Orientales, se afianzaba, los maharajás se convertían en subcontratistas con mero poder nominal.
En 1858 el Gobierno indo-británico fue disuelto y la reina Victoria se convirtió en emperatriz de la India. Fue el comienzo del Imperio Británico. Los británicos continuaron anexionando Estados reales y reduciendo el poder de los maharajás. Sintiéndose impotentes en su propio país, intentaron conquistar Occidente con sus riquezas, y la extravagancia se convirtió en una forma de declarar su propia autoestima.
Fue entonces cuando los maharajás construyeron algunos de los palacios más espectaculares de la India, decorándolos con lo mejor de cada lugar. Cartier para las joyas, Louis Vuitton para los artículos de piel y Rolls Royce para los coches, se convirtieron en los proveedores reales favoritos. Sólo comían en vajillas de porcelana de Royal Worcester o Minton y bebían únicamente en cristalerías de Lalique o Baccarat.
Los maharajás fueron también famosos por la ostentación de sus joyas. Las alhajas que Jagatjit Singh encargó a Cartier, por ejemplo, son legendarias. Y nada mejor que los rubíes, las esmeraldas o los brillantes del tamaño de huevos para describir a un maharajá. Otros maharajás también adoraban las joyas que encargaban a las casas más importantes como Cartier, Boucheron, Van Cleef and Arpels y Harry Winston. Pero fue un amigo de Jagatjit Singh, Bhupinder Singh, maharajá de Patiala, quien le hizo la competencia como mejor cliente de las joyerías más exquisitas. Cartier le diseñó el famoso collar Patiala de cinco vueltas con 2.390 brillantes y un brillante perfecto que colgaba del centro de De Beers de 234,65 quilates.
Los coches fueron otra de las obsesiones reales. Todos coleccionaban coches extravagantes, sobre todo Rolls Royce. El maharajá de Mysore, por ejemplo, tenía una flota de 24 Bentleys y Rolls Royce, todos con prestaciones especiales. El nizam de Hyderabad, por aquel entonces uno de los hombres más ricos del mundo, encargó un coche con el asiento trasero más alto porque consideraba que no podía estar a la misma altura que su chófer. Quizá el nizam debería haber hablado con el maharajá de Udaipur, que, sencillamente, le pidió a su secretaria que se sentara en el suelo del coche.
Jagatjit Singh tenía su propio tren para hacer viajes desde Kapurthala a Delhi, a Bombay y a otros lugares de forma más sencilla y confortable. El maharajá de Baroda también encargó un tren a Royal Locomotives de Inglaterra. En este caso, un tren en miniatura que regaló a su hijo pequeño el día de su quinto cumpleaños. No le gustaba que el niño pisara el suelo cuando caminaba desde el palacio hasta el colegio real.
El maharajá de Kapurthala era un hombre culto que hablaba seis lenguas y a quien entusiasmaba la historia. También era un francófilo declarado que sentía fascinación por todo lo francés desde la literatura hasta el arte, la comida, la moda, las mujeres y la arquitectura. De alguna manera intentó imbuir Kapurthala de la joie de vivre parisina. Por ejemplo, contrató a algunos de los mejores arquitectos franceses para que construyeran una réplica de Versalles. Incluso el personal de palacio debía vestir con los uniformes franceses del siglo XVII, incluidas las pelucas blancas.
Pero a pesar de su idiosincrasia, Jagatjit Singh fue, junto con el maharajá de Mysore y el de Baroda, uno de los pocos gobernantes inteligentes que promovieron la cultura y la educación mediante la construcción de colegios. Remodelaron las infraestructuras estatales y las obras de riego y mejoraron los servicios municipales de las ciudades y los pueblos, prestando especial atención a la educación, la asistencia sanitaria y los servicios médicos. Además promovió un ambiente religioso de tolerancia mediante la construcción de iglesias y mezquitas. Los otros 600 príncipes indios se dedicaron a construir palacios, a coleccionar Bentleys, a comprar collares de brillantes, a jugar al polo y al críquet y a cazar hasta casi extinguir los tigres de la India.
En 1947 la India consiguió su independencia, y una de las primeras cosas que hizo Jawahrlal Nehru fue pedir a los maharajás que entregaran sus Estados para unirlos a una sola India. Pese a la negativa de algunos, se alcanzó un acuerdo. A cambio mantendrían sus privilegios y la Constitución les garantizaría unos ingresos bautizados privy purse. En 1971, Indira Gandhi aprobó una enmienda a la Constitución que despojó a los maharajás de los privy purse y de sus derechos a utilizar sus títulos. Los maharajás del Indostán dejaron de existir ante la ley de la India.
Los palacios y las propiedades de Jagatjit Singh en Kapurthala fueron devueltos al Gobierno. Hoy día, el palacio de Jagatjit es un colegio. Solamente sigue siendo propiedad de la familia Kapurthala el Chateau Mussoorie, un edificio que Jagatjit Singh mandó construir en 1896 en Mussoorie, en las faldas del Himalaya, y que se encuentra en muy malas condiciones de conservación.
El actual maharajá de Kapurthala es Sukhjit Singh, nieto de Jagatjit Singh, que se convirtió en maharajá en 1955. Es mi primer primo. Después de la independencia, Sukhjit Singh se alistó en el ejército indio, donde llegó a ser uno de los generales de más alto rango y más condecorados por sus servicios en las guerras con Pakistán. Otros dos de mis primos, Arun y Martand, se han inclinado por la política y la cultura y viven en Delhi. Arun Singh fue ministro de Defensa de la India en el Gobierno de Rajiv Gandhi; y Martand Singh es un reconocido estudiante de sánscrito, de arte y arquitectura hindúes, así como un experto en tejidos, que actualmente es miembro del Consejo de Administración del Museo Metropolitano de Nueva York y del Victoria y Albert de Londres.
Los maharajás de Kapurthala entregaron sus propiedades reales al Gobierno indio, pero otros como el de Rajasthan, el de Udaipur, el de Jaipur y el de Jodhpur negociaron más hábilmente y consiguieron convertir sus palacios en hoteles de cinco estrellas asociándose con grupos hoteleros como Oberoi o Taj.
En cualquier caso, los maharajás son aún respetados hoy en día. Muchas personas, cuando les ven, se inclinan ante ellos para tocar sus pies, siguiendo una costumbre tradicional que recuerda una institución que perduró durante 6.000 años y vivió momentos de gran apogeo. La generación actual de esta dinastía principesca está redefiniendo el papel que quiere desempeñar en la sociedad en la que vivieron sus antepasados durante cientos de años. Tikka Shatrujit Singh, mi sobrino y heredero del legado de Kapurthala, cree que “tenemos que formar parte de una comunidad en la que hemos vivido durante generaciones y ayudarla, pero ya no podemos imponernos sobre los demás porque la gente nunca lo aceptaría. Ahora la India les pertenece. Existe un vínculo importante entre los maharajás y los ciudadanos. La gente confía en ese vínculo. Quizá más de lo que confían en los políticos”.
Algunos empresarios millonarios como Mukesh Ambani y Laxmi Mittal son conocidos en la India como los nuevos maharajás. Pertenecen a una nueva dinastía, una élite poderosa que controla los conglomerados de empresas más importantes del subcontinente como la gigantesca petroquímica Reliance, el Aditya Birla Group, el Thapar Empire y el Hinduja Group. Nuevas fortunas amasadas por ellos mismos y no heredadas.
Sería interesante saber si esta nueva casta de maharajás perdurará como lo hicieron las anteriores. Antiguamente su poder se basaba en controlar la tierra; hoy controlan la infraestructura económica de la India. ¿Hay alguna diferencia?
Traducción de Virginia Solans.
Recientemente, descubrí por casualidad un secreto de familia. Soy la nieta de un maharajá. Mi abuelo era Jagatjit Singh, maharajá de Kapurthala, un maravilloso estado del norte de la India, en la provincia de Punjab.
Poco después de ese descubrimiento, mucha gente me preguntaba sobre la herencia, sobre las riquezas recién descubiertas y sobre si me mudaría a un palacio. Reconozco que estoy contenta de continuar viviendo en el pequeño apartamento de Nueva York en el que siempre he vivido. Pero me siento muy afortunada por haber conocido a los Kapurthala: Arun, Martand, Nina, Hanud, Devaki, Sukhjit y Tikka Singh. Todos ellos me han hecho sentir como si siempre hubiéramos sido una familia. Con respecto a la herencia, ahora tengo la prueba innegable y científica de que me puedo sentir orgullosa de tener lazos familiares con un ilustre y pintoresco maharajá y sus antepasados.
Nunca conocí a Jagatjit Singh. Pero me hubiera encantado. Murió en 1949, dos años después de la independencia de la India. Fue el tercer príncipe más rico de la India y su vida fue la de un maharajá: lujosa y fastuosa. Cuando por primera me puse a leer sobre su vida, me preguntaba si realmente la gente vivía de esa manera. Sí que lo hacían.
En otro tiempo, los maharajás de la India fueron la más alta autoridad en la Tierra y gobernaban teniendo el poder sobre la vida y la muerte de sus súbditos. De manera indiscutible e incuestionable, eran los soberanos absolutos de los Estados del Indostán, disfrutaban de tremendos privilegios, de incalculables riquezas, estatus, y, sobre todo, eran admirados, reverenciados, temidos y algunas veces despreciados por sus súbditos. Bajo el patrocinio de los maharajás, la India se convirtió en una de las grandes civilizaciones del mundo, rica en historia, arte, cultura, misticismo y espiritualidad.
Creyéndose “divinos”, hacían gala de una demostración extravagante de tesoros y posesiones que les hacía vivir en un mundo aparte. Todo, desde la pastilla de jabón más pequeña hasta los grandiosos palacios de mármol…todo era “hecho para el maharajá”. Vivían de la tierra y de las inmensas fortunas familiares amasadas durante generaciones a costa de sus súbditos. Se cuenta que sus palacios atesoraban piedras preciosas, carísimas alfombras, delicada porcelana, piezas de jade verde transparente, collares de perlas de incalculable valor, ámbar rojo, rubíes y esmeraldas del tamaño de huevos de paloma, lingotes de oro y plata y cantidades de marfil.
Algunas de esas joyas pertenecían a la época de los mogoles, quienes las habían regalado a sus favoritas. Cuando los británicos triunfaron sobre los mogoles imponiendo el poder imperial en la India, muchos de los maharajás pactaron en secreto con los británicos. Los que mantuvieron la confianza de los ingleses continuaron desempeñando su poder, incluido el derecho a condenar a muerte a un súbdito culpable, pero a medida que el nuevo Gobierno indo-británico, que surgió a partir de la Compañía de las Indias Orientales, se afianzaba, los maharajás se convertían en subcontratistas con mero poder nominal.
En 1858 el Gobierno indo-británico fue disuelto y la reina Victoria se convirtió en emperatriz de la India. Fue el comienzo del Imperio Británico. Los británicos continuaron anexionando Estados reales y reduciendo el poder de los maharajás. Sintiéndose impotentes en su propio país, intentaron conquistar Occidente con sus riquezas, y la extravagancia se convirtió en una forma de declarar su propia autoestima.
Fue entonces cuando los maharajás construyeron algunos de los palacios más espectaculares de la India, decorándolos con lo mejor de cada lugar. Cartier para las joyas, Louis Vuitton para los artículos de piel y Rolls Royce para los coches, se convirtieron en los proveedores reales favoritos. Sólo comían en vajillas de porcelana de Royal Worcester o Minton y bebían únicamente en cristalerías de Lalique o Baccarat.
Los maharajás fueron también famosos por la ostentación de sus joyas. Las alhajas que Jagatjit Singh encargó a Cartier, por ejemplo, son legendarias. Y nada mejor que los rubíes, las esmeraldas o los brillantes del tamaño de huevos para describir a un maharajá. Otros maharajás también adoraban las joyas que encargaban a las casas más importantes como Cartier, Boucheron, Van Cleef and Arpels y Harry Winston. Pero fue un amigo de Jagatjit Singh, Bhupinder Singh, maharajá de Patiala, quien le hizo la competencia como mejor cliente de las joyerías más exquisitas. Cartier le diseñó el famoso collar Patiala de cinco vueltas con 2.390 brillantes y un brillante perfecto que colgaba del centro de De Beers de 234,65 quilates.
Los coches fueron otra de las obsesiones reales. Todos coleccionaban coches extravagantes, sobre todo Rolls Royce. El maharajá de Mysore, por ejemplo, tenía una flota de 24 Bentleys y Rolls Royce, todos con prestaciones especiales. El nizam de Hyderabad, por aquel entonces uno de los hombres más ricos del mundo, encargó un coche con el asiento trasero más alto porque consideraba que no podía estar a la misma altura que su chófer. Quizá el nizam debería haber hablado con el maharajá de Udaipur, que, sencillamente, le pidió a su secretaria que se sentara en el suelo del coche.
Jagatjit Singh tenía su propio tren para hacer viajes desde Kapurthala a Delhi, a Bombay y a otros lugares de forma más sencilla y confortable. El maharajá de Baroda también encargó un tren a Royal Locomotives de Inglaterra. En este caso, un tren en miniatura que regaló a su hijo pequeño el día de su quinto cumpleaños. No le gustaba que el niño pisara el suelo cuando caminaba desde el palacio hasta el colegio real.
El maharajá de Kapurthala era un hombre culto que hablaba seis lenguas y a quien entusiasmaba la historia. También era un francófilo declarado que sentía fascinación por todo lo francés desde la literatura hasta el arte, la comida, la moda, las mujeres y la arquitectura. De alguna manera intentó imbuir Kapurthala de la joie de vivre parisina. Por ejemplo, contrató a algunos de los mejores arquitectos franceses para que construyeran una réplica de Versalles. Incluso el personal de palacio debía vestir con los uniformes franceses del siglo XVII, incluidas las pelucas blancas.
Pero a pesar de su idiosincrasia, Jagatjit Singh fue, junto con el maharajá de Mysore y el de Baroda, uno de los pocos gobernantes inteligentes que promovieron la cultura y la educación mediante la construcción de colegios. Remodelaron las infraestructuras estatales y las obras de riego y mejoraron los servicios municipales de las ciudades y los pueblos, prestando especial atención a la educación, la asistencia sanitaria y los servicios médicos. Además promovió un ambiente religioso de tolerancia mediante la construcción de iglesias y mezquitas. Los otros 600 príncipes indios se dedicaron a construir palacios, a coleccionar Bentleys, a comprar collares de brillantes, a jugar al polo y al críquet y a cazar hasta casi extinguir los tigres de la India.
En 1947 la India consiguió su independencia, y una de las primeras cosas que hizo Jawahrlal Nehru fue pedir a los maharajás que entregaran sus Estados para unirlos a una sola India. Pese a la negativa de algunos, se alcanzó un acuerdo. A cambio mantendrían sus privilegios y la Constitución les garantizaría unos ingresos bautizados privy purse. En 1971, Indira Gandhi aprobó una enmienda a la Constitución que despojó a los maharajás de los privy purse y de sus derechos a utilizar sus títulos. Los maharajás del Indostán dejaron de existir ante la ley de la India.
Los palacios y las propiedades de Jagatjit Singh en Kapurthala fueron devueltos al Gobierno. Hoy día, el palacio de Jagatjit es un colegio. Solamente sigue siendo propiedad de la familia Kapurthala el Chateau Mussoorie, un edificio que Jagatjit Singh mandó construir en 1896 en Mussoorie, en las faldas del Himalaya, y que se encuentra en muy malas condiciones de conservación.
El actual maharajá de Kapurthala es Sukhjit Singh, nieto de Jagatjit Singh, que se convirtió en maharajá en 1955. Es mi primer primo. Después de la independencia, Sukhjit Singh se alistó en el ejército indio, donde llegó a ser uno de los generales de más alto rango y más condecorados por sus servicios en las guerras con Pakistán. Otros dos de mis primos, Arun y Martand, se han inclinado por la política y la cultura y viven en Delhi. Arun Singh fue ministro de Defensa de la India en el Gobierno de Rajiv Gandhi; y Martand Singh es un reconocido estudiante de sánscrito, de arte y arquitectura hindúes, así como un experto en tejidos, que actualmente es miembro del Consejo de Administración del Museo Metropolitano de Nueva York y del Victoria y Albert de Londres.
Los maharajás de Kapurthala entregaron sus propiedades reales al Gobierno indio, pero otros como el de Rajasthan, el de Udaipur, el de Jaipur y el de Jodhpur negociaron más hábilmente y consiguieron convertir sus palacios en hoteles de cinco estrellas asociándose con grupos hoteleros como Oberoi o Taj.
En cualquier caso, los maharajás son aún respetados hoy en día. Muchas personas, cuando les ven, se inclinan ante ellos para tocar sus pies, siguiendo una costumbre tradicional que recuerda una institución que perduró durante 6.000 años y vivió momentos de gran apogeo. La generación actual de esta dinastía principesca está redefiniendo el papel que quiere desempeñar en la sociedad en la que vivieron sus antepasados durante cientos de años. Tikka Shatrujit Singh, mi sobrino y heredero del legado de Kapurthala, cree que “tenemos que formar parte de una comunidad en la que hemos vivido durante generaciones y ayudarla, pero ya no podemos imponernos sobre los demás porque la gente nunca lo aceptaría. Ahora la India les pertenece. Existe un vínculo importante entre los maharajás y los ciudadanos. La gente confía en ese vínculo. Quizá más de lo que confían en los políticos”.
Algunos empresarios millonarios como Mukesh Ambani y Laxmi Mittal son conocidos en la India como los nuevos maharajás. Pertenecen a una nueva dinastía, una élite poderosa que controla los conglomerados de empresas más importantes del subcontinente como la gigantesca petroquímica Reliance, el Aditya Birla Group, el Thapar Empire y el Hinduja Group. Nuevas fortunas amasadas por ellos mismos y no heredadas.
Sería interesante saber si esta nueva casta de maharajás perdurará como lo hicieron las anteriores. Antiguamente su poder se basaba en controlar la tierra; hoy controlan la infraestructura económica de la India. ¿Hay alguna diferencia?
Traducción de Virginia Solans.
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