Columna PLAZA PÚBLICA / PAN: batallas, adversidades, aflicción
Calderón es indisputablemente el jefe de su partido. La elección de ayer, sin embargo, no se definió con un simplón a favor o en contra del Ejecutivo, sino que estuvieron presentes factores coyunturales
Reforma, 23 mayo 2010.- Al cumplirse una semana de la desa parición de Diego Fernández de Cevallos, se reunió ayer la asamblea nacional panista, principal órgano de gobierno de ese partido. Miembro de esa reunión permanentemente, aun cuando no asistía estaba presente, así es la fuerza de su influencia en el partido que en 1994 lo postuló candidato a la Presidencia de la República. Ese género de presencia se intensificó ayer, aunque no puede saberse a la hora de escribir estas notas de qué manera se tradujo en concretos resultados políticos. Es que el principal cometido de la asamblea es elegir a los miembros del consejo nacional. Por la importancia de este órgano -que en diciembre, por ejemplo, elegirá al presidente partidario que encabezará el proceso de selección del candidato presidencial en 2012- era previsible que ayer se produjeran algunas de las batallas que en su interior y hacia fuera libra el partido que ha ganado gobiernos sin necesariamente alcanzar el poder.
Con mayor margen de control puertas adentro que en su relación con otros partidos y otros poderes, institucionales o fácticos, el presidente Calderón se propuso moldear el consejo nacional conforme a su visión y sus intereses. Comenzó por influir en la elección de delegados, que entre 10 mil y 13 mil representaron a todo el país. Contó para ese fin, según denuncian sus adversarios, con las delegaciones del gobierno federal en las entidades, que proveen empleos para su función y reclutan calderonistas. Sus votos fueron determinantes a la hora de elegir consejeros.
Durante décadas, tanto como el comité ejecutivo, el consejo nacional era espacio sin conflicto. Aunque no hubiera uniformidad de pensamiento, las eventuales diferencias se resolvían mediante argumentos de autoridad. El partido era poco numeroso y, salvo unos cuantos ayuntamientos y un puñado de diputaciones, carecía de poder, ejercía un papel testimonial que no propiciaba enfrentamientos. El dilema más hondo a resolver era si se participaba o no en las elecciones y ése era, en consecuencia, el motivo mayor de disenso.
Hoy es diferente. Circulan en el consejo nacional, como en el partido mismo, corrientes que no se atreven a llamarse así (acaso como exorcismo para que las del PRD no contaminen su estructura y su modo de discusión). Pero son activas y disputan cada milímetro de los órganos de decisión.
Calderón pertenece a la mayor, más antigua y más necesitada de controlar la situación. No puede permitirse fragilidad en ese territorio, cuando ya la padece en la contienda exterior, como se aprecia en estos días. Con su grupo cercano, el presidente de la República -que por haberlo sido también del partido conoce sus vericuetos- busca resolver para sí las coyunturas relevantes, como la de ayer, en que fueron elegidos nuevos consejeros.
La estructura lo favorece, aunque deja resquicios a los opositores o disidentes para no perder espacios. Pero cuando se pase en limpio el resultado de ayer, que por razones técnicas no podemos esperar para puntualmente considerarlo en este análisis, se verá que a pesar de todo (expresión que incluye el nombramiento de César Nava) Calderón es indisputablemente el jefe de su partido. La elección de ayer, sin embargo, no se definió con un simplón a favor o en contra del Ejecutivo, sino que estuvieron presentes factores coyunturales que aproximan o distancian a los panistas en los estados. Un tema propicio para ello fue el de las coaliciones, decididas en el comité nacional -que también nombró a dedo a varias y varios candidatos a gobernador- y que generaron desde simples incomodidades hasta verdaderas fracturas.
Protagonista solitario por décadas, en medio de un entorno de fingimiento partidario que provocaba desconfianza, el PAN ha sido reacio a las alianzas. En este año venció su renuencia, ante 12 procesos electorales, pero suscitó nuevas diferencias. Nava y Beatriz Paredes, líderes de sus partidos, con la asistencia de Fernando Gómez Mont, que aún se reconocía miembro del partido de su padre, firmaron un acuerdo antialiancista en beneficio del PRI en general y de Peña Nieto en particular. No volveremos sobre los pormenores de ese momento. Baste recordar que la médula del asunto estribó en impedir que el PAN y el PRD se dispusieran a actuar conjuntamente en la elección local mexi quense de cuyo resul- tado depende en amplia medida el progreso de Peña Nieto.
Un cambio de las señales emitidas por Calderón rompió la alianza antialiancista del PAN y el PRI, y en sentido contrario Acción Nacional se convirtió en promotor de coaliciones o les puso buena cara. La operación, sin embargo, no se anuncia exitosa en su conjunto, o lo será sólo en pocos casos y sin embargo ha generado a Nava, y a Calderón, altos costos dentro del partido. Dejando de lado la especiosa argumentación ideológica que denuncia las alianzas como uniones contra natura, en términos prácticos ofrecerán magras ganancias al PAN, pues los candidatos de coaliciones que pueden ganar no pertenecen al partido. Es el caso de Gabino Cué, en Oaxaca, o Mario López Valdez, en Sinaloa. Si logra apoyo ciudadano para vencer el cerco informativo y el terrorismo electoral que se le asesta, Xóchitl Gálvez ganará en Hidalgo, pero los más renuentes no sentirán su victoria como propia, porque no tiene credencial blanquiazul aunque sirviera eficazmente a Fox en una oficina de tan alto relieve que en el comienzo de esta administración la encabezó nada menos que el patriarca Luis H. Álvarez. En Puebla, Rafael Moreno Valle se afilió al PAN pero tiene modos del PRI al que pertenece por estir- pe, y se entiende mejor con el Panal -es decir con Elba Esther Gordillo- que con la dirección local de su propio partido. Es remoto que alguna o alguno de los panistas que van solos a las elecciones tenga alto rendimiento como para conservar o conquistar gubernaturas.
Las vicisitudes electorales, objeto de debate y acaso de disensión en la asamblea nacional, surgen no sólo de la aplicación de un patrón heredado del ayer, como en Yucatán, sino que tienen una letal variante contemporánea en que la vida está de por medio. En Mérida, la autoridad electoral validó el jueves la recuperación del ayuntamiento por el PRI, después de perderlo sistemáticamente desde 1990. Beatriz Zavala acudirá a los tribunales para mostrar la verdadera naturaleza del triunfo priista. Pero los panistas yucatecos, al margen de su esfuerzo por no rendirse, deberán hacer examen de conciencia para determinar cuáles yerros, cometidos cuándo y por quiénes, alejaron de su plataforma a los votantes.
Si bien el asesinato de José Mario Guajardo Varela -y el de su hijo y un empleado de su negocio- ha sido ya superado políticamente porque una valiente tomó la estafeta y otra arribó como candidata a diputada, subsiste el problema de fondo, pues la campaña de los opositores -que no la del PRI, que se mueve como pez en el agua- quedó ya tocada, y disminuida, por la parálisis provocada por el miedo.
En grado mayor ese efecto cunde a lo largo y lo ancho del panismo ante la enigmática suerte de Fernández de Cevallos. A la mayor parte de los ciudadanos albiazules no se les escapará que, amén de la circunstancia particular en que ocurre la desaparición del ex candidato presidencial, su infortunio se gestó en la ineficaz estrategia de combate a la violencia puesta en práctica por su militante más eminente.
Aunque Calderón proclamó varias veces ya el lazo amistoso que lo une con El Jefe, los más eminentes dieguistas no lo creen y se aprestaron a cumplir su papel institucional y el que el deber y la amistad, así como los intereses, les ordenan asumir. En menor medida que el propio Fernández de Cevallos, el secretario de Gobernación, el procurador general de la República y quien lo fuera bajo el presidente Zedillo, Antonio Lozano Gracia, vocero de la familia acaso por decisión propia, practicaron o ejercen aún su oficio de abogados con base en su poder político. Parecen resueltos a que eso siga ocurriendo, una vez superada la actual adversidad y curada la aflicción que causa. Impidieron que una iniciativa de ley de incompatibilidades fuera aprobada en 2006. La impulsó Luisa María Calderón, hermana del hoy Presidente, quien si bien no se adhirió a la moción tampoco se deslindó de ella.
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