18 may 2010

Maris Jansons

ENTREVISTA: ENTREVISTA Maris Jansons
"La armonía ha tomado un mal camino"
JESÚS RUIZ MANTILLA
El País Semanal, 16/05/2010;
Lidera dos de las grandes orquestas del mundo. Nació en el gueto judío de Riga y estuvo a punto de morir en el podio de un infarto. Es, para muchos, uno de los mejores directores del momento.
La música puede ser una bala en el corazón. Mariss Jansons (Riga, Letonia, 1943) lo sabe bien. En 1996, cuando dirigía La bohème en Oslo, al final de la ópera de Puccini le sorprendió un ataque cardiaco que casi lo fulmina. Perdió el conocimiento, pero no el ritmo. Los músicos de la orquesta aseguran que seguía dirigiendo mientras la muerte le acechaba por dentro como un cocodrilo, "como una máquina que me atravesaba el cuerpo de extremo a extremo", ha recordado él.
Hoy ha sobrevivido a eso y a más. También a un pasado de persecución desde la cuna. Su madre, judía, logró que Jansons viniera al mundo en el gueto de Riga a escondidas. Era necesario echar a andar la estirpe. Mariss es hijo de Arvid Jansons, otro director legendario, de quien aprendió todo lo que tiene que ver con su oficio siguiéndole los pasos teatro a teatro. Para lo bueno y para lo malo. El pequeño Jansons lo hizo desde que pudo discernir las notas hasta que un también ataque apartó a su progenitor de la música mientras dirigía en Manchester. ¿El destino? ¿Una maldición? "Nada de lo que se pueda culpar a la música", dice Jansons.
Ahora él se ha convertido en un director de referencia. Quizá no para el gran público. Pero sí para sus colegas y los entendidos, o revistas como Le monde de la musique, que le ha destacado como el número uno. Exquisito y equilibrado; meticuloso y apasionado en repertorios de exceso, desde los rusos hasta los centroeuropeos, de Shostakóvich a Mahler y de Beethoven a Chaikovski. Amante y nostálgico de la ópera, que ya no dirige para no abotargarse de trabajo, el maestro es uno de esos escasos músicos a los que acuden los grandes en busca de consejo.

Su carrera de fondo se desarrolló en Leningrado, hoy San Petersburgo, en plena época de la Unión Soviética. También fue asistente de Herbert von Karajan en Salzburgo, aunque fue en un tiempo en que todavía costaba brillar en Occidente cuando uno trabajaba para el emperador. Al abrirse las puertas de su país tras el fin de la guerra fría, Europa y América quedaron permeabilizados por el genio ruso que el comunismo había escatimado a la normalidad durante décadas. Ese fue el momento en que Jansons se impuso como uno de esos directores diferentes y se fue abriendo paso como una de las figuras fundamentales de la interpretación musical. Hoy lidera dos de las orquestas más importantes del mundo: la Concertgebouw de Ámsterdam y la Sinfónica de la Radio de Baviera, en Múnich. En una sustituyó a Riccardo Chailly, y en la otra, a Lorin Maazel.
Hace tiempo hablamos de la decadencia de la sinfonía como forma musical, pero quien le escuche a usted dirigiendo la 'Tercera' de Mahler pensará que eso es un cuento. Yo creo que la sinfonía, como forma de arte, no morirá nunca. Tomará otros caminos, se desarrollará más o menos, pero como forma musical es tan fuerte, tan sólida, que no puede desaparecer. Quizá se acortará, disminuirá. Ya no se construirá a la manera de Mahler, aunque lo que él aportó era inabarcable, continúa siéndolo. Su genio no podía contenerse en la extensión de sus sinfonías, que son tan largas, siempre daba respuestas para todo a nuevas dudas. Es difícil predecir ahora adónde se dirigirá la sinfonía como tal, pero, como la ópera, tampoco morirá.
Lo que ocurre después de Gustav Mahler es que raramente se ha alcanzado la genialidad en ese género tras su legado. Creo que después de él, con las sinfonías, podemos equiparar a Shostakóvich. Pero nada más. De todas formas, hay algo que me preocupa en la relación entre el mundo y el arte mucho más que esa decadencia de la sinfonía.
-¿Qué es? La armonía ha tomado un mal camino, una senda incorrecta, y eso afecta a la música y a la vida. Hay un desequilibrio material frente a lo espiritual.
¿Qué quiere decir? Que pensamos en lo concreto, en lo previsible, en el corto plazo, y eso afecta a la música, aunque ésta comprenda una parte pequeña de nuestra dimensión espiritual. Pero es importante, porque tiene que ver con la armonía. La música existirá siempre, es el lenguaje del alma, pero perderá influencia en la sociedad.
¿Ni siquiera tendrá un papel para expresar la rabia, además de la armonía? Hombre, puede ser un vehículo para expresar la tensión, el estrés, el conflicto. Pero es precisamente la captación de la armonía la que me preocupa. Así como en el progreso técnico, científico, estamos avanzando a una velocidad de vértigo, y eso está muy bien, en la moral, en el arte, estamos estancados. La evolución debe ser extensa en ambos sentidos. Pero la violencia, la corrupción, la guerra, la avaricia y el mal nos obsesionan tanto que frenan nuestro progreso artístico y moral, detienen la búsqueda de la belleza. Estamos afectados por ese virus, constantemente, en todas partes.

Usted sabe de eso, porque viene de una infancia dura, de una persecución. Era pequeño y no hablé mucho con mis padres de aquellos tiempos. Para mi madre fue traumático y no quería recordárselo. El tiempo de la guerra y el de Stalin fueron muy duros. Pero le digo una cosa. Cuando uno ha superado determinadas pruebas, crece espiritualmente. Mi vida no ha sido difícil después, yo he sido feliz, pero no debo pensar que todos hemos tenido suerte.

Usted es un superviviente absoluto. Relativamente. No me doy importancia, sobre todo cuando veo niños enfermos, hambrientos, que sí tienen mérito en la lucha por seguir vivos. Pero yo… Yo he tenido suerte. Hay diferentes niveles de supervivencia. Quienes las han pasado canutas entienden el valor de la vida. Hay algo que siempre me ha impresionado de aquellas personas que conocí y habían sobrevivido a los campos de Siberia. Eran felices, agradecidos, no tenían queja, no encontrabas rastro de rencor ni venganza en ellos. La experiencia les hizo tan fuertes interiormente que descartaban la maldad para el resto de sus vidas. Les habían expoliado. En el presente existe otro expolio: el arte, la moral es tan débil que no ayuda a entender las dificultades y los valores de la vida.

Bueno, hay ventajas también. Hombre, no quiero parecer un cascarrabias. Hay cosas maravillosas en las nuevas generaciones, gente estupenda; simplemente quiero expresar mi preocupación porque pensé que llegado el siglo XXI habríamos superado problemas que continúan ahí. Hemos alcanzado cotas de progreso impredecibles, pero la locura, en cambio, aumenta, no disminuye.

¿Es de los que creen que después de años de capitalismo, en los países del Este, se han hundido algunas esperanzas? La vida no es ideal. Hay que olvidarse. Es bueno ser idealista, pero a la vez ser consciente de que no todo lo es. Si no, nos vamos a ir equivocando a cada paso. Lo que sí puede ocurrir a menudo es que suframos decepciones. Eso es así. Decepciones he sufrido. Esta obsesión por el dinero sí que me ha hecho desilusionarme. No soy un hipócrita, sé que el dinero es importante, pero no es lo único. En Rusia, ése es el problema. Que es lo máximo a lo que se puede aspirar y paraliza a todo el mundo.

A usted entonces ¿qué le mueve? A mí, la música, el arte. Estoy absolutamente entregado a eso. También a explorar mi conciencia, honestamente, eso me aleja de actuar con maldad. No es que tenga una mala conciencia con la sombra de Dios. Creo en él, desde luego, pero pienso que no es algo externo, sino que se trata de una fuerza que está dentro de nosotros. Quizá Dios sea eso que hace que nos avergoncemos. Eso que nos hace reflexionar internamente sobre lo que hemos hecho mal, aunque nadie se haya dado cuenta de esa maldad.

¿Llegó a esta conclusión después de haber afrontado la muerte a la cara? No. Mientras me ocurría aquello no podía pensar en nada. Fue muy dramático. Tuve mi ataque al corazón en plena actuación. Los músicos me contaron que estaba en el suelo y seguía dirigiendo, pero inconsciente.

Obviamente, me refiero a después, cuando se encontró vivo. Sí, sí. Fue muy mahleriano lo que vino después. Yo siempre he creído en algo. Soy luterano, aunque mi fe más importante viene de la infancia. De mis años junto a mis padres, a quienes estoy muy agradecido; ellos me dieron un pensamiento positivo básico, fortaleza y conciencia.

Le pasó igual a su padre y a su colega Giuseppe Sinopoli, pero no lo pudieron contar. ¿Qué contiene la música que te puede matar en un podio? La música no mata, no lo creo. No puede ser. Es lo contrario. Te da fuerza. Mire Claudio Abbado. Estuvo al borde de la muerte y la música le curó. Le ayudó, le sacó adelante. A él y a mucha gente.

Claudio Abbado reapareció con una 'Segunda sinfonía' de Mahler en Lucerna, la llamada 'Resurrección'. Mahler es especial. Expresa todo, es el extremo más abierto, el horizonte más amplio, es humano, satírico, grotesco, luchador, todo. Vitamina. Por eso nos atrae tanto, porque nos unen tantos puentes hacia él. Me gusta desde siempre. Pero interpretarlo con una orquesta como el Concertgebouw es otra dimensión, es la auténtica tradición mahleriana. Mahler se sienta entre esos atriles. Aunque ahora me preguntaría ¿qué es la tradición? Un amigo mío diría: el último buen concierto es la tradición. Hablar de tradición tiene peligro. Dos caras. Cada uno vamos añadiendo algo.

Cada maestrillo tiene su librillo, diríamos por aquí. Pero ¿cuál es su sello? Cada uno tiene sus cosas, su visión del sonido, su técnica, sus manías.

¿Qué nos aportan hoy los directores de orquesta? ¿Son prescindibles o fundamentales? Yo le puedo hablar de mí. Lo que yo persigo es conseguir un concierto tan especial que la gente diga al volver a casa que se ha sentido en un paraíso. Excitación espiritual. No sólo perfección en la ejecución. Tocar bien, vale, no debe ser problema, está al alcance de cualquier orquesta buena, pero no es el nivel al que aspiro. Aspiro a lo inolvidable. Yo lo llamo el nivel cósmico de la ejecución musical, ése donde te atrapa el sonido hasta un punto en el que no puedes prestar atención a ninguna otra cosa. Cuando el público reconoce ese estado, puedes decir que has estado a la altura.

Esa misma intención, seguramente, la aprendió de los directores que admira. ¿Quiénes son? Pues Carlos Kleiber, Karajan, Bernstein, Ferenc Fricsay, Claudio Abbado, Giulini, Simon Rattle…

¿Y qué ha tomado prestado de cada uno de ellos? De Bernstein, la inspiración; de Kleiber… En fin, siempre quiero dejar claro que he tratado de no copiar a ninguno…

Bien, entonces cambiamos el verbo. Borre tomar prestado. ¿Qué envidia de ellos? Seamos claros. Me han inspirado y han penetrado en mí hasta hacer sus virtudes mías. Saqué muchas ideas de Hans Swarowsky, sabía que es muy especial y único. Si lo hubiera copiado, a mí no me entenderían en su estilo. Es muy peligroso dejarse llevar por la tentación de copiar a los grandes, sobre todo en el caso de los directores más jóvenes, porque lo hacen de oídas. No es bueno. Si consigues absorberlo y volverlo natural a tu estilo, no hay problema, pero si se nota, se convierte en algo artificial, amanerado.

¿Es usted un director más intelectual que emocional? Ambas cosas. Trato de abarcar todo lo que va del lenguaje del cuerpo a la visión interna de la música. A los maestros los analizas minuciosamente, pero algo que yo hablo con muchos compañeros –a ver si les preocupa a ellos también– es saber si lo que escuchas lo haces viciado y contaminado como un músico profesional o como un aficionado común. Me resulta una experiencia que nunca lograremos diferenciar. No es posible, aunque nos empeñemos en acudir a las salas de concierto de la manera más abierta e inocente. Nunca podremos vivir la música como si no nos dedicáramos a ella. Incluso hasta cuando logramos evadirnos en un concierto.

¿Le gustaría probar? Me produce una gran curiosidad. Controlarme, saber cómo podría entrar en la música de otra manera.

¿Cree que disfrutaría más? No lo sé, no sé. Y nunca lo sabré.

Debe saber que quienes no somos profesionales también sentimos envidia de los maestros, o al verle a usted cómo es capaz de controlar el sonido de cien músicos sin que se desmande aquello. ¿Cómo se logra? Por ejemplo, en el último movimiento de la Tercera sinfonía de Mahler, uno siente algo cercano a lo que debe ser un diálogo divino. Es Dios, una conversación con él. El camino que conduce a esa cota. La conexión y el nivel más noble del sentimiento humano, del amor humano. La elevación, un gran viaje de elevación. Se logra como si rezaras.

Hacia la armonía, pero a través del derrumbe y de cierta destrucción. No pienso en la destrucción con esa pieza. Aunque es cierto, existe, incluso se toca la catástrofe, lo que pasa es que es una lucha por llegar hacia ese nivel cósmico, hacia el control, hacia la armonía. Caer y levantarse hasta encontrar la perfección. Es una auténtica búsqueda de la santidad.

¿Hablaba de todas estas cosas con su padre a menudo? Sí, trataba de seguirlo, de escucharle, de verle desde que era pequeño. A los seis o siete años sabía ya lo que era la vida de un director de orquesta delante y detrás del escenario. Pero para empezar a hablar de estas cosas de tú a tú con mi padre, esperé a cumplir 14 o por ahí. Él sabía que me interesaba. Yo le hacía preguntas, le forzaba a contarme recuerdos, experiencias. Después, cuando vivimos en San Petersburgo, empezó a introducirme en el mundo de manera seria. Para mí era una curiosidad natural, bien encauzada.

¿Echa de menos la ópera? Sí, muchísimo. No hay nada comparable a la ópera; si tienes buenos cantantes, un buen teatro, es lo mejor. Los médicos me han dicho que tenga cuidado, pero no lo he dejado por motivos de salud, es que las orquestas de Múnich y Ámsterdam me copan todo el tiempo, además colaboro asiduamente con la Filarmónica de Berlín. Necesito mucho tiempo para preparar a fondo los conciertos. Necesito tiempo de reflexión para cada partitura. Leo todo lo relacionado con cada obra.

Es una preparación que requiere un esfuerzo intelectual riguroso, no sólo leer notas. ¿Le cuesta cada vez más? Hay un colega que dice: lo importante no son los días que pases preparando las partituras. Lo importante son las noches. Y no se refería a las horas en vela, al contrario. Hablaba de las horas de sueño. Mientras duermes, asimilas la música. Te das cuenta cuando te levantas y por la mañana ves nuevas cosas de cada obra con lucidez. Eso es que el sueño ha hecho bien su trabajo. Lo mismo ocurre con otras disciplinas, o con la vida misma.

¿Qué compositor le acompaña más en sueños últimamente? Beethoven. Para mí es el espíritu musical más grande que ha existido.

¿El espíritu más grande o la voluntad, la determinación más enorme? Espíritu, espíritu. Su música sólo se puede comparar con las creaciones más grandes del alma. Y su misterio es que consiguiera tanto con pocos mimbres, con presupuestos tan sencillos. Su energía y su dimensión, desde la humildad de los planteamientos, llega a lo más complejo, a exprimirlo todo, alcanza el misterio del universo.
La referencia que llegó del frío
Mariss Jansons
nació en Riga en 1943. Europa se desangraba por Oriente y Occidente, y él vino al mundo en el gueto judío de la capital letona. Su padre, Arvid Jansons, era ya un conocido director de orquesta que después supo encauzar a su hijo por el camino de la música.
Su carrera discurrió sobre todo en la Unión Soviética, donde fue director titular de la Filarmónica de Leningrado. Allí estudió y fue asistente de Yvgeny Mravinsky. Después continuó su formación en Viena y Salzburgo, a la sombra de Herbert von Karajan. Hoy es director titular de la Concertgebow de Ámsterdam y la Sinfónica de la Radio de Baviera, dos de las grandes orquestas europeas, que apenas le dejan tiempo para ser uno de los principales invitados en la Filarmónica de Berlín.

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