Inéditos sobre Sor Juana reviven la polémica con Octavio PazRodrigo Vera
Revista Proceso # 1764, 22 de agosto de 2010;
La Carta de Puebla, escrita por el obispo de esa ciudad Manuel Fernández de Santa Cruz, y una Protesta de la fe, de sor Juana Inés de la Cruz, son documentos que, a decir del especialista en la Décima musa, Alejandro Soriano Vallés, destruyen la imagen que el poeta Octavio Paz y otros estudiosos han ofrecido de ella. Con ellos se desmiente, afirma categórico, que la monja jerónima era víctima de una conjura para silenciarla. Falta ver cuál será la reacción de otros sorjuanólogos destacados.
Por considerarla uno de los más "aventajados ingenios" de la época, la jerarquía católica de finales del siglo XVII siempre protegió e impulsó la carrera literaria de la monja sor Juana Inés de la Cruz, quien, sin embargo, durante toda su vida antepuso su vocación religiosa a su inclinación por las letras.
A esta conclusión llega el historiador Alejandro Soriano Vallés, con base en documentos localizados recientemente en archivos eclesiásticos y privados, que dará a conocer en su nuevo libro sobre la poetisa, Sor Juana Inés de la Cruz. Doncella del verbo, el cual empezará a circular en octubre próximo.
Entre esos documentos destaca una extensa carta manuscrita que el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, le dirigió a la monja jerónima en marzo de 1691, en la que le aconseja proseguir con sus estudios y su labor literaria.
El libro también incluye una Protesta de la fe que la religiosa escribió en 1695, poco antes de morir, y en la cual refrenda su comunión con Cristo. A la primera edición de este documento –impresa ese mismo año y destinada a las monjas novohispanas– la acompaña un escrito del entonces arzobispo de México, Francisco de Aguiar y Seijas, en el que encomia las virtudes cristianas de Sor Juana.
Esos testimonios de los dos más influyentes jerarcas eclesiásticos de la época –dice el historiador Soriano Vallés–, derrumban la tesis de que ambos persiguieron y reprimieron a la monja, propagada principalmente por el escritor Octavio Paz en su libro Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe.
Soriano asegura:
"No hubo ninguna conjura eclesiástica contra Sor Juana. La Iglesia jamás la persiguió. El obispo de Puebla y el arzobispo de México nunca la reprimieron, como suele afirmarse sin ningún fundamento. Igualmente falsa es la versión de que ella no tenía vocación religiosa y que decidió recluirse en un convento sólo para poder escribir."
–¿A qué atribuye entonces tales versiones?
–A que Sor Juana es la figura literaria más grande que ha tenido México. Una poetisa a la altura de los grandes genios, como Góngora y Quevedo. Es un personaje tan atractivo que todo mundo quiere apoderarse de él: desde quienes la utilizan como ariete para atacar a la Iglesia, hasta los actuales movimientos feministas y lésbicos que nos la pintan como una monja rebelde, contestataria y lesbiana que tenía relaciones sexuales con la virreina. Son aberrantes fantasías que sólo demuestran una gran ignorancia de las costumbres de su época.
–¿Se distorsionó su figura y la de su entorno?
–Totalmente. Y esta distorsión se dio sobre todo en el siglo XX. Por fortuna, la ciencia histórica se hace con documentos y con pruebas. Y los documentos de primera mano que hemos ido encontrando, de gente que conoció a la monja y escribió sobre ella, nos dicen que fue muy querida y protegida por la sociedad y la jerarquía de su tiempo, al grado de que la Iglesia solía encargarle villancicos y otros trabajos literarios, generalmente muy bien pagados porque sabía que podía hacerlos muy bien. ¿Dónde está la persecución? ¿Dónde está el sometimiento? No aparece por ningún lado. Al contrario, la Iglesia la impulsó tanto al grado de que le daba chamba.
Soriano habla sobre el más reciente hallazgo, la extensa carta de 15 hojas que le dirigió a Sor Juana el obispo de Puebla, Fernández de Santa Cruz, fechada el 20 de marzo de 1691 y a la que se bautizó como La carta de Puebla.
A este documento lo preceden otros tres testimonios escritos relacionados entre sí:
El primero es la Carta Atenagórica, la refutación teológica que le hace Sor Juana al renombrado teólogo jesuita Antonio Vieyra y que hizo publicar el obispo de Puebla en 1690. El obispo después hace sus comentarios sobre dicho texto en la Carta de Sor Filotea de la Cruz, dirigida a Sor Juana. Y la monja le contesta a Fernández de Santa Cruz en su Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, fechada el 1 de marzo de 1691 y donde defiende su vocación por las letras. Algunos estudiosos señalan que el obispo intentaba reprimirla en su carta y la monja se defendió con la suya.
Ahora, la recién encontrada Carta de Puebla –que es la contestación del obispo a la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz– viene a demostrar, dice Soriano, que no hubo tal pleito entre sor Juana y Fernández de Santa Cruz, sino que, por el contrario, prueba que la apoyó el segundo más influyente jerarca de su época, sólo precedido por el arzobispo Aguiar y Seijas.
En la Carta de Puebla, el obispo Fernández de Santa Cruz le explica a Sor Juana que publicó la Carta Atenagórica para que en Europa se conociera su ingenio:
Debo poner en la noticia de vuestra merced, que uno de los principales motivos que hubo... fue desear manifestar a la Europa, a donde han ido algunas copias, que la América no sólo es rica de minas de plata y oro, sino mucho más de aventajados ingenios.
Luego, el obispo defiende a la monja de los duros ataques que contra ella escribía un crítico embozado que firmaba bajo el seudónimo de "El soldado", cuya identidad se ignora hasta la fecha:
Soldado parecido a los que hoy militan en la Asalcia, que abrasan más que conquistan, haya poco cortesano salpicado con la tinta de su pluma el candor de su persona de vuestra merced, y que deslumbrado a las luces de su escrito (la Carta atenagórica) que tantos doctos han celebrado, se sienta lastimado y ofendido.
Y le dice que, entre tantos que aplaudieron su disertación teológica de la Carta Atenagórica, "El soldado" es sólo una "piedra tosca" que la está atacando:
Pues si ésta es experimentada verdad justamente debe extrañarse, que su papel de vuestra merced haya merecido tantos discretos que le aplaudan, y que sea sólo una piedra tosca, que haya levantado contra su doctrina.
El obispo le aconseja que ni siquiera se tome la molestia de contestarle a su feroz crítico:
Grande agravio se hiciera vuestra merced, y glorioso castigo diera a ese papel del Soldado, si la mereciera alguna atención o respuesta.También le recomienda que prosiga con sus estudios, pues, dice, "a achaque de letras", la "receta del médico" es "que estudie más hoy, que sepa más".
Y le pide que, en concreto, le dé mayor énfasis al estudio de la teología mística, materia en la que ya demostró tener grandes dotes:
Para curar accidente que ocasionó el estudio, le aconsejo que estudie prácticamente dos horas al día en la Místhica Theología.
Explica Soriano que esta Carta de Puebla la encontró el historiador Jesús Peña en el archivo del obispo Fernández de Santa Cruz, localizado en la biblioteca Palafoxiana de la ciudad de Puebla.
"Peña me entregó la carta, pensando que a mí me sería más útil, pues yo llevo 25 años estudiando a Sor Juana", dice Soriano.
–¿Está plenamente comprobada su autenticidad?
–Por supuesto, el manuscrito se cotejó con otros documentos también hechos a puño y letra por el obispo. Tengo las fotos del legajo, su clasificación en la biblioteca, los testimonios de los bibliotecarios... ¡todo!
Aparte de la Carta de Puebla, dice, en el mismo archivo se localizó una "minuta" de otra carta posterior que le escribió Fernández de Santa Cruz a Sor Juana.
"Las 'minutas' eran los resúmenes de cartas. Y este resumen fue hecho por el secretario particular del obispo, de una carta que éste le escribió a Sor Juana el 31 de enero de 1692, casi un año después de haberle escrito la Carta de Puebla", explica Soriano.
–¿Revela cosas nuevas la "minuta"?
–Sí, por ejemplo, revela que Sor Juana por esas fechas estaba estudiando griego, algo que desconocíamos. Ahí también el obispo la alienta a escribir sobre política, moral y mística. Pero sobre todo, le aconseja que se dedique a la docencia para que así dé frutos más maduros.
Dice textualmente la "minuta":
Hasta cuándo hemos de ver solamente flores. Ya es tiempo de que vuestra merced dé maduros y sazonados frutos, y pues está en estado de poder enseñar no dé pasos ociosos al aprender...
... Puede vuestra merced explayarse en documentos políticos, morales y místicos.
Comenta Soriano:
"Al parecer, hubo más intercambio epistolar entre Sor Juana y el obispo, pues en estas cartas que conocemos ambos hablan de hechos cuyos antecedentes pueden estar aclarados en otras cartas aún desconocidas por nosotros."
–¿Llevaban años de tratarse y de cartearse?
–No lo sabemos a ciencia cierta. En la primera carta que conocemos, la Carta de Sor Filotea de la Cruz, escrita por el obispo, éste le dice a Sor Juana que siempre la ha querido, y que al paso de los años no se ha entibiado su cariño hacia ella. Suponemos, entonces, que llevaban años de tratarse.
–¿La Carta de Sor Filotea es también una dura reprimenda a la monja?
–Bueno, en ella el obispo le dice textualmente que no se ocupe tanto de las "rateras noticias de la tierra", refiriéndose claramente a la poesía. Le pide que ocupe su entendimiento en la teología, pues acababa de demostrar estar versada en la materia. No olvidemos que era el siglo XVII, una época en que la teología estaba muy por encima de la poesía... Y tampoco olvidemos que Sor Juana era una monja. Por desgracia, muchos de aquí se han agarrado para decir que una Iglesia retrograda y oscurantista acalló a nuestro mayor genio literario. Una aseveración totalmente falsa.
"Es más, el obispo le pide a Sor Juana que le conteste, que se defienda exponiendo sus argumentos. Y Sor Juana los expone en su Respuesta a Sor Filotea, donde le explica su vida y por qué estudia, defiende a las mujeres y las pone en igualdad con los hombres. Su respuesta no la escribió enojada ni indignada, como hoy se malinterpreta. A ese texto se le ha reducido a un furibundo manifiesto feminista."
–Se dice que el arzobispo de México también reprimió a Sor Juana. ¿Qué dice al respecto?
–Se requieren pruebas para hacer tales afirmaciones. Hasta el momento, todas las pruebas demuestran lo contrario; que Aguiar y Seijas siempre apoyó a Sor Juana. Era su superior jerárquico y el encargado de la diócesis más importante de la Nueva España. Influía mucho en la política de su tiempo y, por supuesto, regulaba la vida de todos los conventos de la Ciudad de México, entre ellos el de San Jerónimo, donde Sor Juana vivía en reclusión.
"Los únicos documentos que testifican la relación entre el arzobispo y Sor Juana son burocráticos. Por ejemplo, los permisos que Sor Juana le pide al arzobispo para realizar inversiones con su dinero, o la solicitud para comprar su celda en 300 pesos, que era una fuerte suma en aquel tiempo. Si realmente la hubiera odiado, el arzobispo Aguiar y Seijas ni siquiera le hubiera permitido tener dinero, pues la monja llevaba voto de pobreza. Pero no, Aguiar y Seijas siempre avaló sus peticiones y le permitió tener una fortuna. Estos documentos los expongo en mi anterior libro, La hora más bella de Sor Juana."
–¿Es también falso el señalamiento de que Aguiar y Seijas le quitó a la monja su biblioteca de cuatro mil volúmenes y quemó los libros que consideró impíos?
–Es una falsedad. Esa aseveración no tiene ningún fundamento. Todos los testimonios de la gente que trató a Sor Juana nos dicen que la religiosa le regaló al arzobispo los libros y los instrumentos científicos y musicales que poseía, para que éste los vendiera e hiciera caridad con el dinero.
–No parece encajar el que una intelectual haya regalado sus instrumentos de trabajo.
–Quizá no encaje en un intelectual del siglo XXI, pero sí en una religiosa del siglo XVII. Hay que ubicarse en aquella mentalidad. El mayor sacrificio era precisamente despojarse de lo que más se quiere. Ella se despojó de sus libros para ayudar a los pobres en aquellos años de hambrunas. Seguramente le dolió muchísimo.
Maestro en letras por la UNAM, Alejandro Soriano es ensayista, crítico literario y poeta. Actualmente imparte clases de literatura virreinal en la Universidad Iberoamericana. Sobre la monja jerónima ha escrito: Aquella Fénix más rara. Vida de Sor Juana Inés de la Cruz y El "Primero sueño" de Sor Juana Inés de la Cruz. Bases tomistas, así como La hora más bella de Sor Juana.
El especialista aclara también que la poetisa siguió escribiendo hasta sus últimos días, lo cual prueba que no se le acalló:
"Todavía en 1695, el año de su muerte, escribió la serie de poemas, en forma de acertijos, que se llaman Los enigmas", dice.
Poco antes de morir, sor Juana refrendó sus votos religiosos en una Protesta de la fe que firmó con su sangre. Este manuscrito se mandó a la imprenta ese mismo año, tan pronto murió la monja a causa de una peste que azotó a la Ciudad de México.
En la carátula de dicha edición se señala que el texto se imprimió para que la protesta de Sor Juana "la repitan todos los días las esposas de Cristo, y por cada vez que así lo hagan, les concede el ilustrísimo señor arzobispo 40 días de indulgencia".
Soriano explica la trascendencia de este documento hasta hoy desconocido, que también incluirá en su nuevo libro:
"El documento prueba dos cosas: por un lado, que Sor Juana fue una religiosa ejemplar al grado de que refrendó sus votos y éstos se mandaron a imprimir; y por otro, que el mismo arzobispo Aguiar y Seijas la puso como ejemplo ante las demás monjas, al extremo de que les concede 40 días de indulgencias."
–¿En qué consisten las indulgencias otorgadas por Aguiar y Seijas?
–Las indulgencias son la conmutación de las penas en el purgatorio. Lo que hizo Aguiar y Seijas fue reducirles a las monjas 40 días de estancia en el purgatorio, por cada vez que leyeran los votos de Sor Juana. ¡Imagínese el poder que le estaba dando! ¡El alto concepto que tenía de Sor Juana!
El historiador señala que también está comprobada la autenticidad de esta Protesta de la fe, la cual consiguió en Nueva York el sacerdote José Herrera Alcalá, presidente de la Sociedad Mexicana de Historia Eclesiástica. Éste después la cedió al Centro de Estudios de Historia de México, del Grupo Carso, que está por lanzar una edición especial del valioso documento.
Soriano asegura que estos testimonios echan por tierra la falsa versión de que hubo una conjura eclesiástica contra Sor Juana. Tesis que han sostenido –dice– Octavio Paz con sus Trampas de la fe; Fernando Benítez en Los demonios en el convento, y especialistas como Antonio Alatorre, Elías Trabulse y el italiano Dario Puccini, entre otros.
El nuevo libro de Soriano, Sor Juana Inés de la Cruz. Doncella del verbo, impreso por editorial Garabatos, recoge los hallazgos recientes sobre la llamada Décima musa, y los complementa con otros testimonios de la época ya conocidos.
"Todas las pruebas finalmente están relacionadas, todas encajan en que no hubo tal conjura, como nos lo hicieron ver desde el principio los primeros biógrafos de Sor Juana. Fue sólo una exaltada fantasía del siglo XX la supuesta persecución contra la monja. Una fantasía que, eso sí debemos reconocer, resultó muy atractiva para nuestra mentalidad actual", concluye el investigador. l
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Inéditos sobre Sor Juana reviven la polémica con Octavio Paz
Octavio Paz, * Octavio Paz: Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe. FCE; México, 1989.*
Proceso # 1764, 22 de agosto de 2010;
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Es difícil ofrecer, después de cerca de tres siglos de los hechos, una explicación de la conducta de Fernández de Santa Cruz. Sin embargo, no es descabellado suponer que su cambio se debió, en primer término, a que no quiso irritar aún más al colérico Aguiar y Seijas. Era preferible abandonar a la monja que prolongar y envenenar una disputa no sólo con el arzobispo de México y sus amigos, sino con muchos jesuitas. Esta última consideración debe haber sido decisiva. Además, él mismo estaba persuadido de la justicia de las censuras que se hacían a Sor Juana. La Respuesta a Sor Filotea de la Cruz lo confirmaba: las letras y el renombre que había ganado habían fortalecido su vanidad y rebeldía naturales. A pesar de las protestas de obediencia y de los acentos de humildad obsequiosa que prodigaba Sor Juana, el obispo de Puebla no podía quedar satisfecho con su respuesta; él quería una renuncia franca e inequívoca a las letras profanas, no una defensa razonada de su ejercicio, incluso si eran vistas como camino hacia las divinas. Para el prelado, Sor Juana se mostraba obstinada, rebelde. Había caído en el pecado que él había denunciado en su carta como el riesgo más grave de las letradas: la elación, la soberbia "que saca a la mujer de su estado de obediente (pp. 551 y 552).
En sus años finales Sor Juana tuvo que enfrentarse a un conflicto presente desde el día de su profesión pero que 20 años después se convirtió en inaplazable e inexorable. Ese conflicto puede definirse, sumariamente, como la oposición entre la vida religiosa y la intelectual. Sólo que al enunciarlo así parece que aludimos a un tema de disertación filosófica y no a una cuestión vital y urgente: lo que está en juego era el sentido de su vida y la orientación que debía darle en el futuro. El conflicto ponía en entredicho a su identidad, esto es, a su ser más profundo. Desde el principio había tenido conciencia de la contradicción en que vivía; también desde el principio se había propuesto esquivarla y hasta entonces lo había logrado. El camino que ella había escogido no era insólito sino acostumbrado: la Iglesia había sido siempre el amparo de los talentos pobres y los literatos sin recursos. En el clero secular, en los conventos y en las órdenes abundaban los poetas, los dramaturgos y aun los novelistas. Ninguno de ellos había sufrido persecuciones por escribir obras profanas; la libertad de que gozaban era bastante amplia, con la limitación de no afirmar nada que fuere contrario al dogma. Su resolución de tomar los hábitos, a pesar de los estorbos e inconveniencias de la vida en común, había sido cuerda, acertada y conforme a la tradición. Puesto que no tenía gusto por el matrimonio ni medios para concertar alguno decoroso, el convento fue un razonable compromiso entre la existencia libre y solitaria del intelectual y las servidumbres de la vida doméstica. Durante 20 años su tacto y su habilidad le ganaron protectores en muchos sitios y sobre todo en el más alto: el palacio, así pudo vivir en un fecundo equilibrio entre su profesión de religiosa y su verdadera vocación de escritora. De pronto, todo se quiebra y unos prelados intransigentes la cercan, la acusan y le piden que no escriba sino de asuntos religiosos. ¿Por qué?
La diferencia entre Sor Juana y los otros clérigos escritores –Lope Góngora, Calderón y tantos otros– era muy simple: ser mujer. Lope y Góngora fueron malos sacerdotes pero ningún Fernández de Santa Cruz los reprendió públicamente por no escribir tratados de teología ni ningún Nuñez de Miranda les retiró sus auxilios espirituales por escribir sonetos y décimas de amor. A una monja cumplida se le podía prohibir lo que no se podía prohibir a un mal sacerdote. Su dedicación a las letras parecía una singularidad sospechosa y la fama que alcanzó en poco tiempo fue vista por la burocracia eclesiástica como una prueba del pecado de elación: la soberbia que se transforma insensiblemente en rebeldía. Sor Juana tuvo plena conciencia de que su condición de mujer era la causa, declarada o tácita a las poetistas y escritoras notables de la antigüedad y de los tiempos modernos. Su culto a las figuras femeninas del pasado era tal que dedicó una serie de sonetos morales –medallones verbales en el gusto parnasiano– a Lucrecia, Julia y Porcia. La irritación que provocaba la existencia de una monja literata, que no tenía vergüenza de ser mujer y que contaba con protectores en altos sitios, exasperaba por otra circunstancia: la pequeñez del mundo en que ella se movía (...) La monja encarnaba una excepción doble e insoportable: la de su sexo y la de su superioridad intelectual. (pp. 554 y 555).
Sería un error creer que Sor Juana era objeto de una conspiración deliberada: se enfrentaba a un difuso estado de espíritu que crecía y crecía lentamente. Poco a poco la marea adversa la cercaba. Ella se daba cuenta y resistía. No perdió nunca, salvo al final, el dominio de sí misma. Durante estos dos años, por lo demás, no le faltaron amigos y protectores, lo mismo en palacio que en la Iglesia y entre otras personas de crédito y autoridad. Su recurso más fuerte y sólido, sin embargo, estaba en sus valedores de España (p. 557). l
* Octavio Paz: Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe. FCE; México, 1989.
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