ENTREVISTA: INGRID BETANCOURT
"La sociedad colombiana es despiadada, está enferma de ira"
HÉCTOR ABAD FACIOLINCE
Publicado en El País Semanal, 9/09/2010;
Publicado en El País Semanal, 9/09/2010;
Amada y odiada. La mujer que estuvo secuestrada por las FARC más de seis años sale de otro cautiverio –se ha encerrado meses en una casa en las montañas– para presentarse al mundo más serena y reflexiva, y entregarnos su libro, doloroso y deslumbrante. De todo habla aquí con un compatriota suyo, un escritor de largo recorrido y prestigio.
El mundo ha sido tierno y duro con Ingrid Betancourt. Varias veces la vida la ha encaramado al cielo como cogiendo impulso para arrojarla con más fuerza al infierno. Con ella no hay medias tintas: o es una santa súbita o de repente se transforma en una arpía enferma de maldad y de codicia. Es, al mismo tiempo, el hada y la bruja de los cuentos. La opinión pública, con una actitud ciclotímica, pasa con ella del amor al odio y de la veneración al desprecio. En este momento la fase es depresiva y casi todos la detestan. Su última salida en falso, hace un par de meses, cuando demandó al Estado colombiano por seis millones de euros, fue recibida en su país y en el mundo como una muestra de avidez e ingratitud, y por mucho que haya retirado la demanda, se la siguen cobrando. No fue oportuno llamar "simbólica" a una cifra así.
Después del éxito de la Operación Jaque en la que, mediante una especie de helicóptero de Troya, el Ejército de Colombia engañó a la guerrilla de las FARC y la liberó junto con otros 14 secuestrados, Ingrid Betancourt pasó a ser una heroína mediática internacional. Tratada como una moderna Juana de Arco, devota del rosario y de la Virgen María, fue admitida en audiencia privada por el Papa, recibió la Legión de Honor de manos de Nicolas Sarkozy, el Premio Príncipe de Asturias y fue designada al Premio Nobel de la Paz. De seis años de infierno indudable en las selvas amazónicas pasó al dudoso cielo de los palacios de gobierno. Después de pisar demasiadas alfombras rojas y de pernoctar en las residencias de huéspedes ilustres de los Gobiernos de medio mundo, Ingrid Betancourt resolvió retirarse de la escena y encerrarse en una casa en las montañas. "Después de seis años en la selva", me dice, "no quería volver a ver nada verde. Me fui a un sitio completamente aislado. Sola, en las montañas, me puse a escribir. Montañas con nieve; era febrero y, si miraba por la ventana, todo estaba nevado, blanco. Nada verde. Hoy me puse este vestido verde y pensé: 'Me lo voy a quitar, parece la selva'. Luego me fijé bien y vi que tenía flores; como en la selva no hay flores, me lo dejé puesto".
Y en las montañas nevadas, día tras día durante varios meses, Ingrid Betancourt escribió 700 páginas de un libro poderoso en el que narra con todos los detalles el horror de su experiencia. Fueron casi seis años y medio de secuestro: del 23 de febrero del año 2002 al 2 de julio de 2008. Lo escribió originalmente en francés, pero ella misma supervisó y corrigió la traducción al español. Su título, No hay silencio que no termine (Aguilar), es un verso de Pablo Neruda. Lo leí, lo devoré en pruebas por una deferencia de su editora en castellano, y la lectura me dejó trastornado. La odiadamada Ingrid Betancourt, santa o bruja que sea, se revela aquí como un ser humano complejo, reflexivo y como la misma escritora deslumbrante que le escribió a su familia –desde su cárcel en la selva– unas cartas desoladoras y magníficas. El libro, que tiene el mismo tono de aquellas cartas estremecedoras, es una descripción precisa y dolorosa de una vivencia infernal.
En No hay silencio que no termine, Betancourt cuenta que una vez, en la selva, una guerrillera le preguntó: "¿Qué va a decir de las FARC cuando salga de aquí?". A lo que ella contestó: "Voy a contar lo que vi". Su libro es eso: lo que vio, lo que vivió, lo que pensó y sintió durante esos años de espanto en "un campo de concentración tropical". Además es un tratado sobre la miseria humana, pero también sobre su dignidad. Por eso quise tanto conocerla, entrevistarla. Decidir con mis ojos y con mis oídos si era la bruja que dicen o la mujer profunda que se puede adivinar leyendo el libro. Es la segunda: una persona dulce y serena, inteligente y adolorida, con las heridas curadas, pero con cicatrices todavía frescas. Ya no es la política altiva, mediática e incluso antipática de antes del secuestro, sino una mujer llena de compasión humana, que ha cambiado la acción por la reflexión y los discursos exaltados por la escritura medida. Estuvimos conversando durante varias horas en la tranquila y bonita casa de su agente, Susanna Lea, en el barrio de Chelsea en Nueva York. Como no la conocía, intenté tratarla de usted, pero el tuteo se impuso después de haber leído un libro tan íntimo. Entre otras muchas cosas, me dijo lo que sigue:
-Quisiera que me contaras la historia de la gestación de 'No hay silencio que no termine'. Y ante todo, ¿por qué en francés y no en español, que es la lengua de tus padres?
-Quizá lo escribí en francés, inconscientemente, para poder tomar una mayor distancia de mi experiencia. Era tan doloroso revivir los años del secuestro, que en otro idioma tenía un pequeño filtro, cierta lejanía. Yo viví en Francia toda la infancia y mi primera adolescencia, por lo que el francés me sale natural. Pero al principio ni siquiera pensaba que fuera a escribir en francés; el francés escrito me intimidaba porque tiene unas reglas formales muy rígidas. Yo discutí esto con Gallimard, que me preguntó: "¿En qué idioma lo vas a escribir?". Y yo le dije: "Me imagino que escribiré en español porque muchas cosas las viví en español". Pero no estaba segura. Recuerdo el día en que me senté a escribir. No tenía claro ni la lengua ni por dónde iba a empezar. Tenía frente a mí unas hojas blancas y un estilógrafo que había comprado especialmente para el libro. La primera frase me salió en francés, y lo primero que quise recordar fue uno de mis intentos de fuga. A partir de ahí ya no pude parar.
Me impuse un plan de trabajo muy estricto: me levantaba a las seis y media de la mañana y hacía una hora de gimnasia. Después, un buen desayuno, de manera que pudiera trabajar sin parar desde las nueve de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Pero había días en que me daban las ocho de la noche y seguía escribiendo. Estuve largos meses completamente sola. Cambié el teléfono y el correo. Estaba conectada con el mundo a través del computador. Cuando me iba mal, escribía 10 páginas por día; cuando me iba bien, 20. Lloraba mucho. Tenía que levantarme, parar, mirar un rato por la ventana antes de volver al escritorio.
-Muchos secuestrados –colombianos y norteamericanos– han escrito libros sobre su experiencia del cautiverio. Todos lo han hecho con la ayuda de un periodista o un redactor. ¿Nunca pensaste en escribir el libro con uno de estos ayudantes?
-Después de la liberación, una de las primeras personas que vino a verme fue mi antiguo editor, Bernard Fixot, de XO Éditions. Yo había publicado con él mi libro anterior al secuestro, La rabia en el corazón. Bernard me dijo: "Obviamente, vas a escribir un libro; lo estamos esperando. Hay que sacarlo rápido; te pondremos un redactor, como en el libro anterior. Tiene que ser un libro con mucha acción". La rabia en el corazón lo habíamos escrito entre dos; yo contaba la historia y Lionel Duroy redactaba. Así que yo no tenía la experiencia de haber escrito un libro sola. Pero esta vez lo había pensado bien: el libro que quiero escribir, me decía, primero que todo, lo quiero escribir yo. Sin intermediación de nadie. Quería tomarme mi tiempo para escribirlo y Bernard tenía afán. Yo le dije: "Mira, ese no es el libro que yo quiero escribir; este libro tengo que escribirlo yo sola y muy despacio". Entonces Bernard me dijo: "Tú no puedes escribirlo, tú no sabes escribir, Ingrid". Y eso me dejó pensando mucho, dudando de si yo era capaz, pero igual lo quería intentar. Tampoco quería un libro de acción. Lo que yo quería era que la gente que leyera mi libro estuviera conmigo en la selva. De alguna manera, lo que yo buscaba, lo que yo necesitaba, era escribir ese libro para poder llevar a mis niños y a mi mamá a esos años que me tocó vivir.
Antes de escribir el libro, ¿les habías contado a ellos tu experiencia?
-No, durante mucho tiempo no fui capaz de contarles nada a mis hijos ni a mi mamá. No podía, no me salía; no sabía siquiera por dónde empezar. Era un bloqueo no tanto por no querer contar la historia sino porque me daba susto hacerles daño; no quería ver en la cara de ellos el dolor. No quería conmoverme tampoco, tanto, frente a ellos.
-Durante el secuestro te pasó algo parecido. Con uno de tus compañeros, del que te enamoraste, intercambiabas mensajes, y entonces comentas: "Descubrí una distancia que me liberaba, al escribir cartas". La comunicación cara a cara, mirando a la otra persona, es mucho más difícil, ¿no? Lo bueno de escribir es que no tenemos un espectador al frente.
-En un relato hablado hay dos dificultades: primero, revivir lo que se vivió, y luego, la dificultad de lo que tú ves en el ojo del otro; del horror que tú les estás contando y generando. La reacción ajena te crea una emoción adicional a la tuya, y eso se vuelve muy complicado. Escribir fue, de alguna manera, más fácil que contar, porque no tenía que llevar a cuestas la reacción del otro. Sentirte juzgado inhibe la espontaneidad; uno sospecha que lo próximo que diga puede producir dolor, y se frena. La escritura es muy liberadora. Es algo más depurado.
-A mí no me ha interesado el género de los libros de secuestrados, pero después de 'No hay silencio que no termine' decidí leerlos. Lo que en los demás es una anécdota, en el tuyo es gran literatura. Tres secuestrados distintos cuentan el mismo episodio, por ejemplo una fuga. ¿Por qué el tuyo es gran literatura y por qué los otros son una aventura anecdótica? Al no revivir todos los detalles, al no explicar todos los matices de lo que está pasando, no se siente la vida, no se siente el dolor, no se siente la angustia, el miedo, la humillación, la rabia, y todo lo que es fundamental en una persona. Y algo más: la catarsis solamente ocurre si uno mismo cuenta lo que tiene que contar…
-Con un periodista o con alguien que no lo vivió es muy difícil que salga bien. Falta la vivencia. Escribirlo yo misma me sirvió muchísimo. Para poder llevar a las personas adonde yo estaba, para poder llevar a los que quería que estuvieran allá un rato conmigo, tuve que repasar esos momentos vividos, y sucedió algo tremendo: en ese ejercicio de estar allá con el pensamiento, estuve allá, volví allá físicamente. Terminaba extenuada: sudando, llorando, riéndome; era muy duro porque yo podía estar allá: veía, oía, sentía, tenía la temperatura del sitio, la humedad, los olores, los colores, la luz, las voces. Era un regreso en el tiempo y una inmersión en la memoria muy fuerte, pero (y ese ejercicio fue vital para mí) en momentos que fueron muy dolorosos, al contarlos con la distancia, lograba ver los mecanismos que me habían llevado a reaccionar de alguna manera, y entendía… Empecé al fin a entender qué era lo que me había sucedido en realidad: fue como hacer una disección de mí misma. Y también pude entender a los otros. Gracias al libro pude perdonarme y perdonar a los demás.
La escritura sana tanto los rencores que para mí fue muy importante el ejercicio. Creo que mis compañeros que escribieron otros libros lo hicieron muy en caliente, recién llegados, y no pudieron procesar lo que nos pasó, narraron hechos. No pudieron sumergirse de cabeza en lo que realmente habían sentido o vivido; no lo pasaron por ellos mismos.
Mi curación ha sido muy lenta y muy difícil. Revivir los hechos implicó que la curación se prolongara más; pero al revivir y repasar y analizar lo que me pasó, curé mis heridas a fondo. Lo que siento es que muchos de mis compañeros curaron sus heridas muy pronto. Entraron con afán a la vida, se casaron, se divorciaron, encontraron un trabajo nuevo, tuvieron más hijos, todo, pero cuando hablo con algunos de ellos, siento que hay todavía cosas que no han sanado y otras que ya serán muy difíciles de sanar.
-Algo completamente nuevo en el libro, una revelación, para mí y supongo que para muchos lectores, es que Clara Rojas hubiera pedido permiso para ser madre. No teníamos ni idea de que ella les hubiera escrito a los comandantes de las FARC pidiendo autorización para tener un hijo.
-Todo eso fue muy humano. Yo pensé mucho si iba a contar esto o no. No me quería inmiscuir en cosas que son estrictamente de ella, y si lo conté fue básicamente porque quería explicar el conflicto que fue para mí; yo no sabía qué hacer en ese momento. Pienso que lo ocurrido fue algo de lo cual ella debe sentirse muy tranquila. Para mí no hay nada más importante que mis hijos, y no tuve la suerte de poder vivir toda la vida con el papá de ellos. De alguna manera el resultado de la reflexión es que, con padre o sin padre, la relación con los hijos es tan esencial que yo comprendo que ella hubiera sentido que el secuestro la estaba expoliando de lo más importante para ella, que era el derecho a ser madre. Ahora, yo no tengo ni idea de cuál haya sido la secuencia de pensamientos de Clara porque en ese momento estábamos separadas y muy distanciadas, y nunca más volvimos a ser amigas realmente. Voy a matizar esto para que se entienda: ella y yo siempre seremos hermanas; la distancia de la amistad depende del momento; pero independientemente de esto, yo respeto por completo la decisión que ella tomó.
-A mí me parece que Emmanuel fue una bendición, una bendición terrible. Emmanuel le dio a Colombia, o por lo menos a muchos de nosotros, la convicción clarísima de que no podía haber un bebé "prisionero político"; no podía haber un niño "canjeable". A mí lo único que se me ocurrió fue gritar ¡liberen a Emmanuel!
-Sí, Emmanuel fue una bendición porque humanizó lo inhumanizable. Es decir, lo más inhumano y lo más infame. Para resumir mi sentimiento: yo creo que la única decisión humana que tuvo Manuel Marulanda [fundador y líder de las FARC hasta su muerte en 2008] en su vida fue la de liberar a Emmanuel. No creo que hubiera sido espontánea, creo que Chávez tuvo mucho que ver con eso…
-Pero él no lo liberó, porque ya no lo tenían; liberó solamente a Clara Rojas…
-Creo que él no sabía que Emmanuel ya no estaba en manos de sus milicianos. Él había tomado la decisión de liberarlo. Y pienso que esa decisión de liberar al niño no fue nada simple para las FARC. Yo me sentía metida ahí sin querer, pero para mí el niño era muy importante; yo era la madrina, y lo sigo siendo en mi corazón. Me acuerdo que tuve con Sombra [Elí Mejía Mendoza, alias Martín Sombra, hoy preso] y con otros comandantes conversaciones sobre el niño, y lo que las FARC decían y creían con todo convencimiento era esto: "Ese niño es nuestro; cuando crezca, ese niño será un guerrillero de las FARC". Mira cómo es su lógica porque esto es fundamental: cuando una guerrillera queda esperando un niño de otro guerrillero, tiene que pedir permiso para tenerlo. Si no le dan permiso, tiene que abortar; si le dan permiso, ella lo tiene, le dan tres o cuatro meses para amamantarlo y sacarlo adelante, y después se lo entregan a un miliciano. Y ese niño va a crecer en manos de esa familia de milicianos, y cuando cumple 10 o 12 años se vuelve guerrillero. Por lo general, difícilmente habrá conocido a su mamá, a duras penas sabrá quién es su papá, son niños de las FARC.
-Es como criar un ternero para que después pelee.
Exactamente eso. Y el niño de Clara entraba en esa categoría. El pensamiento de las FARC para con Emmanuel no era para nada diferente de cómo ellos trataban a los niños de sus guerrilleras. Entonces Chávez llega y les dice: "No, esto no se puede hacer". Esta es una reconstrucción mía, nunca he hablado con Chávez sobre esto, no tengo ni idea de cómo fue, pero es algo que puedo reconstruir por conjeturas. Cuando Chávez se mete y comienza a buscar liberar secuestrados, en algún momento tuvo que haberle dicho a Manuel Marulanda: "Ustedes están locos; ustedes no pueden pretender que el mundo acepte que el niño que tuvo Clara en cautiverio vaya a ser de las FARC; el niño tiene una mamá y ustedes no lo pueden secuestrar".
Ese fue el primer momento en que a las FARC les hizo clic algo que no les había hecho clic nunca. Fue monstruoso que no sacaran a Clara para que la atendiera un partero; cómo es posible que no le pidieran a William, el enfermero militar secuestrado, que estaba ahí en la misma cárcel, que ayudara. [Ingrid se queda meditando un momento, con los ojos encharcados, como reuniendo las ideas]. No, no, no. Dios tiene sus caminos. Todo parece mentira. Es increíble que el niño haya terminado en un hogar infantil, y que lo hayan encontrado, y que hayan podido dar con él. Y, además, que Pincho [el policía John Frank Pinchao] se haya volado a tiempo para poder dar información sobre el niño de modo que lo pudieran rastrear… Porque si Pincho no se vuela, nadie se entera de que el brazo era el brazo izquierdo, de que tenía tantos años, que había nacido en tal fecha…
-En ese tiempo hubo muchas especulaciones. El periodista Jorge Enrique Botero se inventó la historia de una cesárea en una trinchera durante un bombardeo del ejército y se guardó la información del niño un año para poder dar un golpe periodístico con el libro, sin avisar siquiera a la familia de Clara. De ti se decía que estabas sufriendo el síndrome de Estocolmo. -Hubo muchas cosas horribles de parte de la prensa. Una vez, yo estaba encadenada del cuello, amarrada a un árbol en la selva, y en ese mismo momento alcancé a oír por el programa de radio La Luciérnaga que Álvarez Gardeazábal decía, especulando, inventando, que yo probablemente era la amante del comandante de las FARC Alfonso Cano. Yo a Cano no lo conozco, nunca lo he visto en mi vida. Yo estaba recibiendo el peor tratamiento imaginable, me moría de angustia, dolor y soledad, mientras ellos decían que yo estaba de amante de Cano, como si estuviera pasando vacaciones o teniendo un affaire amoroso con un guerrillero de alto rango. [La voz se le quiebra]. Antes de que saliera lo de Clara, el hijo era mío, era yo la que había tenido un hijo. No, no, no. Fue tan ofensivo. Tanta maldad. La sociedad colombiana es despiadada, está enferma de ira.
Cuando hace dos meses sucedió lo de la demanda, con toda la furia que se levantó en Colombia, volví a sentir todo esto, lo mismo. Otra vez me crucificaban. Un odio concentrado contra mí, como si yo fuera el ser más infame de la Tierra. Volví a ver el azufre.
-Hay algo muy duro y hermoso en el libro y es que tú siempre buscaste no perder algo que tu padre te había enseñado: la dignidad. Esta se expresa con la capacidad de reconocer muy bien que hay cosas más importantes que la vida, y que aunque te violenten, te maltraten físicamente, te humillen, quedaba en ti algo muy sólido porque a pesar de que te tocaran eras intocable, a pesar de que te humillaran no te hundían. Esa resistencia es lo más importante del libro: mantener la dignidad. Y una cosa hermosísima es que cada vez que te escapabas y fracasabas, aunque te volvieran a coger y estuvieras vencida, de todas maneras el intento te daba algo fundamental: te sentías más libre que antes. Esa dignidad y esa libertad ya nadie te las podrá quitar. [Largo silencio. Ingrid Betancourt contesta sollozando].
-Hay temas que me desbaratan. Hay ciertas vainas que me llevan a ciertos momentos, me veo en ciertas situaciones, siento toda mi debilidad, me da pesar de mí misma, pero al mismo tiempo agradecimiento, porque es verdad que la voz de mi padre, sus palabras, están vivas dentro de mí. Hay mecanismos mentales que a mí me ayudaron a sobrellevar las situaciones más duras e incomprensibles. Ser humano es tener ciertos mecanismos mentales, lo que nosotros llamamos principios, para poderse guiar cuando todo lo que hay alrededor es inexplicable y uno pierde la lumbre y no entiende lo que está sucediendo. Ahí están esas palabras clave, esas fortalezas, que lo ayudan a uno a mantener la perspectiva de las cosas, a cuidar lo que uno es. Hay que proteger el alma, hay que protegerla de muchas maneras, hay que protegerla del odio, de los demás. Yo sigo haciendo el duelo por mi padre. Su misma muerte, un mes después de mi secuestro, con el corazón partido de dolor, fue una declaración de amor. Al menos yo lo siento así.
En la selva, a ustedes los asustaban con los animales grandes. Tanto que tú llegas a ser irónica y una vez les dices: "Sí, hay tigres y también tiranosaurios". A mí me da la impresión de que el mayor peligro en la selva no está representado por las fieras, por los animales grandes: el peligro son los bichos pequeños, los insectos, las abejas, las hormigas, las termitas.
-Lo terrible son las enfermedades y los bichos que te están agrediendo sin cesar las 24 horas del día y que no te matan en ese momento, pero te hacen pasar el infierno. De los animales grandes, el más peligroso, claro, es el hombre. El problema con los insectos es que no hay inteligencia; los insectos no sopesan el riesgo, no actúan como individuos. Los matas, pero igual a ellos no se les da nada, vienen otros miles o millones. Con una fiera o con un animal, hay la mirada inteligente, el cálculo; aun con los caimanes. Las fieras te evitan. Las pirañas también tienen algo de insectos, por la cantidad. Son muy agresivas y te mordisquean y atacan. No se las puede excitar. Las atrae la sangre, como los insectos, que son atraídos por el sudor y el calor.
-A veces parecería que los guerrilleros se portan más como insectos insensatos que como fieras inteligentes. Todavía hay decenas de secuestrados en la selva. Es como si el sacrificio de ustedes no sirviera para que las FARC entiendan que el secuestro es un arma de guerra abominable, inadmisible. En todo caso, si hiciera falta algo más para detestar a las FARC, este libro tuyo es el puntillazo final. Creo que ya nadie podrá admirarlas, en ninguna parte del mundo.
-Todavía hay 18 secuestrados, de los de mi grupo, en la selva. Sin contar los secuestrados económicos. No podemos dejar que no nos duela. Yo he decidido no permitir que no me siga doliendo. Yo sé que podría desconectarme y hacer mi vida normal. Tendría derecho a ser feliz. Pero he llegado a la conclusión de que mi felicidad no puede negarme el derecho a sentir el dolor. Sigo luchando por ellos y, sobre todo, trato de ayudar a sus familiares que están libres, pero necesitan de todo.
Yo creo que los guerrilleros no tienen conciencia de lo que nos hicieron vivir. De lo que les siguen haciendo vivir a los secuestrados. Y creo que no tienen conciencia porque ellos viven en un mundo cerrado. Básicamente ellos deciden alejarse de su familia y ser secuestrados de su propia organización. ¡Los primeros secuestrados de las FARC son ellos mismos! Y lo que ellos nos imponían a nosotros era, en la visión de ellos, hacernos vivir a nosotros –de una manera acentuada– la vida horrenda que vivían ellos. Fíjate que muchos de los muchachos que terminan en la guerrilla, a partir de cierto momento ya no quieren estar ahí; quieren volver a ver a sus familias, quieren salir de la selva. La vida en la selva es pavorosa… No es un sitio para un ser humano. Ellos, entonces, no tenían conciencia del horror que nos estaban haciendo vivir porque pensaban que nosotros, en últimas, estábamos viviendo lo que ellos vivían desde siempre.
Yo espero que esto que escribí, si lo leen, les haga entender el horror, no solamente de lo que nos hicieron vivir a nosotros, sino de lo que significa para Colombia. Pero desgraciadamente las FARC se nutren, sobre todo, de nuestro rechazo. Es gente que se siente rechazada por el sistema y que siente que vivir donde están es una gran oportunidad, porque tienen dinero, tienen armas, hacen su ley. Creo que no se dan cuenta del sistema absurdo que crearon: un sistema de delación, un sistema de corrupción interna… ¿qué le puede ofrecer a Colombia –un país polarizado, nutrido por mucho odio y por mucho rechazo también–, qué alternativa puede ser una organización como las FARC, hecha de odio, de corrupción, de violencia? Si yo hubiera visto dentro de las FARC un sistema en el que, por lo menos entre ellos, hubiera gran camaradería, hubiera amor, hubiera ética, grandes ideales, yo habría dicho quizá: esta gente sí puede ser una alternativa para el país, pero lo que yo veo en las Farc es la caricatura de todos los vicios de nuestra sociedad. Por esto mismo tengo un anhelo fundamental: pienso que Colombia tiene que cambiar su corazón. Creo que estamos muy enfermos como sociedad, y tenemos que empezar a cambiar en cada uno de nosotros: no es el presidente, no es el Congreso, no es la justicia, no es el narcotráfico –siempre les echamos la culpa a ellos–, todo eso entra dentro de ese mismo círculo vicioso del cual hacemos cada uno parte. Es la manera como nosotros vivimos en sociedad lo que está enfermo. Hay cosas que tenemos que procesar y cambiar.
Si este es el puntillazo para las FARC, está bien. Si ese es el efecto del libro, está bien. Porque lo que yo sí quisiera es que ellos rectifiquen… Ellos tienen una terminología, y una de las cosas que está en su jerga es la palabra "rectificar". Pues bien, yo creo que ahí hay mucho que rectificar. Las FARC son totalmente anacrónicas, no son viables sino en la selva. En la selva entendida como lugar prehistórico, del paleolítico.
-Creo que la escritura te ha transformado. Creo que te ha servido mucho escribir este libro. Creo que ya eres otra…
-Mi vida cambió completamente con el secuestro. Lo que hoy me hace feliz no tiene nada que ver con lo que me hacía feliz antes. Mi ritmo de vida, mi pensamiento, todo es diferente. Yo creo que ya no soy feliz de la misma manera; no necesito las mismas cosas. Hay un desprendimiento de muchas cosas, necesito de muy poquito. Y ahora mi vida ha vuelto a cambiar, con este libro que pude escribir sola, y que me curó por dentro. Me fascina escribir; quiero decirte que me fascinó escribir. Ya no quisiera hacer nada más en la vida sino escribir.
El mundo ha sido tierno y duro con Ingrid Betancourt. Varias veces la vida la ha encaramado al cielo como cogiendo impulso para arrojarla con más fuerza al infierno. Con ella no hay medias tintas: o es una santa súbita o de repente se transforma en una arpía enferma de maldad y de codicia. Es, al mismo tiempo, el hada y la bruja de los cuentos. La opinión pública, con una actitud ciclotímica, pasa con ella del amor al odio y de la veneración al desprecio. En este momento la fase es depresiva y casi todos la detestan. Su última salida en falso, hace un par de meses, cuando demandó al Estado colombiano por seis millones de euros, fue recibida en su país y en el mundo como una muestra de avidez e ingratitud, y por mucho que haya retirado la demanda, se la siguen cobrando. No fue oportuno llamar "simbólica" a una cifra así.
Después del éxito de la Operación Jaque en la que, mediante una especie de helicóptero de Troya, el Ejército de Colombia engañó a la guerrilla de las FARC y la liberó junto con otros 14 secuestrados, Ingrid Betancourt pasó a ser una heroína mediática internacional. Tratada como una moderna Juana de Arco, devota del rosario y de la Virgen María, fue admitida en audiencia privada por el Papa, recibió la Legión de Honor de manos de Nicolas Sarkozy, el Premio Príncipe de Asturias y fue designada al Premio Nobel de la Paz. De seis años de infierno indudable en las selvas amazónicas pasó al dudoso cielo de los palacios de gobierno. Después de pisar demasiadas alfombras rojas y de pernoctar en las residencias de huéspedes ilustres de los Gobiernos de medio mundo, Ingrid Betancourt resolvió retirarse de la escena y encerrarse en una casa en las montañas. "Después de seis años en la selva", me dice, "no quería volver a ver nada verde. Me fui a un sitio completamente aislado. Sola, en las montañas, me puse a escribir. Montañas con nieve; era febrero y, si miraba por la ventana, todo estaba nevado, blanco. Nada verde. Hoy me puse este vestido verde y pensé: 'Me lo voy a quitar, parece la selva'. Luego me fijé bien y vi que tenía flores; como en la selva no hay flores, me lo dejé puesto".
Y en las montañas nevadas, día tras día durante varios meses, Ingrid Betancourt escribió 700 páginas de un libro poderoso en el que narra con todos los detalles el horror de su experiencia. Fueron casi seis años y medio de secuestro: del 23 de febrero del año 2002 al 2 de julio de 2008. Lo escribió originalmente en francés, pero ella misma supervisó y corrigió la traducción al español. Su título, No hay silencio que no termine (Aguilar), es un verso de Pablo Neruda. Lo leí, lo devoré en pruebas por una deferencia de su editora en castellano, y la lectura me dejó trastornado. La odiadamada Ingrid Betancourt, santa o bruja que sea, se revela aquí como un ser humano complejo, reflexivo y como la misma escritora deslumbrante que le escribió a su familia –desde su cárcel en la selva– unas cartas desoladoras y magníficas. El libro, que tiene el mismo tono de aquellas cartas estremecedoras, es una descripción precisa y dolorosa de una vivencia infernal.
En No hay silencio que no termine, Betancourt cuenta que una vez, en la selva, una guerrillera le preguntó: "¿Qué va a decir de las FARC cuando salga de aquí?". A lo que ella contestó: "Voy a contar lo que vi". Su libro es eso: lo que vio, lo que vivió, lo que pensó y sintió durante esos años de espanto en "un campo de concentración tropical". Además es un tratado sobre la miseria humana, pero también sobre su dignidad. Por eso quise tanto conocerla, entrevistarla. Decidir con mis ojos y con mis oídos si era la bruja que dicen o la mujer profunda que se puede adivinar leyendo el libro. Es la segunda: una persona dulce y serena, inteligente y adolorida, con las heridas curadas, pero con cicatrices todavía frescas. Ya no es la política altiva, mediática e incluso antipática de antes del secuestro, sino una mujer llena de compasión humana, que ha cambiado la acción por la reflexión y los discursos exaltados por la escritura medida. Estuvimos conversando durante varias horas en la tranquila y bonita casa de su agente, Susanna Lea, en el barrio de Chelsea en Nueva York. Como no la conocía, intenté tratarla de usted, pero el tuteo se impuso después de haber leído un libro tan íntimo. Entre otras muchas cosas, me dijo lo que sigue:
-Quisiera que me contaras la historia de la gestación de 'No hay silencio que no termine'. Y ante todo, ¿por qué en francés y no en español, que es la lengua de tus padres?
-Quizá lo escribí en francés, inconscientemente, para poder tomar una mayor distancia de mi experiencia. Era tan doloroso revivir los años del secuestro, que en otro idioma tenía un pequeño filtro, cierta lejanía. Yo viví en Francia toda la infancia y mi primera adolescencia, por lo que el francés me sale natural. Pero al principio ni siquiera pensaba que fuera a escribir en francés; el francés escrito me intimidaba porque tiene unas reglas formales muy rígidas. Yo discutí esto con Gallimard, que me preguntó: "¿En qué idioma lo vas a escribir?". Y yo le dije: "Me imagino que escribiré en español porque muchas cosas las viví en español". Pero no estaba segura. Recuerdo el día en que me senté a escribir. No tenía claro ni la lengua ni por dónde iba a empezar. Tenía frente a mí unas hojas blancas y un estilógrafo que había comprado especialmente para el libro. La primera frase me salió en francés, y lo primero que quise recordar fue uno de mis intentos de fuga. A partir de ahí ya no pude parar.
Me impuse un plan de trabajo muy estricto: me levantaba a las seis y media de la mañana y hacía una hora de gimnasia. Después, un buen desayuno, de manera que pudiera trabajar sin parar desde las nueve de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Pero había días en que me daban las ocho de la noche y seguía escribiendo. Estuve largos meses completamente sola. Cambié el teléfono y el correo. Estaba conectada con el mundo a través del computador. Cuando me iba mal, escribía 10 páginas por día; cuando me iba bien, 20. Lloraba mucho. Tenía que levantarme, parar, mirar un rato por la ventana antes de volver al escritorio.
-Muchos secuestrados –colombianos y norteamericanos– han escrito libros sobre su experiencia del cautiverio. Todos lo han hecho con la ayuda de un periodista o un redactor. ¿Nunca pensaste en escribir el libro con uno de estos ayudantes?
-Después de la liberación, una de las primeras personas que vino a verme fue mi antiguo editor, Bernard Fixot, de XO Éditions. Yo había publicado con él mi libro anterior al secuestro, La rabia en el corazón. Bernard me dijo: "Obviamente, vas a escribir un libro; lo estamos esperando. Hay que sacarlo rápido; te pondremos un redactor, como en el libro anterior. Tiene que ser un libro con mucha acción". La rabia en el corazón lo habíamos escrito entre dos; yo contaba la historia y Lionel Duroy redactaba. Así que yo no tenía la experiencia de haber escrito un libro sola. Pero esta vez lo había pensado bien: el libro que quiero escribir, me decía, primero que todo, lo quiero escribir yo. Sin intermediación de nadie. Quería tomarme mi tiempo para escribirlo y Bernard tenía afán. Yo le dije: "Mira, ese no es el libro que yo quiero escribir; este libro tengo que escribirlo yo sola y muy despacio". Entonces Bernard me dijo: "Tú no puedes escribirlo, tú no sabes escribir, Ingrid". Y eso me dejó pensando mucho, dudando de si yo era capaz, pero igual lo quería intentar. Tampoco quería un libro de acción. Lo que yo quería era que la gente que leyera mi libro estuviera conmigo en la selva. De alguna manera, lo que yo buscaba, lo que yo necesitaba, era escribir ese libro para poder llevar a mis niños y a mi mamá a esos años que me tocó vivir.
Antes de escribir el libro, ¿les habías contado a ellos tu experiencia?
-No, durante mucho tiempo no fui capaz de contarles nada a mis hijos ni a mi mamá. No podía, no me salía; no sabía siquiera por dónde empezar. Era un bloqueo no tanto por no querer contar la historia sino porque me daba susto hacerles daño; no quería ver en la cara de ellos el dolor. No quería conmoverme tampoco, tanto, frente a ellos.
-Durante el secuestro te pasó algo parecido. Con uno de tus compañeros, del que te enamoraste, intercambiabas mensajes, y entonces comentas: "Descubrí una distancia que me liberaba, al escribir cartas". La comunicación cara a cara, mirando a la otra persona, es mucho más difícil, ¿no? Lo bueno de escribir es que no tenemos un espectador al frente.
-En un relato hablado hay dos dificultades: primero, revivir lo que se vivió, y luego, la dificultad de lo que tú ves en el ojo del otro; del horror que tú les estás contando y generando. La reacción ajena te crea una emoción adicional a la tuya, y eso se vuelve muy complicado. Escribir fue, de alguna manera, más fácil que contar, porque no tenía que llevar a cuestas la reacción del otro. Sentirte juzgado inhibe la espontaneidad; uno sospecha que lo próximo que diga puede producir dolor, y se frena. La escritura es muy liberadora. Es algo más depurado.
-A mí no me ha interesado el género de los libros de secuestrados, pero después de 'No hay silencio que no termine' decidí leerlos. Lo que en los demás es una anécdota, en el tuyo es gran literatura. Tres secuestrados distintos cuentan el mismo episodio, por ejemplo una fuga. ¿Por qué el tuyo es gran literatura y por qué los otros son una aventura anecdótica? Al no revivir todos los detalles, al no explicar todos los matices de lo que está pasando, no se siente la vida, no se siente el dolor, no se siente la angustia, el miedo, la humillación, la rabia, y todo lo que es fundamental en una persona. Y algo más: la catarsis solamente ocurre si uno mismo cuenta lo que tiene que contar…
-Con un periodista o con alguien que no lo vivió es muy difícil que salga bien. Falta la vivencia. Escribirlo yo misma me sirvió muchísimo. Para poder llevar a las personas adonde yo estaba, para poder llevar a los que quería que estuvieran allá un rato conmigo, tuve que repasar esos momentos vividos, y sucedió algo tremendo: en ese ejercicio de estar allá con el pensamiento, estuve allá, volví allá físicamente. Terminaba extenuada: sudando, llorando, riéndome; era muy duro porque yo podía estar allá: veía, oía, sentía, tenía la temperatura del sitio, la humedad, los olores, los colores, la luz, las voces. Era un regreso en el tiempo y una inmersión en la memoria muy fuerte, pero (y ese ejercicio fue vital para mí) en momentos que fueron muy dolorosos, al contarlos con la distancia, lograba ver los mecanismos que me habían llevado a reaccionar de alguna manera, y entendía… Empecé al fin a entender qué era lo que me había sucedido en realidad: fue como hacer una disección de mí misma. Y también pude entender a los otros. Gracias al libro pude perdonarme y perdonar a los demás.
La escritura sana tanto los rencores que para mí fue muy importante el ejercicio. Creo que mis compañeros que escribieron otros libros lo hicieron muy en caliente, recién llegados, y no pudieron procesar lo que nos pasó, narraron hechos. No pudieron sumergirse de cabeza en lo que realmente habían sentido o vivido; no lo pasaron por ellos mismos.
Mi curación ha sido muy lenta y muy difícil. Revivir los hechos implicó que la curación se prolongara más; pero al revivir y repasar y analizar lo que me pasó, curé mis heridas a fondo. Lo que siento es que muchos de mis compañeros curaron sus heridas muy pronto. Entraron con afán a la vida, se casaron, se divorciaron, encontraron un trabajo nuevo, tuvieron más hijos, todo, pero cuando hablo con algunos de ellos, siento que hay todavía cosas que no han sanado y otras que ya serán muy difíciles de sanar.
-Algo completamente nuevo en el libro, una revelación, para mí y supongo que para muchos lectores, es que Clara Rojas hubiera pedido permiso para ser madre. No teníamos ni idea de que ella les hubiera escrito a los comandantes de las FARC pidiendo autorización para tener un hijo.
-Todo eso fue muy humano. Yo pensé mucho si iba a contar esto o no. No me quería inmiscuir en cosas que son estrictamente de ella, y si lo conté fue básicamente porque quería explicar el conflicto que fue para mí; yo no sabía qué hacer en ese momento. Pienso que lo ocurrido fue algo de lo cual ella debe sentirse muy tranquila. Para mí no hay nada más importante que mis hijos, y no tuve la suerte de poder vivir toda la vida con el papá de ellos. De alguna manera el resultado de la reflexión es que, con padre o sin padre, la relación con los hijos es tan esencial que yo comprendo que ella hubiera sentido que el secuestro la estaba expoliando de lo más importante para ella, que era el derecho a ser madre. Ahora, yo no tengo ni idea de cuál haya sido la secuencia de pensamientos de Clara porque en ese momento estábamos separadas y muy distanciadas, y nunca más volvimos a ser amigas realmente. Voy a matizar esto para que se entienda: ella y yo siempre seremos hermanas; la distancia de la amistad depende del momento; pero independientemente de esto, yo respeto por completo la decisión que ella tomó.
-A mí me parece que Emmanuel fue una bendición, una bendición terrible. Emmanuel le dio a Colombia, o por lo menos a muchos de nosotros, la convicción clarísima de que no podía haber un bebé "prisionero político"; no podía haber un niño "canjeable". A mí lo único que se me ocurrió fue gritar ¡liberen a Emmanuel!
-Sí, Emmanuel fue una bendición porque humanizó lo inhumanizable. Es decir, lo más inhumano y lo más infame. Para resumir mi sentimiento: yo creo que la única decisión humana que tuvo Manuel Marulanda [fundador y líder de las FARC hasta su muerte en 2008] en su vida fue la de liberar a Emmanuel. No creo que hubiera sido espontánea, creo que Chávez tuvo mucho que ver con eso…
-Pero él no lo liberó, porque ya no lo tenían; liberó solamente a Clara Rojas…
-Creo que él no sabía que Emmanuel ya no estaba en manos de sus milicianos. Él había tomado la decisión de liberarlo. Y pienso que esa decisión de liberar al niño no fue nada simple para las FARC. Yo me sentía metida ahí sin querer, pero para mí el niño era muy importante; yo era la madrina, y lo sigo siendo en mi corazón. Me acuerdo que tuve con Sombra [Elí Mejía Mendoza, alias Martín Sombra, hoy preso] y con otros comandantes conversaciones sobre el niño, y lo que las FARC decían y creían con todo convencimiento era esto: "Ese niño es nuestro; cuando crezca, ese niño será un guerrillero de las FARC". Mira cómo es su lógica porque esto es fundamental: cuando una guerrillera queda esperando un niño de otro guerrillero, tiene que pedir permiso para tenerlo. Si no le dan permiso, tiene que abortar; si le dan permiso, ella lo tiene, le dan tres o cuatro meses para amamantarlo y sacarlo adelante, y después se lo entregan a un miliciano. Y ese niño va a crecer en manos de esa familia de milicianos, y cuando cumple 10 o 12 años se vuelve guerrillero. Por lo general, difícilmente habrá conocido a su mamá, a duras penas sabrá quién es su papá, son niños de las FARC.
-Es como criar un ternero para que después pelee.
Exactamente eso. Y el niño de Clara entraba en esa categoría. El pensamiento de las FARC para con Emmanuel no era para nada diferente de cómo ellos trataban a los niños de sus guerrilleras. Entonces Chávez llega y les dice: "No, esto no se puede hacer". Esta es una reconstrucción mía, nunca he hablado con Chávez sobre esto, no tengo ni idea de cómo fue, pero es algo que puedo reconstruir por conjeturas. Cuando Chávez se mete y comienza a buscar liberar secuestrados, en algún momento tuvo que haberle dicho a Manuel Marulanda: "Ustedes están locos; ustedes no pueden pretender que el mundo acepte que el niño que tuvo Clara en cautiverio vaya a ser de las FARC; el niño tiene una mamá y ustedes no lo pueden secuestrar".
Ese fue el primer momento en que a las FARC les hizo clic algo que no les había hecho clic nunca. Fue monstruoso que no sacaran a Clara para que la atendiera un partero; cómo es posible que no le pidieran a William, el enfermero militar secuestrado, que estaba ahí en la misma cárcel, que ayudara. [Ingrid se queda meditando un momento, con los ojos encharcados, como reuniendo las ideas]. No, no, no. Dios tiene sus caminos. Todo parece mentira. Es increíble que el niño haya terminado en un hogar infantil, y que lo hayan encontrado, y que hayan podido dar con él. Y, además, que Pincho [el policía John Frank Pinchao] se haya volado a tiempo para poder dar información sobre el niño de modo que lo pudieran rastrear… Porque si Pincho no se vuela, nadie se entera de que el brazo era el brazo izquierdo, de que tenía tantos años, que había nacido en tal fecha…
-En ese tiempo hubo muchas especulaciones. El periodista Jorge Enrique Botero se inventó la historia de una cesárea en una trinchera durante un bombardeo del ejército y se guardó la información del niño un año para poder dar un golpe periodístico con el libro, sin avisar siquiera a la familia de Clara. De ti se decía que estabas sufriendo el síndrome de Estocolmo. -Hubo muchas cosas horribles de parte de la prensa. Una vez, yo estaba encadenada del cuello, amarrada a un árbol en la selva, y en ese mismo momento alcancé a oír por el programa de radio La Luciérnaga que Álvarez Gardeazábal decía, especulando, inventando, que yo probablemente era la amante del comandante de las FARC Alfonso Cano. Yo a Cano no lo conozco, nunca lo he visto en mi vida. Yo estaba recibiendo el peor tratamiento imaginable, me moría de angustia, dolor y soledad, mientras ellos decían que yo estaba de amante de Cano, como si estuviera pasando vacaciones o teniendo un affaire amoroso con un guerrillero de alto rango. [La voz se le quiebra]. Antes de que saliera lo de Clara, el hijo era mío, era yo la que había tenido un hijo. No, no, no. Fue tan ofensivo. Tanta maldad. La sociedad colombiana es despiadada, está enferma de ira.
Cuando hace dos meses sucedió lo de la demanda, con toda la furia que se levantó en Colombia, volví a sentir todo esto, lo mismo. Otra vez me crucificaban. Un odio concentrado contra mí, como si yo fuera el ser más infame de la Tierra. Volví a ver el azufre.
-Hay algo muy duro y hermoso en el libro y es que tú siempre buscaste no perder algo que tu padre te había enseñado: la dignidad. Esta se expresa con la capacidad de reconocer muy bien que hay cosas más importantes que la vida, y que aunque te violenten, te maltraten físicamente, te humillen, quedaba en ti algo muy sólido porque a pesar de que te tocaran eras intocable, a pesar de que te humillaran no te hundían. Esa resistencia es lo más importante del libro: mantener la dignidad. Y una cosa hermosísima es que cada vez que te escapabas y fracasabas, aunque te volvieran a coger y estuvieras vencida, de todas maneras el intento te daba algo fundamental: te sentías más libre que antes. Esa dignidad y esa libertad ya nadie te las podrá quitar. [Largo silencio. Ingrid Betancourt contesta sollozando].
-Hay temas que me desbaratan. Hay ciertas vainas que me llevan a ciertos momentos, me veo en ciertas situaciones, siento toda mi debilidad, me da pesar de mí misma, pero al mismo tiempo agradecimiento, porque es verdad que la voz de mi padre, sus palabras, están vivas dentro de mí. Hay mecanismos mentales que a mí me ayudaron a sobrellevar las situaciones más duras e incomprensibles. Ser humano es tener ciertos mecanismos mentales, lo que nosotros llamamos principios, para poderse guiar cuando todo lo que hay alrededor es inexplicable y uno pierde la lumbre y no entiende lo que está sucediendo. Ahí están esas palabras clave, esas fortalezas, que lo ayudan a uno a mantener la perspectiva de las cosas, a cuidar lo que uno es. Hay que proteger el alma, hay que protegerla de muchas maneras, hay que protegerla del odio, de los demás. Yo sigo haciendo el duelo por mi padre. Su misma muerte, un mes después de mi secuestro, con el corazón partido de dolor, fue una declaración de amor. Al menos yo lo siento así.
En la selva, a ustedes los asustaban con los animales grandes. Tanto que tú llegas a ser irónica y una vez les dices: "Sí, hay tigres y también tiranosaurios". A mí me da la impresión de que el mayor peligro en la selva no está representado por las fieras, por los animales grandes: el peligro son los bichos pequeños, los insectos, las abejas, las hormigas, las termitas.
-Lo terrible son las enfermedades y los bichos que te están agrediendo sin cesar las 24 horas del día y que no te matan en ese momento, pero te hacen pasar el infierno. De los animales grandes, el más peligroso, claro, es el hombre. El problema con los insectos es que no hay inteligencia; los insectos no sopesan el riesgo, no actúan como individuos. Los matas, pero igual a ellos no se les da nada, vienen otros miles o millones. Con una fiera o con un animal, hay la mirada inteligente, el cálculo; aun con los caimanes. Las fieras te evitan. Las pirañas también tienen algo de insectos, por la cantidad. Son muy agresivas y te mordisquean y atacan. No se las puede excitar. Las atrae la sangre, como los insectos, que son atraídos por el sudor y el calor.
-A veces parecería que los guerrilleros se portan más como insectos insensatos que como fieras inteligentes. Todavía hay decenas de secuestrados en la selva. Es como si el sacrificio de ustedes no sirviera para que las FARC entiendan que el secuestro es un arma de guerra abominable, inadmisible. En todo caso, si hiciera falta algo más para detestar a las FARC, este libro tuyo es el puntillazo final. Creo que ya nadie podrá admirarlas, en ninguna parte del mundo.
-Todavía hay 18 secuestrados, de los de mi grupo, en la selva. Sin contar los secuestrados económicos. No podemos dejar que no nos duela. Yo he decidido no permitir que no me siga doliendo. Yo sé que podría desconectarme y hacer mi vida normal. Tendría derecho a ser feliz. Pero he llegado a la conclusión de que mi felicidad no puede negarme el derecho a sentir el dolor. Sigo luchando por ellos y, sobre todo, trato de ayudar a sus familiares que están libres, pero necesitan de todo.
Yo creo que los guerrilleros no tienen conciencia de lo que nos hicieron vivir. De lo que les siguen haciendo vivir a los secuestrados. Y creo que no tienen conciencia porque ellos viven en un mundo cerrado. Básicamente ellos deciden alejarse de su familia y ser secuestrados de su propia organización. ¡Los primeros secuestrados de las FARC son ellos mismos! Y lo que ellos nos imponían a nosotros era, en la visión de ellos, hacernos vivir a nosotros –de una manera acentuada– la vida horrenda que vivían ellos. Fíjate que muchos de los muchachos que terminan en la guerrilla, a partir de cierto momento ya no quieren estar ahí; quieren volver a ver a sus familias, quieren salir de la selva. La vida en la selva es pavorosa… No es un sitio para un ser humano. Ellos, entonces, no tenían conciencia del horror que nos estaban haciendo vivir porque pensaban que nosotros, en últimas, estábamos viviendo lo que ellos vivían desde siempre.
Yo espero que esto que escribí, si lo leen, les haga entender el horror, no solamente de lo que nos hicieron vivir a nosotros, sino de lo que significa para Colombia. Pero desgraciadamente las FARC se nutren, sobre todo, de nuestro rechazo. Es gente que se siente rechazada por el sistema y que siente que vivir donde están es una gran oportunidad, porque tienen dinero, tienen armas, hacen su ley. Creo que no se dan cuenta del sistema absurdo que crearon: un sistema de delación, un sistema de corrupción interna… ¿qué le puede ofrecer a Colombia –un país polarizado, nutrido por mucho odio y por mucho rechazo también–, qué alternativa puede ser una organización como las FARC, hecha de odio, de corrupción, de violencia? Si yo hubiera visto dentro de las FARC un sistema en el que, por lo menos entre ellos, hubiera gran camaradería, hubiera amor, hubiera ética, grandes ideales, yo habría dicho quizá: esta gente sí puede ser una alternativa para el país, pero lo que yo veo en las Farc es la caricatura de todos los vicios de nuestra sociedad. Por esto mismo tengo un anhelo fundamental: pienso que Colombia tiene que cambiar su corazón. Creo que estamos muy enfermos como sociedad, y tenemos que empezar a cambiar en cada uno de nosotros: no es el presidente, no es el Congreso, no es la justicia, no es el narcotráfico –siempre les echamos la culpa a ellos–, todo eso entra dentro de ese mismo círculo vicioso del cual hacemos cada uno parte. Es la manera como nosotros vivimos en sociedad lo que está enfermo. Hay cosas que tenemos que procesar y cambiar.
Si este es el puntillazo para las FARC, está bien. Si ese es el efecto del libro, está bien. Porque lo que yo sí quisiera es que ellos rectifiquen… Ellos tienen una terminología, y una de las cosas que está en su jerga es la palabra "rectificar". Pues bien, yo creo que ahí hay mucho que rectificar. Las FARC son totalmente anacrónicas, no son viables sino en la selva. En la selva entendida como lugar prehistórico, del paleolítico.
-Creo que la escritura te ha transformado. Creo que te ha servido mucho escribir este libro. Creo que ya eres otra…
-Mi vida cambió completamente con el secuestro. Lo que hoy me hace feliz no tiene nada que ver con lo que me hacía feliz antes. Mi ritmo de vida, mi pensamiento, todo es diferente. Yo creo que ya no soy feliz de la misma manera; no necesito las mismas cosas. Hay un desprendimiento de muchas cosas, necesito de muy poquito. Y ahora mi vida ha vuelto a cambiar, con este libro que pude escribir sola, y que me curó por dentro. Me fascina escribir; quiero decirte que me fascinó escribir. Ya no quisiera hacer nada más en la vida sino escribir.
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