Las opciones de Japón
Por Joseph Nye, ex secretario adjunto de Defensa de Estados Unidos y profesor en la Universidad de Harvard.
Traducido por Carlos Manzano
EL PAÍS, 16/11/10;
Las actuales tensiones entre China y Japón han hecho que se vuelva a hablar de lo mucho que este último país ha caído desde sus años de gloria en la década de los ochenta. En 2010, la economía china superó a la de Japón en tamaño total, aunque solo es una sexta parte de su tamaño desde el punto de vista de la renta por habitante. En 1988, ocho de las 10 empresas más importantes del mundo por su capitalización en el mercado eran japonesas; hoy ninguna lo es.
Pero, pese a sus recientes resultados, Japón conserva unos recursos de poder impresionantes. Su economía ocupa el tercer puesto de las economías nacionales por su tamaño y cuenta con industrias avanzadas y las fuerzas militares no atómicas mejor equipadas de los países asiáticos. Hace solo dos décadas, muchos americanos temían verse superados después de que la renta japonesa por habitante superara la de Estados Unidos. Se publicaron libros que predecían un bloque del Pacífico encabezado por Japón y que excluiría a EE UU, e incluso una posible guerra entre los dos países. El futurólogo Herman Kahn pronosticó que Japón llegaría a ser una superpotencia nuclear y que la transición en cuanto a su papel sería como “el cambio habido en los asuntos europeos y mundiales en el decenio de 1870 por el ascenso de Prusia”.
Esas opiniones extrapolaban una impresionante ejecutoria japonesa. Sin embargo, en la actualidad sirven de útil recordatorio del peligro de las proyecciones lineales basadas en aumentos rápidos de los recursos de poder. En vísperas de la II Guerra Mundial, Japón contaba con el 5% de la producción industrial del mundo. Después de quedar devastado, no recuperó ese nivel hasta 1964. De 1950 a 1974, la tasa media de crecimiento anual ascendió a un 10% y en la década de los ochenta ocupaba el segundo puesto por tamaño de las economías nacionales del mundo, con el 15% de la producción mundial. Japón llegó a ser también el mayor acreedor y el mayor donante de ayuda exterior. Su tecnología era aproximadamente igual a la de EE UU e incluso ligeramente más adelantada en algunas manufacturas. Japón se armó solo ligeramente (pues limitó los gastos militares al 1% del PNB) y se centró en el crecimiento económico.
Aquella no fue la primera vez que Japón se reinventó a sí mismo. Hace un siglo y medio, fue el primer país no occidental que se adaptó a la mundialización. Tras siglos de aislamiento, la restauración Meiji eligió selectivamente modelos del resto del mundo y, 50 años después, el país había llegado a ser lo bastante fuerte para derrotar a una gran potencia europea en la guerra ruso-japonesa.
¿Puede reinventarse de nuevo a sí mismo Japón? En 2000, una comisión creada por el primer ministro sobre las metas en el siglo XXI pidió eso precisamente. Poco ha habido al respecto. Dados el estancamiento económico, las deficiencias del sistema político, el envejecimiento de la población y la resistencia a la inmigración, el cambio fundamental no resultará fácil. Pero Japón sigue conservando un nivel de vida elevado, una mano de obra muy especializada y una sociedad estable, aparte de encabezar algunos sectores tecnológicos y manufactureros. Además, su cultura, su ayuda internacional al desarrollo y su apoyo a las instituciones internacionales le granjean recursos de poder blando, es decir, atractivo.
Pero no parece probable que un Japón revitalizado llegue, en una o dos décadas, a ser un aspirante a la primacía mundial económica o militarmente, como se predijo. El país, que tiene aproximadamente el tamaño de California, nunca tendrá la escala geográfica o demográfica de China o de EE UU y su poder blando resulta socavado por actitudes y políticas etnocéntricas. Algunos políticos japoneses hablan de revisar el artículo 9 de la Constitución, que limita sus fuerzas a la autodefensa y algunos han hablado de armamento nuclear. Las dos opciones parecen imprudentes e improbables ahora.
En cambio, si Japón se aliara con China, sus recursos combinados constituirían una coalición potente. En 2006, China pasó a ser el mayor socio comercial de Japón y el nuevo Gobierno del Partido Democrático del Japón en 2009 se propuso mejorar las relaciones bilaterales. Pero una alianza también parece improbable. No solo no se han cerrado las heridas del decenio de 1930, sino que, además, China y Japón tienen concepciones encontradas del lugar idóneo que corresponde a Japón en Asia y en el mundo. Por ejemplo, China ha bloqueado los intentos de Japón de llegar a ser miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU.
En el muy improbable caso de que EE UU se retirara de la región de Asia Oriental, Japón podría subirse al carro chino, pero es más probable que mantenga su alianza con EE UU para preservar su independencia de China.
El peligro principal para el Japón actual es su tendencia a encerrarse en sí mismo, en lugar de llegar a ser una potencia civil mundial que haga realidad su gran capacidad para producir bienes públicos mundiales. Por ejemplo, el presupuesto de Japón para ayuda ha disminuido y solo la mitad de los estudiantes japoneses estudian en el extranjero en comparación con los que lo hacían hace décadas. Un Japón que se encerrara en sí mismo sería una pérdida para todo el mundo.
Traducido por Carlos Manzano
EL PAÍS, 16/11/10;
Las actuales tensiones entre China y Japón han hecho que se vuelva a hablar de lo mucho que este último país ha caído desde sus años de gloria en la década de los ochenta. En 2010, la economía china superó a la de Japón en tamaño total, aunque solo es una sexta parte de su tamaño desde el punto de vista de la renta por habitante. En 1988, ocho de las 10 empresas más importantes del mundo por su capitalización en el mercado eran japonesas; hoy ninguna lo es.
Pero, pese a sus recientes resultados, Japón conserva unos recursos de poder impresionantes. Su economía ocupa el tercer puesto de las economías nacionales por su tamaño y cuenta con industrias avanzadas y las fuerzas militares no atómicas mejor equipadas de los países asiáticos. Hace solo dos décadas, muchos americanos temían verse superados después de que la renta japonesa por habitante superara la de Estados Unidos. Se publicaron libros que predecían un bloque del Pacífico encabezado por Japón y que excluiría a EE UU, e incluso una posible guerra entre los dos países. El futurólogo Herman Kahn pronosticó que Japón llegaría a ser una superpotencia nuclear y que la transición en cuanto a su papel sería como “el cambio habido en los asuntos europeos y mundiales en el decenio de 1870 por el ascenso de Prusia”.
Esas opiniones extrapolaban una impresionante ejecutoria japonesa. Sin embargo, en la actualidad sirven de útil recordatorio del peligro de las proyecciones lineales basadas en aumentos rápidos de los recursos de poder. En vísperas de la II Guerra Mundial, Japón contaba con el 5% de la producción industrial del mundo. Después de quedar devastado, no recuperó ese nivel hasta 1964. De 1950 a 1974, la tasa media de crecimiento anual ascendió a un 10% y en la década de los ochenta ocupaba el segundo puesto por tamaño de las economías nacionales del mundo, con el 15% de la producción mundial. Japón llegó a ser también el mayor acreedor y el mayor donante de ayuda exterior. Su tecnología era aproximadamente igual a la de EE UU e incluso ligeramente más adelantada en algunas manufacturas. Japón se armó solo ligeramente (pues limitó los gastos militares al 1% del PNB) y se centró en el crecimiento económico.
Aquella no fue la primera vez que Japón se reinventó a sí mismo. Hace un siglo y medio, fue el primer país no occidental que se adaptó a la mundialización. Tras siglos de aislamiento, la restauración Meiji eligió selectivamente modelos del resto del mundo y, 50 años después, el país había llegado a ser lo bastante fuerte para derrotar a una gran potencia europea en la guerra ruso-japonesa.
¿Puede reinventarse de nuevo a sí mismo Japón? En 2000, una comisión creada por el primer ministro sobre las metas en el siglo XXI pidió eso precisamente. Poco ha habido al respecto. Dados el estancamiento económico, las deficiencias del sistema político, el envejecimiento de la población y la resistencia a la inmigración, el cambio fundamental no resultará fácil. Pero Japón sigue conservando un nivel de vida elevado, una mano de obra muy especializada y una sociedad estable, aparte de encabezar algunos sectores tecnológicos y manufactureros. Además, su cultura, su ayuda internacional al desarrollo y su apoyo a las instituciones internacionales le granjean recursos de poder blando, es decir, atractivo.
Pero no parece probable que un Japón revitalizado llegue, en una o dos décadas, a ser un aspirante a la primacía mundial económica o militarmente, como se predijo. El país, que tiene aproximadamente el tamaño de California, nunca tendrá la escala geográfica o demográfica de China o de EE UU y su poder blando resulta socavado por actitudes y políticas etnocéntricas. Algunos políticos japoneses hablan de revisar el artículo 9 de la Constitución, que limita sus fuerzas a la autodefensa y algunos han hablado de armamento nuclear. Las dos opciones parecen imprudentes e improbables ahora.
En cambio, si Japón se aliara con China, sus recursos combinados constituirían una coalición potente. En 2006, China pasó a ser el mayor socio comercial de Japón y el nuevo Gobierno del Partido Democrático del Japón en 2009 se propuso mejorar las relaciones bilaterales. Pero una alianza también parece improbable. No solo no se han cerrado las heridas del decenio de 1930, sino que, además, China y Japón tienen concepciones encontradas del lugar idóneo que corresponde a Japón en Asia y en el mundo. Por ejemplo, China ha bloqueado los intentos de Japón de llegar a ser miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU.
En el muy improbable caso de que EE UU se retirara de la región de Asia Oriental, Japón podría subirse al carro chino, pero es más probable que mantenga su alianza con EE UU para preservar su independencia de China.
El peligro principal para el Japón actual es su tendencia a encerrarse en sí mismo, en lugar de llegar a ser una potencia civil mundial que haga realidad su gran capacidad para producir bienes públicos mundiales. Por ejemplo, el presupuesto de Japón para ayuda ha disminuido y solo la mitad de los estudiantes japoneses estudian en el extranjero en comparación con los que lo hacían hace décadas. Un Japón que se encerrara en sí mismo sería una pérdida para todo el mundo.
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