5 nov 2010

Los infiltrados

Columna Estrictamente Personal/Raymundo Riva Palacio
Los infiltrados
Ejecentral.com, 5 de noviembre, 2010
La “Operación Limpieza” es uno de los capítulos más públicos y menos explorados en los 47 meses de guerra contra el narcotráfico. Se trata de la infiltración más grande en la historia en el corazón de la PGR, justo en las oficinas que combaten a los cárteles de las drogas, y en la Embajada de Estados Unidos. Pero tiene un agravante: se le escondió la profundidad y gravedad de esa infiltración al presidente Felipe Calderón para que el entonces procurador Eduardo Medina Mora no fuera atrapado en la vorágine de la corrupción de sus subalternos.
La “Operación Limpieza” fue anunciada el 27 de octubre de 2008 por Medina Mora, con el fin de depurar la infiltración del narcotráfico en la PGR. El primer envión judicial llevó a la cárcel a alrededor de 25 funcionarios y agentes vinculados a la Subprocuraduría de Investigaciones Especiales contra la Delincuencia Organizada (SIEDO), que se había convertido en el eje vector de protección institucional a los cárteles. La contundencia del anuncio escondió todo lo que maniobró durante el mes previo Medina Mora, para que su cabeza no fuera una de las que rodaran ese día.
Por medio de presiones y amenazas a directivos de El Universal, Medina Mora logró que el periódico detuviera la publicación de lo que se llamó después “Operación Limpieza” el 2 de octubre. El reportero de El Universal, Francisco Gómez, había obtenido un expediente judicial de 83 fojas donde se revelaba que el coordinador general técnico y el director general adjunto de la SIEDO, Miguel Colorado González y Fernando Rivera Hernández, estaban en la nómina del Cártel de Sinaloa, y que un mexicano que trabajaba en la Oficina de Alguaciles en la Embajada de Estados Unidos, era informante a sueldo de los narcotraficantes.

Detalles de este episodio se encuentran en “Los Infiltrados”, un libro que comenzó a circular esta semana escrito por David Aponte, a la sazón subdirector de El Universal, y que en palabras del periodista Héctor de Mauleón, autor del prólogo, “narra esa historia alternativa visible y secreta… a partir de un manojo siniestro de testimonios rendidos por los operadores, sicarios, narcotraficantes, funcionarios y agentes de la policía -testigos protegidos que en algunos casos hallaron muertes misteriosas, y en otros fueron asesinados en plena vía pública-”.
No es la “Operación Limpieza” el motivo único del libro, pero sí una parte central de él. Aponte, quien vivió y padeció esos momentos críticos, recuerda que “a finales de septiembre, Medina Mora recibió información que lo obligó a movilizarse: un periodista tenía en su poder numerosos detalles de la infiltración del narcotráfico en la PGR. Una conversación telefónica entre un editor y un reportero fue interceptada”. Aponte se refiere al espionaje del CISEN a funcionarios de El Universal, y en especifico a la conversación entre el reportero Gómez y Carlos Benavides, su editor.
Agrega Aponte: “En la charla, ambos periodistas señalaron que el caso era de tal escándalo que sólo podría equipararse al del involucracimiento del general Jesús Gutiérrez Rebollo con el cártel de Amado Carrillo”. En realidad, era mucho más grave. En el caso del general Gutiérrez Rebollo, quien era el zar de las drogas en el gobierno de Ernesto Zedillo, la corrupción era individual. En la “Operación Limpieza”, institucional. Adicionalmente, como describe el mismo Aponte, uno de sus infiltrados, que llevaba alrededor de seis años trabajando para el Cártel de Sinaloa, había penetrado los sistemas de vigilancia y supervisión de la Embajada de Estados Unidos, rompiendo con todos sus protocolos de seguridad.
El caso era de impacto binacional, al no conocerse tampoco una penetración tan profunda de la delincuencia organizada en la estructura del Departamento de Estado. El contenido de la intercepción del CISEN, que le fue revelado meses después a Benavides por Fernando Castillo, vocero y asesor político de Medina Mora -hoy en día delegado de la agencia de inteligencia mexicana en Guatemala-, provocó el control de daños del procurador, “bajo el argumento -escribe Aponte-, de que iba a entorpecer las pesquisas y que se trataba de un asunto muy delicado”. Medina Mora pidió aplazar la publicación hasta que se concluyera, engañando a los directivos del diario pues el documento no era una averiguación previa, sino la conclusión de la investigación en espera de sentencia.
El procurador ejerció una presión enorme sobre los directivos del diario, a uno de los cuales amenazó incluso con llevarlo a la cárcel por otra información que había publicado en esos días El Universal, citando un informe de inteligencia de Estados Unidos, que relacionaba al hermano de un ex gobernador del PAN con el narcotráfico. Medina Mora no tenía más herramientas de presión que el terror. Lo que deseaba era que le mostraran el expediente de Gómez para, aparentemente, ver de dónde había salido. Hubo mucha resistencia de los editores, hasta que en una ocasión, Medina Mora llegó al periódico en compañía de la nueva jefa de la SIEDO, Marisela Morales, y logró que uno los directivos le enseñaran el documento.
El expediente lo desconocía el presidente Calderón. De haberse publicado el día programado para ello, se habría enterado por la prensa de la infiltración en la SIEDO y no por su procurador, quien al saber de que el diario lo tenía, buscó desesperadamente una cita con el Presidente para informarlo. El mes de gracia que le permitió la presión en contra de El Universal para posponer la publicación le ayudó a construir su propia narrativa y a eliminar los cabos sueltos, como sucedió con la detención a mediados de noviembre del hasta entonces director de la SIEDO, Noé Ramírez Mandujano, a quien había protegido y enviado como representante de México ante el organismo de Naciones Unidas para el control de las drogas.
En poco menos de un mes, Medina Mora había salvado su cabeza, cuando menos por no haberse dado cuenta que, en su propia cama, convivían los cárteles que debía combatir. En ese lapso armó su rescate como funcionario e individuo. En las vísperas del anuncio, cuando Castillo notificó a Benavides que la PGR liberaba a El Universal de publicarlo, le comentó que no sabían siquiera como llamar al caso. “Operación Limpieza”, dijo Benavides. “Porqué no la llaman Operación Limpieza”. Así fue. Así lo conoce la historia, que empieza a ser contada en pedacitos.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx

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