11 abr 2010

Canetti contra la muerte

Una ola única y monstruosa
JOSÉ LUIS PARDO
Babelia, 10/04/2010;
Sus formidables relatos autobiográficos nos han legado diferentes imágenes de Canetti, entre ellas la de ese niño cuyos padres hablaban castellano-sefardí (procedían de una familia expulsada de España, de apellido Cañete) y que aprendió a admirar a los grandes genios de las artes y las letras en el fabuloso "calendario Pestalozzi" que acompañó los días lectivos de tantos escolares suizos de principios del siglo XX. Pero pronto aparece un descubrimiento inquietante, que el joven realiza en el museo Städel de Fráncfort, ante el Sansón cegado por los filisteos de Rembrandt, el descubrimiento de la fuerza motriz del odio. En esta misma ciudad, en 1922, asiste Canetti como espectador emocionado a la manifestación de protesta por el asesinato de Walter Rathenau. Y allí, de una manera muy distinta que otros intelectuales como Freud y Ortega y Gasset -que siempre la vieron como algo ajeno y despreciable-, Canetti se enfrenta a lo que será su gran enigma y obsesión, la masa social humana vista "desde dentro", como una fuerza física de persuasión que atrae irreflexivamente hacia sus filas. En La antorcha al oído (Obras Completas II), Galaxia Gutenberg (2003), encontramos una magistral narración de la "experiencia originaria" que llevaría a nuestro autor a emprender la investigación más ambiciosa de su vida, Masa y poder, en la que invirtió cerca de treinta años de estudio. El 15 de julio de 1927, en lugar de acudir al instituto universitario donde se está doctorando en Química, toma su bicicleta y se dirige al centro de Viena a toda velocidad. Ha conocido por la prensa la absolución de los asesinos de un grupo de obreros en Burgenland, y encuentra sin dificultad a los grupos de trabajadores que, formando ya una compacta muchedumbre, se dirigen al Palacio de Justicia que, en unos minutos, será pasto de las llamas para desesperación de un funcionario celoso que se lamenta a gritos por la pérdida de los documentos procesales. Lo que mueve a la masa en una dirección única, señala Canetti, es primero la palabra "fuego", y luego el fuego mismo, del que parece querer escapar pero a cuya escena vuelve una y otra vez; no sólo por fijación hipnótica o porque la policía haya cerrado las salidas, sino porque la masa teme a su disolución a la vez que sabe que ese es su destino, como el del fuego es extinguirse, y por ello vincula su duración a la del estado de incendio declarado, al que se aferra para sobrevivir, para conservarse tanto como pueda. Canetti escucha la "música maligna" que marca el compás de los disparos y lleva a los hombres a correr con una fuerza que no es la de sus piernas, sino la del extraño vendaval que arrastra a la multitud abierta, sin cabeza visible ni objetivo final. La policía recibe pronto la orden de disparar, y cuando acaban los disturbios quedan sobre las calles noventa cadáveres. No, la masa no es una realidad cuantitativa sino un fenómeno misterioso que siempre se oculta en metáforas biológicas: el sentimiento que la mantiene unida como un organismo es "una ola única y monstruosa que se abatió sobre la ciudad, anegándola: cuando bajó la marea, parecía increíble que la ciudad aún siguiera en pie". Pocos han escrutado mejor que el autor de La lengua salvada este concepto, que encierra en sus anónimos perfiles el secreto mejor guardado de nuestro tiempo. -
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Palabras que respiran
CHANTAL MAILLARD
Babelia, 10/04/2010
En la China antigua, el ideograma que representa al sabio es una oreja desmesuradamente grande. De haber nacido chino, Canetti a buen seguro habría sido considerado sabio. Fiel a la escuela del "buen oír", ese escritor trashumante fue, en efecto, según su propia definición, un "testigo oidor". Pero el sabio es de pocas palabras, y Canetti era de muchas. Tal vez por eso la forma que terminó siéndole más cómoda y la que nunca abandonó fue la de los Apuntes. El "apuntes" es probablemente la forma literaria que mejor le conviene a la posmodernidad. A diferencia del cuento y del poema, que se cierran sobre sí y sólo se entregan concluidos, es abierta, asistemática, fragmentaria. "Su capacidad de abarcar no tiene límites", dice de ella Canetti. No los tiene porque cada fragmento es signo de otra cosa y entre sí todas se hacen seña y, entre todas, lo que falta es siempre lo más importante.
"Aquello que se alarga es cada vez más inexacto", escribe Canetti. Pero no basta la brevedad para ser exactos hoy en día; también hay que ser humildes. La lógica es la metafísica del lenguaje, o su física atómica, digamos; eso es el aforismo al ensayo, su física atómica. Los apuntes, más que átomos (a-tomos: indivisibles) son notas que, unidas, forman no una sinfonía (syn-phonía: oído conjuntamente), que es forma propia de la modernidad, sino una pieza contemporánea, en la que cada nota tiene su autonomía sin perder su lugar en el conjunto. Lo no acabado ha venido a ser, en nuestra época, además de un valor estético, un signo epistemológico: ¿Quién no entiende, hoy, que el mundo es algo inaprensible? "No rodees las formas con líneas", enseñaba el de Vinci. Adelantado, como siempre, a su época, el maestro del sfumatto entendía, como lo hacemos ahora, que el mundo de las cosas, y no el de las ideas, es infinito, y que si se las quiere representar hay que dejarlas respirar, esfumarse unas dentro de las otras.
La escritura de sus apuntes fue, para Canetti, la válvula de escape que le permitió dedicarse a su obra magna durante los quince años que duró su redacción (1942-1959). Masa y poder fue editado en Hamburgo en 1960, cuando psicoanálisis y marxismo eran de rigor entre los intelectuales. Pocos años más tarde, Foucault publicaba El ser y las cosas y Marcuse, El hombre unidimensional. Canetti no utilizaba la terminología de moda, no citaba a los maestros, no utilizaba sus métodos. Su ensayo fue definido como "poema sociológico". Sin embargo, en los años ochenta se incluía con carácter obligatorio en la bibliografía de la asignatura de psicología social. Masa y poder es un ensamblaje orgánico de fragmentos reunidos en torno a un tema. Su tratamiento analógico, y no sistemático, es precisamente lo que hace que la obra perdure, pues, a diferencia de otras, que marcaron época, no pretende clausurar lo dicho guiando a los elementos -que en las ciencias humanas siempre son infinitos- hacia una conclusión única universalmente válida.
"Sería bueno, a partir de cierta edad, volvernos cada vez más pequeños, año tras año, y recorrer hacia atrás los mismos peldaños que en otros tiempos fuimos escalando con orgullo", escribe en 1942, al inicio de los que serían sus Apuntes. Bien pudiera ser que la conquista de cierta humildad en materia de conocimiento sea uno de los pocos logros apreciables de nuestro tiempo. -
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Hombres, SL/LAURA FREIXAS
Babelia, 10/04/2010;
Yo echo de menos la época en que abría un suplemento literario y veía artículos de García sobre Fernández, de Gómez sobre Pérez, de Álvarez sobre Martínez, y así sucesivamente. Porque ahora lo que veo es que Pablo entrevista a Pedro, Antonio escribe sobre Juan, Jesús sobre Ramón, Rafael sobre Emilio... y sólo muy de vez en cuando aparece una María o Mercedes. La proporción de mujeres entre los colaboradores de cualquier suplemento o revista de literatura o pensamiento es mínima: 10% o 15%. Y lo mismo se aplica a los entrevistados y a los autores cuyos libros se reseñan: prácticamente todos son varones.

Ante semejante panorama, ¿qué podemos pensar? ¿Que no se entrevista a autoras ni se reseñan sus libros porque no las hay? Falso: escritoras hay muchas. ¿Que las mujeres no hacen crítica porque no han tenido la formación necesaria? Falso: el alumnado de Letras es mayoritariamente femenino. ¿Que es cuestión de tiempo? Falso: ya eran mayoría a principios de los setenta. ¿Que algunas autoras de las que se habla mucho son la avanzadilla de un movimiento imparable? Falso: pueden alcanzar el éxito comercial y los correspondientes premios, pero no lo más importante: el reconocimiento institucional, sinónimo de permanencia, de futuro. De todo lo que hoy se publica ¿qué es lo que leerán en el colegio nuestras nietas y nietos? Sin ninguna duda, lo que haya recibido el espaldarazo institucional. Y eso es lo que se sigue regateando a las mujeres. Ellas ocupan solamente 3 de los 43 puestos de la Real Academia; entre 34 galardonados con el Premio Cervantes sólo figuran dos (María Zambrano en 1988 y Dulce Loynaz en 1992), y el Nacional de Narrativa lo han obtenido también únicamente dos mujeres (Carmen Martín Gaite en 1978, Carme Riera en 1995). No lo tienen autoras de la talla de Rosa Montero, Soledad Puértolas, Esther Tusquets, Almudena Grandes, Belén Gopegui... El único sector del libro con mayoría femenina es el de los lectores/as, aunque no "inmensa", como a veces se dice, sino muy discreta, un 55%.
No sé qué es lo más grave: si el hecho de que las pocas literatas a las que se da cancha suelan ser las que corroboran los estereotipos sexistas (mujer = nota de color; mujer = niños y sexo; mujer = esposa o hija de). O la constatación de que en treinta años largos de democracia, hayamos avanzado tan poco: a veces da la impresión de que las mujeres a las que se admite aquí o allá no son el primer paso para abrir la puerta a otras, sino la coartada para cerrársela... Pero no: lo más grave, sin duda, es esa especie de hipnosis colectiva por la que nos creemos lo que nos dicen ("los libros son cosa de mujeres") en vez de lo que vemos con nuestros propios ojos. Esa ilusión óptica que hace que al hojear un suplemento literario veamos Fernández y García y no Pablo y Emilio, y no nos preguntemos dónde están Mercedes y María. -


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