Sobre las críticas de Aguilar Camín a Julio Scherer
José H. Motta considera que son fruto del “resentimiento”
Revista Proceso # 1745, 11 de abril de 2010, sección "Palabras del lector"
Señor director:
Le pido se sirva publicar estos comentarios que dirijo al señor Héctor Aguilar Camín.
Señor Aguilar Camín: A propósito de la entrevista realizada por Julio Scherer al llamado Mayo Zambada, publicada en el número 1744 de Proceso, me parece que las críticas que hizo en Milenio al señor Scherer no son, como intenta usted aparentarlo, fruto de su indignación profesional como periodista frente al ejercicio profesional de un colega que usted considera poco ético.
Sus expresiones son producto del resentimiento que guarda por las revelaciones hechas en Proceso y en el libro La terca memoria sobre su cercanía con Carlos Salinas, resentimiento quizás exacerbado por la admiración que, probablemente, usted le tuvo a Scherer en algún momento de su vida; al menos así lo deduzco de distintos rasgos y pasajes que toma usted prestados (o robados) de Scherer para el personaje Octavio Sala en su novela La guerra de Galio.
Desafortunadamente, en cualquier época, en cualquier lugar, las personas como Julio Scherer son una minoría. Su profesionalismo, su estoicismo frente a la seducción del dinero y del poder, su apego a denunciar lo que apesta por debajo de aquello que se nos presenta como respetable, su crítica valiente, no encuentran eco en el número de reporteros y analistas que sería deseable. Tal parece que las personas como Scherer viven para dar muestra de que sí es posible una vida honrada de ejercicio profesional, apartado de cercanías infamantes con los poderosos, aunque ello sea a cambio de muchas dificultades y penurias, como la expulsión de Excélsior, el bloqueo comercial del gobierno, el secuestro de un hijo, etcétera.
Si mucho de lo que somos está condicionado por las circunstancias, cada quien tiene, sin embargo, cierto margen de maniobra para autodefinirse. Y en esa autodefinición cobra especial interés la determinación del grado de respeto que nos merecen los valores que la vida pone frente a nosotros. Es notorio que en su profesión de periodista, para algunos, la cercanía con el poder es un valor en sí mismo, o más frecuentemente, un medio para alcanzar otro bien de valor más apetecido: la fama, la influencia, la riqueza, etcétera; todos éstos, bienes deseables que, muchas veces, entierran hasta el fondo de la escala otros valores más elementales, como la verdad, la dignidad, la autonomía, la imparcialidad y la libertad de pensamiento.
En ese contexto, a mi juicio, no puede decirse que los Zabludovsky, por ejemplo, hayan sido víctimas de Televisa, ni que usted lo haya sido de Salinas. En ambos casos, el apego a la escala de valores que en su fuero interno han definido les hizo aceptable un vínculo con el poder económico o político que dejó otros valores relegados a un plano secundario. Impensable la crítica hacia el gobierno en la boca de Jacobo Zabludovsky en los tiempos en que trabajaba para el soldado del PRI que confesó ser Azcárraga Milmo, e impensable también el periodismo objetivo de usted respecto de Salinas y sus múltiples tentáculos.
En un sentido práctico, esta torcida definición de valores es nociva para cualquier profesión, pero en el periodista resulta una especie de autocensura o suicidio profesional, pues lo deja incapaz de apreciar la realidad, tal cual es, cuando ésta se opone a los valores priorizados, o bien, si no se distorsionan los sentidos y se es capaz de apreciarla, se hacen esfuerzos sofísticos intrincados para justificar una posición favorable a cierto interés.
Cada quien está en su derecho de construir su propia jerarquía axiológica y de actuar conforme a los presupuestos que de ello se derivan. Muy respetable que usted y Nexos hayan considerado conveniente la cercanía con Salinas de Gortari: buenas consecuencias financieras resultaron en su beneficio. Sin embargo, hay otras consecuencias menos favorables. La sociedad está enterada de sus tratos, y no es de sorprender que pase las opiniones de Aguilar Camín por el tamiz de la sospecha, y éste es un precio alto para quienquiera que se dedique al periodismo, un precio que usted aceptó.
Lo anterior me hace recordar que, a raíz de la mayor apertura, de las mayores libertades alcanzadas en México gracias a la necia valentía de gente como Julio Scherer, especialmente a partir de la alternancia y del malogrado cambio de régimen, proliferaron ciertas voces esforzadas por desmitificar a muchas de las figuras tenidas como adalides bajo la historia patria atribuida al régimen priista. Se ha intentado remover de la conciencia popular la imagen heroica de Hidalgo (quien será para usted el “santón” de la insurgencia), de Morelos o de Villa, mientras que otros personajes tenidos hasta hace poco por traidores, ambiciosos o villanos han empezado a ser tratados con menor severidad, e incluso se les ha considerado injustamente condenados por la historia (tal vez el de Porfirio Díaz sea el caso más señalado).
Haciendo a un lado el posible interés ideológico que pudiera existir en la crítica o en la revitalización de las figuras que personifican las distintas corrientes de pensamiento confrontadas en la realidad mexicana, evidentemente todo ser humano tiene conductas nobles y ruines; no obstante, en el intento de relativizar los bienes y los males causados a México por los protagonistas de nuestra historia, se corre el riesgo de considerar que no hay mayor mérito en unos ni culpa en otros, pues pareciera que cualquier hombre atacado en el momento exacto por la pasión precisa acabará por ceder, de lo que resulta que la nobleza y la ruindad son producto de la circunstancia.
Y me parece que este es el germen –consciente o no– de su crítica hacia Julio Scherer. Carga usted con el peso de ser un periodista, ensayista, escritor orgánico, propiedad del sistema, y sabe además que los ciudadanos comunes lo sabemos y que leemos lo que escribe dando por hecho que su opinión no es libre, que es un instrumento, un medio, un vocero pagado. Y no concibe que haya hombres y periodistas distintos, comprometidos sólo con sus lectores, con su profesión, con su país. Por eso no puede evitar atacar a Scherer tachándolo de poco ético, para que no quede duda de que todos los hombres somos iguales y que usted no es peor que nadie; si usted cayó con Salinas, Scherer cayó con El Mayo, y en esa lógica, si todos los hombres somos iguales, ¿por qué escandalizarse entonces de que usted sea un periodista orgánico? Simplemente su negro sino lo llevó a conocer a Salinas y a hacerse su siervo.
Entonces, si de alguien hay que sentir pena no es de Scherer, como sugiere en Milenio, sino de usted, miserable víctima de tan horrible tragedia.
Atentamente
José H. Motta
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