Mira quién lo dice (los consejos de Enrique Krauze a la izquierda)/Armando Bartra
En este artículo el sociólogo y catedrático de la UAM-Xochimilco, Armando Bartra, comenta y analiza la visión de Enrique Krauze en relación con la que tiene del poeta Octavio Paz sobre la izquierda mexicana, la que Krauze expuso en el discurso pronunciado durante la ceremonia en que se inscribió el nombre del poeta en el Senado. El autor aprovecha para rebatir el pensamiento de Krauze, a quien califica de “derechista sin adjetivos”.
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Con motivo de la aparición de Redentores, su libro más reciente, y del homenaje que el Senado rindiera a su mentor Octavio Paz, Enrique Krauze ha tenido más reflectores que de costumbre. No pretendo comentar el libro –para lo que este espacio sería insuficiente– sino las posturas políticas recientes y no tan recientes del autor. Y lo hago no porque sean de derecha, sino porque Krauze es un extraño derechista emperrado en aleccionar a la izquierda.
En esto pretende seguir a Paz quien, según el historiador, “criticó a la izquierda totalitaria desde la izquierda democrática posible y quiso persuadir(la) de redescubrir sus propias raíces liberales”.
Dudo mucho de que en sus últimos años el poeta se ubicara en la “izquierda democrática” y, como trataré de documentar, Krauze es un derechista sin adjetivos.
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Las críticas a los zurdos, incluyendo las de los propios zurdos, me parecen bienvenidas y tengo por costumbre practicarlas. Me disgustan, en cambio, los regaños y consejos de un derechista travestido.
En el artículo titulado Las elecciones le dan a México una nueva oportunidad para eludir el cambio (Bloomberg, septiembre, 2011), escribe Krauze:
“En la izquierda una minoría comprende los problemas de México y aprovecharía la oportunidad histórica para comenzar una nueva etapa de reformas. Esta minoría cuenta con un posible candidato presidencial: Marcelo Ebrard, el exitoso y eficaz gobernante de la Ciudad de México. Él cumple con el modelo… (Sin embargo) la mayoría apoya a Andrés Manuel López Obrador, (no) un líder reformista, sino (…) un político común en la historia de América Latina: el ‘redentor inspirado’.”
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“Redentor”, término empleado con intención injuriosa con que el historiador estigmatiza a los liderazgos latinoamericanos y caribeños del continente que se le atragantan: Castro, Allende, Chávez, Evo, Correa… y, en México, el obispo Samuel Ruiz, el Subcomandante Marcos y ahora López Obrador.
Sin duda todos ellos son dirigentes carismáticos, pero supongo que no es por eso que incordian al historiador, sino porque en vez de políticos tibios y moderados que desde la izquierda trabajan para la derecha, los presuntos “redentores” propugnan cambios no cosméticos sino profundos.
Por lo demás, los perros negros de Krauze son extremadamente heterogéneos: un guerrillero que devino hombre de Estado, un presidente reformista derrocado a la mala, un militar neo-socialista, un aymara llevado al poder por el movimiento social, un economista de discurso progresista, un sacerdote adscrito a la teología de la liberación, un pasamontañas que en diez días de guerra y muchos años de paz cambió la forma de ver al México profundo…
Varios de ellos tienen sin embargo algo en común: que han sido o son violentamente hostigados por la derecha. Una reacción desembozada que asesinó a Allende, que trató de descabezar al EZLN apresando a Marcos, que intentó derrocar a Chávez mediante una asonada militar. Y es ahí donde Krauze se balconea, pues al analizar esos episodios el historiador sugiere que los “redentores” se lo buscaron, si no es que se lo merecían.
Veamos.
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En “El poder y el delirio”, ensayo incluido en Tiempo de memoria, Krauze dice que el presidente Salvador Allende no tenía “mandato mayoritario”, pero que con tal de “emular a Fidel Castro” impulsó “reformas que se toparon con el rechazo ciudadano”. Para concluir, siguiendo a Carlos Rangel, que el suyo era un “socialismo autoritario” que buscaba “exacerbar los conflictos sociales”, lo que ocasionó “un golpe de Estado”.
Y ahí el defensor de la “democracia sin adjetivos” adjetiva: dice que el golpe fue “terrible”.
Pero a la postre el mensaje no es que Allende se topó con un Imperio y una oligarquía doméstica dispuestos a frenar el cambio justiciero a toda costa, sino que el presidente socialista era en un “redentor” sin “apoyo mayoritario” y por tanto “autoritario”, que de algún modo favoreció su propio asesinato.
Y el tufo a justificación sutil del crimen se acentúa cuando Krauze describe la reacción al cruento asalto al Palacio de la Moneda, y en lugar de vergüenza, coraje, indignación y exigencia de castigo a los golpistas –que es lo que sentimos y presenciamos todos– encuentra “una ola de ira”, de “odio” y de “voluntad de poder y de venganza”.
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Su acercamiento al frustrado golpe militar contra Hugo Chávez es aún más descaradamente justificatorio, quizá porque el historiador abomina del presidente venezolano.
En “Viaje a Caracas”, publicado en Letras Libres en noviembre de 2008, una asonada militar contra un presidente electo democráticamente, que contó con el apoyo de Estados Unidos, de los poderes fácticos, de la televisión y de los partidos de la derecha, es transformada por Krauze en una telenovela donde Chávez “quebrado” y lloroso pide clemencia a sus captores, se desahoga con un cura, solicita el “perdón” de la Iglesia y “suplica a los obispos que recen” por él.
¡Ah!, pero al verse libre, y odiándose “a sí mismo por su (…) debilidad”, el nefando “redentor” cobra venganza contra la Iglesia, contra los militares, contra el país…
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En relación con el alzamiento chiapaneco la hostilidad de Krauze no es sólo contra don Samuel y el Sub, sino también contra los propios indios ahora alebrestados. En el primer número de Letras Libres, publicado en enero de 1999, el historiador, con el auxilio de su colega Juan Pedro Viqueira, reflexiona sobre el costo de dejar en manos de las comunidades indígenas la elección de su camino.
En un ensayo titulado Los peligros del Chiapas imaginario, Viqueira rechaza de plano la pretensión del EZLN y las organizaciones indígenas, de que se les reconozca el derecho a emplear sus propias formas de gobierno, pues según el historiador, la medida sólo beneficiaría a “caciques y prestamistas”, legalizando un “orden férreo y autoritario (…) en la gigantesca reserva de indígenas desempleados y alcoholizados (porque) el alcohol también es parte del costumbre”.
Una vez que la voz autorizada ha puesto en duda la civilidad de los indios, Krauze puede redondear el argumento racista:
“El historiador (…) Viqueira –escribe el director de Letras Libres– afirma que Samuel Ruiz idealiza la condición indígena (…) A Viqueira le preocupa la legitimación política de esa idealización (…) En el caso de los indígenas de Chiapas cuyos usos y costumbres son ajenos al concepto y la práctica de la tolerancia, el resultado habitual ha sido la expulsión (…), el asesinato y el martirio. La atroz matanza de Acteal fue el caso extremo de esa tendencia”.
De esta manera, una masacre multitudinaria promovida y solapada por el gobierno local y el federal, deviene saldo de la “idealización” de unos indios ajenos a la “tolerancia”. Idealización que al ser transformada en “política” por líderes como el obispo de San Cristóbal, conduce a la “matanza”.
Y a pesar de que una vez más el historiador adjetiva, reconociendo que el crimen fue “atroz”, no tan en el fondo sugiere que al permitir que unos indios intolerantes, autoritarios y alcoholizados se salieran del huacal, los “redentores” propiciaron el baño de sangre.
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“Ebrard representa la izquierda moderna por la que pensamos votar muchos”, chateó Krauze con un internauta de la red de El País.
Habrá quien piense que la anticipada intención de voto y las afirmaciones del historiador en el sentido de que el gobernante de la capital “cumple con el modelo”, mientras que López Obrador no es un “reformista” sino un “redentor”, ayudan al chilango y perjudican al tabasqueño. Creo que no. Que es al revés. Y es que hay que ver quién lo dice.
Revista Proceso, 1826, 30 de octubre de 2011-