Publicado en El Universal, 17 de septiembre de 2012
Durante casi todo el sexenio, el presidente Felipe Calderón debió cargar el “sambenito” de que era algo así como un “borrachín”.
Los adversarios políticos de Calderón, sus enemigos y malquerientes, usaron a placer la difamación y abusaron de su efecto destructivo contra el Presidente, hasta niveles de irresponsabilidad, como fue el caso de la señora Carmen Aristegui –entre otros–, que gustan de la victimización y del martirologio como herramientas dizque periodísticas.
Hoy
sabemos que el supuesto alcoholismo de Felipe Calderón fue un grosero invento,
vengativo y al calor de la contienda presidencial de 2006 y que, sin
embargo, acompañó para mal al Presidente a lo largo de todo o casi todo su
sexenio. Y fue tal el efecto destructor de la calumnia que –a pesar de que el
inventor de que Calderón era alcohólico, aclaró el engaño–, no son pocos los
que siguen creyendo la difamación.
Y viene a cuento, porque toda la semana anterior fue tema en
los comederos políticos, una carta personal que habría enviado al presidente
Calderón el senador Javier Corral –casualmente
vinculado con quienes usaron políticamente el escándalo del alcoholismo de
Calderón–, en la que el reputado panista de Chihuahua hace suya una
supuesta acusación del Presidente –que habría llamado “cobarde” a Corral–, y
responde no como un político, no como un senador y menos como un aspirante a
presidir el PAN. Pero vamos por partes.No es nuevo que las políticas de telecomunicaciones adoptadas por el presidente Calderón han provocado un choque frontal con Javier Corral, a la sazón uno de los más feroces críticos del Presidente en ese tema.
El pasado 28 de agosto, Calderón se reunió con senadores del PAN, entre los que estaba invitado Javier Corral quien, sin embargo, no asistió. Senadores consultados confirmaron que, en efecto, uno de los temas a tratar en el encuentro fue el de las telecomunicaciones. No queda claro si el presidente se refirió a la inasistencia de Corral como una “cobardía”; o si dijo que “no tiene el valor” de encarar al Presidente.
Lo cierto es que el senador Corral asumió la queja presidencial como eso, como el señalamiento de que su inasistencia era “una cobardía”. Y a partir de esa versión, el senador quiso tejer una respuesta que –por donde se le quiera ver–, resulta intolerable. ¿Por qué?
Primero, porque un político de la estatura de Javier Corral, no deja huellas de su intercambio epistolar con el jefe de las instituciones salvo que –claro–, quiera evidencias de manera pública que “tiene las agallas” para insultar al Presidente, como finalmente lo insulta.
Segundo, porque es lamentable el espectáculo que ofrece el senador del PAN por Chihuahua, ya que abona no al desprestigio de Felipe Calderón –al que han llamado de todo; espurio, ilegitimo, ladrón, asesino, alcohólico, enano, entre muchas ofensas–, sino al descrédito de los políticos del PAN; los supuestos apóstoles de la democracia que, ya en el poder, son incapaces de resolver sus diferencias internas.
Tercero, porque en rigor, el senador Corral incurre en todo o casi todo aquello que critica de Felipe Calderón. Pero, sobre todo, porque olvida que la investidura presidencial no le pertenece a Felipe Calderón, como tampoco es propiedad del PAN y menos es un activo que pueda ser enlodado por un legislador, por senador que sea, por panista que resulte.
Cuarto, porque la investidura presidencial es un activo de los mandantes; los electores que mayoritariamente contrataron a Calderón par encomendarle el Ejecutivo. Y son ellos, los mandantes, ante quienes Calderón deberá rendir cuentas. Ante los mismos electores a los que deberá rendir cuentas el senador Corral. Y es que el presidente Calderón no debe explicar a un senador y menos a un panista si son buenas o malas tales decisiones. Esa explicación la debe a los ciudadanos quienes, por cierto, ya sancionaron a Calderón y al PAN.
Quinto, porque en tanto panista, si Corral tiene asuntos partidistas que resolver –diferencias con el panista Calderón–, debe dirimirlas intramuros del PAN. Si tiene diferencias personales, las tiene que resolver en el terreno personal. Se equivoca el senador cuando cree que su agenda es la de todos los mexicanos.
Y sexto, porque en tanto senador de la República, si Javier Corral tiene que hacer un reclamo formal o legal a las políticas emprendidas por el presidente Calderón en materia de telecomunicaciones –sean buenas, malas o peores–, tiene a la mano las instancias legales para ello. Como pocos, Corral sabe que los “tribunales mediáticos” no sirven para castigar a los malos gobernantes, políticos o legisladores.
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