Mexicanos en
los campos nazis/YETLANECI ALCARAZ
Revista Proceso No. 1891, 27 de enero de 2013
Al
menos cinco mexicanos estuvieron recluidos en campos de concentración de la
Alemania nazi. Sus nombres y nacionalidad aparecen en registros de ingreso
rescatados por dos organizaciones europeas que intentan preservar la memoria de
las víctimas del régimen de Hitler. Los mexicanos no eran judíos ni gitanos ni
homosexuales ni “antisociales” –objetivos de la persecución nazi–, sino
“prisioneros políticos” deportados de Francia por la Gestapo. Al parecer fueron
detenidos por su participación en la resistencia contra la ocupación alemana, o
simplemente estaban en el lugar y en el momento equivocados.
BERLÍN.-
Un día de invierno de 1944 el mexicano Joseph Salazar llegó, junto con otros
mil 943 hombres, al campo de concentración de Buchenwald, en la Alemania nazi.
Viajó en un tren que dos días antes había salido, repleto de prisioneros
políticos, de la ciudad francesa de Compiègne. A bordo iban en su mayoría
franceses y españoles, pero también italianos, holandeses, belgas, polacos,
suizos y Salazar, oriundo de Guadalajara.
Las
pertenencias de Salazar eran unos calzoncillos, una camisa, un suéter, tres
chaquetas, una bufanda, dos pañuelos, un par de calcetines, unos lentes, dos
cepillos de dientes, papeles, dos libros y un bolígrafo. Ante las autoridades
alemanas declaró haber nacido el 13 de enero de 1910, ser mexicano, estar
casado, tener dos hijos y ser mecánico.
Todo
ello quedó registrado en su ficha de ingreso al campo, así como el número de
matrícula 40113 que se le asignó junto con el típico triángulo invertido que
portaban todos los prisioneros. En el caso de Salazar, en el centro de su
triángulo había una “M”, de mexicano.
No
era judío, gitano, homosexual ni antisocial. No encajaba en ninguno de los
grupos que los nazis tenían en la mira. ¿Qué
hacía entonces un mexicano en un campo de concentración? De acuerdo con la
investigación realizada por la reportera hubo cuando menos otros cuatro
mexicanos en los campos nazis. Cuatro personas cuyas existencias apenas
pueden ser conocidas porque quedaron plasmadas en archivos donde se afirma que
nacieron en México. No más.
“Sobre el motivo de las detenciones sólo es
posible hacer conjeturas, ya que mucha información fue destruida por los nazis
ante las inminentes liberaciones de los campos. De los documentos que existen
se deduce que los presos (mexicanos) fueron detenidos en Francia y, como
prisioneros políticos, deportados a los campos de concentración. Por alguna
razón que no podemos saber con precisión llamaron la atención de las fuerzas
alemanas de ocupación en Francia. Quizá se debió a que participaron activamente
en la resistencia”, señala el jefe de Comunicación y Relaciones Públicas de la
Fundación Memorial de Brandenburgo, Horst Seferens.
En
Europa hay cuando menos dos instituciones, una francesa y otra alemana, que por
separado se han dado a la tarea de investigar y conservar la memoria de las
víctimas de la persecución nazi. En los archivos de ambas se encuentran las
huellas y registros del paso de mexicanos por los campos de concentración.
La
Fundación para la Memoria de la Deportación (Fondation Pour la Memoire de la
Deportation), con sede en París, publicó en 2004 los resultados de un proyecto
de investigación con el título Livre-Memorial, cuyo objetivo consistió en
identificar a todos los deportados desde la Francia ocupada, presentar las
listas de sus nombres y el medio en que se les transportó, por orden
cronológico.
Esa base de
datos sigue en permanente actualización y entre los más de 86 mil nombres que
contiene aparecen los de los mexicanos Joseph Salazar, Juan del Pierro y Luis
Moch Pitiot. Los
dos primeros realizaron trabajos forzados en el campo de Buchenwald, en
Alemania, y el último en el de Mauthausen, Austria.
Por
su parte el Servicio de Investigación Internacional (Der Internationaler
Suchtdienst), con sede en Bad Arolsen, Alemania, posee también un enorme
archivo que documenta el destino de las millones de víctimas de la persecución
nazi, cuyos nombres y memoria se busca preservar.
En
este acervo están las actas y archivos personales de los mexicanos mencionados,
así como dos nombres adicionales: José Sánchez Moreno, quien también estuvo en
Mathausen, y Fernando Conzález (presumiblemente González), recluido en el campo
de Sachsenhausen, Alemania. Sin embargo en la mayoría de los casos se trata de
datos escuetos y aislados que impiden reconstruir las vidas de estos hombres.
La
excepción es Salazar. A partir de los documentos encontrados es posible saber
quién fue este mexicano, quien al igual que millones padeció los horrores de la
persecución en la Alemania de Hitler.
Huellas
En
julio de 1937 comenzó a operar el campo de concentración de Buchenwald. Fue uno
de los más grandes en territorio alemán y estaba a nueve kilómetros de la
ciudad de Weimar, cuna de Goethe y lugar donde se reunió la asamblea constituyente
para proclamar la Constitución que entró en vigor en agosto de 1919, luego de
la Primera Guerra Mundial.
Aunque el campo
fue concebido para prisioneros políticos, también hubo homosexuales, testigos
de Jehová y, por supuesto, judíos. Con el inicio de la guerra, en
septiembre de 1939, y el avance del ejército alemán, la población del campo se
internacionalizó. Llegaron checos, eslovacos, polacos, holandeses, belgas… y
mexicanos.
Datos
de la Fundación para la Memoria de la Deportación muestran que en las
deportaciones masivas procedentes de la Francia ocupada hubo muchos
extranjeros. Se trataba de hombres que radicaban en este país o estaban de paso
al momento de las redadas.
“Entre los detenidos extranjeros se
encontraban también los que formaron parte de los movimientos y redes de la
resistencia francesa. La fundación logró censar a 11 mil 727 deportados (de
Francia) de nacionalidad extranjera, de los cuales 6 mil 693 fueron
republicanos españoles”, indica la información.
La
fundación ha ubicado 52 nacionalidades diferentes entre los deportados y
aparecen, sorprendentemente, además de mexicanos, brasileños, cubanos,
jamaiquinos, argentinos, chilenos y uruguayos.
El
mediodía del 19 de enero de 1944 llegó al campo Joseph Salazar. En el mismo
tren viajaba Feliciano Catalán, cuyo lugar de nacimiento, según las listas de
la Fundación para la Memoria de la Deportación, habría sido Guadalajara,
Jalisco, pero según las actas originales de Buchenwald, consultadas por la
reportera, era de nacionalidad española y habría nacido en la ciudad de
Guadalajara, pero en España. En sus declaraciones Catalán confirmó que era
español y que participó como combatiente republicano en la guerra civil
española. Su detención ocurrió en Burdeos, donde vivía luego de haber huido de
España; se le acusó de realizar actividades antinazis.
Pero Salazar sí
era mexicano. Su traslado al campo de concentración duró dos días en
condiciones extremas
–hacinado con cientos de presos en cada vagón, sin comida ni agua y soportando
temperaturas bajo cero–, desde Compiègne hasta Buchenwald. No obstante su
historia con los nazis no comenzó ahí, sino meses atrás.
Radicaba
en la ciudad portuaria de Lorient, departamento de Morbihan, en Francia. Según
su declaración era mecánico. El 29 de marzo de 1943 fue detenido por la Gestapo
en la ciudad de Perpiñán, en el otro extremo del país, cerca de la frontera con
Cataluña, España. Nadie sabe por qué estaba ahí.
Dos
años después, ante el comité del ejército estadunidense, Salazar dijo que lo
detuvieron por perpetrar un ataque contra el ejército alemán y por espionaje.
Se ignora si los cargos fueron verdaderos o inventados.
Las actas
revelan un dato interesante. Salazar no sólo era mecánico, sino también oficial
del Ejército Mexicano. En el documento con folio MG/PS/G/14
correspondiente al cuestionario que el “gobierno militar de Alemania” aplicó a
los presos en el campo de concentración antes de su liberación, Salazar declaró
que perteneció al Ejército Mexicano y entre los nombres que ofreció como
garantes una vez que fuera liberado se encontraba el de Francisco Guerrero,
“oficial de artillería”.
Luego
de su arresto en Perpiñán, el mexicano fue trasladado al campo de Compiègne,
donde permaneció de abril de 1943 a enero de 1944. El 17 de ese mes salió el
transporte que lo condujo, junto con otros mil 943 prisioneros, a Buchenwald.
Durante todo ese tiempo fue víctima de golpizas de los miembros de las SS.
Además
de Salazar, en Buchenwald estuvo otro mexicano: Juan del Pierro. De 28 años,
formó parte del grupo de mil 583 hombres trasladados de Compiègne a Buchenwald
el 27 de enero de 1944. En esta “remesa” venían integrantes de la resistencia
de regiones muy diversas en Francia. Por ello es posible suponer que el joven
formaba parte de esos grupos o simplemente se encontró en el momento y lugar
equivocados. En Buchenwald le asignaron el número 45025. Se desconoce cuál fue
su destino.
El
infierno de los mexicanos en el campo de concentración de Buchenwald terminó el
11 de abril de 1945, cuando lo ocupó y liberó el ejército estadunidense.
El
5 de mayo de 1945 fue expedida la orden de liberación de Salazar. Manifestó que
deseaba volver a México, vía Francia, y reunirse con su familia, cuya dirección
era el número 125 de la calle de Independencia, en El Paso, México (sic). De su
destino posterior no quedó huella.
Dos
infiernos
A
34 kilómetros de Berlín se construyó el campo de Sachsenhausen. En un principio
esta prisión fue diseñada para albergar prisioneros políticos. Más tarde, como
en casi todos los casos, alojó víctimas de todo tipo: homosexuales, judíos,
testigos de Jehová, gitanos y soldados rusos.
El
2 de julio de 1944 el mexicano Fernando González fue recluido en el bloque 1
del anexo de Falkensee, dentro de Sachsenhausen. Tenía 30 años y en su ficha de
internamiento se indica que nació en Tehuacán, México, y que era leñador.
Al
igual que a los demás, a González lo arrestaron y deportaron desde Burdeos. El
7 de junio de 1944 lo ingresaron en el campo de concentración de Neuengamme,
cerca de Hamburgo. Ahí permaneció menos de un mes y luego fue trasladado a
Sachsenhausen, donde le asignaron el número 84467 y se le catalogó como preso
político.
Muchos
de los prisioneros de este campo fueron empleados como mano de obra esclava
para la industria armamentista instalada en la región de Berlín. Al ser
ingresado a Falkensee se puede suponer que González fue obligado a realizar
trabajos forzados de este tipo. Sin embargo no existe algún otro documento que
arroje datos sobre su suerte.
Ante
la inminente derrota, a finales de abril de 1945 los nazis desalojaron el
campo. El Ejército Rojo liberó a los presos el 2 de mayo y de González ya no
había rastro.
Mauthausen,
en la Austria anexada, fue construido en una colina desde la cual se dominaba
el Danubio, a unos 20 kilómetros de Linz. Tenía el aspecto de una fortaleza con
un muro de granito y torres de vigilancia. Inició sus operaciones en agosto de
1938 y a partir de 1940 comenzaron a llegar los prisioneros extranjeros.
Primero fueron polacos y luego republicanos españoles.
En esta prisión
hay registro de por lo menos dos mexicanos: Luis Moch Pitiot, número de preso
5035, y José Sánchez Moreno, número 4944. Si bien la lista de la
Fundación para la Memoria de la Deportación ubica a estos hombres como nacidos
en México, el banco de datos de Mathausen los tiene registrados como españoles.
En ambos casos se establece que el motivo de la detención fue por ser
rotspanier, esto es españoles “rojos” o socialistas. No se sabe si
sobrevivieron a los trabajos forzados del campo o si fueron liberados.
Como
en los otros casos, sólo se conoce su existencia por los registros de las
prisiones donde vivieron el terrible episodio de la historia protagonizado por
el nazismo y porque sus nombres quedaron vinculados a México.
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