El
holocausto olvidado/YETLANECI ALCARAZ
Revista Proceso
No. 1891, 27 de enero de 2013
BERLÍN.-
Johan Rukeli Trollman nació en Hannover el 27 de diciembre de 1907 en una
familia gitana. Fuerte y hábil con los puños y con un juego de pies
privilegiado, en junio de 1933 el joven alemán disputó el título de peso
semipesado de su país. Sin embargo aquellos no eran buenos tiempos. Adolfo
Hitler acababa de llegar al poder y en el ambiente imperaba un rechazo abierto
a todo lo que no fuera ario.
De
piel morena, ojos y cabello oscuros, Trollman no era bien visto por los
dirigentes deportivos ni por los políticos. Además de su origen sinti, su
estilo de boxeo, basado en el movimiento de sus pies, iba contra la escuela
alemana, que en ese momento tenía como prototipo a hombres grandes, fuertes,
rígidos, que sólo golpeaban sin hacer grandes movimientos. Su estilo, decían,
“no era demasiado alemán”.
En
la pelea por el campeonato, Rukeli se enfrentó al peso pesado Adolf Witt. Con
su movimiento de pies y agilidad dominó por mucho el encuentro. Sin embargo los
jueces declararon un empate. La furia de la audiencia por el claro robo del
campeonato obligó a los jueces a rectificar en el momento y a reconocer la
victoria del joven gitano. Éste lloró al celebrar su triunfo en el ring, pero
al cabo de seis días recibió una notificación de la Federación Alemana de Boxeo
para informarle que se le retiraba el título por “comportamiento vergonzoso”.
El llanto vertido fue el pretexto que las autoridades encontraron para
despojarlo del campeonato.
Su
desgracia no terminó ahí. Poco tiempo después fue obligado a pelear de nuevo.
En esa ocasión la federación le advirtió que debería hacer a un lado su
particular estilo y pelear “como un alemán” o de lo contrario perdería su
licencia. En un claro reto a la autoridad, el día del combate Rukeli subió al
ring con el cabello pintado de rubio y con el cuerpo completamente enharinado.
Se plantó en el centro del cuadrilátero y permaneció inmóvil. El encuentro sólo
duró cinco rounds, pues no opuso resistencia a su contrincante. Ese fue el fin
de su carrera deportiva.
En
1938, cuando el régimen nazi comenzó la persecución racial, Trollman fue
esterilizado y enlistado en el ejército para combatir en el frente durante la
Segunda Guerra Mundial. En 1942, cuando el gobierno nazi determinó la
deportación de los gitanos, el expugilista fue enviado al campo de
concentración de Neuengamme, en Hamburgo, donde murió en condiciones que aún no
se determinan.
La
de Trollman se suma a la lista de más de 500 mil historias –en realidad no se
sabe el número exacto– de hombres, mujeres, ancianos y niños gitanos que murieron
en campos de concentración y exterminio nazis.
Luego
de terminada la guerra, los crímenes cometidos contra esta minoría
permanecieron en el olvido durante décadas. Nadie habló de los gitanos, a pesar
de que junto con los judíos fueron una de las etnias que el régimen nazi se
propuso exterminar.
La
tragedia de los gitanos no fue reconocida sino hasta 1982, cuando el entonces
canciller alemán Helmut Schmidt pronunció por primera vez en un acto público la
palabra genocidio. “La dictadura nazi –dijo en un discurso el 17 de marzo de
1982– infligió una gran injusticia contra los sinti y los roma. Fueron
perseguidos por razón de raza y los crímenes en su contra constituyen un acto
de genocidio”.
Los
gitanos de Europa se autodenominan sinti y roma. Ambos términos provienen del
romano, el lenguaje de los gitanos. La rama de esta etnia que proviene de
Europa central se conoce como sinti; los roma son oriundos del sureste europeo.
Hoy en día esta minoría representa, de hecho, la mayor de Europa, con más de 11
millones de individuos.
Tras
largos años de lucha, que incluyó en 1980 una huelga de hambre de gitanos
sobrevivientes del holocausto en el campo de concentración de Dachau, a
comienzos de los noventa las comunidades sinti y roma de Alemania lograron que
se les reconociera como víctimas del régimen nazi. En aquel momento el gobierno
alemán aprobó la edificación de monumentos en memoria de los judíos,
homosexuales y gitanos liquidados por el genocidio nazi.
Sin
embargo tuvieron que pasar otros 20 años para que este reconocimiento fuera
palpable. En octubre pasado la canciller alemana Angela Merkel inauguró en la
capital germana el primer monumento oficial en recuerdo de los gitanos víctimas
del holocausto. Se trata de un gran espejo de agua con fondo negro erigido en
el punto medio entre el Reichstag (Parlamento alemán) y el monumento a los
judíos asesinados en Europa, en el corazón mismo de Berlín. En el centro del
estanque sobresale un triángulo negro sobre el que todos los días se coloca una
flor como símbolo contra el olvido. El triángulo negro representa el que debían
portar de forma visible en sus ropas todas las personas catalogadas como
antisociales en la Alemania nazi. Dentro de este grupo se encontraban los
gitanos.
“Campo
gitano”
A
partir de 1934 se registraron las primeras deportaciones de gitanos a los
campos de detención acompañadas de la esterilización forzada. Con motivo de los
Juegos Olímpicos, desde el verano de 1936 miles de familias gitanas que vivían
en Berlín fueron trasladadas al campo de detención de Marzahn, en el suburbio
berlinés.
En
1938 por órdenes del máximo jefe de las SS y de la policía alemana, Heinrich
Himmler, se creó una oficina central dentro de la Policía Criminal del Reich,
en Berlín, para dirigir y coordinar el registro y persecución de los gitanos.
En diciembre de ese mismo año el jerarca nazi emitió las bases del decreto para
enfrentar la cuestión gitana y dar así una solución final al tema.
Por
ello a partir de 1939 hubo deportaciones masivas de miles de gitanos hacia los
principales campos alemanes, como Buchenwald, Dachau, Sachsenhausen, Mauthausen
y Ravensbrück.
No
pasó mucho tiempo para que Himmler ordenara la deportación masiva a territorio
polaco ocupado; es decir, a los campos de exterminio. No sólo se decidió el
traslado de todos los gitanos que permanecían en suelo alemán, sino también el
de todos aquellos que se encontraban en los territorios ocupados y anexados al
Tercer Reich. La medida incluyó a los gitanos de Polonia, Austria, Rumania,
Hungría, Bélgica, Holanda, Checoslovaquia y Francia.
La
mayoría de los grupos sinti y roma fueron llevados al campo de exterminio de
Auschwitz-Birkenau, que este domingo 27 cumple 68 años de haber sido liberado
por el Ejército Rojo.
Este
fue el mayor de todos los campos de extermino ideado por los nazis. A 60
kilómetros de la ciudad polaca de Cracovia, en esta prisión fueron asesinados
cientos de miles de víctimas en las cámaras de gas. Las cifras oficiales dan
cuenta de millón y medio de hombres, mujeres y niños aniquilados con el
desinfectante zyklon B e incinerados en los cuatro enormes crematorios
instalados ex profeso.
Fueron
los propios gitanos quienes desde finales de 1942 y hasta principios de 1943
erigieron, a base de trabajos forzados, la Sección B II E de este campo, que
sería conocida como “campo gitano”.
El
área destinada a esta minoría constaba de 40 barracas cercadas con alambre de
púas electrificado; justo detrás de ellas se ubicaban las cámaras de gas y los
crematorios.
El
horror que ahí se vivió es descrito a partir de informes recabados por el
Consejo Central de Sinti y Roma en Alemania. En los documentos se indica que
cuando los gitanos llegaban al área destinada para ellos se les registraba, de
acuerdo con su sexo, en libros denominados hauptbücher (libros principales). Su
condición de seres humanos desaparecía y se convertían en un número, el cual se
les tatuaba en el brazo junto con una Z de zigeuner, gitano en alemán. A los
bebés les colocaban el número en el muslo.
Hubo
casos en los que, sin previo registro, inmediatamente después de haber llegado
al campo de exterminio los sinti y roma eran conducidos directamente a las
cámaras de gas.
Aunque
la mayoría de los gitanos murieron ejecutados o en las cámaras de gas, hubo
quienes perecieron aniquilados por el trabajo físico al que eran sometidos, o
bien debido a los experimentos médicos de que fueron objeto. Otros sucumbieron
en las denominadas “marchas de la muerte”, cuando por órdenes de Himmler los
campos de concentración y exterminio fueron desalojados ante la inminente
llegada de las tropas aliadas.
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