El secuestro
del corresponsal de Proceso/TÉMORIS GRECKO
Revista Proceso
No. 1891, 27 de enero de 2013
El martes 22,
integrantes de una unidad del Ejército Sirio Libre (ESL) secuestraron 12 horas
a Témoris Grecko, periodista mexicano y corresponsal viajero de Proceso.
También al documentalista húngaro Balint Szlanko y al fotógrafo español Andoni
Lubaki. “Los vamos a matar”, les gritaron. Los esposaron y les vendaron los
ojos. Los llevaron al sótano de un edificio y los despojaron de sus
pertenencias. Acusaron a su traductor de ser miembro de Liwa al Tawheed, una de
las brigadas del propio ESL, lo cual puso en evidencia las luchas intestinas
entre los grupos de la oposición armada al régimen de Bashar al Assad.
ALEPO.-
El Kalashnikov volvió a golpear mi nuca. “¡Yala, yala!” (¡vamos, vamos!), nos
gritaban los tipos sentados detrás de nosotros, “¡zapatos, zapatos!”. Con los
ojos vendados hacíamos los posible por quitárnoslos rápido. “¡Yalaaa!”,
insistía el hombre, encajándome el cañón del rifle detrás de la oreja
izquierda.
Se
detuvo la camioneta. Nos bajaron a empujones: El frío del invierno sirio me
entró por la espalda, por el cuello, por los pies desnudos sobre el suelo
irregular. Esperaba que nos condujeran a algún lugar. Acaso seríamos
interrogados por una persona con mando y de esa forma podríamos averiguar
quiénes nos habían capturado y por qué: ¿Buscaban dinero? ¿Tenían
reivindicaciones políticas? ¿Querían otra cosa?
Pero
no tenían intenciones de llevarnos a ningún lado. Ni de volver a saber de
nosotros. Sólo escuché que armaban los fusiles. Secuestrar a tres periodistas
extranjeros puede convertirse en un enorme problema del que es mejor deshacerse
cuanto antes. En la noche, en un lugar solitario y oscuro, donde nadie vea, se
puede hacer eso con discreción. Como los criminales en mi propio país. Me iba a
tocar un poco lejos de casa.
A
la vista
No
hay orden en una revolución. El descontrol se extiende en las unidades
militares que integran el rebelde Ejército Sirio Libre (ESL), las cuales además
se enfrentan con otras facciones armadas de la oposición. Esto se traduce en
inseguridad, abusos, órdenes y acciones autoritarias y crímenes impunes, como
los secuestros. El documentalista húngaro Balint Szlanko, el fotógrafo español
Andoni Lubaki y yo lo constatamos. Nos convertimos en víctimas.
El
barrio de Izaa es una colina desde la que se puede vigilar y atacar buena parte
de la ciudad. Su conquista por parte del ESL fue uno de los hitos de las
batallas por el control de Alepo, que comenzaron en julio de 2012.
Por
la mañana del lunes 21 el ESL realizó una movilización general de katibas
(unidades militares) de la ciudad hacia el Aeropuerto Internacional de Alepo
con el objetivo de tomarlo. Se cree que esto puede provocar que se desmoronen
las defensas gubernamentales en la ciudad.
Para
obligar a los rebeldes a dispersar sus fuerzas, el ejército del presidente
Bashar al Assad lanzó ataques esa noche en varios puntos de la ciudad. El
grueso de los ataques se concentró en Izaa. Escondidos en casas y edificios en
ruinas, los insurgentes resistieron un intenso fuego de mortero, bombardeos
aéreos y cargas de infantería. Las balas golpeaban paredes y sacaban chispas de
postes en las zonas más bajas, como en la oficina donde dormíamos, a un
kilómetro de distancia.
En
la oscuridad de esta urbe, cuyo sistema de alumbrado dejó de funcionar medio
año atrás, salir a la calle parecía una temeridad mortal.
Decidimos
esperar a la mañana siguiente, la del martes 22, para visitar Izaa y constatar
el resultado de los combates. Dos de nosotros habíamos estado varias veces allí
y conocíamos al comandante de la katiba y a varios de sus miembros. A pesar de
que para llegar a ese lugar era necesario cruzar varias calles asoladas por
francotiradores, lo considerábamos un lugar seguro por el empeño del ESL en
mantener su control.
Además
nos sentíamos confiados porque íbamos en grupo, en una camioneta, con un
guardia armado y un traductor sirios.
Eso
no fue suficiente. Cuando nos estacionamos nos asaltó una docena de
encapuchados con fusiles AK-47. Lo que tantas veces se había visto y leído como
algo que le ocurre a alguien más, o como ficción, nos estaba pasando: Esta vez
venían por nosotros. “¡Yala, yala!”, aullaron para hacernos bajar. “¡Los vamos
a matar!”, le gritaron a Andoni, el fotógrafo español.
A
Balint, el documentalista húngaro, a Aref, el traductor, y a mí nos subieron al
mismo vehículo. Al joven sirio le daban manotazos en la nuca al tiempo en que
lo acusaban de pertenecer a Liwa al Tawheed, una de las brigadas más
importantes del ESL.
Eso
nos hizo creer que no se trataba de miembros del ESL, pese a que actuaban
dentro de su área de control. Pensamos que sería muy mala noticia que fueran
islamistas ligados a Al Qaeda o miembros de las shabihas, grupos de matones al
servicio del régimen. De lo poco que se sabe de otros reporteros que han caído
en sus manos, ello es espantoso o es nada.
También
podrían ser integrantes de una simple banda criminal que querían ganar dinero.
Eso tampoco podía ser bueno, ya que su forma de hacer negocio es vender
secuestrados a los islamistas radicales.
Sitio
peligroso
Siria
es el país donde han muerto más periodistas: 55 en 23 meses, de los cuales 10
han sido extranjeros. El jueves 17 murió el belga Yves Debay y un día después
el sirio Mohamed al-Hourani.
Hay
un número indeterminado de reporteros desaparecidos: Muchos probablemente
detenidos o asesinados por el gobierno y sus shabihas, otros secuestrados por
grupos criminales y –se sospecha– islamistas.
Entre
ellos hay varios extranjeros de los que se puede mencionar sólo a uno, el
periodista independiente James Foley, estadunidense, desaparecido el 22 de
noviembre en la región de Idlib. En los demás casos los familiares han pedido
mantener silencio para no perjudicar las negociaciones que, esperan, en algún
momento puedan fructificar, aunque hasta donde se sabe, entre colegas, no hay
noticias.
Por
otra parte Al Qaeda ha sido particularmente enfática en que le va a cobrar a
Occidente, especialmente a Francia, la intervención militar contra su facción
en el Magreb y otras milicias extremistas en Malí.
“Aiwa”
Aunque
el operativo se realizó velozmente los atacantes no mostraron intenciones de
ser discretos: Utilizaron avenidas muy concurridas, hicieron sonar las bocinas
para despejar el tráfico, llegaron hasta un edificio público en el que había
bastante gente y frente a ella nos hicieron marchar en fila, esposados y
vendados de los ojos. De inmediato se daban cuenta de que no éramos sirios…
Actuaron a la vista de todos.
Una
vez adentro del edificio, en el pasillo del sótano, nos ordenaron recargar la
frente en la pared, de pie, para revisar minuciosamente todas nuestras
pertenencias e incautarlas: Equipo fotográfico, celulares, grabadoras
digitales, dinero, chamarras, cinturones, cuadernos e incluso mis lentes de
aumento.
“¿Dónde
está la cuarta persona?”, nos preguntaban. “¿Eres francés?”, le insistían al
fotógrafo español. “¿Eres francés?”.
El
día anterior el húngaro y yo habíamos recorrido el barrio destruido de
Salaheddine acompañados de una periodista francesa. ¿Habrían escuchado de ella?
¿Tendrían alguna fuente de información cercana?
Nuestros
captores nos hicieron entrar en un salón casi subterráneo, con una ventana
estrecha y larga pegada al techo, al nivel del suelo en el exterior. No fue
construida como celda, aunque después le dieron ese uso. Carecía de mobiliario,
salvo un radiador de pared, y sólo tenía unas mantas sobre el suelo, una
botella de plástico maloliente con agua y un ejemplar del Corán.
No
obstante los captores no eran islamistas: Sólo uno de ellos usaba prendas
tradicionales; los demás vestían a la usanza occidental. No se escuchaban las
canciones religiosas ni los rezos que acostumbran hacer los militantes devotos.
Tampoco
eran shabihas ni criminales. Entre el sitio donde nos secuestraron y nuestra cárcel
no habíamos hecho más de 10 minutos en auto ni habíamos escuchado el ruido de
los combates del frente: Seguíamos en zona “liberada”. El hecho de que tuvieran
el control de un edificio público cuyo sótano era utilizado como centro de
detención donde había más prisioneros, sugería que no se trataba de un grupo al
margen de quienes se han declarado autoridad legítima del territorio
insurgente: Los jefes del ESL.
En
varios momentos los encargados de llevar alimentos soltaron pistas. Aseguraron:
“Los vamos a proteger de Bashar al Assad” y “esto es Siria libre”. Ante una
pregunta de tirabuzón, uno admitió con un aiwa (sí) que eran parte de la
Seguridad de la Revolución, un cuerpo de policía militar del ESL.
Todo,
pues, parecía indicar que nuestros secuestradores pertenecían a alguna de las
milicias del ESL. Pero ¿cuál? Hay una miríada y muchas de ellas están
enfrentadas entre sí. Más que un ejército, el ESL es un paraguas que cobija a
grupos con objetivos e intereses que no son necesariamente compatibles. Esto,
además de generar malestar entre los ciudadanos –expuestos a sus excesos y sin
una autoridad clara a la cual acudir en busca de justicia–, anticipa futuros
enfrentamientos para definir quién manda dentro de las fuerzas armadas
revolucionarias.
Después
de permanecer cautivos 12 horas, un grupo de hombres armados –distinto al que
nos secuestró– nos sacó del edificio y nos subió a un vehículo. Era de noche.
Ya nos habíamos resignado a permanecer en ese lugar y habíamos pedido en varias
ocasiones que nos permitieran hablar con algún jefe para saber qué estaba
pasando. Acaso nos iban a permitir hacerlo. O por lo menos, si nos iban a
someter a un interrogatorio, podríamos hacer algunas deducciones.
No
sería así. No nos entregaron a nadie al sacarnos del vehículo. Nos quedamos de
pie, con los ojos cubiertos, en el frío, descalzos. Fue entonces cuando me
llegó la sospecha de que se trataba de una ejecución. Ya nos habían quitado
todo, éramos un problema para ellos y tenían que eliminarlo.
Escuché
que se marchaban. Sin poder creerlo nos atrevimos a mirar. Despojados pero
libres conseguimos llegar a un cuartel del ESL. Era de Liwa al Tawheed, la
milicia por la que golpeaban al traductor sirio. Nos informaron que tanto a
éste como al guardia armado que nos acompañaba los habían dejado ir. No se sabe
por qué.
Los
mandos de Liwa al Tawheed, sin embargo, se tomaban muy en serio el asunto y
querían todos los detalles para realizar una investigación con el propósito de
evitar que se manche el nombre del ESL, aseguraron.
También
porque es posible que hayamos quedado atrapados en un asunto ajeno a nosotros:
La lucha por el poder entre facciones del ESL. Un enfrentamiento que está en
marcha mientras el régimen de Al Assad se mantiene fuerte y sus aviones siguen
bombardeando ciudades y pueblos. Como ha ocurrido tantas veces en la historia,
la revolución se come a sus hijos. Nada nuevo.
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