Impunidad
mata a mando único/Jorge
Fernández Menéndez
Columna Razones en Excélsior, 20 de febrero de 2013.
La
reunión de la Conferencia Nacional de Gobernadores (Conago) con el presidente
Peña tuvo algunas sorpresas pero, sobre todo, un serie de acuerdos que resultan
promisorios para la propia relación del nuevo gobierno federal con los
gobiernos estatales. Probablemente el acuerdo más destacado (más allá de la
división en 12 regiones) es el que institucionaliza el esfuerzo por crear en
todos los estados mandos policiales únicos, una vieja propuesta, primero del
gobierno Calderón, que después hizo suya la Conago, que estuvo incluso en manos
de la pasada legislatura y que por razones partidarias nunca terminó de salir
adelante. Ahora existe el acuerdo y, además, la voluntad política, y eso
evidentemente es lo que determina la viabilidad de la iniciativa.
El
mando único, como lo podemos ver en Morelos en estos días, no es una panacea
para los problemas de seguridad que presentan muchos estados y municipios, pero
sí resulta un paso indispensable para regenerar el tejido social y la
seguridad. Llevamos por lo menos tres años de rezago en la implementación de
los mandos únicos, pero los estados que de una u otra forma han avanzado en ese
esquema, en algunos casos estatal, en otros regional, han podido comprobar que
es el mejor de los mecanismos posibles para crear las nuevas policías que todas
las entidades reclaman. No tiene sentido reemplazar instituciones que no
funcionan, que han perdido toda su lógica operativa y la confianza de la
ciudadanía, por otras iguales, formadas sobre esos mismos cimientos.
El
mando único funciona y tiene lógica si esa concentración de fuerza se sostiene
sobre un nuevo modelo policial, basado en elementos más preparados, mejor
pagados, recompensados y capacitados, que pasen los controles de confianza y
que se basen en nuevos sistemas operativos. No se puede cargar en un sistema
operativo viejo de una computadora los nuevos programas que requieren otras
capacidades y generan otras funciones: lo mismo ocurre con los policías y con
el mando único. Para que funcione se tienen que crear nuevas instituciones. Se
hizo en buena medida con la Policía Federal, se está haciendo en forma muy
destacada en Nuevo León, antes en Baja California y en otras entidades del
país, desde Veracruz hasta Tamaulipas. En unas hay más avances que en otras,
pero ese es el camino que se debe recorrer.
Pero
en Chihuahua, en la reunión de la Conago, el presidente Peña Nieto también
habló de otro tema que se debe abordar de inmediato. Dijo, y tiene toda la razón,
que ninguno de esos esquemas de seguridad funcionará si no existe un sistema de
impartición de justicia eficiente. El hecho es que en nuestro país, 98% de los
delitos que se denuncian, (no de los que se cometen, sino de los que se
denuncian, asumiendo además que la cifra negra es altísima) quedan impunes. Es
un problema de leyes, es de estructuras, es de corrupción y de muchas otras
razones, pero el hecho es que la norma es la impunidad. En todo eso hay un
punto central que debe abordarse. De la misma forma que la propuesta del mando
único policial estuvo dormida desde hace más de tres años, la reforma del
sistema de justicia lleva casi cinco años de aprobada y los avances son
mínimos. La transformación del sistema hacia los juicios orales, de la mano con
otras reformas que se aprobaron en su momento, a las que se les ha dado ocho
años para su implementación de acuerdo con los ritmos que establezca cada
estado, no ha funcionado, tiene rezagos notables y, en el propio sistema, tiene
adversarios de enorme peso que no quieren que se ejecute.
Sin
esa transformación del sistema de justicia, que involucra a todo el poder
judicial, pero también a la PGR (que tiene pendiente la reforma que planteó en
su momento Eduardo Medina Mora y que nunca se sacó adelante) lo que se haga en
la seguridad y los policías, será, siempre, insuficiente. Resulta
imprescindible ponerle fechas, objetivos, metas a la reforma del sistema de
justicia porque no podemos, como sociedad, darnos el lujo de dejar transcurrir
más tiempo sin implementarla seriamente.
Al
margen, interesante ayer en el Día del Ejército los discursos del presidente
Peña y del secretario de la Defensa Nacional, el general Salvador Cienfuegos.
El del secretario porque enumeró los cinco objetivos del Ejército en esta
administración, poniendo especial énfasis en la modernización y en garantizar,
como una misión constitucional, la seguridad interior. El del presidente Peña
porque reafirmando esos mismos cinco objetivos, involucró al Ejército en una
lógica diferente, relacionada en forma directa con el desarrollo, el
crecimiento, la modernidad y la paz. Ambos discursos se complementan, pero en
la lectura común dirigen al Ejército hacia nuevos derroteros, manteniendo sus
responsabilidades actuales.
EL
PAÍS
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