El nacimiento de un ejército criminal/Guillermo Valdés Castellanos, es investigador de la Fundación Ortega y Gasset. De enero de 2007 a septiembre de 2011 fue director del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN).
Este texto es un extracto del libro Historia del narcotráfico en México que comenzará a circular en estos días bajo el sello editorial Aguilar.
Publicado en Nexos de septiembre de 2013
A fines de los años ochenta el narcotráfico llega a la frontera noreste de México y Estados Unidos. Si desde las primeras décadas del siglo pasado existían en el resto del país organizaciones poderosas dedicadas a exportar drogas, es extraño que no hubieran ampliado sus actividades a esa parte de la frontera, considerando que Texas y el este de la Unión Americana (con ciudades como Nueva York) eran un mercado de primera magnitud. Es cierto que en materia de crimen organizado hubo en Tamaulipas una figura legendaria, Juan Nepomuceno Guerra: desde los años cuarenta controló el contrabando de todo tipo de artículos provenientes de Estados Unidos, cuando México vivía el modelo económico de fronteras cerradas, el cual prohibía importar casi todo. Por tanto, vender electrodomésticos, televisiones, todo tipo de aparatos electrónicos, vinos y licores extranjeros, fue un gran negocio en México hasta que el país se abrió al comercio mundial. Sin embargo, ese tipo de contrabando y el narcotráfico no eran incompatibles. ¿Por qué Guerra no entró al narcotráfico o por qué los narcotraficantes de Sinaloa o Chihuahua no se aliaron con él o lo desplazaron para aprovechar sus redes políticas y exportar drogas? Habría que estudiarlo, pero el hecho es que en las ciudades fronterizas de esa región —Matamoros, Reynosa y Nuevo Laredo— no existen indicios característicos de la presencia del narcotráfico: decomisos, violencia, capos, cultura del narcotráfico.
Es hasta finales de la década de los ochenta cuando se da el profundo reacomodo en el tráfico de drogas en México (provocado por el descabezamiento de la organización de Sinaloa y la desaparición de la Dirección Federal de Seguridad), que Tamaulipas aparece en el mapa de esta actividad. Otro hecho que se debe investigar es: ¿por qué en el reparto de plazas que se hizo después del encarcelamiento de Miguel Ángel Félix Gallardo para fragmentar su organización, no permitieron que alguna de las familias sinaloenses se encargara de Tamaulipas, sino que se impulsó el establecimiento de una nueva organización dedicada exclusivamente al narcotráfico, liderada por un sobrino de Juan Nepomuceno Guerra, Juan García Ábrego? Y digo que no permitieron, pensando que existió algún tipo de injerencia gubernamental, pues si el reparto se hubiera hecho únicamente con la participación de los capos sinaloenses, es decir, sin autoridades gubernamentales, no hay duda de que éstos hubieran incluido las plazas tamaulipecas; o al menos hubieran intentado disputar su control, pues para esas fechas el cacique Guerra ya era un viejo muy enfermo. Puesto que el desenlace es conocido —el “Cártel” del Golfo dirigido por Juan García Ábrego, sin participación sinaloense—, adquiere más solidez la versión de Miguel Ángel Félix Gallardo de que en la distribución de plazas en aquella reunión en Acapulco sí participó el comandante de la Policía Judicial Federal, Guillermo González Calderoni.
El nacimiento de un ejército criminal
De ser cierta esta hipótesis, estamos frente a un
dato de enorme trascendencia. Así se fortalecería la versión de que la
fragmentación del narcotráfico en México se habría dado con la venia y la
participación directa de un sector del aparato estatal en una de las
organizaciones; pues en la del Golfo varios miembros destacados de la Policía
Judicial Federal tendrían participación “accionaria”, por llamarla de algún
modo (el mismo Guillermo González Calderoni y Carlos Aguilar Garza —el
coordinador de la PGR en la Operación Cóndor— varios años después fueron
acusados con claras evidencias de ser parte de ella; el primero huyó a Estados
Unidos y se convirtió en testigo protegido de la DEA, el segundo acabó
asesinado). Es necesario remarcar el hecho de que, si desde la Policía Judicial
Federal y con los restos y sucesores de la Dirección Federal de Seguridad (en
el reparto de plazas también participaron Rafael Aguilar Guajardo y Rafael Chao
López, dos ex comandantes de la DFS)1 se optó por un modelo de narcotráfico
fragmentado, ello no significa que el Estado en su conjunto y en sus jerarquías
superiores hayan sido partícipes de esa decisión. Sólo significa que en el
Estado había grupos con cierta autonomía y capacidad para tomar esas decisiones
contrapuestas a las políticas gubernamentales. Lo importante era señalar cómo
en el origen de la organización criminal del Golfo, en su vertiente de
narcotráfico, hubo una participación de agentes del Estado.
El liderazgo del Golfo no ha sido ejercido por un
clan familiar, una clara diferencia con las otras organizaciones del
narcotráfico mexicano. Que los líderes de una empresa criminal tengan vínculos
de parentesco entre sí es importante, porque garantiza la presencia de una de
las variables fundamentales que explican la duración de la organización:
confianza y lealtad. Condenadas a la ilegalidad y, por tanto, a la persecución
por las autoridades estatales, el silencio, la complicidad y la fidelidad son
condiciones esenciales para la supervivencia y tienen más probabilidades de que
se den cuando quienes la dirigen tienen lazos familiares; la cercanía y el
cariño entre ellos suelen operar como defensas contra la traición, quizá son
falibles, pero no tanto como cuando no existe dicho parentesco. Es probable que
la ausencia de esos vínculos sea una variable que explique la fragilidad y lo
efímero de los liderazgos de la organización del Golfo, y las luchas violentas
entre los candidatos a suceder al líder capturado o muerto. Juan García Ábrego,
sobrino de Juan Nepomuceno, nacido en el poblado de Las Palomas, Texas, en
1944, fue el primer jefe del narcotráfico en Tamaulipas. Considerado heredero
de su tío, pues comenzó a trabajar con él desde muy joven (a los 15 años
abandonó la escuela y se dedicaba a la vagancia con sus primos, hijos de don
Juan), pronto aprendió la operación de los negocios ilegales. El imperio del contrabando
que construyó Juan N. Guerra sólo fue posible gracias a las relaciones
políticas: su alianza y amistad con dos caciques sindicales de Tamaulipas
(Agapito Hernández Cavazos, líder de la CTM en el estado, que controlaba a un
gremio fundamental para el contrabando, los transportistas, y Pedro Pérez
Ibarra, dirigente sindical de los trabajadores de la Aduana de Nuevo León) y
otros políticos estatales, como el gobernador Enrique Cárdenas González. Se ha
señalado que Juan N. Guerra también era amigo de Joaquín Hernández Galicia, La
Quina, y tenía buenas relaciones con Raúl Salinas Lozano, originario de Nuevo
León como él y padre de Carlos y Raúl Salinas de Gortari.
En 1990, con La Quina en la cárcel y Agapito
Hernández en desgracia, Jorge Fernández
señala en su libro que era tiempo de un relevo generacional en el crimen
organizado de Tamaulipas. Por ello Juan N. Guerra es detenido nada más y
nada menos que por Guillermo González Calderoni (su detención fue más mediática
que real, pues casi no se le acusó de nada, y por su edad y enfermedad nunca
pisó la cárcel).2 Más que relevo generacional, la llegada de Juan García Ábrego
a la dirección del Golfo de la mano de González Calderoni3 era la pieza que
hacía falta para completar la fragmentación del narcotráfico con la
participación de grupos policiales en el nuevo mapa criminal del país.
Curiosamente, su liderazgo iba a durar sólo un poco más que el sexenio de
Carlos Salinas de Gortari: pues apenas 13 meses después de terminado éste,
sería detenido el 14 de enero de 1996 y al día siguiente deportado a Estados
Unidos por su calidad de ciudadano estadunidense. No obstante, los siete años
que estuvo al frente de la organización fueron suficientes para armar una
boyante empresa exportadora de drogas, especialmente de cocaína, a Estados
Unidos gracias a la sólida red de protección policiaca y política de la que
gozó.4 Desde 1989, un año antes de la detención de su tío, había comenzado a
exportar cocaína y fue en ese año que autoridades estadunidenses registraron la
existencia de un nuevo capo debido al decomiso de nueve toneladas de cocaína en
Texas. La cantidad revela que desde sus comienzos las operaciones serían en
gran escala. Presionado por el gobierno de Estados Unidos que deseaba atrapar
al capo, el entonces procurador general de la República, Jorge Carpizo, creó en
1993 un equipo especial de 50 gentes al mando del cual estaría su asesor
personal, Eduardo Valle Espinosa. Con todos los recursos e información que
demandara, Valle se lanza a su captura y en varias ocasiones lo tuvo en la
mira; pero siempre falló algo y se les escapó todas las veces que realizó
operativos para detenerlo. Años después, Eduardo Valle reconocería que García
Ábrego siempre fue alertado desde el mismo gobierno.5 En la presidencia de Ernesto
Zedillo ya no ocurrió lo mismo y fue detenido en enero de 1996, sin violencia,
cuando llegaba a su rancho en Villa Juárez, Nuevo León.
Acéfala la organización por la detención de García
Ábrego, su hermano Humberto hubiera sido el sucesor natural, pero estaba preso
desde 1994 acusado de lavado de dinero; aunque logró salir de la cárcel en 1997
por falta de pruebas, prefirió retirarse del narcotráfico para disfrutar de las
ganancias obtenidas, que no eran pocas: casas de cambio, ranchos, cuentas bancarias
en Estados Unidos y Europa. Nunca más se supo de él.
Como ya no había más familia que heredara el
negocio, García Ábrego prefirió que a mediados de 1996 Óscar Malherbe, uno de
sus operadores estrella, se quedara al frente y así fue; pero el gusto sólo le
duró unos cuantos meses, ya que durante una visita que hizo a la ciudad de
México, en febrero de 1997, fue arrestado. La organización volvió a quedar sin
dirección y en disputa, a la deriva, sujeta a los vaivenes propios de la lucha
entre subalternos; su futuro dependería de la ambición y las habilidades que
tuvieran sus miembros para pactar, sobornar, engañar y… matar. Eso fue lo que
hicieron, durante 1997 y buena parte de 1998, tres aspirantes a convertirse en
dueños de la organización del Golfo: Baldomero Medina, alias El Rey de los
Tráileres, Salvador Chava Gómez y Osiel Cárdenas. Chava tramó el asesinato de
Baldomero, pero el plan no resultó como esperaba y el especialista en acarrear
cocaína en tráilers sólo quedó mal herido; lo suficiente para retirar su
candidatura, pero no tanto como para abandonar el negocio, por lo que se
estableció en Tampico desde donde continuó traficando. Chava y Osiel decidieron
dirigir en conjunto el negocio para lo cual tuvieron primero que asesinar a un
policía judicial federal, Antonio Dávila, El comandante Toño, que también tenía
sueños de poseer una empresa de narcotráfico y estaba planeando eliminarlos. Un
colaborador de Osiel declararía ante el Ministerio Público que tuvieron que
sobornar con 50 mil dólares al procurador de Tamaulipas, Guadalupe Herrera,
para que frenara la investigación del asesinato; el intermediario del pago fue
el hermano del procurador que trabajaba como sicario para Chava.
La codirección funcionó hasta que Osiel se
convenció de que en esa actividad es muy difícil que haya dos jefes. Mientras
recomponía la parte operativa (restablecer los contactos con los proveedores de
cocaína; definir rutas y comprar protección; organizar el traslado por la
frontera, etcétera), Chava puso orden entre los grupos que trabajaban por la
libre hasta someterlos y obligarlos a pagar el derecho de piso. Una vez que lo
logró, se dedicó a la fiesta a expensas de su codirector, al cual le pedía cada
vez más dinero para mantener su ritmo y nivel de vida, pues se creía el jefe
máximo y consideraba a Osiel como su empleado hasta que éste se cansó y lo
despachó al otro mundo en el verano de 1999. El homicidio de su socio le valió
el apodo que lo acompañaría el resto de su liderazgo: El mata amigos. Osiel fue
detenido en marzo de 2003 dejando la organización en manos de su hermano
Ezequiel Cárdenas, alias Tony Tormentas, y de Eduardo Costilla, alias El Cos.
Pero en realidad habría cinco líderes, pues Osiel seguiría dando órdenes desde
Almoloya y dos miembros más de la organización se sentían con derecho a tener
voz y voto en las principales decisiones: Miguel Ángel Treviño, el Z-40, y
Heriberto Lazcano, El Lazca, quienes dirigían el primer grupo paramilitar
creado para la defensa y expansión de una empresa de narcotráfico, Los Zetas.
Si dos jefes eran problema, cinco lo serían mucho más. Seguirían las
discrepancias y los conflictos hasta que las rupturas fueron inevitables. Por
lo pronto, lo que debe quedar señalado como una característica del Cártel del
Golfo es la existencia de liderazgos sin relaciones familiares, múltiples,
efímeros, conflictivos y violentos entre ellos.
El
nacimiento de un ejército criminal
Para entender su estructura organizativa deben
tomarse en cuenta dos datos básicos. Primero, el Golfo no era concesionario de
una plaza, sino que en un principio operaba en todo un estado, Tamaulipas, con
cuatro cruces fronterizos relevantes —Nuevo Laredo, Reynosa, Miguel Alemán y
Matamoros— por lo que el control territorial era mucho más complicado que
cuando sólo se trata de una ciudad fronteriza, como Tijuana. Segundo, una parte
importante de la cocaína la traían desde Guatemala por vía terrestre; el resto
les llegaba por vía marítima a las costas de Campeche, Veracruz o al puerto de
Tampico-Altamira, lo que suponía disposición de una red de transporte y
protección que cruzaba todo el país, desde Chiapas y Campeche hasta Tamaulipas,
pasando por Tabasco y Veracruz. Posteriormente, abrieron la ruta
Pacífico-Tamaulipas, que iniciaba en Guerrero y Michoacán, cruzaba el Bajío,
seguía por San Luis Potosí y Zacatecas hasta Torreón, luego Saltillo,
Monterrey; de allí a cualquiera de las fronteras tamaulipecas.
Estos dos hechos permiten entender por qué el
Golfo era una organización mucho más grande en personal operativo de todo tipo
(choferes, mecánicos, operadores de sistemas de comunicación, recolectores de
cuotas, contadores, burreros que pasaban la droga al otro lado); en su
estructura de seguridad (informantes, sicarios, capacitadores de sicarios,
compradores de armas, etcétera) y, por tanto, mucho más costosa. Pero también
necesariamente sería una organización agresiva, guerrera; tenía que arrebatar
el control de rutas y territorios al resto de las empresas criminales que desde
muchos años antes ya operaban en todo el país. Al mismo tiempo, una
organización de esas dimensiones enfrentaría más problemas de control de todas
sus líneas de operación en un territorio que abarcaba muchos estados de la
República. Además, sin relaciones familiares de por medio que ayudaran a generar
confianza, lealtad y complicidad al interior de la organización, la otra manera
de hacerlo era a través de la violencia y el terror: Los Zetas, grupo
paramilitar profesional cuya tarea sería el ejercicio de la violencia, eran un
componente obligado en una organización de esas dimensiones que necesitaba
abrirse paso entre las otras empresas del narcotráfico que la aventajaban en
experiencia y control territorial y enfrentaba serios problemas de control
interno en un territorio enorme.
Esa empresa de narcotráfico iniciada por García
Ábrego con el cobijo de la Policía Judicial Federal se expandió bajo la
dirección de Osiel Cárdenas. En cuanto tomó el control de la organización formó
un equipo cercano de colaboradores y les repartió plazas y responsabilidades:
Matamoros para Eduardo Costilla, El Cos; Gilberto García Mena, El June, en
Miguel Alemán; Gregorio Sauceda, El Goyo o El Caramuelas, se queda con Reynosa;
en Díaz Ordaz pone a Efraín Torres, el Z-14. A su círculo íntimo se sumó su
hermano Ezequiel, Tony Tormentas. También incorporó periodistas, contadores y
abogados, y comenzó a incursionar en el trasiego de droga por avión por lo que
contrató algunos pilotos. El crecimiento de la organización se facilitó por el
hecho de que tras las capturas de García Ábrego y Óscar Malherbe, y el
asesinato de Chava, las autoridades la creyeron desmantelada y sin
posibilidades de rehacerse; aunque Osiel Cárdenas tenía antecedentes penales y
era conocido de las autoridades, éstas no pensaban que pudiera convertirse en
un líder de importancia; incluso, cuenta Ricardo Ravelo,6 que el mismo Osiel
pagó a varios periodistas para que difundieran una historia de él como simple
ladrón de coches de poca monta, sin el perfil de narcotraficante.
Sin
embargo, Osiel era un excelente operador, había comenzado desde cero. Nacido
en un rancho cerca de Matamoros, se mudó a esta ciudad donde se puso a trabajar
en un pequeño taller mecánico; a los 18 años compró un terrenito donde puso su
propio taller. Vivía unas temporadas en casa de su hermana Lidia y otras en su
taller. Conoció a Celia Salinas Aguilar, trabajadora de una maquiladora; vivió
con ella, la embarazó y más tarde se casaron; tuvieron una hija, Celia Marlén
Cárdenas Salinas. Rafael, su hermano, lo introduce entonces en el narcomenudeo.
Su taller es la fachada de su narcotiendita y actúa de manera independiente,
protegido por policías locales. Su hermano Mario le enseña cómo cortar la
cocaína. En febrero de 1989 es detenido en Matamoros y acusado de homicidio,
abuso de autoridad y daño en propiedad ajena. Mediante fianza, sale libre. En
marzo de 1990 nuevamente es detenido, acusado de lesiones y amenazas, pero sale
inmediatamente. En agosto de 1992, a los 25 años, es detenido en Estados Unidos
por intentar introducir dos kilos de cocaína y es sentenciado a cinco años de
cárcel. En enero de 1994 es trasladado a
la cárcel de Matamoros como parte de un intercambio de reos entre México y
Estados Unidos. Se hace amigo del director del penal, lo que le permite
convertirse en líder de los distribuidores de droga y hace nuevas relaciones
delictivas, como la de Rolando Gómez Garza, esposo de La Güera, Hilda Flores
González. Sale libre el 12 de abril de 1995, 16 meses después de llegar de Estados Unidos. Enganchado de manera
completa al narcomenudeo se traslada a Miguel Alemán, ciudad fronteriza ubicada
entre Reynosa y Nuevo Laredo, donde es admitido como “madrina” de unos policías
judiciales federales; se hace de mayores cargamentos de droga y comienza a
destacar. Conoce a Gilberto García Mena,
El June, jefe de la plaza para García Ábrego, quien tenía gran aceptación
social en esa comunidad fronteriza. Pronto se gana la confianza del mismo
García Ábrego debido a la eficacia de sus operaciones y a su red de contactos
con policías locales y federales.
En
la versión del periodista Ravelo, Osiel siempre fue un
líder autoritario, violento y paranoico, características que se acentuaron por
la forma como se hizo del mando de la organización (asesinando y engañando a su
compadre Chava) por lo que vivía con el temor de ser asesinado por cualquiera
de sus subalternos. Ésa habría sido la razón por la cual tenía especial interés
en contar con un servicio de protección personal y de contrainteligencia… y
dormir tranquilo, ya que pasaba las noches en vela atrapado por su paranoia: el
miedo lo paralizaba. Así fue como se le ocurrió crear una guardia personal que
lo cuidara y mantuviera informado de los movimientos de sus colaboradores más
cercanos: Los Zetas.
Una decisión en apariencia intrascendente —crear
un grupo de guardaespaldas— que obedecía no sólo a la paranoia del líder, sino
también a las dimensiones y a la complejidad de la estructura organizacional
del Golfo y a su naturaleza guerrera, a la que me refería en párrafos
anteriores, pronto se convertiría en un punto de inflexión en la historia del
narcotráfico en México. No se trataba sólo de un problema de la personalidad de
Osiel Cárdenas, sino de la situación del crimen organizado en Tamaulipas (desde
la caída de García Ábrego en enero de 1996 hasta mediados de 1999, cuando Osiel
se queda con el control absoluto en las principales plazas del estado,
pulularon bandas de delincuentes ordinarios y de narcotraficantes que habían
quedado sin control, además de pandillas que aprovechaban el descontrol para
apoderarse de pedazos de los mercados ilegales); así que los principales capos
que se encontraban a su alrededor también crearon guardias pretorianas para que
los cuidaran. Eduardo Costilla, El Cos, y Víctor Manuel Vázquez, El Meme,
contrataron a dos bandas, Los Sierras y
Los Tangos como guardaespaldas; Ezequiel, el hermano de Osiel, se hizo de Los Escorpiones. Pero la idea de
Osiel era que sus cuidadores fueran los mejores y por eso contrató en 1998, en primer lugar, a Arturo Guzmán Decena,
quien sería el Z-1. Desertó de su puesto de teniente en el Grupo Aeromóvil
de Fuerzas Especiales (GAFE) del ejército mexicano para convertirse en jefe de
la guardia personal del capo del Golfo.
La primera orden que recibió fue contratar a otros miembros del ejército. En
poco tiempo, más de 50 miembros de esa unidad de elite del ejército y de otras
áreas del instituto armado —del 7º Batallón de Infantería, del 15º Regimiento
de Caballería Motorizada— conformaban la guardia pretoriana de Osiel
Cárdenas. Después, contrataron en Guatemala
kaibiles, soldados de elite del ejército guatemalteco que libró la guerra de
exterminio contra la población indígena de su país en la década de los
ochenta y que eran más salvajes y despiadados en sus métodos de lucha contra
quienes fueran señalados como enemigos. En
2003 ya eran más de 300 zetas. Luego, el reclutamiento local para apoyar
las operaciones por todo el territorio del Golfo. Algunas mantas utilizadas
para invitar a los soldados en activo o dados de baja a unirse a Los Zetas eran
las siguientes: “El grupo operativo Los Zetas te necesita, soldado o ex
soldado”. “Te ofrecemos un buen salario, comida y atención para tu familia: Ya
no sufras hambre y abusos nunca más”. Otra decía: “Únete al Cártel del Golfo.
Te ofrecemos beneficios, seguro de vida, casa para tu familia. Ya no vivas en
los tugurios ni uses los peseros. Tú escoges el coche o la camioneta que
quieras”. Esto último introdujo la necesidad de crear campos de entrenamiento
en Tamaulipas, Guerrero, Veracruz para los nuevos sicarios; ya se había
terminado la época de delincuentes amateurs y de policías municipales o
judiciales violentos y decididos pero mal entrenados.
Decir que en ella participaban los ex miembros del
GAFE, significaba que entrenados en todo tipo de habilidades por militares
estadunidenses e israelíes —sobrevivir en las circunstancias más adversas;
inteligencia, contrainteligencia y contrainsurgencia; diseño y ejecución de
operativos de ataque y rescate; telecomunicaciones; técnicas diversas para
“eliminar” enemigos; tácticas de interrogatorio; fabricación de explosivos—
pondrían todos sus conocimientos y experiencia al servicio de una organización
criminal. Fue un cambio cualitativo señalado por Ioan Grillo: muchos soldados
de diferentes niveles de la escala militar habían recibido sobornos para
proteger al narco, pero era impensable la posibilidad de deserción y su
incorporación al lado de los delincuentes; los soldados podían ser corruptos,
pero no traidores al Estado y a la Patria. Guzmán Decena dio el paso.7 De militares
a mercenarios del narcotráfico; de la omisión a la acción. La aportación que
harían a la organización del Golfo sería trascendental para su proyecto
expansionista, pues llevarían la guerra entre organizaciones a un nivel
desconocido hasta entonces. Un par de ejemplos ilustrarán lo anterior. En 1999 Osiel instruyó a Guzmán Decena
asesinar a Rolando López Salinas, El Rolys. Lo encontraron en una casa con
toda su banda; el Z-1 y sus hombres la rodearon y para terminar rápido con el
asunto volaron los tanques de gas, la casa y a todos los que estaban adentro.8
En 2001, después de la fuga de El Chapo Guzmán del penal de Puente Grande, éste
y Arturo Beltrán Leyva creyeron que sería fácil tomar Nuevo Laredo. Mandaron
algunas de sus gentes y ya en esa ciudad fronteriza se dedicaron a reclutar
pandilleros centroamericanos (maras) y delincuentes locales con reputación de
violentos para dar la batalla por la plaza. Fue un error grave no saber a quién
se enfrentarían. Sus gentes comenzaron a aparecer muertas en las puertas de las
casas de seguridad de los sinaloenses. Los cadáveres de los pandilleros eran
aventados por las mañanas y en una ocasión lo hicieron con una manta que decía:
“Chapo Guzmán y Arturo Beltrán. Manden más pendejos como estos para seguirlos matando”.9
Los sicarios tradicionales y los pandilleros, por más violentos que fueran, no
tenían nada que hacer contra Los Zetas, un grupo paramilitar profesional con el
mejor entrenamiento. Las demás organizaciones tendrían que invertir más en
ampliar, desarrollar y profesionalizar sus ejércitos de sicarios si querían ser
competitivos. Recuérdese que los mercados ilegales tienden a ser monopólicos y
la condición fundamental para ser la empresa dominante en éstos es la
violencia, no es el precio ni la calidad de los servicios. Quien tiene mayor
capacidad para ejercerla o para amenazar con usarla tarde o temprano se impone
al resto de las demás. La creación y expansión de Los Zetas a fines de los
noventa y los primeros años de este siglo fue un verdadero punto de inflexión
que daría paso a un nuevo momento en la historia de la delincuencia organizada
en México: el de organizaciones criminales apoyadas en verdaderas maquinarias
para matar. Fueron a partir de entonces otras organizaciones, tenían otra
densidad criminal; una capacidad logística y militar muy superior a la de
cualquier policía estatal o municipal. Sólo faltaba que se recrudecieran las
guerras entre ellas para que el polvorín estallara.
A partir del año 2000 Los Zetas se convirtieron en
los posibilitadores del fortalecimiento de la organización del Golfo en sus territorios originales:
desde Chiapas hasta Tamaulipas, y de su expansión hacia los estados del centro
del país hasta llegar a Michoacán y Guerrero. Debe mencionarse que del proceso
expansionista realizado a partir de ese año, lo más relevante fue la ocupación
de la plaza de Michoacán. Hasta ese momento el trasiego de la cocaína se hacía
básicamente por vía marítima hacia las costas de Veracruz y Tampico o, por vía
terrestre, desde Chiapas o Tabasco cuando la droga era dejada en territorio
guatemalteco. Con el control de Michoacán, el Cártel del Golfo pudo abrir la
ruta marítima de cocaína por el Pacífico que era desembarcada en el puerto de
Lázaro Cárdenas o en cualquier otro punto de la costa michoacana, desde donde
era llevada a Tamaulipas; con la ventaja de que la distancia desde ese estado
hasta la frontera con Texas es más corta que la que recorrían desde Chiapas o
Tabasco. Pero más que esa ruta, los beneficios para la organización de Osiel se
derivaron de la diversificación de las drogas comercializadas, puesto que
Michoacán era un productor histórico de marihuana y amapola, y también se había
convertido en uno de los principales centros productores de metanfetaminas (los
laboratorios donde se fabricaban pululaban por todo el territorio michoacano,
especialmente en la región de Tierra Caliente) cuyas materias primas arribaban
desde Asia vía el puerto de Lázaro Cárdenas. De esta manera, el Cártel del
Golfo garantizó y diversificó el abasto de los estupefacientes
Que
Los Zetas fueran la punta de lanza de la expansión representó un cambio
organizacional relevante pues, en primer lugar, sin dejar de ser los
guardaespaldas de Osiel Cárdenas, comenzaron a asumir las
funciones de defensa y ataque de toda la organización, el brazo armado,
desplazando a los otros grupos que cuidaban a los lugartenientes de Osiel.
Además, pronto el papel de sicarios les quedaría chico, ya que no sólo
acompañaban, defendían y abrían camino a la parte operativa de la organización,
sino que los mismos Zetas se irían convirtiendo en operadores de las
actividades criminales. Fue la fusión de dos tareas o funciones en un solo
aparato: ejercicio de la violencia y operación criminal. Mientras en las otras
organizaciones esas dos áreas permanecieron más delimitadas, Los Zetas fueron
adquiriendo capacidades operativas no sólo de trasiego de drogas, también de
otros crímenes como venta de protección, extorsión, secuestro, etcétera. Y ésta
fue la segunda innovación que introdujeron Los Zetas en la historia de la
delincuencia organizada mexicana: la de ampliar la infraestructura de las
organizaciones del narcotráfico para la venta de protección al crimen local y
la extracción de rentas sociales, es decir, para obtener dinero de la sociedad.
Al ser una organización con operaciones tan
extendidas territorialmente por el curso de los trasiegos terrestres de
cocaína, desde Guatemala hasta la frontera tamaulipeca, Los Zetas aprovecharon
sus capacidades militares para someter a cuanto grupo criminal había en las
entidades donde operaba el Cártel del Golfo. El modo de operación era más o
menos el siguiente: en cualquier ciudad grande o pequeña de las diversas rutas
de trasiego (Villahermosa, Macuspana, Coatzacoalcos, Veracruz, Poza Rica, Tampico,
etcétera) identificaban a las bandas de robacoches, de secuestradores, de
ladrones de casas, de robo de hidrocarburos, de traficantes de indocumentados
centroamericanos, de narcomenudistas y les fijaban un impuesto o el cobro de
piso por dejarlos trabajar a cambio de protección; si se rehusaban mataban al
líder o a sus guardaespaldas (su superioridad en armamento y en experiencia era
muy evidente) y al día siguiente tenían sometido al grupo. Además, los
obligaban a abrir nuevas líneas de negocio: el narcomenudeo pero ya controlado
por ellos, la extorsión a los pequeños negocios comenzando por los giros negros
(bares, cantinas, prostíbulos, table dance) y siguiendo después con farmacias,
fondas y restaurantes; gasolineras, hoteles, talleres mecánicos, etcétera.
Parte de las ganancias de esas nuevas actividades eran para ellos. Para que el
modelo funcionara nombraban un jefe de plaza de Los Zetas que se convertía en
el zar de todo el crimen de la ciudad y varias unidades militares, llamadas
“estacas”, que vigilaban al resto de bandas de delincuentes y las sometían si
no pagaban su derecho de piso. Un contador completaba el equipo de trabajo.
Además, compraban a la policía municipal entera
para que no estorbara sus operaciones, protegiera a quienes trabajaban bajo la
tutela de Los Zetas, hostigara a quienes no lo hacían y aportaran información
sobre los operativos de las autoridades federales (Policía Judicial Federal o
ejército). En otras palabras, implantaron un modelo nuevo: sin dejar de operar
el tráfico de drogas se dedicaron a quitarle una parte de los ingresos y del
patrimonio a los ciudadanos, potenciando las capacidades de la delincuencia ya
existente, al mismo tiempo que anulaban a las policías y en muchas ocasiones
las sumaban a las actividades criminales. Crimen fuerte, Estado anulado y débil
en sus instituciones responsables de la seguridad y justicia, y la sociedad
totalmente indefensa. El infierno. Porque conforme pasaron los años y el Cártel
del Golfo y Los Zetas fueron ampliando su presencia, lo que construyeron fue
una enorme federación criminal de alcance casi nacional, pues por medio de la
red de líderes y sicarios que dejaban en las plazas de decenas de ciudades de
16 estados de la República (Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila, Zacatecas, San
Luis Potosí, Aguascalientes, Hidalgo, Puebla, Michoacán, Guanajuato, Guerrero,
Veracruz, Tabasco, Campeche, Quintana Roo, Chiapas) controlaban cientos de
bandas delincuenciales de extorsionadores, secuestradores, ladrones de todo
tipo, de tráfico de personas y trata de mujeres, redes de narcomenudeo. Un
verdadero imperio del crimen creado mediante el terror y la violencia para
someter a cuanto delincuente pudiera ser extorsionado. Un crimen de segundo
piso. El mismo nombre de la organización daba cuenta de ese nuevo modelo
operativo: ya no se le denominaba el Golfo, sino en todos lados se le comenzó a
llamar Golfo-Zetas, cosa que no ocurrió con las otras organizaciones. El
Pacífico nunca sería Pacífico-Los Pelones, o el de Juárez, Juárez-La Línea, pues
en éstas los brazos armados permanecieron subordinados.
¿Por
qué Los Zetas desarrollaron este modelo de crimen depredador de los ingresos de
la sociedad? La hipótesis que me parece más
aceptable es que en un principio Osiel Cárdenas, líder del Golfo, no tenía con
qué o no quería financiar un aparato militar tan grande y les permitió buscar
sus propias fuentes de financiamiento.
Los Zetas comenzaron siendo asalariados. En el libro de Ravelo se afirma que a
los kaibiles guatemaltecos los contrataron por seis mil pesos mensuales con la
posibilidad de incrementos al poco tiempo. No se sabe cuánto le pagaba
Osiel al Z-1 y al resto de sus compañeros. Por los testimonios de otros
soldados que llegaron a ser guardaespaldas de importantes capos, se sabe que
les pagaban el doble (entre 25 mil y 30 mil pesos) de lo que ganaban en el
ejército, sueldo que para comenzar les debe haber parecido muy bueno. Sin
embargo, al pasar el tiempo e incrementarse la relevancia de las tareas desempeñadas
y la dependencia que tenía toda la organización del Golfo de la fuerza y la
violencia de su ejército privado, es muy probable que los líderes de Los Zetas
ya no quisieran ser asalariados sino socios de Osiel. Tenían con qué negociar.
Y por lo que han hecho desde entonces Los Zetas es razonable deducir que los
jefes del Golfo les dieron manos libres para hacer su propia empresa criminal
sin entrar de lleno, quizá sólo marginalmente, al negocio del trasiego de droga
a Estados Unidos que, definitivamente, era mucho más rentable que las
extorsiones y el secuestro.
De ser cierta esta hipótesis, ello podría explicar
la diversificación criminal que desarrollaron Los Zetas y, además, la audacia y
voracidad con que lo hicieron por todo el país sería el método para compensar
el desequilibrio respecto a los ingresos que dejaba el narcotráfico. Quizá
ellos no podían traficar una tonelada de cocaína, lo que les redituaría varios
millones de dólares en una sola operación, pero extorsionaban a cientos de bandas
criminales que a su vez extorsionaban a miles de negocios o secuestraban a
miles de migrantes centroamericanos, que les dejaban millones pero de pesos, no
de dólares, producto de cientos o miles de acciones delictivas, no de una sola
operación. No sería raro, desde esta perspectiva, que el deseo de participar en
el gran negocio de la exportación de drogas siguiera siendo una aspiración de
los líderes de Los Zetas y que detrás de la ruptura que se da entre el Golfo y
Los Zetas en enero de 2010 estuviera esa ambición de coronar su empresa
delictiva con el negocio del narcotráfico, apoderándose de las plazas
fronterizas de Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila.
En
síntesis, la historia de la delincuencia organizada le debe mucho a la
organización Golfo-Zetas. En primer lugar, rompió con el
predominio de la organización de Sinaloa aun después del proceso de
fragmentación, pues con el ascenso de García Ábrego —apoyado por comandantes de
la Policía Judicial Federal y por algunas figuras del gobierno de Carlos
Salinas de Gortari—10 significó un freno al control de todas las plazas por los
clanes familiares que integraban aquella organización y con el tiempo se
convertiría en el rival indiscutible de Sinaloa. En segundo lugar, extienden la
presencia del narcotráfico por todo el este y sureste del país; en tercero, es
un liderazgo que sustituye las relaciones de confianza propias de las familias
de narcotraficantes por el ejercicio de la violencia como método de disciplina
y control entre la cúpula dirigente que, sin embargo, no ha evitado rupturas y
traiciones entre ellos; eso explicaría la menor permanencia de los liderazgos
(García Ábrego, siete años; Osiel, cinco, contra casi 20 años de los hermanos
Arellano Félix, de los Carrillo Fuentes y de los Guzmán Loera). En cuarto
lugar, la profesionalización de la violencia mediante la incorporación de ex
militares de elite a la creación de verdaderos grupos paramilitares sin ningún
escrúpulo en lo que se refiere a quién y cómo asesinar. Finalmente, la
transformación del modelo de organización criminal al combinar el narcotráfico
con el saqueo de los ingresos y el patrimonio de los ciudadanos, mediante la
organización de una federación nacional del crimen con la que pusieron a
trabajar para ellos a cientos de bandas de delincuentes comunes de decenas de
ciudades.
La
Familia Michoacana
No obstante que Michoacán es un estado con una
larga historia en el narcotráfico pues la producción de marihuana es bastante
antigua, su incorporación al circuito de las grandes organizaciones nacionales
del narcotráfico se dio de la mano de Los Valencia que, además de aprovechar la
producción local de marihuana, incorporaron al estado en el trasiego de cocaína
gracias a su ubicación geográfica. La creciente importancia del puerto de
Lázaro Cárdenas y las vías de comunicación que se construyeron para conectarlo
con las ciudades de México y Guadalajara, y con el resto del país, dieron a
Michoacán una ventaja estratégica en materia de trasiego de estupefacientes.
Para la organización del Golfo la posibilidad de controlar esa entidad le daría
grandes ventajas: una nueva ruta para la cocaína colombiana y abasto abundante
de marihuana. Además, Michoacán no estaba controlado por Sinaloa, sino por una
pequeña organización local que no presentaría gran resistencia a la clara
superioridad militar de Los Zetas. No había tiempo que perder. Carlos Rosales
Mendoza, gente muy cercana a Osiel Cárdenas, con el apoyo de dos comandantes
zetas, Efraín Teodoro Torres, el Zeta 14, y Gustavo González Castro, El
Erótico, al mando de un grupo de paramilitares, llegaron en 2001 a tomar la
plaza y lo lograron varios cientos de muertos después. En una versión, escribe
Finnegan, fueron ex líderes de la organización de Los Valencia, también
bautizada como Milenio, descontentos con sus jefes, quienes pidieron ayuda al
Cártel del Golfo para derrocar a los líderes de Milenio. Otra versión dice que
fue iniciativa del Cártel del Golfo para hacer realidad su expansión hacia el
occidente, y la situación interna de Milenio sólo fue un incentivo. En
cualquier caso, Los Valencia fueron derrotados por Los Zetas, quienes
comenzaron a dominar la región de la manera brutal como suelen hacerlo, con el
respaldo del Cártel del Golfo. La implacable ley del más fuerte y violento
propia de los mercados ilegales.
Michoacán
sería la plaza piloto para experimentar el modelo criminal descrito en el
apartado anterior: producción y trasiego de droga más expoliación de la
sociedad vía las milicias de zetas y las bandas delincuenciales locales. El
Golfo tendría suficiente marihuana y amapola michoacana que exportar; pero ante
la diversificación de drogas para vender en Estados Unidos, también hicieron de
ese estado su centro de producción de metanfetaminas. Puesto que por Lázaro
Cárdenas podrían llegar las materias primas, esencialmente la efedrina, para
producir drogas sintéticas (el cristal), no fue problema construir decenas de
laboratorios donde producir metanfetaminas. Y como el ingreso para Los Zetas
—no para el Cártel del Golfo— no provenía de las exportaciones sino del
narcomenudeo, asimismo se dedicaron a crear el mercado interno de
metanfetaminas y pronto miles de jóvenes habían caído en la adicción.
Aunque el centro de operaciones de Los Zetas
estaba en Apatzingán, pronto se extendieron a todo el estado y las extorsiones
se expandieron como plaga: los productores de aguacate eran de los blancos
prioritarios, pero no eran los únicos; negocios grandes y pequeños engrosaron
las filas de contribuyentes forzados del impuesto zeta. Fueron cinco años de
brutal dominio, y el descontento social brotó por todos lados.
Entonces, los michoacanos que colaboraban con Los
Zetas decidieron que era necesario hacer algo para modificar el esquema de la
criminalidad. Se rebelaron contra sus jefes, se presentaron como una organización
nueva, La Familia, y le declararon la guerra a Los Zetas para expulsarlos de
Michoacán. La Familia se presentó ante los michoacanos con dos sucesos en 2006
(para 2008 prácticamente los habían expulsado de la entidad). El primero, el 6
de septiembre, un comando del nuevo grupo irrumpió en un centro nocturno de
Uruapan y lanzó a la pista de baile seis cabezas decapitadas de miembros de Los
Zetas. Dejaron una nota que decía: “La Familia no mata por dinero, no asesina
mujeres, ni gente inocente; sólo ejecuta a quienes merecen morir. Todos deben
saber esto… esto es justicia divina”. Un par de semanas después publicaron un
desplegado en varios periódicos michoacanos en el que expresarían, por un lado,
las razones y los objetivos de su organización: imponer el orden en Michoacán,
erradicar el secuestro, la extorsión telefónica y de persona a persona, los
asesinatos por paga, los asaltos en carretera y el robo a casas habitación;
añaden que van a terminar con la venta en las calles de la droga conocida como
ice (una metanfetamina) con lo cual aludían a lo realizado por Los Zetas y el
Cártel del Milenio en su entidad. En la definición de quiénes la conformaban,
el desplegado dice que La Familia está integrada por “trabajadores de la región
Tierra Caliente organizados por la necesidad de terminar con la opresión, la
humillación a la que han estado sometidos por la gente que siempre ha detentado
el poder”, y aseguraba que en ese momento su organización ya cubría todo el
estado de Michoacán en su cruzada contra el crimen. El manifiesto termina con
un llamado a la sociedad michoacana para que otorgue su comprensión y ayuda a
la cruzada de La Familia contra el crimen. Todo fue inédito: las cabezas
cercenadas, la presentación pública y, a través de los periódicos locales, el
discurso utilizado (la mezcla de un lenguaje de banda criminal paramilitar y
grupo guerrillero), el llamado a la sociedad a unirse y apoyarlos. La Familia
inauguraría, sobre la base del modelo criminal instaurado por Los Zetas
(narcotráfico más extracción de rentas sociales), un nuevo estilo delincuencial
con una estrategia diferente: a) un discurso novedoso en el cual La Familia
dice ser una organización producto de la misma sociedad para defenderla de los
criminales fuereños y los malos gobiernos que la oprimen, y b) el intento de
esconder su naturaleza criminal detrás de una supuesta base social de apoyo,
construida mediante el reparto de algunos beneficios sociales (centros de
atención a drogadictos, negocios con empresarios locales; obras públicas en
ayuntamientos controlados por La Familia). Pero bajo la piel de oveja permanece
el lobo: la participación en mercados ilegales y actividades delictivas
mediante el uso indiscriminado y brutal de la violencia… aunque la llamen
justicia divina.
El
liderazgo de La Familia, como el del Cártel del Golfo, y a diferencia de las
otras organizaciones de narcotráfico, no sería familiar aunque sí compartido. Los
dos principales dirigentes fueron Nazario Moreno González, alias El Chayo o El
Más Loco, y Jesús Méndez Vargas, alias El Chango (Carlos Rosales, el impulsor
de la ruptura con Los Zetas fue detenido en 2004). En un escalón inferior, el
tercer hombre en importancia era Servando
Gómez Martínez, alias La Tuta, que sería como el director
general adjunto. El Chayo fue un personaje carismático con aptitudes de líder
espiritual que quiso imprimirle a La Familia una mística y una orientación de
secta religiosa. Publicó un libro, Pensamientos
de la Familia, firmado por El Más
Loco, de lectura obligatoria para todos sus miembros, inspirado —según investigó George Grayson— en las
enseñanzas de un líder cristiano estadunidense, John Eldredge (liberar a los hombres y las mujeres para que
puedan vivir acatando los dictados de su corazón, como aliados de Dios; todo
hombre y mujer tienen que ser rescatados y tienen una batalla que pelear, una
aventura que vivir), fundador en el estado de Colorado de una secta llamada los
Ministerios de los Corazones Rescatados. El libro de Moreno es casi un plagio
de otro de Eldredge titulado Sé todo lo que puedes ser. Moreno convocaba a los
jóvenes michoacanos, especialmente a los adictos a las drogas, a incorporarse a
La Familia con un mensaje de salvación y superación personal, para liberarlos
de la esclavitud de las drogas y al mismo tiempo reclutarlos; los admitían en
centros de rehabilitación para adictos financiados por La Familia. Allí los
adoctrinaban con las tesis de Moreno-Eldredge y les prohibían el consumo de
drogas, alcohol y tabaco.
Por su parte, La Tuta era un maestro normalista
que participó en el movimiento magisterial de izquierda en los estados de
Michoacán y Guerrero, movimiento cercano a las ideas y prácticas de la
guerrilla presente en el vecino estado de Guerrero: el Ejército Popular
Revolucionario (EPR) y el Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI).
La Tuta conocía las estrategias de penetración social de la izquierda; las
tácticas de lucha guerrillera (emboscadas, por ejemplo, que utilizan
regularmente contra la Policía Federal) y las formas de sobrevivir en la
clandestinidad. La mezcla de pensamiento y prácticas de secta religiosa con las
de la guerrilla le dieron a La Familia un perfil muy especial, pues ambas
tradiciones manejan un mensaje de “liberación” (personal desde la óptica
religiosa y social desde la óptica política de la izquierda revolucionaria) que
hace atractiva la pertenencia a la organización (los fines criminales se
enmascaran por medio de un discurso de salvación personal y de liberación de la
opresión social y política); al mismo tiempo, fundamentan la solidez de la
organización implementando una relación muy estrecha con un sector de la
población, es decir, la construcción de una base social que los defienda y en
la cual fundirse y esconderse.
Durante su recorrido por Tierra caliente, el
reportero de The New Yorker, William Finnegan, es conducido por dos michoacanos
seguidores o miembros de La Familia que le explican los beneficios aportados
por la organización a esa región del estado e insisten en demostrarle que la
gente está de su lado: la guerra del presidente Calderón contra los
narcotraficantes ha arruinado la economía de Tierra Caliente y roto la paz
social, le asegura a Finnegan su guía, Verónica Medina. “La Familia ha creado
empleos, garantizado la seguridad pública y ayudado a los pobres. Si te
enfermas y no tienes dinero, ellos [los de La Familia] te llevan al hospital y
pagan las medicinas. Si no tienes para comprar tortillas, ellos te las
compran”. El despliegue del ejército y de la Policía Federal ha forzado a La
Familia a retraerse y ha tenido que cerrar algunos centros de rehabilitación
para drogadictos y alcohólicos. La policía local estaba muy mal pagada y, por
tanto, es incompetente y corrupta. Cuando La Familia estaba al mando, nadie
rompía las reglas. Tú no necesitabas cerrar las puertas de tu casa en las
noches. “Si te encontraban borracho en la noche te golpeaban con un garrote”.
Una anécdota platicada por el reportero estadunidense revela cómo ganaban
adeptos entre la población con el tema de la seguridad: una señora ya mayor de
Morelia dice que tiene el teléfono de un miembro de La Familia y cuando oye
algo raro en las noches fuera de su casa le habla; éste se comunica con la
policía municipal para que atienda de inmediato a la señora y así sucede; la
policía a las órdenes de los jefes mafiosos. Es innegable que La Familia logró
el apoyo de una parte de la sociedad, especialmente en la región de Tierra
Caliente y en particular de Apat-zingán, pero en no todo Michoacán. Fueron
varias las marchas de cientos de personas de esa ciudad pidiendo la salida de
la Policía Federal y del ejército, pues eran vistas, según palabras de
Finnegan, como fuerzas de ocupación. Sin embargo, el mismo reportero asegura
que en Zitácuaro, al norte del estado, La Familia era la fuerza de ocupación
repudiada por la población.
Para entender el perfil completo de La Familia hay
que añadir dos elementos. Uno aportado por el otro líder, Jesús Méndez, El
Chango, quien estaba al frente de las operaciones de narcotráfico. Si bien
tenían prohibido comercializar las metanfetaminas entre la población michoacana
(una de sus banderas consistía en liberar a los miles de jóvenes que se
volvieron adictos a esa droga, producto de la estrategia comercial de Los
Zetas), eso no les impidió operar una pujante y muy rentable empresa de
narcotráfico con dos vertientes, la exportación y la del mercado interno. Pero
La Familia también tenía una división responsable de la producción de tres
drogas: marihuana, amapola-opio y metanfetaminas. Miles de campesinos de Tierra
Caliente incorporados a la siembra de marihuana y amapola eran parte de la base
social (voluntaria o involuntariamente) de la organización, y los financiaba y
mantenía hasta que recibían el ingreso producto de su cosecha. Además,
construyeron una industria de metanfetaminas. Que en los primeros años del
gobierno de Felipe Calderón se hayan destruido más de 400 laboratorios donde se
producía la droga sintética da una idea del tamaño de esa industria. Es
probable que la guía de Finnegan se refiriera a los trabajadores de esos
laboratorios, cuando hablaba de los empleos creados por La Familia, además de
los de la producción, empaquetamiento, almacenaje y traslado de marihuana y
amapola.
Por tratarse de una organización regional alejada
de la frontera norte, para introducir las cuatro drogas (marihuana, amapola,
cocaína y metanfetaminas) a territorio estadunidense, además de una red de
transporte considerable, debía establecer alianzas con los dueños de alguna
plaza fronteriza. Todo indica que La Familia lo hizo con la organización de
Sinaloa de manera que su mercancía era exportada por Sonora, probablemente a
cambio de compartir el estratégico puerto de Lázaro Cárdenas. Además, La
Familia también incursionó en la parte más rentable del mercado interno, la
zona metropolitana de la ciudad de México. La cercanía de Michoacán con el
Estado de México y los municipios conurbados del Distrito Federal facilitó su
tarea. A principios de 2007 ya había reportes de gente de La Familia comenzando
a controlar el narcomenudeo y las extorsiones en municipios del oriente de la
ciudad de México, como Nezahualcóyotl, exactamente con el mismo esquema que
utilizaban Los Zetas en otras zonas del país: someter por medio de la violencia
a las bandas de delincuentes locales para convertirlas en parte de su
organización, imponerles el pago de una cuota y ampliar las actividades
criminales con la extorsión de negocios locales y el secuestro. Ya metidos en
el negocio, establecieron bases de operación —con los consecuentes conflictos—
con otras organizaciones en los estados de Jalisco, Guerrero, México y
Guanajuato. Pero fue en Michoacán donde con mayor fuerza desplegaron su modo de
operación. Finnegan narra de qué modo lo hicieron en Zitácuaro.
•
Identificaron el problema más grave de la
población y lo resolvieron para ganarse la simpatía de la gente; en el caso de
Zitácuaro, eliminaron a los agiotistas y los taladores ilegales de madera y
luego tomaron el control de esas actividades mediante impuestos.
•
La Familia es muy adicta a cobrar impuestos y lo
hace mejor que la tesorería municipal y estatal. Pero la estrategia va
acompañada de mostrar seriedad en la imposición de castigos, de mostrar fuerza
para ganarse el respeto y la obediencia. Asesinaron a un colaborador del
alcalde Antonio Orihuela, quien andaba en negocios ilegales y mostraron su
cabeza decapitada. Era un mensaje para el alcalde y su familia.
•
Comenzaron a aplicar la extorsión directa a los
nuevos ricos de los pueblos y empezaron a secuestrar a los propietarios de
negocios prósperos.
•
Otra vía con la que se entretejen en la sociedad
de Zitácuaro es por medio de matrimonios entre miembros de la dirección de La
familia con las hijas de las familias distinguidas de la ciudad y crear nuevas alianzas.
La contratación de obra pública en Michoacán es percibida como controlada y
dirigida por La Familia. La gente de Zitácuaro le comentó al autor lo difícil
que se ha vuelto ganarse la vida sin conexiones con La Familia.
Como se puede apreciar en el relato anterior, es
el modelo diseñado por Los Zetas pero perfeccionado, pues introdujeron
estrategias de vinculación con la sociedad, otorgando algunos beneficios para,
por un lado, manejar el discurso de que La Familia es una organización benéfica
para la sociedad y opuesta a los malos gobiernos y, por el otro, reducir la
resistencia y el descontento social por sus actividades. En el colmo del
cinismo, para aparentar que La Familia estaba del lado de la sociedad, Rafael
Cedeño, mano derecha de Nazario Moreno hasta 2009 cuando fue detenido,
aseguraba ser observador permanente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos
y llegó a encabezar manifestaciones en Morelia que exigían la salida de la
Policía Federal de la entidad.
Pero hay un elemento adicional en el modelo
michoacano de delincuencia organizada. Al igual que las otras organizaciones de
narcotraficantes, necesitaban y conseguían la colaboración de las policías
municipales y de la estatal, pero La Familia fue más allá y se apoderó de los
ayuntamientos enteros. No se trataba de incorporar a su nómina al director de
Seguridad Pública municipal, sino al alcalde mismo para nombrar ellos a otros
funcionarios municipales y abarcar nuevas áreas de negocio, como las obras
públicas municipales. La forma como conseguían dominar a los ayuntamientos
pequeños era simple: llegaba a la presidencia municipal un convoy de sicarios
formado por 10 camionetas cada una con cuatro sicarios armados hasta los
dientes; la policía municipal no podía hacer nada, pues eran encañonados. Luego
llamaban al alcalde y le dictaban las reglas que iban a seguir; a la gente
reunida le prometían acabar con borrachos y rateros; si sabían de algún joven
que golpeara a su mamá, lo castigaban públicamente; si lo hacía de nuevo, lo
mataban. Ganaban simpatía y miedo al mismo tiempo. A los alcaldes les pagaban
por su hospitalidad. La ley de plata o plomo en pleno. Para ahorrarse el
trabajo de ir de ayuntamiento en ayuntamiento, en los primeros meses de 2008,
poco después de haber asumido el puesto de presidentes municipales, La Tuta
convocó con amenazas (plata o plomo) a más de 20 alcaldes de la región de
Tierra Caliente para informarles de las reglas que debían cumplir para no ser
asesinados: designar en las secretarías de Seguridad Pública y Obras Públicas a
los miembros de La Familia que él les indicaría. Además, colocaban a jóvenes
reclutados por ellos en puestos de oficina para allegarse información. Sin
ninguna posibilidad de defenderse ante tales amenazas (aun pensando que las
policías municipales no estuvieran compradas, estaban muy lejos de disponer de
las capacidades y el equipamiento para enfrentar a los sicarios de La Familia;
la policía estatal obedecía a La Tuta), los alcaldes electos estaban
completamente indefensos, nadie a quien recurrir. Nunca informaron oficialmente
de la reunión y de las amenazas recibidas, simplemente se doblegaron.
Era un paso más. Del control de las instituciones
de seguridad y justicia al sometimiento y la privatización de ayuntamientos
enteros; es decir, la apropiación del presupuesto, las políticas y las obras
públicas. No importaba de qué partido fueran los alcaldes; eventualmente,
podían apoyar y financiar a algún candidato afín para convertirlo en alcalde
suyo; en ocasiones lo hacían para impedir la llegada de otro con el que
pudieran tener más problemas; pero sabían que tenían los medios para
someterlos, ganara quien ganara. Anulaban de paso la incipiente democracia. ¿De
qué servía hacer elecciones para que la gente decidiera quién los gobernaría,
si La Familia anulaba todo eso y de manera violenta se apropiaba del gobierno
municipal entero?
Y es que en realidad, por mucho discurso religioso
y social que manejaran El Chayo y sus seguidores, el modelo criminal de La
Familia se sustentaba en una violencia indiscriminada y brutal en contra de la
sociedad, ejercida por sus múltiples grupos paramilitares entrenados
originalmente por Los Zetas (y, posteriormente, por ex miembros de Los Zetas)
en técnicas atroces, muy probablemente extraídas de los manuales de los
kaibiles guatemaltecos. Arrestado en 2010, Miguel Ortiz, alias El Tyson, reveló
cómo participaba en el entrenamiento de los sicarios recién reclutados y
entregó unos videos que fueron divulgados. En uno, Ortiz aparece degollando un
cadáver enfrente de un grupo de jóvenes que iniciaban su capacitación, para
enseñarles cómo hacerlo de manera rápida o lenta y dolorosa. En otro curso que
le dio a 40 reclutas en una montaña cerca de Morelia, les llevó un grupo de
enemigos capturados para que los nuevos sicarios aprendieran a perderle miedo a
la sangre:
Así los ponemos a prueba: los hacemos que maten a
los prisioneros y luego les pedimos que los descuarticen; de esa manera,
cortando un brazo o una pierna es como los nuevos le pierden el miedo a la
sangre. No es fácil. Tienes que cortar los huesos y todo, pero necesitamos que
sufran un poco, pero es para que vayan perdiendo el miedo poco a poco. Usábamos
cuchillos de carnicero o pequeños machetes de 30 centímetros de largo. A los nuevos
reclutas les llevaba como 10 minutos cortar un brazo pues se ponían nerviosos,
cuando yo hacía lo mismo en tres o cuatro minutos.11
Eran técnicas para convertir sicarios en máquinas
de asesinar; era un entrenamiento que los deshumanizaba por completo. La
trayectoria de El Tyson comenzó en 1999 a la edad de 18 años, cuando entró en
la policía estatal; tres años después comenzó a trabajar para La Familia que
apenas comenzaba a formarse; durante el conflicto con Los Zetas, escogió a El
Chayo y en los años siguientes se mantuvo como policía estatal con el encargo
de arrestar enemigos de La Familia para entregárselos o, en algunas ocasiones,
ejecutarlos. Ortiz dejó la policía estatal en 2008 para incorporarse de tiempo
completo en la organización, pero aun así seguía utilizando patrullas y
uniformes de la policía estatal y trabajando con sus ex compañeros. En 2009
participó en una emboscada que le prepararon a un convoy de la Policía Federal
cerca de Zitácuaro, donde fueron asesinados 15 federales. Su premio fue
nombrarlo jefe de la plaza de Morelia.
La Familia estaba dividida en plazas (Morelia,
Uruapan, Apatzingán, Lázaro Cárdenas, Zitácuaro, etcétera) y cada una tenía su
célula de varias decenas de sicarios. Su ejército se complementaba con el
tradicional sistema de información, compuesto por cientos o miles de “halcones”
—taxistas, despachadores de gasolina, policías municipales— que mantienen una
estrecha y rigurosa vigilancia sobre los cuarteles militares y de la Policía
Federal, de manera que siempre tienen un registro de todos los movimientos de
las fuerzas federales. Por esta razón el mapa del crimen organizado en torno al
narcotráfico mexicano no puede explicarse sin la referencia a esta
organización: encontró la manera de liberarse de sus antiguos dueños, Los
Zetas, y darle un giro al modelo criminal aprendido de éstos mediante nuevas
estrategias que le garantizaran una implantación diferente en el tejido social
michoacano. n
Guillermo Valdés Castellanos. Licenciado en
Ciencias Sociales. En 2012 fue investigador de la Fundación Ortega y Gasset. De
enero de 2007 a septiembre de 2011 fue director del Centro de Investigación y
Seguridad Nacional (CISEN).
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Este texto es un extracto del libro Historia del
narcotráfico en México que comenzará a circular en estos días bajo el sello
editorial Aguilar.
Para la elaboración del fragmento dedicado a la
organización del Golfo-Zetas se recurrió a la información de los siguientes
autores: Jorge Fernández Menendez,
El otro poder; Ricardo Ravelo,
Osiel. Vida y tragedia de un capo; Ma.
Idalia Gómez y Darío Fritz, Con la muerte en el bolsillo; George Grayson y Samuel Logan, The Executioner’s Men. Los Zetas,
Rogue Soldiers, Criminal Entrepreneurs, and The Shadow State They Created.
En el apartado de La Familia Michoacana aparece
información consultada en William Finnegan, “The Mexican Cartel: La Familia
Michoacana”, publicado en la revista The New Yorker, el 31 de mayo de 2010, y
en George Grayson y Samuel Logan, op. cit.
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1 Si se recuerda la distribución de las plazas
mencionadas por varios autores, entre ellos Jesús Blancornelas, tendríamos que
en dos de ellas el control correspondió a agentes de la DFS: Rafael Aguilar
Guajardo (Ciudad Juárez) y Rafael Chao López (Mexicali) y que la Policía
Judicial Federal tendría participación de primer nivel en la del Golfo. Con
base en estos datos es prácticamente imposible negar que cuando menos una parte
del Estado favoreció la fragmentación del narcotráfico. También habría que señalar
lo efímero que resultaron los liderazgos de agentes estatales en esas
organizaciones en comparación con la permanencia de los clanes familiares al
frente de las organizaciones.
2 Jorge Fernández Menéndez, El otro poder. Las
redes del narcotráfico, la política y la violencia en México, Aguilar, México,
2001, p. 207.
3 Grayson y Logan afirman en su estudio sobre Los
Zetas que el hermano mayor de Juan García Ábrego, Mario, fue amigo de la
infancia de González Calderoni quienes crecieron juntos en Reynosa (George
Grayson y Samuel Logan, The Executioner’s Men. Los Zetas, Rogue Soldiers, Criminal Entrepreneurs, and
The Shadow State They Created, Transaction Publishers, New Brunswick, 2012, p.
3.
4 No obstante que desde 1989 la DEA había
catalogado a García Ábrego como líder de un cártel y pasaba información a las
autoridades mexicanas, fue hasta 1993 cuando la PGR decide buscarlo; cuatro
años de protección, que un colombiano explica de la siguiente manera: el
subprocurador Javier Coello Tello Trejo había recibido pagos por un millón y
medio de dólares; el amigo que traicionó a García Ábrego, Juan Carlos Reséndez,
confirmó los pagos que le hacían a Coello y añadió que García Ábrego mandaba
gente suya a McAllen, Texas, a comprar hasta 100 mil dólares en cosas para
Coello. El mediador con Coello era Guillermo González Calderón, y sobre él el
capo aseguró que Memo era como su hermano. Calderoni respondió: “Sí. Yo era su
amigo, pero no su socio” (Héctor de Mauleón, Marca de sangre, p. 168).
5 Ricardo Ravelo, Osiel. Vida y tragedia de un
capo, p. 71.
6 Ibíd., p. 145.
7 Ioan Grillo, El Narco Inside Mexico’s Criminal
Insugency, Bloomsbury Press, Nueva York, 2011, p. 159.
8 George Grayson y Samuel Logan, op. cit., p. 6.
9 Ioan Grillo, op.cit., p. 167.
10 Jorge Fernández Menéndez señala que existía una
relación importante de García Ábrego con Mario Ruiz Massieu que llegó a ser
subprocurador general de la República en el gobierno salinista, por medio de
Guillermo González Calderoni y del director de la Policía Judicial Federal,
Adrián Carrera (éste se encargó de eliminar cualquier mención de Raúl Salinas
en las investigaciones del asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, cometido
en septiembre de 1994); también dice que Humberto García Ábrego, hermano de
Juan y cerebro financiero de la organización, era proveedor oficial de
Conasupo, la empresa estatal comercializadora de productos de primera necesidad
en zonas marginadas, a la cual vendió dos mil millones de viejos pesos de
productos agrícolas; cuando fue hecho preso en Estados Unidos, Mario Ruiz
Massieu tenía cuentas bancarias por más de nueve millones de dólares cuyo
origen no pudo comprobar claramente; el abogado defensor de Mario también
defendía a García Ábrego; un empresario de Saltillo, José Luis García Treviño, acusado
de lavar dinero de García Ábrego, fue detenido a fines de 1994 y su socio
principal era Agapito Garza Salinas, asociado de Mario Ruiz Massieu y con nexos
con Justo Ceja, secretario privado del presidente Carlos Salinas (Jorge
Fernández Menéndez, op. cit., pp. 208-214). Por su parte, Héctor de Mauleón
recupera algunas cosas descubiertas por Eduardo Valle, asesor del entonces
procurador Jorge Carpizo, durante la investigación para capturar a García
Ábrego. En una casa de seguridad del capo se encontró una libreta con mucha
información sobre pagos por un millón de dólares al director de la Policía
Judicial Federal, Rodolfo León Aragón, y también tenía unas notas sobre la
visita de un hermano del presidente de la República a una fábrica de don
Francisco, en Puebla. Don Francisco era Francisco Guerra Barrera, operador del
cártel en varios estados y brazo derecho de Juan García Ábrego. Eduardo Valle
no pudo avanzar más en la investigación: un año más tarde, luego de entregar a
Carpizo el esquema de protección institucional que existía alrededor de García
Ábreo, se fue del país… Más tarde confesó que sus pesquisas lo habían llevado a
la casa presidencial, a la oficina del secretario de Comunicaciones y
Transportes, Emilio Gamboa… (Héctor de Mauleón, op. cit., p. 169).
11 Ioan Grillo, op. cit., p. 334.
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