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encontrados/José Refugio Haro
Rio Doce, 24 de noviembre de 2013
Olavo
Salcido y Malova; proyectos del Nalo Félix: uno se desin(FLÓ)… el otro es un
éxito
Dos
fenómenos políticos surgieron en los últimos 30 años en el municipio de Ahome
con un curioso paralelismo dividido por el fracaso y el éxito: Olavo Salcido
Flores y Mario López Valdez. Ambos salieron del emporio del empresario Leonardo
Félix Gutiérrez.
El
primero de ellos, con auge en los años 80, solo llegó a una regiduría;
elsegundo, al iniciar el nuevo siglo ya era alcalde, alcanzaba luego una
senaduría y la gubernatura de su estado, Sinaloa. Actualmente, el primero
batalla todos los días por lo básico; el segundo es el prototipo del éxito y la
abundancia.
Era
la aurora de la década de los 80 cuando se marcaba, paralelamente a una exitosa
empresa —Pinturas Kon-Olavo—, el apogeo de un carismático deportista del
beisbol llanero de Ahome.
Desde
lo más bajo de la escala social, Olavo Salcido empezó a subir desmesuradamente
sin que nadie supiera su alcance final. El potencial se lo daba la condición de
proceder del arrabal, de las carencias extremas, allá por el rumbo del rastro
viejo, al poniente de la ciudad de Los Mochis. Olavo Salcido Flores estaba en
boca y pensamiento de todos en aquellos primeros años ochenta, merced a su
éxito desde su oficio de igualador de pinturas hasta convertirse en próspero
empresario.
Nadie
en los ochenta vendía tanta pintura como Pinturas Kon-Olavo; nadie patrocinaba
a tantos equipos de todos los deportes en aquellos días; ningún otro
patrocinador regalaba tantos trofeos, tantos uniformes, tanto material
deportivo, como lo hacían Olavo Salcido y sus empresas.
Era
tanta su popularidad que los políticos priistas se fijaron y aprovecharon de
él, y entonces, motivado en el ego natural humano, se dejó conducir y llegó a
ser regidor en el Gobierno municipal que encabezó Felipe Moreno de 1984 a 1986,
pero antes fue cobijado por el político de moda de esos días, el nayarita
Roberto Pérez Jacobo, quien de secretario del Ayuntamiento de 1981 a 1983
brincó a presidente del PRI, llevándose de la mano a Olavo como secretario
general. Pérez Jacobo, pletórico de ambición política, lo hizo compadre, lo
aduló y se colgó de su gran carisma y popularidad.
15
años después, al finalizar el siglo, Salcido Flores estaba en la ruina
económica y política; en tanto, como una perfecta segunda versión, aparecida y
desarrollada paralela y contemporáneamente, se perfilaba Mario López
Valdez,Malova, convirtiéndose en alcalde de Ahome. Más adelante ganaría una
elección mayoritaria para lograr la senaduría y en 2010, contra viento y marea
priistas, asumiría la gubernatura del estado.
—Usted
es recordado como un fenómeno de éxito empresarial, político y económico en el
menor de los tiempos normales o acostumbrados, pero también como el de la caída
más rápida y sorprendente, ¿a qué atribuye eso? ¿Quién lo arruinó?
—Un
malentendido que la soberbia no quiso entender aquel entonces… ni ahora.
Era
el año 1986. Estaba en desarrollo la campaña por la gubernatura del estado de
Francisco Labastida Ochoa en tiempos en que el político local más perfilado
para la presidencia de Ahome era el licenciado Roberto Pérez Jacobo, después de
que había sido secretario del Ayuntamiento y dirigente del Comité Municipal del
PRI.
Pérez
Jacobo tenía en aquellos momentos el respaldo de la gente de las colonias
populares y en buena parte del sector rural.
Labastida
Ochoa llegó de la Ciudad de México investido como candidato a gobernador y ya
traía el equipo probable que lo acompañaría en caso de ganar la gubernatura.
Venía como jefe de prensa para la campaña Ernesto Álvarez Nolasco, quien en los
años 60 había perdido una polémica elección interna —muchos sostienen que hubo
un gran fraude— para candidato del PRI a la presidencia municipal.
Cuando
Alguien filtró que Álvarez Nolasco en realidad era el candidato labastidista
para la alcaldía, posición a la que aspiraba Roberto Pérez Jacobo, el grupo de
este se cimbró ante la posibilidad de frustrarse lo que ya creían seguro. Uno
de los miembros distinguidos de dicho grupo era José Olavo Salcido Flores,
quien al parecer tomó la espada.
Recuerda
Olavo que era el cierre de campaña (1986) de Labastida en la Villa de Ahome. A
la sazón secretario general del PRI municipal, Salcido Flores asistió al
evento. Ya en la Villa de Ahome se le acercó Jorge el Coco Covarrubias, amigo
personal y compadre del candidato:
—Vamos
a saludar a mi compadre.
Labastida
acababa de bailar El camarón pelado y estaba exhausto en medio de la cancha.
—¿Cómo
está? —le preguntó Labastida:
—¿Lo
conoces, compadre? —reviró el Coco Covarrubias:
—Claro
que sí —respondió Labastida: Olavo Salcido, regidor, secretario general del
partido, un buen amigo, un gran deportista…
Entonces
yo, con toda la confianza que me daba el encargo cumplido que FLO me había
hecho de revisar los comités seccionales porque él, por ser nativo de aquí,
quería lograr muchos votos en Ahome, con la seguridad de haberle hecho un buen
servicio, me atreví a decirle:
—Señor
candidato, solamente le recuerdo un compromiso que hay con los seccionales y es
que no nos vayamos a equivocar en la elección del candidato a la alcaldía
—refiriéndose a los derechos de Pérez Jacobo como el aspirante más reconocido.
“¡No
nos vayamos a equivocar!”, insistí.
Los
destacados labastidistas que escucharon de cerca aquella arenga, de inmediato
le hicieron montón al candidato y le restregaron al candidato aquella insolencia
del Olavo.
De
ahí en adelante la flecha de los negocios de pintura de Olavo empezó a declinar
hasta que llegó a la etapa de las persecuciones, las auditorías, los embargos,
los encarcelamientos… la quiebra total.
—Usted,
Olavo, metió las manos a la lumbre por un amigo, un compadre, Roberto Pérez
Jacobo, y lo arruinaron. En cambio, a Pérez Jacobo Labastida lo hizo diputado,
líder del Congreso local, presidente del PRI estatal. ¿Nadie le pudo echar una
mano en aquellos momentos aciagos? ¿Ni siquiera el beneficiario de aquella
apuesta política que usted hizo?
—No.
Solo a Olavo Salcido lo hicieron pagar los platos rotos.
Olavo
y Mario, salidos del arrollo, del arrabal, de mozos ambos empleados y luego
impulsados por el poderoso Nalo Félix, ambos dueños de un gran carisma
político, tuvieron un ascenso cohético. Uno se cebó y cayó a tierra, el otro se
elevó y perdió en las alturas.
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