Venezuela/Esperanza
Aguirre,
presidente del PP de Madrid.
Publicado
en ABC | 4 de noviembre de 2013
EL
próximo 9 de noviembre hará justo 24 años que caía el Muro de Berlín. Aquel
día, en que los alemanes de la llamada irónicamente Alemania Democrática
pudieron salir, por fin, libremente de su país, se ha convertido en el símbolo
del triunfo de la libertad sobre el comunismo, que, además de haber tenido
sojuzgados a sus ciudadanos, ha demostrado una incapacidad absoluta para
promover el bienestar y el progreso.
Todos
los amantes de la libertad recibimos con inmenso júbilo la noticia que llegaba
desde Berlín.
En
Occidente algunos pensaron que aquella demostración tan palpable del fracaso
del comunismo –o del socialismo real, como también se le llamaba– iba a actuar
como un reclamo para acabar con los regímenes totalitarios de todo el mundo. Y
creyeron que la caída del Muro iba a vacunar a todos los intelectuales y
políticos que aún se consideraban comunistas contra esa ideología, que niega
conceptos como la propiedad y la libertad, que han sido fundamentales para
impulsar el progreso de la Humanidad.
Pero
hemos comprobado que aquellas ilusiones han resultado vanas. Para empezar,
algunos países siguen con regímenes
comunistas. (¿?)Como Cuba y Corea
del Norte, donde gobiernan unas siniestras dinastías que no por ridículas
son menos nefastas para sus pueblos.
Además,
el virus del totalitarismo ha demostrado una diabólica capacidad para mutar y
reproducirse en formas distintas a la del comunismo derrotado en Europa.
Una
de esas nuevas formas de totalitarismo la encontramos en algunos regímenes
islámicos y, por supuesto, en el fanatismo de todos los grupos, que, como Al
Qaida, practican el terrorismo contra los países libres.
Y
otra manifestación de esas mutaciones del virus totalitario la tenemos en la
aparición de regímenes populistas en algunos países de la América Hispana.
Regímenes en los que, en nombre de los pobres, se están cometiendo cada vez más
violaciones de las libertades fundamentales y, lo que es también muy
importante, no sólo no se está promoviendo el menor progreso para esos «pobres»
a los que, de boquilla, dicen que quieren ayudar, sino que, en algunos casos,
se les está hundiendo en la escasez, en la miseria y hasta en la hambruna.
El caso más evidente es la
Venezuela chavista, donde un populismo desenfrenado se une a políticas copiadas
de la dictadura castrista para provocar, como está provocando, la anarquía y el
caos en las calles, y la ruina económica, social y moral de un país que lo tiene todo para ser
uno de los más ricos y prósperos del mundo.
La
comunidad internacional, y en primer lugar, España, no puede permanecer
impasible ante los comportamientos dictatoriales del régimen bolivariano. Un
régimen en el que no están garantizados ni la libertad de los ciudadanos ni
algunos derechos tan elementales como el de informar, con una prensa sojuzgada y
unas televisiones controladas. Un régimen que, tras las más que dudosas
elecciones del pasado mes de abril, permitió que agredieran a puñetazos
impunemente en el Parlamento de la Nación a los políticos más destacados de la
oposición, entre los que se encontraba la diputada más votada del país, María Corina Machado. Un régimen,
además, que está demostrando una total incompetencia en el ejercicio de sus
funciones, como lo atestigua la carencia de artículos de primera necesidad que
sufren los venezolanos. Un régimen que utiliza todo el poder del Estado para
difamar y amenazar a sus opositores, como acaba de hacer llenando las calles
con miles de carteles en los que acusan a sus principales oponentes (el líder
de la oposición, Henrique Capriles,
la diputada María Corina Machado y Leopoldo López, presidente del partido
Voluntad Popular) de «dejar a los ciudadanos sin luz, sin comida y sin paz».
La
pasada semana todas las televisiones han prestado atención a la increíble
intervención del actual presidente, Nicolás Maduro, en la que enseñaba una foto
del túnel del metro de Caracas con la presunta figura de Chávez entre las
piedras. Una intervención, inimaginable en un país medianamente serio, que
provocaba la risa de todos los espectadores. Pero tiene muy poca gracia. Muchos
dictadores totalitarios también han tenido aspectos ridículos y no por eso han
sido menos dañinos. Los que creemos en la libertad tenemos que poner todo
nuestro empeño en lograr que la comunidad internacional actúe eficazmente
contra estas dictaduras, que, como en el caso de Cuba, además hablan español. Y
debemos denunciar con firmeza todos los desmanes y todas las violaciones de
derechos fundamentales que se perpetran en Venezuela.
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