La
norma Volcker/Xavier Vives, profesor de Iese Business School.
La
Vanguardia | 20 de diciembre de 2013
Paul
Volcker fue el presidente de la Reserva Federal con Jimmy Carter y Ronald
Reagan desde 1979 hasta 1987, periodo en el que residí en EE.UU. Volcker fue el
gran artífice de la lucha contra la inflación en EE.UU. en los años setenta y
primeros ochenta. Ahora será recordado también por la norma Volcker, aunque él
no sea su redactor, recientemente aprobada por los cinco reguladores del sector
financiero en EE.UU. El presidente Obama respondió a la crisis financiera del
2008 con la Dodd-Frank Act, aprobada en el 2010, que incorporaba el principio
de la norma Volcker: los bancos no podrán especular en su propio beneficio en
los mercados de valores. Esta norma, aplicable en principio a los bancos de un
cierto tamaño, intenta atajar la capacidad del sector bancario moderno, y la
banca de inversión en particular, de tomar grandes riesgos en un corto espacio
de tiempo mediante apuestas en los mercados financieros utilizando los
depósitos de los clientes.
Hay conocidos casos de traders individuales que han
puesto en peligro a grandes bancos y que han supuesto pérdidas para estas
instituciones que se miden en miles de millones de euros. Recordemos a Nick
Leeson en Barings, Jérôme Kerviel en Société Générale y el reciente caso de la
ballena de Londres en JP Morgan Chase. De hecho, sin este último caso la
presión de la banca de inversión contra la norma hubiera sido mucho más fuerte
todavía. Estos incentivos a tomar riesgos excesivos se han visto magnificados
por la tendencia a ayudar a las entidades “demasiado grandes para quebrar” y a
salvar a sus acreedores, e incluso, a veces, a los mismos accionistas. Esta
especulación bancaria no era posible cuando la Glass-Steagall Act estaba
vigente en EE.UU. Esta ley de 1933 fue la respuesta a la crisis bancaria de
principios de los años treinta y separaba a la banca comercial de la banca de
inversión. La primera tomaba depósitos, que estaban asegurados hasta un cierto
límite, y no podía actuar en los mercados de valores, y la segunda comerciaba
en valores y garantizaba su colocación en el mercado. La ley Glass-Steagall
presidió un periodo de gran estabilidad en el sector bancario, pero a costa de
una regulación colateral muy intrusiva que prohibía, por ejemplo, que los
depósitos a la vista pagaran interés. Al final en 1999 esta ley fue revocada,
en parte por la presión de la banca de inversión, y dio paso a grandes
conglomerados financieros en Estados Unidos.
La
ley Dodd-Frank, con 848 páginas, y la norma Volcker ahora adoptada, con un
preámbulo de nada menos que 882 páginas, no son tan simples como las 37 sucintas
páginas de Glass-Steagall. En efecto, la nueva regulación prohíbe a los bancos
especular en el corto plazo por cuenta propia, con la excepción, ¡oh sorpresa!,
de la especulación con bonos del gobierno y de otras entidades públicas. Sin
embargo, los bancos podrán asegurar emisiones de valores y ser creadores de
mercado siempre que las posiciones tomadas no excedan las demandas esperadas de
los clientes. Asimismo, los bancos pueden cubrir su cartera de inversión
siempre que se demuestre que mitiga un riesgo específico y concreto. Ahora
bien, el regulador deberá supervisar las coberturas para ver si se ajustan a
los riesgos específicos o constituyen especulación. Y aquí radica el gran
problema, puesto que distinguir la cobertura de la especulación no es fácil,
como tampoco lo es distinguir la creación de mercado para el cliente o en
beneficio propio. El resultado es que una determinada operación financiera
puede ser autorizada o no dependiendo del contexto y de las circunstancias en
las que se lleve a cabo. Esto implica que el papel del supervisor es muy
directo y recurrente y, por ende, los incentivos de los bancos a influenciarlo,
grandes. El contraste entre la regulación estructural que representaba
Glass-Steagall y la regulación actual, con un importante componente de
regulación directa del comportamiento, no puede ser mayor. La experiencia nos
demuestra que los resultados de esta última tienden a ser mucho más
problemáticos, máxime cuando la ley es prolija y compleja.
Existen
otras iniciativas para controlar el riesgo que toman las instituciones
bancarias mediante una regulación estructural. En el Reino Unido la comisión
presidida por John Vickers propuso el aislamiento y protección de la banca
minorista con requisitos de capital más elevados dentro de un mismo grupo
bancario. Esta propuesta está en vías de ser puesta en práctica y se está
considerando electrificar la barrera de separación entre banca minorista y de
inversión, de manera que los intentos de sobrepasarla llevarían a la separación
de los dos tipos de banca. En la Unión Europea el grupo liderado por Erkki
Liikanen, gobernador del Banco de Finlandia, propuso aislar las actividades de
especulación y creación de mercado de alto riesgo en una filial dentro del
grupo bancario si eran lo suficientemente importantes. Esta propuesta está
siendo considerada en la Unión Europea ahora.
Todas
estas propuestas están encaminadas, acertadamente, a controlar el riesgo
bancario, pero se enfrentan a dos problemas fundamentales: cómo evitar que las
actividades de alto riesgo migren a segmentos opacos y no regulados del sistema
bancario, y cómo las autoridades se pueden comprometer a no salvar otra vez
instituciones que, aunque no lleven la etiqueta bancaria, puedan crear un
riesgo para todo el sistema financiero.
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