Hablemos
del Islam/Javier Gil Guerrero, Doctor en Historia.
ABC
| 22 de noviembre de 2015…
Otra
matanza. Una vez más, los terroristas no eran amish o metodistas. Los medios de
comunicación tardaron horas en confirmar la obviedad: que los atacantes eran
musulmanes y que se habían inmolado al grito de «¡Alá es grande!». Y para
seguir con el patrón habitual en estos trágicos sucesos (cada vez más
frecuentes), los políticos –salvo en el caso de François Hollande y Manuel
Valls–, en sus declaraciones, pasaron de puntillas la identidad y motivación de
los terroristas. Como colofón, como viene siendo habitual, el coro de
ciudadanos, periodistas y políticos que bajo los lemas «el islam es una
religión de paz» o «el terrorismo no conoce religión», se apresuran a absolver
al islam de cualquier conexión (por muy remota que pudiera ser) con los
atentados. En otros tiempos, cabe suponer que estos mismos sujetos, tan activos
en las redes sociales, habrían defendido hasta quedarse sin aliento la ausencia
de relación entre la gallina y el huevo.
Para
ser sinceros, sí que se suelen enunciar ciertas raíces para explicar el
fenómeno del terrorismo islámico: la política de Occidente en Oriente Medio,
Israel, la opresión bajo la que viven muchos árabes, la miseria económica… No
hace mucho Obama llegó a afirmar que el fundamentalismo islámico podría
solucionarse con políticas de empleo en Oriente Medio. Sin embargo, hay
desempleo en muchas partes del mundo, hay déspotas oprimiendo regiones o países
en diversos continentes, y Occidente se ha ganado la enemistad de muchos
pueblos y regiones, no sólo en Oriente Medio. Si la lógica es la opresión
política… ¿por qué no vemos tibetanos budistas masacrar viandantes en Hong Kong
o Londres? Si es un problema de desigualdad económica y pobreza… ¿dónde están
los suicidas congoleños provocando el caos en Bruselas? ¿Y por qué no hay
terroristas tailandeses vengando la explotación que ciertas empresas
occidentales llevan a cabo en su país?
Como
vemos, en los tiempos en que vivimos no todos los pueblos y culturas reaccionan
de forma igual ante situaciones dramáticas o injustas. Unos protestan, otros
hacen huelgas de hambre y otros ametrallan a los clientes de un café parisino.
Pensemos por un momento en los principales conflictos armados que están
teniendo lugar en estos momentos: Malí, Nigeria, Libia, Somalia, Yemen, Siria,
Irak, Afganistán… en todos ellos el denominador común es la presencia de una
insurgencia de carácter fundamentalista islámico. Ahora mismo, el único
conflicto de importancia en el que no hay musulmanes de por medio es el caso de
Ucrania, y quizá por ello mucha gente no termina por comprenderlo.
Por
supuesto, hay un hecho incontestable: en un mundo en el que viven 1.300 millones
de musulmanes no se explica que el islam sea una religión propensa a la
violencia. Si así fuera, los atentados serían constantes, y las víctimas,
millones por semana. Es innegable que la gran mayoría de musulmanes conciben su
fe de forma pacífica y no albergan la más mínima intención de atentar o
suicidarse. De hecho, muchos de ellos son las principales víctimas de los
terroristas. El islam no es un fenómeno monolítico, sino increíblemente plural
y fragmentado. Hay innumerables escuelas de interpretación y tradiciones. La
mayoría, pacíficas. Otras, no tan numerosas pero lo suficientemente
influyentes, no lo son.
Muy
a pesar de los defensores de la religión de paz y otros eslóganes vacuos, en el
Corán y en la vida de Mahoma hay sobrados ejemplos de incitación a la violencia
y al odio. Y como todo musulmán sabe, el Corán es la palabra de Dios, y Mahoma
la perfecta encarnación de lo que debería ser un buen musulmán. Y esto, como no
podría ser de otra forma, es una fuente de problemas y equívocos. No es asunto
menor que Alá en el Corán prometa una recompensa mayor a aquel que lucha en la
guerra santa contra el infiel ni que Mahoma liderase en repetidas ocasiones un
ejército en el campo de batalla.
No
obstante, hay muchos otros pasajes en el Corán que predican la tolerancia y el
bien, así como bastantes ejemplos en la vida de Mahoma en los que el profeta se
comportó con bondad y predicando un mensaje de paz y armonía. Pero, mientras no
se traten de forma crítica aquellos pasajes en el Corán y en la vida de Mahoma
que contradicen el mensaje de paz y tolerancia, no podrá darse ningún progreso
en la lucha contra el radicalismo religioso. Más que negar la existencia de
ningún problema, habría que reconocer la realidad y tratarla. En lo que aquí
concierne, mediante una nueva exégesis del Corán y de la vida del profeta que
destierre los aspectos más problemáticos mediante una lectura no tan literal y
aislada de las fuentes.
Así
que empecemos por hablar del islam.
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