Difamación
y desarrollo en el mundo árabe/Daoud Kuttab, a former professor at Princeton University and the founder and former director of the Institute of Modern Media at Al-Quds University in Ramallah, is a leading activist for media freedom in the Middle East.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.
Project
Syndicate | 11 de marzo de 20016..
En
estos días, cuando el radicalismo violento y las guerras civiles de Oriente
Próximo y el Norte de África captan la atención del mundo, quedan en segundo
plano los enormemente injustos sistemas legales de la región. Sin embargo,
leyes como las que penalizan la difamación facilitan la represión política y
económica, obstaculizando el desarrollo y destruyendo vidas humanas.
Quizás
sea el gobierno de Egipto el que más hace uso de las leyes contra la difamación
y la blasfemia para suprimir las opiniones diferentes. En particular, sus
autoridades usan con descaro el Artículo 98(f) del Código Penal egipcio (que
prohíbe a los ciudadanos difamar una “religión divina”, incitar a la lucha
sectaria o insultar al Islam) para detener, perseguir y encarcelar a miembros
de grupos religiosos no mayoritarios, especialmente los cristianos. Todo lo que
necesitan es la vaga acusación de que sus actividades ponen en riesgo la
“armonía comunitaria”.
Más
aún, hace poco el escritor Ahmed Naji recibió una sentencia de dos años por
violar la “modestia pública” al publicar un extracto de su novela en que había
referencias sexuales explícitas. Y esto, apenas un mes después de que la autora
Fatma Naoot apelara a la sentencia de tres años por “desprecio al Islam” a
causa una publicación en Facebook en que criticaba la matanza de animales para
una festividad musulmana. La lista suma y sigue.
Preocupa
el hecho de que, según un informe de 2015 de la Comisión Estadounidense sobre
Libertad Religiosa Internacional, los casos de blasfemia han ido en aumento
desde 2011. En enero de 2015 el Presidente Abdel Fatah al-Sisi publicó un
decreto que faculta al gobierno para prohibir publicaciones extranjeras que
considere ofensivas para la religión, ampliando con ello sus ya importantes
poderes de censura y aumentando más aún la presión que sufren los periodistas,
La
situación no es mucho mejor en Túnez, donde según un informe de 2015 de la
Freedom House “la penalización por difamación sigue siendo uno de los mayores
obstáculos para el periodismo independiente”. Más aún, a muchos les preocupa
que la recién creada agencia de investigación de delitos informáticos lleve a
cabo “una vigilancia estatal incontrolada sobre los tunecinos”, como sucediera
con el ex Presidente Zine El Abidine Ben Ali, derrocado en la revolución de la
Primavera Árabe.
Jordania
también ha intensificado sus intentos de limitar la libertad de expresión, con
una enmienda en junio de 2015 a su ley de delitos informáticos que da poderes
al fiscal general para detener sin orden judicial a cualquier persona de la que
se sospeche que haya usado la Internet para difamar. Si bien la ley de Prensa y
Publicaciones jordana prohíbe el arresto de periodistas por expresiones
expresadas por escrito, ahora son presa fácil si las mismas opiniones aparecen
publicadas en línea. De hecho, varios ya han sido acusados.
Uno
los casos por difamación de más alto perfil hoy en día en Oriente Próximo es el
de Najat Abu Bakr, parlamentaria palestina que fuera citada a declarar por el
fiscal general tras plantear acusaciones de corrupción contra Hussein al-Araj,
ministro del gabinete con estrechos vínculos con el Presidente Mahmoud Abbas.
Parece que una motivación adicional es el apoyo de Bakr a una huelga de
profesores en Cisjordania, muy embarazosa para el gobierno de Abbas.
Si
bien bajo las actuales leyes antidifamación el fiscal general de Palestina
puede retener a una persona durante 48 horas para su interrogatorio, la medida
ha sido condenada por grupos de derechos humanos. Por su parte, Bakr rechazó la
citación e hizo una sentada de protesta en el parlamento. Las fuerzas de
seguridad rodearon el edificio pero no intentaron arrestarla.
La
intensificación y creciente aplicación de leyes anti difamatorias en Oriente
Próximo y África representa una peligrosa tendencia que está generando una
reacción cada vez más fuerte de los grupos de la sociedad civil. Por ejemplo,
el caso de Naji motivó a muchos escritores, artistas y directores de cine de
Egipto a lanzar una campaña pública por una mayor libertad de creación y
expresión.
Más
aún, el ex ejecutivo de Google Wael Ghonim, que tuvo una activa participación
en el levantamiento de 2011 en el país, criticó públicamente el veredicto
contra Naji. Y varias publicaciones artísticas estatales lanzaron números en
cuyas portadas aparecía Naji o palabras en apoyo a la libertad de expresión,
con el resto de la página en blanco.
En
Jordania, una coalición liderada por el Centro de Defensa de la Libertad de los
Periodistas ha lanzado una nueva campaña llamada “Hablar no es un crimen” para
hacer conciencia sobre la pérdida de libertad de expresión en los medios de
comunicación. Y en Palestina han ganado fuerza las protestas contra el uso de
estas leyes para encarcelar opositores políticos, y el apoyo popular a Bakr ha
sido clave para llegar al acuerdo que le permitió regresar a su hogar en Nablus
sin que la detuvieran ni llevaran a un interrogatorio.
Pero
las protestas contra casos individuales tienen un alcance limitado. Las
campañas se deben centrar (y lo están haciendo cada vez más) en lograr cambios
genuinos en las leyes antidifamación para asegurar que los gobiernos no puedan
hacer uso de ellas para acallar el disenso. Será clave eliminar el elemento
criminal de estos casos, y con ello la perspectiva de acabar en la cárcel, y
llevarlos como causas civiles en que, de determinarse la culpabilidad de los
acusados, deban pagarse multas razonables.
No
será fácil lograr que los legisladores descriminalicen la difamación. Pero es
posible con el esfuerzo concertado de todas las partes interesadas,
especialmente los medios de comunicación, la sociedad civil y los activistas
pro derechos humanos, además del apoyo de actores regionales e internacionales.
No hay tiempo que perder si se considera la importancia esencial de la libertad
de expresión para el progreso económico y social.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario