Jornada Semanal, domingo 4 de diciembre de
2005 ..
EN
RECUERDO DE ALEJANDRO AVILÉS/HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Alguna
vez acompañé a Alejandro Avilés en uno de sus rituales viajes a La Brecha,
Sinaloa, su minúsculo y muy bello lugar de origen. Estaba emocionado, reconocía
todas las cosas y algunos árboles eran sus conocidos. El calor crecía y nos
sentamos a beber una cerveza y a contemplar el paso cadencioso de las
lugareñas. Nos asombraron sus bien torneadas piernas, sus estrechas cinturas,
amplias caderas y sus pequeños y erguidos pechos. Alejandro gozaba con nuestro
entusiasmo y sonreía benévolamente cuando el objeto de nuestra admiración era
alguna de sus muchas y muy hermosas parientas. Por esos tiempos dirigía la
revista La Nación y estrechaba sus relaciones con el COPEI venezolano y con la
Democracia Cristiana Chilena. Se escribía con Caldera, Frey y Tomic. Teníamos
los del sector juvenil del PAN el propósito de aumentar los intercambios de
ideas y de proyectos con la izquierda cristiana de Chile y con los organismos
internacionales ligados a la Democracia Cristiana de Italia y de Alemania.
Por
otra parte, nos acercábamos a la Revolución cubana y al movimiento
ferrocarrilero de Vallejo y Campa. Traíamos, como dicen los peninsulares, una
"empanada mental" y nos era necesaria la orientación de Alejandro
Avilés, hombre sensato, tranquilo, generoso y fiel a sus ideas y convicciones.
Así lo recuerdo, siento viva su memoria y veo, en varias ilustres instituciones,
la huella de su magisterio sencillo, directo y amable. Nada de pedantería, nada
de pontificar, aprobar o reprobar. Su bonhomía era de verdad y oponía al odio
una compasión camusiana. Buen lector de Mounier y de Maritain, trataba de
aplicar a la realidad mexicana las ideas de ambos pensadores. Su compromiso
político era sincero y desinteresado. Tuvo problemas con algunos de los
dirigentes panistas y, en su momento, hizo un mutis discreto y bien meditado.
Sin duda que La Nación tuvo tres directores ejemplares: su fundador, Carlos
Septién García, Alejandro Avilés y Gerardo Medina. Para ellos lo fundamental
era la doctrina del partido y el perfeccionamiento de las técnicas del
periodismo partidista. Muchas veces hablamos de los periodistas ligados a los partidos
comunistas y democristianos de Europa, Chile y Venezuela. Tenían obligaciones
con la verdad, pero la observaban desde la perspectiva derivada de sus
principios y de su proyecto sociopolítico. Por estas razones, el periodismo
partidario debe encontrar los delicados equilibrios que le permitan ser
doctrinario y, a la vez, periodístico. Lo contrario a este equilibrio son las
hojas parroquiales y los elementales difusores de instrucciones y de consignas.
Avilés fue un maestro en la conciliación de estas dicotomías y transmitió a sus
colaboradores la idea de un periodismo que sirviera a su partido pero,
fundamentalmente, a la verdad.
Su carrera de periodista se inició en El Debate,
diario que fundó en Los Mochis. Ya en la capital dirigió dos revistas: Acento y
Mundo Mejor y colaboró en Excélsior, El Universal y Proceso. Pero, tal vez, su
labor más meritoria fue la que realizó en la dirección de la Escuela de
Periodismo Carlos Septién García. Varias generaciones de periodistas lo
tuvieron como maestro y orientador. Siempre estaba dispuesto a aconsejar. Nunca
escatimó sus apoyos y sus estímulos. Sus alumnos lo recuerdan como "el
profe" por antonomasia. Pienso, además, en su noticiero cultural en la
XELA y en sus trabajos en las Federaciones de Periodistas Católicos.
Pienso,
sobre todo, en su poesía. Poco antes de escribir estas líneas leí de nuevo El
libro de Eva. La esposa, tanto amada como compañera, los hijos y sus primeros
pasos, la casa en que se vive, el amor que permea todos los momentos y el
lenguaje y la construcción que hacen posible decir esas grandes cosas pequeñas,
son la substancia de ese libro ejemplar. Madura soledad, Don del viento, Los
claros días y La vida de los seres son los libros que reunió en su Obra poética
publicada en 1994. Figuró en la antología titulada Ocho poetas mexicanos e hizo
trabajos críticos sobre la poesía de Rosario Castellanos, Francisco Alday,
Concha Urquiza, el padre Plasencia y Manuel Ponce. Su presentación del disco de
"Voz viva de México" de la UNAM, Poesía católica es un modelo de
equilibrio crítico y de emoción lírica.
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Columna
Plaza Pública | Alejandro Avilés/ Miguel Ángel Granados Chapa
Reforma,
20 de septiembre de 2005
Es
difícil privilegiar alguna de las vocaciones de Alejandro Avilés, el gran
hombre bueno muerto el viernes pasado en Morelia (que vivió como su ciudad
adoptiva, porque en ella nació su querida esposa Eva Sánchez Martínez,
fallecida en julio de 2003), para poner el acento sobre ella. ¿Fue más maestro
que periodista, más periodista que poeta, más militante político que editor y
director? Recorrió todas esas rutas con entrega semejante, con frutos
magníficos, con perseverancia silenciosa y ejemplar.
Sinaloense
-nacido en La Brecha el 31 de diciembre de 1915- fue profesor a los 14 años, y
a poco inició su trabajo en la prensa, así en Guamúchil como en Los Mochis. Al
comenzar los años cuarenta llegó a la Ciudad de México, ya como joven militante
del naciente Partido Acción Nacional. Aunque allí realizaría funciones de
dirección (fue secretario del comité capitalino y miembro del nacional que
encabezó Juan Gutiérrez Lascuráin, el primero después del decenio en que el PAN
fue presidido por Manuel Gómez Morín) hizo su principal aportación al panismo
como director de su órgano periodístico, el semanario La Nación.
Éste
había sido fundado en 1941 por Carlos Septién García, que dejó la dirección en
manos de Avilés en 1948. Desde entonces hasta 1963, "el profe"
continuó el eficaz desempeño de ese periódico, que era capaz, si bien desde una
perspectiva partidaria, de presentar informes que era imposible hallar en el
resto de la prensa, por lo menos en la capital de la república. Avilés encauzó
el desarrollo de reporteros como Horacio Guajardo (hoy prestigiado maestro en
Monterrey) y como Manuel Buendía, de cuyo matrimonio con Dolores Ávalos fue
Avilés padrino. Si bien el director de La Nación no rompió nunca con su
partido, su celo militante disminuyó cuando en el PAN fue rechazada la opción
democristiana en la que él creía y que era alimentada por su amistad con Rafael
Caldera, que con esa fe política fue después presidente de Venezuela. Hoy, por
cierto, Acción Nacional es integrante de la agrupación internacional de
partidos de ese credo.
Para
marcharse del semanario panista sin ruptura y sin escándalo, contrarios a su
talante, Avilés aceptó la dirección de la escuela de periodismo de que había
sido, estrictamente hablando, el primer profesor, Con su clase de castellano se
abrieron allí los cursos el 30 de mayo de 1949. La escuela surgió de una
iniciativa de la Acción Católica Mexicana, que durante los tres primeros
lustros rigió la vida del establecimiento. Pocos años después de su ingreso a
la dirección del plantel, Avilés secularizó a la escuela. En claro acuerdo con
aquella organización católica, a partir de 1966 la escuela Carlos Septién
García -bautizada de ese modo en homenaje a quien también la había dirigido y
murió en un accidente de aviación mientras cumplía sus deberes profesionales-
quedó encomendada a una asociación civil. Como lo reconoció la propia escuela
al cumplir en 1999 cincuenta años de edad, la Septién "dejó de tener carácter
confesional a fin de abrirse a todas las corrientes del pensamiento sin dejar
su vocación y defensa de los valores fundamentales, y para lograr su
reconocimiento como institución que impartiría una carrera profesional".
Ese
reconocimiento, obtenido en julio de 1976, consolidó el papel de la escuela en
la formación de periodistas, presentes en todas las redacciones del país, y fue
uno de los logros principales de Avilés, que permaneció en la dirección hasta
1985, lapso en que también ensanchó los horizontes de sus alumnos mediante la
publicación de una revista doctrinal y teórica llamada CS (Comunicación
Social). Durante los veintiún años en que fue responsable de la escuela, si
bien le dedicó plena atención, no descuidó su propio desarrollo profesional. En
ese lapso fundó la revista mensual Acento, y el semanario Mundo Mejor.
Igualmente fue director periodístico de la Agencia Mexicana de Servicios
Informativos, pionera en la provisión de noticias a emisoras radiofónicas (y prolongación
de la experiencia de Avilés como director del noticiario cultural de XELA). En
1965 lo elegimos presidente del Centro de Periodistas Mexicanos, circunstancia
en que tuve la fortuna de conocerlo. Participó también como entrevistador y
articulista en una variedad de diarios y revistas, entre ellos Excélsior y
Proceso. Ya en una suerte de semiretiro, fundó el suplemento cultural de La Voz
de Michoacán.
Como
poeta, su primera obra, Madura soledad, data de 1948. El benemérito Diccionario
de escritores mexicanos, preparado en el Centro de estudios literarios de la
UNAM justipreció así su poesía: "Por un lado, hay en ella un canto a la
vida, a la esperanza, a una realidad diáfana y luminosa y, por el otro, el
poeta imprime en sus versos una voz reflexiva, íntima y confesional, que lo
conduce a una serena meditación del universo", por medio de "un
lenguaje transparente, conciso, en donde la palabra fluye de manera natural y
directa".
Ajeno
a las rencillas y discordias literarias, fue parte de un valioso grupo, el
"de los ocho" en que los siete restantes eran Rosario Castellanos,
Dolores Castro, Efrén Hernández, Octavio Novaro, Alfonso Méndez Plancarte,
Ignacio Magaloni y Roberto Cabral del Hoyo. Su grupo principal, no obstante,
fue su familia, la que fundó en 1948 y de la que nacieron cuatro hijas y tres
hijos. De modo explícito dedicó a su mujer su segundo poemario, el Libro de
Eva, a quien dijo: "entre las manos llevas el don de dar hecho de
nuevo".
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