Cuenta (Mons) Arturo Lona: “Por instrucciones de Prigione, Rivera Carrera, siendo obispo de Tehuacán, desmanteló nuestro Seminario Regional del Sureste (Seresure), ubicado en esa diócesis. Como premio, a Rivera se le dio el arzobispado de México, el más importante del país, donde no ha hecho absolutamente nada. ¡Nada! … y ya está por retirarse”.
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Revista Proceso # 2066, 5 de junio de 2016
Prigione:
una secuela de turbios recuerdos/Rodrigo Vera
Entre
1978 y 1997, cuando se desempeñó como representante papal en México, Jerónimo
Prigione fue implacable con los obispos progresistas mexicanos, a quienes
combatió a través del Club de Roma, en el que se agrupaban sus incondicionales.
Pero se le reconoce sobre todo por ser el artífice del restablecimiento de
relaciones diplomáticas del Estado mexicano con la Santa Sede durante el
gobierno de Carlos Salinas. Ave de tempestades, sus allegados y algunos de sus
críticos recuerdan episodios del exnuncio, quien murió el pasado 27 de mayo en
una localidad piamontesa.
En
la antigua parroquia de Santa María de la Corte, del pueblo de Castellazzo
Bormida, una discreta ceremonia fúnebre se realizó el 30 de mayo para despedir
al exnuncio apostólico Jerónimo Prigione, muerto tres días antes, a los 94
años, en una residencia para ancianos de esa comarca piamontesa.
En
torno al reluciente ataúd de madera –adornado con una blanca mitra episcopal–,
un solemne grupo de clérigos y diplomáticos despidió a quien fue uno de los
principales artífices del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre
México y la Santa Sede, pero también un duro represor que mantuvo sometida
durante dos décadas a la jerarquía católica mexicana.
Mariano
Palacios Alcocer, actual embajador de México ante el Estado Vaticano y con
quien Prigione solía reunirse los últimos días de su vida, asegura:
“Prigione
fue un actor fundamental en el reconocimiento jurídico a la Iglesia y el
restablecimiento de nuestras relaciones diplomáticas con la Santa Sede, cambios
realizados durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, quien decidió
replantear la relación con la Iglesia.”
Palacios
Alcocer coordinó, por instrucciones de Salinas de Gortari, al equipo de
destacados juristas que le dieron soporte legislativo a esos dos cambios
históricos, en 1991 y 1992. “Desde entonces llegué a tratar a Prigione. Fue un
diplomático muy capaz”, comenta el hoy embajador, vía telefónica.
–¿Qué
cualidades veía en Prigione?
–Conocía
muy bien a los actores políticos de entonces y tenía mucha experiencia
diplomática. Además permaneció durante un largo periodo como representante
papal en México, algo inusual tanto en la diplomacia vaticana como en la
internacional.
–¿Usted
lo llegó a tratar últimamente?
–Sí,
por supuesto. Nos reuníamos aquí en Roma cada tres meses aproximadamente. Él
venía de Castellazzo Bormida a cobrar su pensión en el Banco Vaticano. Solíamos
comer en la Hostería di Gracci. Y en octubre del año pasado asistió a un evento
organizado por la embajada; la presentación del grupo teatral Cómicos de la
Legua. Fue el último acto público relacionado con México al que asistió.
A
los funerales del exnuncio, sepultado en el panteón de su natal Castellazzo, la
embajada de México envió en su representación al diplomático Francisco de Paula
Castro.
El
intermediario
Durante
los casi 20 años que permaneció como representante papal en México, de 1978 a
1997, Prigione fue un polémico personaje muy criticado por su injerencia en la
política interna del país, por reunirse con los hermanos narcotraficantes
Arellano Félix, por aplacar las críticas del episcopado mexicano a los
gobiernos priistas y por perseguir a los obispos identificados con la llamada
opción por los pobres.
Arturo
Lona, uno de estos obispos golpeados por Prigione, exclama: “¡Cómo nos hizo la
vida pesada! Prigione se valía de puras difamaciones para atacar a los obispos
de la Teología de la Liberación. Nos tildaba de guerrilleros y comunistas, y
luego nos iba a acusar con el gobierno para que éste nos reprendiera”.
Obispo
emérito de Tehuantepec, Lona menciona que, aparte de él, Prigione traía en la
mira a otros obispos que en aquella época comulgaban con esa línea pastoral,
como Sergio Méndez Arceo, de la diócesis de Cuernavaca; Samuel Ruiz, de San
Cristóbal de las Casas; Bartolomé Carrasco, de Oaxaca, o José Llaguno, de la
Tarahumara.
Cuenta
Lona sobre su caso: “Prigione me acusaba de formar guerrilleros y promover
entre ellos la Teología de la Liberación. Por ese motivo, a mediados de los
ochenta logró que se le hiciera una visita canónica a mi diócesis, inspección
alentada por Manuel Bartlett, entonces secretario de Gobernación, quien incluso
me mandó llamar a sus oficinas para regañarme. Pero finalmente no encontraron
ni armas ni guerrilleros en mis templos. Eran acusaciones absurdas”.
La
mancuerna Prigione-Bartlett tuvo su principal intervención durante las
cuestionadas elecciones en Chihuahua de mediados de 1986; impidió el cierre de
templos que ya organizaba la jerarquía local, en protesta por el fraude
electoral que le daba el triunfo a Fernando Baeza, candidato del PRI a esa
gubernatura.
Se
trataba de una fuerte protesta eclesiástica encabezada por los obispos de la
entidad: Adalberto Almeida, de Chihuahua; Manuel Talamás, de Ciudad Juárez; y
José Llaguno, de la Tarahumara, respaldados por sus sacerdotes, comunidades
eclesiales de base y varias organizaciones sociales.
La
suspensión del culto no se dio. Y Baeza logró tomar posesión como gobernador al
mismo tiempo que en la Plaza de Armas de la capital chihuahuense unos 30 mil
inconformes gritaban: “¡Usurpador!, ¡usurpador!”.
Prigione
alegaba que Bartlett no le había pedido la intervención del Vaticano para
aplacar a los obispos inconformes, solamente –a través del “diálogo y pláticas
cordiales”– le había hecho ver “el peligro de un enfrentamiento” (Proceso 512).
El
diplomático volvió a estar en el centro de la polémica el 24 de mayo de 1993,
cuando fue asesinado el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo en el aeropuerto de
Guadalajara, justo cuando iba a recibir a Prigione a esa terminal aérea. El
crimen se les achacaba a los hermanos Arellano Félix, líderes del Cártel de
Tijuana.
El
1 de diciembre de ese año y el 16 de enero de 1994, Prigione recibió en secreto
y por la noche, en la nunciatura apostólica, a los hermanos prófugos Ramón y
Benjamín Arellano Félix, quienes le juraron ser ajenos al crimen de Posadas y
le pidieron su intermediación ante las autoridades judiciales.
Durante
el primer encuentro, sólo con Ramón, Prigione salió rápidamente a Los Pinos
para reunirse con el presidente Salinas; su secretario de Gobernación,
Patrocinio González Garrido, y el procurador general de la República, Jorge
Carpizo. Les comentó que tenía al narcotraficante en la nunciatura. Y éstos le
pidieron que les dijera a los capos que se entregaran a la justicia. Al
regresar de Los Pinos, Prigione le pidió a Ramón que escapara por una puerta
alterna de la nunciatura, ya que “la principal era custodiada por elementos de
seguridad que llegaban por la noche”.
El
hecho no se hubiera conocido de no ser por los propios narcotraficantes,
quienes lo sacaron a relucir en el periódico Excélsior en julio de 1994.
Por
esas fechas, en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) había varios
obispos opuestos a la versión de Carpizo sobre el crimen, la cual sostenía que
se trató de una “confusión” y no de un atentado contra Posadas. El nuncio
maniobró para plegarlos al gobierno; logró que la dirigencia de la CEM
elaborara el documento Para realizar la verdad en el amor: caso del cardenal
Posadas Ocampo. Ahí, los obispos vieron “coherentes y bien fundamentadas” las
argumentaciones de Carpizo (Proceso 926).
El
acosador
Político
habilidoso, Prigione logró influir no sólo en los nombramientos de obispos
hechos por el Papa Juan Pablo II, sino que además conformó en torno suyo a un
grupo de obispos incondicionales, conocido como el Club de Roma, al que utilizó
para golpear al ala progresista del episcopado y para su interlocución con el
poder político y empresarial.
El
Club de Roma lo integraban Onésimo Cepeda, obispo de Ecatepec; Norberto Rivera
Carrera, arzobispo primado de México; Emilio Berlié, entonces obispo de Tijuana;
Javier Lozano Barragán, de Zacatecas; Luis Reynoso Cervantes, de Cuernavaca,
así como el cardenal Posadas y Juan Sandoval Íñiguez, su sucesor en el
arzobispado de Guadalajara.
Marcial
Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, era también muy cercano a
Prigione y a otros integrantes del Club de Roma. Se intercambiaban favores,
compartían encumbradas amistades y, sobre todo, podían influir en las
decisiones de la Curia Romana durante el papado de Juan Pablo II.
De
todos ellos, el único actualmente en activo es el cardenal Rivera Carrera,
quien debe presentar su renuncia en 2017, pues cumple 75 años.
Cuenta
Arturo Lona: “Por instrucciones de Prigione, Rivera Carrera, siendo obispo de
Tehuacán, desmanteló nuestro Seminario Regional del Sureste (Seresure), ubicado
en esa diócesis. Como premio, a Rivera se le dio el arzobispado de México, el
más importante del país, donde no ha hecho absolutamente nada. ¡Nada! … y ya
está por retirarse”.
Dirigido
por varios obispos del sur, el Seresure era un importante seminario
interdiocesano que daba formación en la línea de la opción por los pobres,
ahora retomada por el Papa Francisco. Su cierre fue uno de los más fuertes
golpes de Prigione a esa corriente eclesiástica, pues el centro de estudios era
su principal semillero de sacerdotes en México.
Durante
años, el nuncio también intentó desplazar a Samuel Ruiz de la diócesis de San
Cristóbal de Las Casas, donde aplicaba esa misma línea pastoral entre las
comunidades indígenas. Don Samuel había logrado montar toda una estructura
diocesana que incluía a párrocos comprometidos, red de catequistas y un centro
de derechos humanos para defender a los indígenas, cosa que daba muchos dolores
de cabeza al gobierno y a los caciques locales.
La
principal arremetida de Prigione contra Samuel Ruiz ocurrió en noviembre de
1993, cuando anunció públicamente que el Vaticano removería al obispo por sus
“graves errores doctrinales, pastorales y de gobierno” que chocaban con el
ministerio de la Iglesia. Decía que tenía una carta –que jamás mostró– donde la
Congregación de los Obispos le pedía la renuncia a don Samuel.
El
obispo Luis Reynoso, aliado de Prigione y entonces vocero de la CEM, aseguraba
que el episcopado ya nada podía hacer por don Samuel, sólo apoyarlo
“caritativamente”, pues el despido era una fulminante orden papal “apoyada
conforme a derecho canónico”.
Sin
embargo, un sector del episcopado –formado por el cardenal Ernesto Corripio
Ahumada, Arturo Lona, Adalberto Almeida, Manuel Talamás, Ramón Godínez y varios
obispos más– salió de inmediato en apoyo de Samuel Ruiz, señalando que el
supuesto despido sólo eran “maquinaciones y calumnias” de Prigione alentadas
por el gobierno. A éstos se unieron varias organizaciones sociales, tanto de
México como del extranjero (Proceso 888).
Ante
tales apoyos, Prigione tuvo que recular.
Y
don Samuel logró sostenerse, pese a que sufrió hostigamiento gubernamental
alentado por el nuncio, encarcelamiento de sus sacerdotes, conflictos con el
Ejército, campañas de prensa en su contra y acusaciones de pertenecer al
Ejército Zapatista de Liberación Nacional, que en 1994 se levantó en armas en
el territorio de su diócesis.
Las
amistades
En
su vida privada, el nuncio protagonizó un espinoso caso de abuso sexual contra
Alma Zamora, una monja de las Hijas de la Pureza de la Virgen María, congregación
entonces encargada del servicio doméstico de la nunciatura y que, al darse
cuenta de estos abusos, intentó dejar la sede diplomática; Prigione lo impidió
gracias a sus influencias en el Vaticano, según una investigación realizada por
el Instituto Cristiano de México, especializado en documentar los abusos de
poder dentro de distintas iglesias.
De
acuerdo con esa investigación, en 1994 la orden femenina realizó “ejercicios de
discernimiento” para resolver los conflictos de conciencia que les provocaba el
concubinato entre el poderoso diplomático y su religiosa. Optó por retirarse
del servicio personal de Prigione.
En
represalia, el nuncio maniobró para que el Vaticano inspeccionara la
“espiritualidad” y la “ortodoxia” de la congregación, encomienda que Roma le
encargó al obispo Berlié, aliado del nuncio y quien sometió a las monjas a
“interrogatorios inquisitoriales”.
En
1995, la Congregación para Institutos Religiosos y de Vida Consagrada, del
Vaticano, dio un fallo fulminante: las Hijas de la Pureza de la Virgen María
debían servirle sin chistar a Prigione, entre ellas la hermana Alma, quien
después decidiría colgar los hábitos para continuar su relación con el nuncio
(Proceso 1512).
Repudiado
por sus “abusos de poder” y su “protagonismo político”, un sector del
episcopado pedía ya en el Vaticano la salida del polémico nuncio, quien
finalmente dejó el cargo en 1997 para irse a vivir al terruño.
El
especialista Roberto Velázquez Nieto, autor de la investigación Las relaciones
entre México y la Santa Sede y quien llegó a tratar al exnuncio en sus años de
retiro, comenta: “Prigione fue un personaje con muchos claroscuros. Admirado
por unos y repudiado por otros. Sin embargo, tuvo el mérito de restablecer unas
relaciones diplomáticas rotas desde hacía más de un siglo, desde la época
juarista, lo cual no es poca cosa”.
Cuenta
que, ya en el retiro, Prigione solía venir a México un par de veces al año para
reunirse con Alma Zamora y ver a dos de sus viejos amigos: los empresarios
Olegario Vázquez Raña, dueño del diario Excélsior y de los hospitales Ángeles;
y Frank Devlyn, propietario de las ópticas Devlyn. Ambos, dice, prominentes
miembros de Los Caballeros de Malta, organización católica muy apreciada por
Prigione.
Detalla
Velázquez: “Los viajes del exnuncio a México se daban sigilosamente. Olegario
le ponía chofer, escolta y hospedaje. Prigione le estaba muy agradecido, pues
Olegario además le dio trabajo a Alma Zamora cuando ésta dejó los hábitos; la
colocó en el área de relaciones públicas de los hospitales Ángeles. A ella la
acabo de saludar personalmente hará un mes, en sus oficinas del Ángeles
Interlomas”.
–¿Y
a Prigione cómo lo veía?
–Muy
bien, siempre con buena salud, a pesar de su edad. Seguía siendo un sibarita;
le gustaba la buena mesa y los buenos vinos. La última vez que platiqué con él,
en el Club de Industriales de la Ciudad de México, le pregunté si escribiría
sus memorias. Me contestó que no, porque un exnuncio debe mantener la
discreción… Se llevó muchos secretos a la tumba.
Durante
sus exequias, en el templo de Santa María de la Corte de su pueblo natal, se
hizo colocar un letrero que rezaba: “Dios misericordioso conceda paz eterna al
alma buena de monseñor Jerónimo Prigione”.
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