Apocalípticos,
rendíos, la Humanidad tiene remedio/Felipe Sahagún es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.
El
Mundo, 11 de agosto de 2016..
Las
visiones catastrofistas y apocalípticas cada día más utilizadas por populistas,
demagogos y extremistas de todos los pelajes para describir el presente y el
futuro no resisten un análisis crítico, por superficial que sea. Politólogos,
economistas y periodistas de prestigio como Peter Apps, fundador y director de
PS21 (Proyecto para el Estudio del Siglo XXI), alimentan sin pretenderlo esa
corriente.
Las
transformaciones radicales del sistema internacional se cuentan con los dedos
de las manos. Desde el Renacimiento, el mundo eurocéntrico ha conocido al menos
cinco: Westfalia, Utrecht, la Revolución Francesa, las tres guerras
continentales (1870-71, Primera y Segunda guerras mundiales, tres campañas de
una misma contienda) y el fin del sistema bipolar (reunificación alemana y fin
de la URSS).
Las
causas y las consecuencias de esas cinco sacudidas históricas -a las que habría
que añadir, fuera de Europa, la conquista y la pérdida del resto del planeta
por los europeos, y el hundimiento hace dos siglos de una China que empezó a
resurgir hace 35 años- han venido determinadas por cambios tecnológicos,
económicos y sociales cuyo resultado final, a pesar de todas las tragedias,
errores y crímenes, es un mundo más próspero, más pacífico y más estable que el
de nuestros antepasados.
Desde
su observatorio de Copenhague, Bjorn Lomborg recoge en libros y artículos desde
hace años los datos que lo demuestran.
Para
alumbrarnos, calentarnos y movernos, pasamos en medio siglo de la madera al
carbón, del carbón al petróleo, del aceite de ballena al keroseno y del
keroseno a la luz eléctrica, del carro al tren, al coche y al avión.
En
los últimos dos siglos, entre los años 1800 y 2000, la producción por persona
se multiplicó 18 veces y, desde 1950, la pobreza global se ha reducido más que
en los 500 años anteriores. Sólo en el primer decenio de este siglo China sacó
de la pobreza a más de 200 millones de personas.
Hace
un cuarto de siglo, la ONU situaba en la pobreza a uno de cada dos habitantes
del mundo en desarrollo. Hoy, a uno de cada cuatro. Queda muchísimo por hacer,
pero desde 1950 la renta per cápita en los países en desarrollo se ha
multiplicado por cinco.
“No
es sólo cuestión de dinero”, escribía Lomborg en Newsweek en junio de 2011. “El
75% de los nacidos hace un siglo estaba condenado al analfabetismo, hoy lo está
un 12%”, señalaba. “El acceso a agua potable y a servicios sanitarios básicos
ha mejorado en la misma proporción y, según la FAO, el número de malnutridos en
los países en desarrollo se ha reducido del 50% de la población en 1950 a un
16%”.
Esos
avances han hecho posible la reducción a la mitad de las horas de trabajo desde
finales del siglo XIX y el aumento de la esperanza media de vida de 30 años en
1900 a 50 en 1960, y a 69 en la actualidad.
El
progreso se ha conseguido gracias, sobre todo, a la investigación y a la
innovación, y, según la ONU, puede mantenerse y acelerarse si se evitan
desastres humanos o naturales telúricos como los señalados por el Instituto
sobre el Futuro de la Humanidad de Oxford y la Fundación Desafíos Globales.
En
su primer informe científico sobre las amenazas más graves para la Humanidad en
los próximos 100 años, publicado en febrero de este año, destacan el impacto de
un gran asteroide, la evolución descontrolada de la inteligencia artificial, la
erupción de un supervolcán, el colapso ecológico, un desgobierno calamitoso, un
cambio climático extremo, una guerra nuclear, una pandemia global, experimentos
genéticos fuera de control o nuevas armas producidas por un avance
espectacularmente equivocado de la nanotecnología. Para algunos de estos
desastres se están haciendo grandes méritos, pero no todo está perdido.
Los
autores del informe y sus centenares de asesores reconocen la imposibilidad de
atribuir porcentajes de probabilidad a algunos de esos riesgos, pero, sumando
todos los porcentajes de probabilidad de los que sí creen posible medir, llegan
al 0.13526%.
Tan
aleatorio como “el año 2525” elegido por el dúo Zager y Evans, estrellas del
pop, en 1969 para su conocido himno sobre “el fin de la humanidad”, la
rompedora Bomba demográfica de Paul Ehrlich en 1968 sobre el planeta insostenible
o el Dejen sitio… Make room de Harry Harrison para su novela de 1966 (llevada
al cine en 1973) sobre el infierno en la Tierra.
Mucho
más útiles son informes como los del Proyecto del Milenio -el de 2015-2016 es
el decimoctavo-, en los que unos 4.500 internacionalistas, académicos y
políticos comparten experiencias e investigación desde 50 nódulos o centros de
otros tantos países para elaborar el Estado del Futuro.
SIiempre
posibilista, a medio camino entre los apocalípticos y los integrados, de las 31
variables utilizadas en su última edición para medir lo sucedido en los últimos
20 años y lo que nos espera en el próximo decenio, detecta mejoras en renta per
cápita, pobreza, inversiones directas, países en libertad, mujeres en
parlamentos, empleo de calidad, matriculados en secundaria, alfabetización de
adultos, electricidad de renovables, eficiencia energética, acceso a agua
potable, médicos por mil habitantes, inversión en sanidad por habitante,
malnutrición, mortalidad infantil, esperanza de vida al nacer, crecimiento
demográfico y usuarios de internet.
En
el lado negativo de la balanza (retroceso o estancamiento) destaca la población
desempleada, las emisiones de combustibles fósiles y de las cementeras, el agua
potable disponible, la masa forestal, la biocapacidad por habitante, el gasto
en I+D, los atentados terroristas en el mundo (de 3.079 en 1995 a 2.010 en 2005
y a 11.792 en 2015), la desigualdad de ingresos (por el aumento de la brecha
entre el 10% más rico y el resto), el número de guerras y de conflictos armados
(de 44 en 1995 a 46 en 2005 y a 51 en 2015) y la corrupción en el sector
público.
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