Un cuento/ Sylvia Teresa Manríquez
Lo que no le agradaba mucho a
ella de su casa nueva era lo alejado de ese barrio al norte de la ciudad. Ni
las calles de tierra que vuelven al polvo omnipresente, ni el humo en la
hornilla de la vecina sonde se tuesta el café y hace tortillas; si tan siquiera
le compartiera un poco la incomodidad sería más tolerable. A él esos detalles
no le preocupan; con gran esfuerzo construyó habitación por habitación en una
colonia en la que el predial no es tan caro.
La jornada de asalariados de
ambos es desgastante. Por fin, después del ajetreo del trabajo y la limpieza de
la pequeña vivienda, se van a la cama. Se refrendan su amor y se sumergen en el
sueño reparador.
De repente, luces de patrulla
iluminan la noche. Gritos en la calle y sirenas ululando los despiertan. Aún no
logran tomar conciencia cuando el ruido de dos balazos los asustan. Ella atina
a tirarse al suelo y urgirle a él para que haga lo mismo. Enojada le reclama
¡¿A dónde me trajiste?!
La situación empeora cuando la
policía ingresa al terreno de su hogar. Mientras escuchan ”¡Alumbra para el
patio, allí se esconde!”, la pareja no sabe qué hacer. Incertidumbre, miedo,
angustia. Emociones que no aclaran la mente.
Por fin, preocupado, él decide
salir. Ella, consternada ante el peligro de nuevas detonaciones intenta
detenerlo. No lo logra así que decide acompañarlo y que sea lo que Dios, o la
policía, quieran.
Cómo los agentes ya andaban en
su patio, ellos salieron por el frente. Los vecinos angustiados, a gritos
advirtieron a los policías de la presencia de los nuevos habitantes de la casa.
Eso evitó que en el nerviosismo dispararan contra los inocentes.
La explicación de la autoridad
intranquilizó más a la pareja. La casa, que había estado inhabitada por mucho
tiempo, servía de refugio al adicto del barrio, que por coincidencia vivía casi
enfrente. Ese día se reportó un robo en otra parte de la colonia y los
gendarmes acudieron a buscar al vicioso pues estaban seguros que sabría quien
cometió el hurto. Al no encontrarlo en su vivienda creyeron ver una silueta
escapar hacia la casa nueva, disparándole.
Sin decir algo, los policías
ignoraron la petición de explicación de los jóvenes, e iniciaron el acoso, ahora,
contra el hermano del mencionado vicioso.
Cuando la patrulla se alejó
llevándose sus luces invasoras, él y ella sintieron una mezcla extraña de
emociones, impotencia e indignación ante la arbitrariedad de la autoridad,
aunque agradecidos de no haber recibido una bala perdida.
Por fortuna esta historia
terminó bien, lo que no ha sucedido en muchos eventos de este tipo en Sonora,
principalmente en su capital. Si observamos, la persona que no haya padecido
algún robo, extorsión o atraco conoce a alguien que sí ha sido víctima de estos
delitos.
Eso significa que hemos
llegado a un estado de inseguridad más que preocupante y sin saber qué hacer
para detener esta ola de violencia.
Según el Observatorio
Ciudadano de Convivencia y Seguridad del Estado de Sonora, en cuanto a robos en
sus distintas modalidades, que incluye robo a casa habitación, vehículos y
comercios, entre otros, en el 2013 se suscitaron poco más de once mil ilícitos,
en 2014 casi diez mil quinientos, en 2015 poco más de nueve mil seiscientos y
de enero a mayo de 2016 se han registrado siete mil ciento treinta robos.
Si bien las cifras son
engorrosas y más si están escritas, es importante poder obtener de ellas datos
que nos orienten. Además, es claro que lo que se contabiliza son las denuncias
de los hechos delictivos, por lo que hay eventos que no se denuncian y no están
en las estadísticas.
Las cifras del Observatorio
dejan ver que las denuncias de robo disminuyeron del 2013 al 2015. Pero no así
en 2016. En los doce meses del año pasado el registro marca 9,641 delitos, y en
apenas cinco meses del presente ya van 7,130.
Esto significa que el año
pasado se registró un promedio de 803 robos por mes, mientras que en 2016 la
cifra subió a 1426 robos por mes. ¿Cómo no preocuparse, molestarse y sentirse
impotente?
¿Qué sucede? ¿Cuál es la
solución?
Cuando la ciudadanía no
encuentra el apoyo para resguardar sus bienes, piensa en hacerlo de propia mano
y aquí está el debate. Responder a la violencia con violencia no soluciona este
problema, lo complica; mientras esperamos que quienes deben cuidarnos se den a
vasto.
Por eso el llamado, la queja a
gritos desesperados, la pregunta que merece respuesta efectiva para las y los
sonorenses ¿Hasta cuándo?
Cuando podremos dormir sin
sobresaltos, caminar por nuestras calles sin miedo, trabajar para nuestra
familia y no la de los delincuentes.
Porque estos sucesos son
nuestra realidad arrebatada por la violencia, esa que queremos vivir como en
los cuentos, sin pérdidas materiales y humanas.
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