Trump
siembra la incertidumbre en la economía y el comercio mundial
La
falta de concreción del programa podría afectar a tratados internacionales y
hacer caer el PIB de EEUU
Nota de ÍÑIGO
DE BARRÓN y de CLAUDI
PÉREZ
El País, Madrid
/ Bruselas 9 NOV 2016 - 22:34 CST
Una
vista de una cadena de montaje. EFEArchivo
La
llegada inesperada de Donald Trump a la Casa Blanca, con un escaso programa
económico pero plagado de amenazas de veto a distintos acuerdos comerciales,
siembra la incertidumbre sobre la mayor economía del mundo, que representa el
24,5% del PIB mundial. Las dudas llegan cuando la economía mundial sufre por un
crecimiento raquítico. El TTIP, el acuerdo comercial entre EE UU y la UE, se
perfila como la primera víctima de la era Trump.
El
comercio mundial se desacelera prácticamente desde el inicio de la Gran
Recesión. Pero tanto el FMI como el G-20 temen guerras comerciales, con medidas
proteccionistas que reduzcan aún más los volúmenes. La llegada de Trump y su
“América, primero” es un riesgo adicional: el nuevo presidente de EE UU no es
precisamente un seguidor de los acuerdos comerciales y ha sugerido que
desmantelará el pacto firmado con Obama con los países del Sureste asiático
(conocido como el TTP) y que congelará sine díe las negociaciones del TTIP, el
acuerdo entre EE UU y la UE.
En
Bruselas, el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, y el jefe de la
Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, pidieron este miércoles una cumbre con
Estados Unidos para hablar de esa y de otras cuestiones. Pero Europa da
prácticamente por perdido el TTIP, ante la contestación popular que generó un
pacto similar con Canadá y las duras críticas que ha cosechado el acuerdo con
Estados Unidos en Francia y Alemania.
El
BCE está dispuesto a intervenir en los mercados en caso de emergencia tras la
victoria de Trump
La
negociación “ha entrado en una pausa natural”, aseguró el vicepresidente
comunitario, Jyrki Katainen. La agenda de Trump “va en contra del libre
comercio”, dijo Katainen, que aun así hizo un llamamiento a “no subestimar” el
interés por los acuerdos comerciales entre las autoridades y el sector
empresarial norteamericano.
Europa
no es la única zona del mundo que siente la amenaza comercial: Trump ha
subrayado una y otra vez que hará frente a la “competencia desleal” de China.
Europa empieza a emitir señales en la misma dirección, y que podría imponer
aranceles más altos a productos subsidiados por los chinos como el acero. Si
además los bancos centrales se enzarzan en una guerra de guerrillas para
devaluar los tipos de cambio, todos esos movimientos van en la misma dirección:
una guerra comercial —está por ver si de gran o de baja intensidad— y una
vuelta al nacionalismo económico que ponga obstáculos al comercio.
Las
dudas hacen caer el PIB
HSBC,
el mayor banco de Europa, publicó un informe rotundo sobre la llegada de Trump:
“El aumento de la incertidumbre suele conducir a un crecimiento más débil por
el retraso en la inversión y el gasto de los consumidores, así como un
crecimiento más débil del empleo”.
Los
expertos coinciden en destacar que uno de los mayores riesgos es que baje los
impuestos al tiempo que sube los gastos, lo que podría generar inflación. Esta
situación llevaría a una subida de tipos de interés y una posible alza del
dólar.
Uno
de los controladores del mercado, la agencia de calificación Fitch, no tardó en
posicionarse sobre Trump. No va a bajar la calificación de la deuda de Estados
Unidos, pero advirtió de que si pusiera en marcha las medidas anunciadas,
“tendrían un efecto negativo para las finanzas públicas”.
Admite
las “incertidumbres” sobre el programa de Trump, el grado el que tratará de
llevarlo a cabo y su capacidad para implementarlo. “Esta última dependerá de la
cooperación entre el presidente y las mayorías republicanas en el Congreso y en
el Senado, y hasta qué punto los demócratas del Senado podrán obstruir las
medidas propuestas”, advierte.
Entorno
político menos estable
En
un sentido parecido se manifiesta Bill Papadakis, Estratega de Inversión del
banco suizo Lombard Odier. “La menor visibilidad de las políticas de Trump
podría generar cierta volatilidad en los mercados financieros a corto plazo.
Aunque a largo plazo, los riesgos son menos claros, ya que el impacto en el
crecimiento tendría que sopesarse por la creciente incertidumbre causada por un
entorno político menos estable”.
Pese
a estos augurios, Julio Cañero, director del Instituto Franklin de la
Universidad de Alcalá, se muestra “moderadamente optimista”. Admite que
implantar el programa tal y como lo ha explicado en la campaña supondría un
giro peligroso para la economía mundial, pero recuerda que Trump “deberá
negociar todo con su partido, que está contra el proteccionismo y los
aranceles”. Cuando llegue al despacho oval, añade, “tendrá que ser más
pragmático. Entre otras cosas porque si pone barreras a la entrada de productos
chinos, Pekín puede vender la deuda de EE UU y el problema lo tendrá Trump.
Wall Street le recolocará en su lugar porque no puede perjudicar a las grandes
empresas con sus medidas”.
Según
el despacho de abogados Baker & McKenzie, “la volatilidad y la
incertidumbre son la nueva situación de normalidad para las organizaciones
globales” y afirman que las compañías buscan “estabilidad y continuidad y Trump
ha sido elegido por ser un forastero que quiere sacudir al establishment
político, pero la forma en que se jugará en el mundo de los negocios no está
clara”. Ese es el problema.
#
Estados
Unidos y el mundo afrontan atónitos la convulsión política creada por Trump
Obama
recibe al presidente electo en la Casa Blanca para iniciar una transición
tranquila
Nota de Marc
Bassets
El País, Washington
10 NOV 2016 - 06:32
Donald
Trump se prepara ya para ocupar la Casa Blanca, y Estados Unidos y el mundo
intentan superar la estupefacción, entender qué ha ocurrido y adaptarse a la
nueva realidad. ¿Cómo lidiar con un populista desacomplejado al frente de la
primera potencia mundial? El primer mensaje de las instituciones
estadounidenses, que el republicano ha puesto en cuestión durante los últimos
meses, llegó este miércoles por boca del presidente Barack Obama y de la
candidata demócrata derrotada, Hillary Clinton. Fue un mensaje de continuidad:
ambos aceptaron el resultado y, de acuerdo con la costumbre en EE UU, se
comprometieron a ayudar al nuevo presidente en su tarea. También supuso un
recordatorio de los valores del país y las líneas rojas que marca su Constitución.
El
triunfo de Trump ante Clinton supone una de las mayores convulsiones políticas
para la potencia mundial y sus aliados vividas en décadas. Nunca en tiempos
recientes, excepto los atentados del 11-S o la caída del banco Lehman Brothers
en 2008, un acontecimiento en este país tenía un eco similar en todo el
planeta.
Estados
Unidos ofrece lecciones para un fenómeno ubicuo en los países desarrollados: el
descontento de las clases medias, que tratan de entender cómo vivir en un mundo
liderado por alguien como Trump.
Con
un discurso de populismo económico y una retórica xenófoba, el aspirante
republicano supo captar el difuso malestar de los blancos de EE UU, un malestar
por una recuperación económica que ha dejado maltrecha a la clase obrera, y por
los cambios demográficos acelerados que transforman el país. Así es como,
contra el pronóstico de la mayoría de los sondeos y con las élites económicas,
políticas y mediáticas en contra, liquidó la carrera de una de las candidatas
mejor preparadas para la presidencia en la historia.
Trump,
que ha defendido la tortura, el bombardeo de niños y mujeres, la deportación de
millones de inmigrantes, o la construcción de un muro con México, ya es el
presidente electo. Este es el nombre que recibe el vencedor entre el día de la
elección y el de la investidura, el 20 de enero, cuando oficialmente Donald
John Trump, de 70 años, suceda a Barack Hussein Obama, de 55 años.
Trump
ya no es una hipótesis y las capitales internacionales, de México a Bruselas,
de Moscú a Pekín, rediseñan sus estrategias. Trump se declara admirador del
presidente ruso Vladímir Putin, cuestiona el papel de EE UU como potencia
tutelar de la OTAN y ha amagado con retirar la protección nuclear a Japón y
Corea del Sur. Parte del trabajo en las cancillerías —y en los servicios de
inteligencia— consiste en dilucidar cuánto de lo que Trump dijo en campaña iba
en serio, y cuánto eran meras ocurrencias para excitar a su electorado. El
carácter errático del vencedor (“imprevisible”, se jacta él) complica las
cosas. También su desconocimiento de cuestiones básicas del oficio.
Tiempo
habrá para comprobar cómo le reciben los socios internacionales y cómo se
desenvuelve en las cumbres y las relaciones bilaterales más delicadas. El
apremio es mayor en EE UU. Quedan 72 días para el traspaso de poderes y el
trabajo ya ha empezado. Obama llamó a Trump en la madrugada del miércoles tras
conocerse los resultados y le invitó a visitarle el jueves.
En
una declaración en la Casa Blanca, dijo que ha instado a su equipo a organizar
un traspaso de poderes ejemplar y que hará lo posible para que la presidencia
de su sucesor sea un éxito. Tras elogiar el tono moderado de Trump durante la
conversación telefónica, explicó que lo que EE UU necesita es “un sentimiento
de unidad, un sentimiento de inclusión, un respeto para nuestra institución,
nuestro modo de vida, nuestro Estado de derecho, y un respeto para los otros”.
“Espero que mantenga este espíritu durante la transición, y ciertamente espero
que sea así como empiece su presidencia”, dijo. El mensaje fue parecido al que
empleó Clinton en su discurso de aceptación en Nueva York.
Oposición
leal
El
mensaje demócrata, tras la hiriente derrota, es claro: ejercerán de leal
oposición y harán lo posible para preservar la continuidad institucional. Todo
lo contrario de lo que ha venido diciendo el presidente in péctore desde que
inició su improbable campaña a la Casa Blanca. Las declaraciones de Obama y
Clinton sonaron a curso acelerado de educación cívica para un político que ha
ignorado todas las convenciones sociales en su ascenso al poder.
Cabe
preguntarse cómo habría reaccionado Trump si hubiese ganado por número de votos
pero perdido en número de compromisarios del colegio electoral, que es lo que
cuenta. Clinton, según el recuento aún sin cerrar de forma absoluta, sacó a
Trump una ventaja de unas 207.000 papeletas, pero Trump obtuvo 279
compromisarios y Clinton 228, a falta de adjudicación oficial de otros 32 (el
100% del escrutinio supone 306 para el ganador frente a 232 de su rival).
Cómo
y con quién gobernará Trump es una incógnita. En campaña se ha rodeado de un
equipo de viejas glorias republicanas como el exalcalde de Nueva York Rudy
Giuliani o el expresidente de la Cámara de Representantes Newt Gingrich. Su
círculo incluye figuras próximas a la derecha alternativa (alt-right), grupos
que flirtean con el racismo y el antisemitismo, todo un submundo que el ganador
ha sacado a flote y desembarcará en Washington en enero. A él se unirá el
universo de la telerrealidad, su Camelot particular.
Un
gran experimento político —la llegada de un showman multimillonario a la máxima
instancia del poder mundial— acaba de comenzar y el sistema, el gran derrotado
en las elecciones, trata de delimitar el campo de juego.
#
La
presidencia del miedo/
DAVID
ALANDETE
El País, Nueva
York 9 NOV 2016
La
prueba definitiva de la salud de una democracia es el traspaso de poderes, la
transmisión de la jefatura de gobierno tras unas elecciones, donde candidatos
de idearios similares o diferentes colaboran para que se cumpla la voluntad
popular expresada en las urnas. Que Barack Obama haya prometido trabajar “de
forma muy intensa para que ahora haya una transición de éxito” es prueba de
ello. Ahora él y su equipo trabajarán con profesionalidad para facilitar la
llegada al poder del nuevo líder de la primera potencia mundial, un racista
misógino, sin experiencia de Gobierno y cuyos únicos planes conocidos son bajar
los impuestos a los ricos, construir un muro con México y mejorar las
relaciones con Vladímir Putin.
Donald
Trump es un peligro, y grave. Y por mucho que este miércoles Hillary Clinton le
haya deseado éxitos y se haya ofrecido a ayudarle en lo que necesite, la mera
existencia de un presidente Donald Trump pone en peligro todo un sistema por el
que desde la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos ha garantizado el equilibrio
mundial liderando un bloque de democracias occidentales frente al vasto campo
del autoritarismo.
Por
decirlo claro, la mitad de Estados Unidos ha votado contra los derechos de la
otra mitad. Quienes el martes celebraban en Nueva York la victoria de Trump
celebraban en realidad el triunfo de la vulgaridad, la intolerancia, el miedo y
la ignorancia. Lo único seguro de Trump es que puede opinar una cosa y la
contraria según sople el viento político o amanezca su estado de ánimo. En un
solo día puede estar a favor o en contra del aborto, el matrimonio gay o la
entrada de musulmanes al país. Y además, miente cuando le conviene.
Es
posible, como interpretan muchos analistas hoy, que Trump haya ganado porque
Hillary Clinton no supo o no pudo hacerlo. El nuevo presidente logró menos
votos que Mitt Romney en 2012 y John McCain en 2008, ambos perdedores. Tal vez
los votantes hayan castigado también a la candidata demócrata por errores de
Barack Obama: por el caos de su reforma sanitaria, por haber gobernado a veces
como un republicano moderado o por el deshielo con Irán y Cuba. Puede que fuera
sencillamente una candidata demasiado débil, lastrada por su apellido y un
atávico machismo institucional.
Quien
gana, sin duda, es la América blanca, ese concepto que parecía haber dejado
obsoleto la presidencia de Barack Obama y que ha regresado con fuerza. Porque
si Trump se ha esforzado en algo es en insultar a todos los que sean
diferentes: negros, latinos, mujeres, homosexuales, transexuales y hasta
discapacitados. El aumento de la participación de hombres de raza blanca, edad
media y educación básica le han entregado a un magnate con delirios de grandeza
las llaves del país, su asiento en el despacho Oval y el púlpito en las
Naciones Unidas. Y todo con el apoyo de grupos supremacistas blancos de los que
no ha querido distanciarse.
Muchos
de los que han votado a Trump son o han sido demócratas. Ha sucedido en el
pasado. Cuando Lyndon B. Johnson logró la presidencia en 1964 aprobó la ley de
derechos civiles y acabó con la segregación racista. Los Estados del sur, hasta
entonces sólidamente demócratas, se volvieron republicanos. Al partido le
quedaron entonces las clases medias y bajas, los sindicatos, los más
desfavorecidos, para los que la ayuda del Estado era la única esperanza de no
caer por debajo de un suelo de mínima dignidad. Deberá analizar el partido qué
han hecho por sus bases dos presidentes, Bill Clinton y Barack Obama, cuyas
políticas económicas no han diferido terriblemente de las de George W. Bush.
Se
avecina una época muy oscura en Estados Unidos. No hay forma de dulcificarlo.
En democracia la soberanía del pueblo es sagrada, pero eso no significa que
siempre deje en buen lugar a quienes la ejercen. Aunque esta es una decisión de
58 millones de personas, es una decisión equivocada e injusta. Con sonoros
aplausos y muchas papeletas se han suicidado gloriosas naciones. Existe una
responsabilidad colectiva en estas elecciones en las que los débiles quedan más
desprotegidos.
¿Lo
positivo? Obama lo ha dicho desde la Casa Blanca en su primer discurso tras el
resultado de las aciagas elecciones de 2016. “El sol ha vuelto a salir por el
Este y no por el Oeste”. Y aun así, en el mundo caprichoso de la presidencia de
Trump puede que este nuevo presidente algún día intente convencernos de todo lo
contrario.
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