24 dic 2016

Navidad y solsticio

Navidad y solsticio/Rafael Bachiller es astrónomo, director del Observatorio Astronómico Nacional (IGN) y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.
El Mundo, 24 de diciembre de 2016

Se dice a menudo que el 25 de diciembre fue elegido como celebración del nacimiento de Cristo para oponer esta celebración religiosa a otras celebraciones paganas. Entre tales fiestas paganas estaban, por supuesto, las del solsticio de invierno que, de acuerdo con el calendario juliano, se celebraba el 25 de diciembre. Además, de acuerdo con el famoso Calendario del 354 (el Calendario de Filócalo), 30 carreras de carros festejaban en ese día la Natalis Solis Invicti, el nacimiento del Sol Invicto, una celebración fijada por el emperador Aureliano en el año 274. Pero, como sucede a menudo, cuando investigamos cualquier asunto un poco más de cerca, las cosas no son tan sencillas. Varios estudios desde principios del siglo XX cuestionan esta idea de que los cristianos habrían optado por el 25 de diciembre para sustituir a fiestas paganas, pues no encuentran evidencias históricas que permitan acreditar tal hipótesis.
Por supuesto, nadie sostiene hoy que la fecha del 25 de diciembre para la Natividad tiene una base histórica: no hay referencias directas en la Biblia sobre la fecha del nacimiento de Cristo, ni siquiera indicaciones aproximadas sobre el momento del año en el que se produjo. De hecho, a lo largo de los siglos, la Navidad se ha celebrado en fechas diferentes y, aún hoy, la Iglesia armenia la celebra el 6 de enero. 

A pesar de que establecer una fecha precisa para esta celebración ocupó a los cronógrafos cristianos durante siglos, estos esfuerzos condujeron a resultados muy variados. Por ejemplo, en el siglo II, Clemente de Alejandría se refiere a trabajos anteriores que habían concluido que la Natividad había sido el 6 de enero, el 19 de abril y el 20 de mayo, mientras que él mismo proponía el 17 de noviembre. Otras fechas calculadas, estimadas, o adivinadas posteriormente fueron el 25 y el 28 de marzo, el 2 de abril (por Hipólito de Roma), etc. Fue hacia el año 300-330 que la fecha del 25 de diciembre aparece ya en Roma como un día festivo bien establecido para celebrar el nacimiento de Cristo, una tradición que se extendió a Asia Menor hacia el año 380 y a Egipto hacia el 430. Sin embargo, en otras comunidades cristianas, se eligió la fecha del 6 de enero, una opción que con el tiempo fue perdiendo adeptos.
Los primitivos cristianos ponían mucho más énfasis en la celebración de la pasión y la muerte de Cristo. El escritor cristiano Tertuliano había calculado en el año 200 que la muerte de Cristo tuvo lugar el 25 de marzo (cerca del equinoccio de primavera), mientras que en provincias orientales del Imperio Romano, fijaron la muerte de Cristo en el 6 de abril.
En resumen, hacia los siglos II y III se barajaban las fechas del 25 de diciembre y 6 de enero para el nacimiento de Cristo y 25 de marzo y 6 de abril para su muerte. ¿Puede haber una relación entre estas fechas? Entre el 25 de marzo y el 25 de diciembre hay nueve meses de diferencia, exactamente igual que entre el 6 de abril y el 6 de enero.
En otras palabras, los cristianos de la época estaban suponiendo que la concepción de Cristo tuvo lugar en el mismo día del año que su muerte. Esta suposición encajaba muy bien con una creencia muy generalizada en aquellos tiempos de que los grandes sucesos de la creación y la salvación habían sucedido en la misma fecha del año. Por ejemplo, según el Talmud babilónico, la creación, el nacimiento de los patriarcas y la redención del mundo, todo ello tuvo lugar en el mes hebreo de Nisan. En el mundo judío de aquellos tiempos también estaba extendida la idea de que todos los grandes profetas de Israel habían vivido con una edad íntegra, un número exacto de años, es decir, que morían en la misma fecha del año en la que habían nacido o habían sido concebidos.
A la vista de todo esto, parece plausible que, en línea con estas creencias, los cristianos de los siglos II y III adoptasen la idea de que Jesús fue concebido en el mismo día del año en que moriría (el 25 de marzo), y que nació nueve meses más tarde (el 25 de diciembre). Con el tiempo, el 25 de diciembre como fecha de la Natividad se extendió mucho más que el 6 de enero, fecha que, no obstante, fue conservada en la inmensa mayoría de los lugares para celebrar la Epifanía.
Vemos así que, aunque la fecha de la Navidad tiene un origen astronómico, la raíz podría no encontrarse de manera directa en el solsticio de invierno, sino que se remontaría a 9 meses antes, al equinoccio de primavera y a la feliz coincidencia de que la gestación de un ser humano en el seno materno dura aproximadamente tres estaciones, esto es, tres cuartas partes del tiempo empleado por la Tierra en completar su órbita alrededor del Sol.
Así pues, no habría habido una intención deliberada en los antiguos cristianos, todavía una comunidad dispersa y poco organizada, de sustituir con la Navidad cristiana las celebraciones paganas ligadas al solsticio. Es más, se ha llegado a proponer que la institución de la fiesta de Sol Invictus, que como hemos mencionado se realizó en el año 274, fue un intento de dar un sentido pagano a la celebración de la Navidad de Cristo que databa de antes y que, en ese tiempo, ya estaba tomando auge en Roma.
La celebración de la Navidad en el solsticio de invierno sería así una coincidencia, pero sin duda alguna una coincidencia sumamente conveniente, pues al solsticio, momento de las noches mínimas en el Hemisferio Norte, se le puede dotar de un simbolismo claro de renacimiento y renovación. A partir del solsticio, los días se alargan haciendo que la actividad humana recupere todo su brío. La naturaleza cósmica y deslumbrante del Sol, un ente ambivalente en la antigua Roma por su doble significado astronómico y divino, quedaba así asociada a un momento de máxima relevancia en la Historia Sagrada.
Además de asociar el solsticio de invierno al nacimiento de Jesús, la Iglesia vinculó el solsticio de verano al nacimiento de Juan Bautista, mientras que los equinoccios quedaron ligados a los momentos de la concepción (y de la muerte, al menos en el caso de Jesús). De esta manera, la predictibilidad de los fenómenos astronómicos dota a la religión de una simbología que remite al firmamento. La astronomía arropa así a la liturgia religiosa con alegorías celestes de la máxima dignidad, acreedoras del respeto sobrecogedor que inspiran los ciclos cósmicos.

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