Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
5 ago 2017
El NAICM, un desastre ecológico condenado a hundirse
Proceso # 2127, 5 de agosto de 2017.
El NAICM, un desastre ecológico condenado a hundirse/
DIEGO TONATIUH CALAMARD
Comuneros del Estado de México, ambientalistas y antropólogos demandan a las autoridades federales detener a las mineras que sacan el tezontle de las faldas de los cerros del oriente de la entidad antes de que los daños al ecosistema sean irreversibles. El Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM), la controvertida megaobra de la que se ufana el presidente Enrique Peña Nieto, dicen, simplemente no se sustenta. Se está construyendo sobre una superficie pantanosa y lo más probable es que, una vez terminada, se hunda.
El Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM), la obra más ambiciosa y polémica de la administración de Enrique Peña Nieto que se erige sobre el lecho del antiguo Lago de Texcoco, es un desastre ecológico.
Se está construyendo sobre un pantano. Y, para darle solidez a la superficie donde estarán las futuras pistas, se necesitan más de 63 millones de metros cúbicos de tezontle, la piedra roja de origen volcánico que las mineras extraen de las laderas de los cerros, volcanes y depresiones del oriente del Estado de México, lo que afecta severamente el hábitat y a los pobladores de Texcoco y San Salvador Atenco.
El NAICM será el más costoso en dinero, vida y afectaciones sociales, comentan los habitantes de las comunidades afectadas.
Empresas como Grupo México, Ingenieros Civiles Asociados, Coconal y Grupo Carso, del magnate Carlos Slim, son las encargadas de extraer el material pétreo de los cerros ubicados al sur del Valle de Tizayuca, al norte de la zona arqueológica de Teotihuacán, alrededor del denominado Cerro Gordo.
Comuneros de municipios de San Martín de las Pirámides, San Juan Teotihuacán y Temascalapa bautizaron a esa cadena con nombres indígenas como Teclalo, Tepozayo, Tlaltepec, Tecomazuchitl, que ahora son perforados sin piedad por las mineras.
Las obras del NAICM avanzan en forma inversamente proporcional a la destrucción de esos cerros y los sitios arqueológicos de la región, sobre todo en los municipios de Temascalapa y Axapusco, donde están los cerros Teclalo y San Cristóbal, por lo que el Centro del Instituto Nacional de Arqueología e Historia en el Estado de México (CINAHEM) exige la suspensión inmediata de la extracción de Tezontle.
Teclalo y San Cristóbal semejan volcanes con cráteres y laderas desérticas de tono café y rojizo; hoy, el incesante desfile de las góndolas que trasladan el tezontle desdibuja la comunidad. Los habitantes apenas reconocen los viejos caminos por los que solían caminar. Algunas viviendas cercanas a la colina ya no existen.
Hasta ahora el cerro Tiquimil, justo enfrente del Teclalo, se ha salvado de la depredación minera. Las terrazas y sitios arqueológicos de la zona permanecen intactos, pues el CINAHEM dictaminó que esa región no se puede tocar.
En contraste, el cerro Tecomazuchitl –que alberga seis sitios arqueológicos que datan de los periodos clásico teotihuacano, epiclásico coyotlalteco, posclásico temprano y tardío, y está situado entre Temascalapa y San Martín de las Pirámides, según el dictamen de los peritos del INAH emitido el pasado 30 de marzo– es de los más destrozados.
Dos de esos sitios, donde se encuentran vestigios que datan de hace más de mil años, son los más dañados, según el CINAEM, por lo que insiste en detener las actividades mineras y el saqueo de tezontle.
Las quejas
Los habitantes se quejan de ese centro. Dicen que el delegado del CINAHEM, el arqueólogo Ricardo Arturo Jaramillo Luque, permitió la construcción de la Plaza Comercial Patio Valle en Valle de Bravo encima de otros vestigios arqueológicos, según informó Proceso en su página web el 8 de marzo de 2016.
La mina del cerro del Tepozayo se encuentra a unos kilómetros del Tecomazuchitl, en los municipios de Temascalapa y San Martín de las Pirámides. Colinda con el sitio arqueológico denominado Norte de Álvaro Obregón, que data del postclásico tardío y está en el registro del CINAHEM. En este cerro hay una cueva con figuras labradas en los muros, así como inscripciones y caracteres del periodo virreinal que aún no ha sufrido los embates de la actividad minera.
Hasta ahora sólo la ladera norte del cerro ha sido afectada, según el dictamen de los antropólogos. Es urgente rescatar la zona, dicen, y recuperar el material arqueológico. En San Luis Tecuahutitlán, los pobladores se movilizaron y echaron a las mineras.
En 2003 el arqueólogo Jeffrey R. Parsons, de la Universidad de Michigan, realizó la primera exploración importante en el vaso del Lago de Texcoco, donde se construye el NAICM. Reveló que una simple exploración superficial reveló que existen al menos mil 100 lugares con vestigios arqueológicos.
El CINAHEM no hizo su trabajo, según el explorador. “Debió realizar una excavación más profunda para rescatar la mayor cantidad de información y piezas arqueológicas, así como posibles huellas fósiles del pleistoceno”. En los años setenta del siglo pasado se encontraron restos de mamut en esa zona. De acuerdo con los especialistas, otros especímenes están todavía en el lecho del Lago Texcoco.
En su investigación Arqueología regional en la Cuenca de México: una estrategia para la investigación futura, Parsons recomienda realizar excavaciones más profundas pues, dice, “todavía existen ‘huecos’ de información en la gran mayoría del lecho de la laguna Texcoco”.
Y agrega: “Tenemos mucho que aprender acerca de la estructura y organización del urbanismo, y sobre todo de los procesos dinámicos de la urbanización postclásica en la cuenca de México. Específicamente para Tenochtitlán y la gran mayoría de los centros urbanos del postclásico tardío, tenemos que depender principalmente de las investigaciones del Departamento de Salvamento Arqueológico del INAH”.
Además de destruir la historia prehispánica de esa región del Valle de México, la construcción del NAICM es un desastre ecológico que dañará el medioambiente del lecho del Lago de Texcoco de manera irreversible y, a largo plazo, a la propia Ciudad de México.
Los especialistas consultados por Proceso coinciden: el lecho del lago no es apto para soportar una obra tan grande como el NAICM; el suelo terminará por hundirse.
La geóloga María Fernanda Campa Uranga, de la Universidad Autónoma de México (UNAM) comenta: “La cuenca de Texcoco es como una olla, es endorreica. Es decir, no tiene salida fluvial hacia el océano, por lo que toda el agua de la lluvia se filtra, se queda ahí.
“La Ciudad de México, que está construida en el lecho del lago, se hunde por el peso de los inmuebles. Va a pasar lo mismo con el NAICM. De acuerdo con datos de la Secretaría de Protección Civil, cada año la ciudad se hunde 30 centímetros.”
Su colega Rafael Huizar Álvarez, hidrogeólogo del Instituto de Geología de la UNAM, argumenta: “El Lago de Texcoco es también un actor imprescindible para la estabilidad del clima de la Ciudad de México”. Texcoco es una zona de amortiguamiento donde llega el agua. Tiene un rol hidrológico muy importante. Esas tierras sí tienen un uso, aunque se diga lo contrario.
Y agrega: “Para evitar las inundaciones que prevén los especialistas en caso de lluvia, el gobierno mexicano pretende canalizar los nueve ríos que desembocan en el lago de Texcoco en un solo dren dirigido al lago Nabor Carrillo y luego al túnel emisor oriente”.
Luis Zambrano González, ambientalista del Instituto de Ecología de la UNAM, tercia: “El objetivo de este desvío es evitar la inundación de lo que serían las pistas y las carreteras. Existe la posibilidad de que se inunden todas las zonas alrededor del NAICM, al este del edificio, incluyendo a ciudades importantes como Texcoco y Ecatepec”.
Heriberto Salas Amac, campesino de la comunidad de Nexquipayac, en el municipio de San Salvador Atenco, comenta: “Para erigir el megaproyecto debe desecarse el lecho del Lago de Texcoco, donde queda una de las mayores reservas de capas freáticas del Valle de México”.
Múltiples contingencias
Nexquipayac, famoso por la producción, está en riesgo, dice Salas Amac. En sus alrededores se está construyendo la autopista Peñón-Teotihuacán y la empresa Ferrocarril y Terminal del Valle de México (Ferrovalle) está a cargo de una vía de ferrocarril para alimentar el NAICM.
En su libro Los últimos salineros de Nexquipayac, Estado de México. Un estudio de etnografía arqueológica, Parsons explica que el intercambio y uso de la sal data de tiempos muy antiguos:
“Esta actividad tiene una importancia sociocultural en sociedades premodernas debido a sus funciones sociales, políticas e ideológicas que no existen en el moderno mundo occidental. Por esta razón, el estudio de la sal ofrece importantes perspectivas para la antropología del pasado.”
Para construir las vías en Atenco y Texcoco se talaron cientos de árboles, entre ellos sauces llorones, pirules y tepozanes, donde solían refugiarse miles de aves. El Grupo Aeroportuario de la Ciudad de México (GACM), responsable de la obra, tiene la obligación de compensar esa pérdida ecológica.
“Se prevé sembrar una especie de árbol llamada tamarix o pino salado, una planta africana conocida por su fuerte consumo de agua. Al plantar el tamarix se va a desecar más rápidamente el lago y el gobierno logrará su meta”, explica el hidrogeólogo de la UNAM Rafael Huizar.
Los campos de Atenco (“en la orilla del agua”, en náhuatl), producen los cereales básicos para el consumo diario de los habitantes, como la avena, el maíz, e incluso la alfalfa, que alimenta al ganado. No pueden ser cultivados sin el agua de las capas y de los ríos de la zona. Con el desvió del líquido, los campesinos no podrán trabajar sus parcelas. Una estrategia más para sacar a los últimos habitantes de la zona de Atenco, dice Gabriela Vega Téllez, de la Coordinadora de Pueblos y Organizaciones del Oriente del Estado de México en Defensa de la Tierra (CPOOEM).
En los cerros del norte de Teotihuacán el ecosistema también está en peligro. “¿Ves este colibrí?”, dice Alfonso Franco, habitante de Temascalapa que vive cerca del cerro Tlaltepec, al tiempo que extiende la palma de su mano y muestra un diminuto pájaro verde.
“Antes –dice–, esos pájaros volaban e iban de flor en flor. Nunca habíamos encontrado un colibrí muerto. Éste es el segundo en lo que va del mes de julio.”
Cuando no había minas, por las noches se escuchaba el canto de las aves en el cerro. Era un concierto: insectos y tecolotes hacían un carnaval. Hoy ya no se escucha nada. Antes había tejones, conejos, zorrillos, ardillas, así como aves y reptiles, la mayoría desaparecieron junto con los cerros.
Los habitantes contaban también con flores, árboles diversos, nopaleras, magueyales y huizachales. “Había palo dulce, plantas medicinales como el árnica y hasta la yerba del cáncer”, dice Alfonso Franco.
El doctor Luis Zambrano González, del Instituto de Ecología de la UNAM, cita la teoría El mundo es verde: “Cuando a un animal se le quita su hábitat natural, se muere o se muda. En caso de que se mude, llegará en un lugar habitado por otros seres vivos y tendrá que luchar para sobrevivir. O morirá, o destruirá lo que hay. Esas consecuencias tienen la huella del hombre en el Estado de México”.
Pese al desastre ecológico anunciado por especialistas y comuneros, el titular de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, Gerardo Ruiz Esparza, y el director de GACM, Federico Patiño Márquez, minimizan el problema. El martes 1, ante los señalamientos de afectaciones ambientales, dieron por cumplida “una primera etapa” de reforestación para mitigar el impacto ambiental en la zona del Lago de Texcoco.
Confirmaron la siembra de la especie tamarix; incluso presumieron la reforestación de 265 hectáreas a pesar de que la Manifestación de Impacto Ambiental obliga a sembrar al menos 240 hectáreas de distintas especies de árboles.
Para justificar la utilización del tamarix o pino salado, que, según los especialistas va a desecar más rápido el lago, los funcionarios federales aseguraron que es la única especie que puede crecer en la zona y anunciaron que unidades de esa especie serán plantadas en una superficie de 500 hectáreas.
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