5 ago 2017

Actores externos ante la tragedia venezolana

Revista Proceso # 2127, 5 de agosto de 2017.
Actores externos ante la tragedia venezolana
OLGA PELLICER
La situación de Venezuela es de los problemas más graves que tienen lugar en América Latina. El desgarramiento económico y político del país ha llegado a un momento de tensión que, de romperse, puede dar lugar a una franca guerra civil. Las consecuencias en pérdidas de vida y empeoramiento de las condiciones para la supervivencia de los sectores más numerosos y desfavorecidos del país será enorme.
Los actores externos han contribuido poco a detener el escalamiento de los problemas. ¿Cuáles son los motivos para la ineficiencia de las presiones externas? En primer lugar podemos referirnos al papel ambivalente desempeñado por los medios de comunicación internacionales. Dominados por la indignación ante las torpezas de Maduro y sus ataques a las instituciones democráticas, han pasado a sobre-enfatizar las posibilidades de los grupos opositores, sin mayor reflexión sobre las numerosas debilidades de que adolecen. La Mesa de Unidad Democrática está compuesta por diversas facciones aglutinadas por el odio contra el chavismo, pero carentes de un liderazgo unificado así como de un programa de gobierno para la reconstrucción de un país tan polarizado políticamente y tan destruido en sus bases económicas.


Los titulares de periódicos influyentes sobre las élites de habla hispana, como El País, dejan la impresión de que la movilización callejera de la oposición podría llegar al Palacio de Miraflores, ocupar la silla presidencial y comenzar a gobernar. Alentar tales expectativas, además de poco realista, es irresponsable. Recomponer el tejido social de Venezuela es cuestión de largo plazo. Empieza por reconocer que los sectores chavistas o “de izquierda” –como se les llama con ánimo despectivo– son muy numerosos.

Es cierto que el voto para elegir a los miembros de la Asamblea Constituyente fue manipulado y anticonstitucional. Está lejos de ser una elección genuina y transparente. Pero eso no equivale a creer que no podrían existir 8 millones de venezolanos que acudieron a las urnas. En parte, por la persistencia cultural de los mitos chavistas; en parte, porque son varios millones los que obtienen su salario del gobierno, y también varios millones, aunque bastante menos, los que reciben asistencia alimentaria. Para ellos, la oposición no ofrece nada. Encarna a la tradicional oligarquía venezolana que en el discurso bolivariano ha sido presentada, junto con el imperialismo yanqui, como el verdadero enemigo.

A lo anterior hay que sumar la importancia de la Guardia Nacional, el ejército y la policía. Mantener a raya movilizaciones callejeras durante cuatro meses exige un cierto profesionalismo. No podría decirse lo mismo de las fuerzas del orden en varios otros países de América Latina.

Entrenados por asesores cubanos, el ejército, la Guardia Nacional y en general los encargados del orden público pueden ser bastante más letales de lo que han sido hasta ahora. De allí la urgencia de buscar el camino para un entendimiento con representantes del gobierno y la oposición. Ambos bandos están llegando a una situación de desgaste y al mismo tiempo de tensión que obliga a pensar en un gobierno de transición.

Desafortunadamente la acción externa ha tomado otros caminos que exacerban las diferencias. Un caso preocupante es el papel de la OEA. Su secretario general ha perdido de vista las normas que tradicionalmente rigen la conducción de organismos multilaterales de carácter político. Almagro es servidor de todos los Estados miembros de la OEA, entre los que se encuentran aquellos que no permitieron la adopción de una resolución sobre Venezuela en la Asamblea General de Cancún. Es decir, los países caribeños, Bolivia, El Salvador y Nicaragua.

Encuentro particularmente condenables las voces oficiales en América Latina que aludieron a las dimensiones del PIB y el tamaño de la población para afirmar que su opinión es la que cuenta. Si generalizamos esas opiniones podría desaparecer la ONU y quedarnos con su Consejo de Seguridad, integrado por países que poseen armamento nuclear.

La igualdad jurídica de los Estados es piedra angular de los organismos multilaterales regionales y universales. Sin embargo, se está poniendo en duda, en parte como resultado de la consternación que produce no encontrar las vías para presionar con resultados concretos en el caso de Venezuela.

La diplomacia en foros multilaterales y las condenas reiterativas contra el gobierno de Maduro no producirán mayores efectos en la etapa que se inicia con la puesta en marcha de la Asamblea Constituyente. La acción internacional debe pasar a las negociaciones discretas fuera de los reflectores oficiales, que permitan identificar voces moderadas en el lado de la oposición y del gobierno para explorar la posibilidad de un gobierno de transición que incorpore a representantes de las dos partes. Ignoro si el gobierno mexicano está empeñado en buscar esa vía. Ojalá así sea. Es la única esperanza desde mi punto de vista. Basta hacer notar que en esa mesa de negociación deben estar sentados actores que hasta ahora no han ocupado mayor atención en los análisis sobre la situación venezolana, como China, el principal socio comercial, y Cuba, el principal asesor político.

Ahora bien, al igual que siempre en momentos críticos, las posiciones de política exterior se vinculan con los intereses de la política interna. En el caso particular de México hay dos motivos poderosos que limitan sus posibilidades de influir sobre la situación venezolana.

De una parte, atravesamos momentos difíciles en las negociaciones con el impredecible gobierno de Estados Unidos. Para la élite dirigente, salvar el TLCAN está por encima de cualquier compromiso para ayudar a Venezuela. De la otra parte, ya estamos en la dinámica electoral de 2018. Para el PRI y el PAN el enemigo a vencer es Andrés Manuel López Obrador. Un ataque efectivo para debilitarlo, sobre todo entre sectores medios y altos, es afirmar que AMLO haría de México otra Venezuela. Por descabellada que sea esa acusación, tiene repercusiones en la opinión pública.

México es un botón de muestra de las múltiples circunstancias que acotan la eficiencia de la acción externa para influir en la trágica situación venezolana.

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