Alejandro Avilés, político, periodista y poeta/Ernesto Hernández Norzagaray..
Esta semana me tocó ser comentarista de un libro que es una contribución al periodismo, la poesía y la política y, al menos para mí, el descubrimiento de un ensayista de ligas mayores.
Se trata del libro Un grito contra nadie (ISIC, 2016), que compilaron Fred Álvarez y Leopoldo González, sobre la vida y obra de Alejandro Avilés, un sinaloense excepcional, que reunió una serie de atributos que le merecieron el reconocimiento dentro y fuera del país, incluso, de quienes estaban en las antípodas ideológicas y políticas.
Miguel Ángel Granados Chapa, el creador de la recordada columna Plaza Pública, en una semblanza publicada días después de su muerte se preguntaba: Alejandro, ¿Fue más maestro que periodista, más periodista que poeta, más militante político que editor y director? Para responder convencido: “Recorrió todas esas rutas con una entrega semejante, con frutos magníficos, con perseverancia silenciosa y ejemplar”. Una definición que cierra el ex panista Jesús González Schmal: “y aún —creo que en justicia— habría que añadir: Fue un hombre pleno de amor a Dios y de amor al prójimo”.
Alejandro Avilés nació en el pueblo de La Brecha, municipio de Guasave, el último día del año de 1915, cuando todavía se vivían los estertores de la revolución y en esos pueblos del valle, poco o casi nada ofrecían, a quienes los habitaban, la ausencia de profesores, por ejemplo, llevaron a Alejandro con solo 14 años a desempeñarse como docente en su pueblo.
Y justo en su adolescencia, en el verano de 1929 le toca presenciar un acto de la campaña vasconcelista que, recordemos, como lo narra José Vasconcelos en La Tormenta, la cruzada empezó en Los Ángeles y vino parando en todos los pueblos de Sonora y Sinaloa hasta llegar a Guasave, y quizá a La Brecha, donde pronunció uno de sus discursos encendidos a favor de la educación, la lectura de los clásicos, la revolución educativa, y entre ese público estaba este joven al que se le revela la política como una “acción ética” que habría de marcarlo para siempre.
Se va a vivir a Los Mochis en 1934 y forma parte del personal administrativo y académico de El Centro Escolar del Noroeste, la prestigiada “Escuela del Cerro”, activa hasta el día de hoy, dónde permaneció hasta 1939 y junto con otro joven entusiasta, Adrián García Cortez, alentaron en 1940 a su compañero de escuela Manuel Moreno Rivas para que fundara el periódico El Debate, un periódico que en aquellos años, los conservadores de la región veían como necesario para cuestionar las políticas sociales del cardenismo y especialmente fustigar a los líderes de la SICAE, un ejido colectivo que tenía detrás la experiencia de los koljoses soviéticos.
En ese momento estaba el proceso de formación del PAN, al que Alejandro inmediatamente se afilia y no sólo eso, junto a su hermano Alberto recorren el Valle del Fuerte promoviéndolo sin mucho éxito. Eran los tiempos del cardenismo en una región profundamente cardenista, donde el PRM estaba asentado en el campo y las ciudades, sin embargo, eso no detiene a los hermanos Avilés en esta singular tarea de peregrinación política.
Entonces, no es casual que ambos hoy sean considerados los fundadores del PAN, y que lo hayan hecho prácticamente sin nada, más que la voluntad de oponerse a lo que consideraban una amenaza para México, que era una resonancia de lo que esgrimía su líder y teórico Manuel Gómez Morín.
Bien, Alejandro este personaje quijotesco, estaba llamado a ser una figura reconocida en el paisaje del socialcristianismo en América Latina, cuando en 1940 se instala en la ciudad de México, y pese a su juventud empieza a tejer relaciones con los fundadores del PAN y algunos líderes de la democracia cristiana latinoamericana, entre ellos con los venezolanos del Comité Organización Política Electoral Independiente (COPEI) y con la Democracia Cristina chilena, de manera que sostiene una estrecha relación con Rafael Caldera y los chilenos Eduardo Frei y Radomiro Tomic.
Caldera y Frei, como sabemos, llegarían a ser presidentes de sus países, con quienes sostuvo una relación epistolar que espera a un historiador o un politólogo que las ponga y analice en contexto, en un momento en que la política latinoamericana se dividía claramente entre nacionalismo revolucionario, socialdemocracia, comunismo y democracia cristiana.
Justamente, la adscripción de Alejandro Avilés a la democracia cristiana, entrado los 60, lo lleva a ser parte de un debate con la dirección del PAN, que en aquellos años dirigía Adolfo Christlieb Ibarrola, sobre si el PAN debiese adscribirse a la Democracia Cristiana Internacional. La propuesta la rechazaron, pero con el tiempo el PAN terminó siendo parte de este movimiento político internacional cristiano. Renuncia a la dirección de La Nación, el órgano de expresión del PAN y se va a trabajar como profesor de castellano en la Escuela de Periodismo Carlos Septién, que había quedado acéfala luego de la muerte de su fundador. Avilés asume la dirección de este plantel que ha formado a varios de los mejores periodistas de México.
Avilés Inzunza combina el periodismo con la poesía y sus primeras obras las publica en la revista Ábside, que dirigía el sacerdote michoacano Gabriel Méndez Plancarte, este clérigo lo lleva a leer a los poetas españoles como San Juan de la Cruz, a los hermanos Manuel y Antonio Machado, y a todos los poetas de la generación del 27, donde se encuentran Jorge Guillén, Rafael Alberti, Federico García Lorca… La poesía era lo suyo, y no menos importante la entrevista literaria, que deja textos gozosos sobre la vida y obra de personajes del tamaño de José Gorostiza (Muerte sin fin), Luis Cernuda (Vivir sin estar viviendo), Jaime Sabines (Los amorosos)…
En definitiva, Alejandro Avilés con su sencillez reconocida por todos los que lo conocieron y trataron, se ha ganado un lugar en la poesía y el periodismo mexicano. Excelente que en Sinaloa se le reconozca con la publicación de esta magnífica compilación realizada por Fred Álvarez y Leopoldo González. Enhorabuena.
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