Presentan el libro Un grito contra nadie, Aproximaciones a la obra de Alejandro Avilés
Mazatlán, Sin., viernes 17 de agosto de 2018
*Por los autores Fred Alvarez y Leopoldo González en el Museo de Arte de Mazatlán
El libro Un grito contra nadie, Aproximaciones a la obra de Alejandro Avilés, se presentó por sus autores, Fred Álvarez y Leopoldo González, la tarde del pasado jueves 16 de agosto en el Museo de Arte de Mazatlán.
Como un poeta mayor, un hombre con varias facetas, un sinaloense universal, define Fred Álvarez al maestro Alejandro Avilés durante la presentación de este libro que fue editado por el Instituto Sinaloense de Cultura a finales de diciembre del año 2016 y han circulado ejemplares con amigos y especialistas en la materia.
La maestra Cecilia Sánchez Duarte, Delegada Zona Sur del ISIC, dio la bienvenida a los asistentes para posteriormente el maestro Juan Ernesto Hernández Norzagaray, licenciado en Sociología por la UNAM, comentó sobre el contenido de la obra.
El su participación los maestros Fred Álvarez y Leopoldo González hablaron sobre las variadas facetas del maestro Avilés Inzunza, como son la de poeta, político y periodista; comentando también, que cuando murió, algunos de sus amigos y alumnos escribieron textos para recordarlo, algunos están en este libro homenaje a Avilés, quien fue una de las almas del grupo denominado de los ocho.
¿Quiénes eran los ochos? Además de Alejandro Avilés (1915), estaba Roberto Cabral del Hoyo (1913), Efrén Hernández (1904), Rosario Castellanos (1924), Javier Peñalosa (1921), Honorato Ignacio Magaloni (1898), Octavio Novaro (1910), y Dolores Castro (1923). La única que vive hoy es Dolores Castro, sigue dando clases en la escuela Carlos Septien.
Nunca le fallamos a la amistad, y a la poesía le hicimos la lucha -explica Avilés, años después en una entrevista.
El grupo tenía de invitados a Elías Nandino, Carlos Pellicer, José Gorostiza, Salvador Novo, Octavio Paz y un largo etcétera. A todos ellos los entrevistó el periodista Alejandro Avilés para el periódico El Universal en una sección semanal titulada Poetas Mayores. Durante 36 semanas Avilés publicó el mismo número de entrevistas tan importantes y enriquecedoras, en este libro y gracias a la generosidad de Rosario Avilés se reproducen todas las entrevistas de los ocho y otros más, como una de Octavio Paz, Luis Cernuda, José Gorostiza, Sabines y otros.
El libro, (Edición del Instituto Sinaloense de Cultura, 2016), contiene textos de Gabriel Zaid, Joaquín Antonio Peñalosa, Francisco Prieto, Dolores Castro, Miguel Ángel Granados Chapa, Hugo Gutiérrez Vega y otros.Alejandro Alejandro Avilés murió en 2005 en Morelia, Michoacán.
UNO DE LOS TEXTOS DEL LIBRO:
De Francisco Prieto
La noche de 1968 en que conocí a Dolores Castro y a Javier Peñalosa, a Roberto Cabral del Hoyo, a Octavio Novaro y a Raúl Navarrete, volví a ver, después de uno o dos años, a Alejandro Avilés. Junto con Rosario Castellanos, cuando aún residía en México, animaban una tertulia cuyo objeto era el propio de las tertulias: conversar en libertad, pero con la peculiaridad de que terminaban, noche a noche, con la lectura de poemas.
Me invitaron un poeta joven y su esposa, contemporáneos de Navarrete, José Odilón Cárdenas y Carmen Cortés. Cárdenas había sido alumno de Peñalosa y de Avilés en el seminario de los Misioneros del Espíritu Santo y en las clases del primero se percató de lo que desde antes intuyera: que él no tenía eso que solemos llamar vocación. Oriundo de Tequila, la soledad en el entonces Distrito Federal y el amor por la poesía, lo hicieron buscar refugio en el hogar de los Peñalosa. También Navarrete era de Jalisco, de Arandas, en su caso un protegido de Juan Rulfo y de Juan José Arreola, que también buscó el calor del matrimonio Peñalosa.
Avilés, Castro y Peñalosa, Cabral del Hoyo, Rosario Castellanos, Novaro eran, junto con Efrén Hernández, a quien todos admiraban y por el que todos sentían devoción, aparte de Honorato Magaloni, que como Hernández ya había fallecido, los 8 poetas legendarios de las revistas Acento y América, desaparecidas hacía ya muchos años. De modo que Cárdenas y su mujer, mi esposa Alicia Molina y Raúl Navarrete, todos nacidos en la primera mitad de los años cuarenta, éramos en aquel 1968 los jóvenes -entre todos los otros- que bien hubieran podido ser nuestros padres.
Durante muchos años, hasta la muerte siempre anunciada y nunca presentida del vitalísimo Peñalosa, asistíamos las noches de los sábados a aquellas tertulias que se iniciaban a las ocho de la noche y terminaban pasada la medianoche. Aquellas reuniones valieron más que una cátedra de literatura y fueron tan intensas que al despedirnos nos íbamos Alicia y yo junto con José y Carmen al Vips más cercano a rememorar y rumiar la conversación, y los poemas que aquella noche nos habían sido recordados o revelados. Se fue cociendo una amistad que llegó a ser una fraternidad, una comunión semanal animada desde la diversidad. Un dato para llamar la atención: de entre todos ellos, Peñalosa y Avilés, como Raúl Navarrete, eran autodidactos. Me daría cuenta con el paso del tiempo, sobre todo hoy que abundan los universitarios y doctores incultos, que la construcción de la cultura va ligada a la pasión por la vida, por la verdad y al deslumbramiento por la belleza, cosas que los caracterizaban a todos ellos.
El caso es que en esas reuniones volví a encontrarme con Alejandro Avilés, de quien no sabía que era audodidacta -nunca lo hubiera sospechado-, aparte de que todos lo conocían como el «profe» y era, a la sazón, el director de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Católico de pura cepa conciliar, acusado sin razón de comunista por los borregos de la Santa Alianza, a saber los yunques, muros, tecos y otras denominaciones, daba un testimonio de amor a la diversidad, o sea, de humanidad pura y simple rodeado de los agnósticos Cárdenas y Cortés, Navarrete, Novaro, Cabral del Hoyo, aparte de demócrata cristiano, miembro del Partido Acción Nacional, animador de la revista católica Señal+, y de un Peñalosa, ¡qué bella amistad la suya!, que votaba por las huestes de Lombardo Toledano.
En aquel tiempo, y bien buenos tiempos que eran -Joyce dixit de los suyos-, estaba presente siempre en las reuniones el diario Excelsior, no solo porque Avilés y Peñalosa eran colaboradores puntuales de las páginas de artículos de fondo, como yo mismo del Diorama, el suplemento cultural que dirigía Hero Rodríguez Toro, sino porque para todos era un motivo para creer que este país tenía salvación: por fin la prensa mexicana recuperaba su dignidad de antaño y los periodistas dejaban de ser vasallos de los políticos.
Gracias a Alejandro Avilés me hice una cultura poética, yo que había sido básicamente un lector de novelas y que leía y releía solo a un puñado de poetas, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Charles Baudelaire, Jacques Prévert, Octavio Paz. En aquellas reuniones hubo noches dedicadas al siglo de oro español, a sor Juana, a José Gorostiza una y otra vez, a Carlos Pellicer, Pablo Neruda, César Vallejo y, desde luego, a todos ellos.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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