Confabulario de El Universal, 11 de julio de 2015...
POR CARLOS MARTÍNEZ ASSAD
México tuvo que esperar hasta los comienzos del siglo XXI para asumirse como un país multicultural porque además de tener una fuerte raíz indígena, merced a tres siglos de colonización, se llevó a cabo un fuerte mestizaje entre los pueblos autóctonos y los europeos, en particular con los españoles. Y desde la segunda mitad del siglo XIX comenzaron a llegar al país oleadas migratorias de franceses, italianos, estadounidenses, japoneses, alemanes y chinos, entre otros. En el último cuarto una novedosa inmigración tuvo lugar cuando llegaron familias y hasta poblados completos procedentes de Medio Oriente; se trataba de sirios, libaneses, palestinos y armenios. Aunque predominaros los inmigrantes cristianos -en su amplia gama de ritos principalmente maronitas y ortodoxos-, algunos eran musulmanes, otros judíos y varios drusos.
La inmigración libanesa a México es excepcional por varias razones. Buscaron un destino mejor quienes venían de las montañas libanesas, bajo el dominio del Imperio otomano. No procedían de un país que les diera identidad, aunque era una nación orgullosa de su herencia fenicia y del cristianismo que encontró refugio en su agreste territorio. Al final de la Gran Guerra ese imperio fue desmembrado y el territorio de lo que ahora es Siria y Líbano fue conferido luego de los Tratados de Sèvres a un Mandato francés y el resto a un Mandato británico. El neocolonialismo se repartía el mundo.
El encargo se rompió en 1943 cuando la República Libanesa, constituida según su Carta Magna desde el 23 de mayo de 1926, alcanzó su independencia. Fue un proceso arduo en el que participaron su primer presidente Charles Debbes, el arabista Riad Solh y Bechara El-Khoury, primer mandatario del país liberado. No obstante, las fuerzas militares francesas se retiraron hasta 1946. Las relaciones diplomáticas con México se establecieron el 12 de junio de 1945 y fue un acuerdo con el presidente Miguel Alemán para el intercambio formal cuando Líbano nombró Joseph Aboukar ministro enviado extraordinario el 28 de febrero de 1947 y Francisco de Icaza encabezó allá a la legación Mexicana.
Los intercambios sociales se adelantaron a los politicos desde la primera oleada migratoria en los últimos años del siglo XIX. Los que llegaron no tenían una nacionalidad definida; para los mexicanos todos eran turcos, incluidos los libaneses, judíos de Damasco y Alepo, griegos y armenios de Anatolia.
Comunidad en torno a su religiosidad
Al finalizar el siglo XIX ya había una comunidad libanesa organizada como cristianos maronitas, en torno al rito siriaco-arameo heredado del eremita san Marón. Sus rasgos se habían definido desde el Concilio de Calcedonia (451) cuando se aceptó la doble naturaleza de Cristo. Los cruzados encontraron refugio en las montañas escarpadas de la cordillera libanesa y san Luis Rey de Francia otorgó su protección a los pobladores que desde allí resistían a la islamización de la region.
En México la comunidad se identificó desde fecha muy temprana; en julio de 1893 el padre Daoud Assad, enviado por el Patriarca maronita, informó desde sobre la presencia de sus fieles en “América desde hacía 18 años”; es decir, que desde 1875 el clero de su fe orientaba la vida de los inmigrantes. El enviado del patriarca tenía como pretexto para su estancia en México dar seguimiento a la actividad del padre Bolus Al-Hasrouni, quien:
[…] cuando llegó a este lugar consiguió que muchos de los hijos de la comunidad regresaran a la voluntad de Dios y empezaran a practicar la confesión por primera vez en sus dieciocho años de presencia en América. Yo fui mediador en las disputas financieras para ayudarlos a evitar la agresión y el odio entre sí, haciendo que “las almas se mantuvieran juntas y los corazones se abrieran”.
Además de los asuntos espirituales, el enviado debió actuar como juez según las tradiciones para dirimir conflictos entre los escasos miembros de la comunidad que nacía. Lo importante es que su desempeño se aceptaba porque los inmigrantes no podían acudir a los tribunales locales por su desconocimiento de las leyes, por hablar otra lengua y porque no eran ciudadanos del país que los acogía.
Aunque fuera pequeña, se trataba ya de una comunidad confesional. El padre Assad refería la dificultad para el ejercicio religioso de los “curas orientales”, debido a que los locales no aceptaron que la ceremonia católica se diese en siriaco y no en latín, según la liturgia autorizada por el Episcopado mexicano. Por primera vez aludía a una comunidad “árabe” que insistía en la preservación de los valores maronitas. Su actuación es más interesante si los datos censales apenas registraron entre 1890 y 1910 la presencia de 566 extranjeros procedentes de Turquía,2 ocultando las naciones de procedencia.
La primera noticia escrita de un local para el culto siríaco arameo lo encontré hurgando en los archivos de las Iglesias del centro de la ciudad de México. En el barrio de La Merced se ubicaron los primeros inmigrantes, así que fue allí en Puente de Correo Mayor número 10 donde se hospedó el padre Assad, en la casa de Abdallah Kuri. Y es que por el rumbo se encuentra La Candelaria, una pequeña capilla dedicada al Señor de la Humildad, en la calle de Manzanares. Queda en los archivos la constatación de que en ese lugar el padre Hanna B. Kuri impartió los sacramentos a los inmigrantes libaneses que llegaban México desde 1906.
Puede comprobarse que el obispado de la ciudad de México tuvo solicitudes de autorización para que se pudiera rezar el canon en arameo en otros templos cercanos como en la Parroquia de Jesús María o en la Parroquia del Sagrario.
Primeros encuentros
La comunidad logró en beneficio de su cohesión organizaciones como la Sociedad Fraternal Libanesa, varias revistas como la de Al-Jawater (Las ideas), publicación quincenal, dirigida por José S. Helu desde el 24 de julio de 1909. Los libaneses se organizaron en clubes y en las fiestas del Centenario en 1910, unidos ya por la iniciativa de Antonio Afif regalaron a la ciudad de México el llamado Reloj Otomano.
Lo que vino después, demostró la capacidad de adaptación de los libaneses con la experiencia acumulada a lo largo de siglos y no había de otra cuando les tocó vivir la Revolución Mexicana. El recién llegado inmigrante Dib Morillo hizo una muy elocuente descripción de lo sucedido durante el Cuartelazo y las formas de supervivencia en los aciagos días de febrero de 1913. Apenas se disponía a realizar los cobros en la mañana del 9 se escucharon los disparos.
Observó las pérdidas de muchas vidas humanas entre el ejército y el público en la lucha que duró 10 días. Vio el sufrimiento de la ciudad de México, “grandes edificios fueron derribados por las balas de los cañones que tiraban de uno y otro bando, también las pérdidas en vidas humanas fue de consideración, batallones del ejército que entraban al combate casi fueron acabados”3.
Con la ciudad estuvo sitiada por diferentes bandos, los libaneses continuaron la venta en abonos pidiendo mercancía en préstamo a los señores Arida o recursos para comprarlas a Pedro Slim. Fueron a los campamentos y se aventuraron en los campos de batalla del norte. Entre 1914 y 1918 se acercaron a venderles ropa tanto a zapatistas como a villistas y hasta a los constitucionalistas.
Cuando el país se pacificó, en 1921 el presidente Álvaro Obregón concedió a los cristianos maronitas el templo de Nuestra Señora de Balvanera para su rito oriental en arameo. La élite de la comunidad había realizado un baile en honor al Nuevo presidente en el Salón de los Candiles del Restaurante Chapultepec y donó la iluminación de la calle de Capuchinas que se nombró Venustiano Carranza, para honrar al presidente asesinado.
La revista Al-Gurbal (La criba), fue fundada en 1923 y dirigida por José Musalem inicialmente y después por Salim George Abud Andraues, Juan Bichara y desde 1946 la compró y dirigió Salim Abud, se publicó en árabe y luego en forma bilingüe y los últimos años sólo en español. Tuvo una larga vida de 70 años contribuyendo a la cohesión de la comunidad y mantenerla informada no solo de los cambios en Líbano sino en todos los países de Medio Oriente
En junio de 1937 la revista mensual Emir entró en circulación, dirigida por Alfonso N. Aued y publicada ininterrumpidamente hasta 1968 y, debido a la información que divulgaba se le consideró el órgano informativo de la comunidad libanesa.
Otras religiosidades
Líbano reconoce 18 credos religiosos en su pequeña demarcación de poco más de 10 mil kilómetros cuadrados. Por lo que no es de sorprender que en 7 mil registros de extranjeros de Medio Oriente en el Archivo General de la Nación, según la convocatoria de la Secretaría de Gobernación, se reconocieran varias religiosidades: 60% (4 mil 529) se dijeron católicos, es decir, maronitas; 20% (mil 505) como judíos, aunque un 18% se identificó israelita y el 1.6% hebreo; 6.2% ortodoxos (467), 4.6% (345) musulmanes, 2.1% drusos (157).
Además de la maronita, se distinguieron otros dos ritos orientales. De la melkita se hizo cargo monseñor Filemón Chami Neme; llegó a México desde Líbano en 1920, y se dedicó a buscar un templo y, de nuevo debía solicitar autorización al Episcopado para realizarlo en los templos católicos romanos 5. Encontró una antigua capilla que los dominicos levantaron en 1603 como parte del colegio de Porta-Coeli, donde estudió fray Servando Teresa de Mier, que después de las Leyes de Reforma quedó convertida en archivo del gobierno, situada en Carranza esquina con Pino Suárez, en el Centro de la ciudad de México. Fue allí donde fundó un templo greco-melquita en 1952, rescatando su nombre original. El lugar se atribuye ser el santuario del venerado Cristo Negro, conocido como el milagroso Señor del Veneno.
Su advocación es a la Virgen del Perpetuo Socorro, quizás por ser la representación bizantina de la virgen María, a quien el artista Manuel Pérez Paredes le dedicó el espléndido mural de la nave central en mosaico veneciano. Decoró también los muros laterales con pasajes bíblicos. Se dice que su feligresía está constituida por el 11% de los descendientes de libaneses.
Pasaron varios años para que los ortodoxos tuvieran templo propio. Hasta los años treinta había en México un solo sacerdote ortodoxo, el padre Simón. Un alto prelado de su iglesia, que visitó la ciudad de México en esa década, invitó al señor Antonio Rafoul Zacarías a recibir la preparación para ordenarse sacerdote. Él comenzó a oficiar todos los domingos y su misa fue el centro de reunión de la comunidad ortodoxa; luego, en septiembre de 1947 se concluyó la construcción de la Catedral de San Jorge y su feligresía se calcula en 22% de los descendientes de los inmigrantes libaneses en México.
El Barrio de La Merced
Para cuando se dio el intercambio de representantes entre México y Líbano, varias décadas habían pasado desde que los inmigrantes y descendientes vivían su vida comunitaria. En el barrio de La Merced las familias mexicanas se acostumbraron a convivir con personas de las más diferentes procedencias y hablantes de otras lenguas. Aparecieron todo tipo y tiendas con nombres evocadores del Oriente, restaurantes, hoteles y cafés que ya se anunciaban: “Yo tomo café de Coatepec estilo árabe en Jesús María número 129”. Las mercerías, boneterías, tiendas de ropa, cobijas, distribuidoras de telas y artículos para el hogar con los nombres de La Estrella Oriental, El Cedro, El Faro, La Estrella de Oriente, Las Mariposas de Oriente, Mercería Musi, El Sol, El Puerto de Beirut, Casa Nacif, Casa Salmán, La Violeta, El Fuerte Azul, El Gallo, Casa Guaida, La Palma y El Nilo.
En 1948 habitaban el DF mil 365 familias de origen libanés (distribuidas en 1 728 casas y comercios), sumaban 5 mil 290 personas, de las que 826 eran comerciantes, 210 industriales, 43 doctores, 32 abogados, 17 ingenieros, 16 dentistas, 12 contadores, 9 periodistas, 6 químicos, 1 monseñor, 5 sacerdotes, 4 dibujantes, 287 nacionalizados. Para entonces, 302 varones se habían casado con mexicanas y 61 mujeres estaban casadas con mexicanos, como lo señala el censo realizado por los señores Nassr y Abud.
Su presencia fue indiscutible en el centro de la ciudad, donde vivían o tenían sus negocios en Correo Mayor (118 personas), Venustiano Carranza (107), Jesús María (59), Regina (39), en las Repúblicas de Perú,Honduras, Chile, Paraguay, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Ecuador, Colombia, Costa Rica, Brasil (64), República del Salvador (55), Uruguay (48), Mesones (40), Cruces (34), Pasaje Yucatán (26),Pasaje Slim (23), Corregidora (23), etcétera.
Uno de los directores de la revista Al-Gurbal, Julián Nasr, vivía en Correo Mayor 60-1. Jacobo Simón vivía en Mesones y tenía su negocio en Venustiano Carranza, Munir Slim ocupaba el despacho 122 del pasaje Pedro Slim, aun cuando toda la familia Slim vivía ya en Polanco. Hotel Cairo de Rosa Vda. De Canan estaba en Correo Mayor, Elías Buere, empresario del Cine Cairo en Pino Suárez, Abraham Bitar publicaba el semanario El Redondel, en avenida Juárez, Ferez Fayad era coronel del Ejército mexicano, vivía en Correo Mayor 55, José Barquet tenía el Restaurante Oriental, en Correo Mayor 55 Altos, Aziz Habib tenía el Hotel San Julián en Corregidora 7, la revista Emir estaba en Venustiano Carranza 151-2 y vivia en Correo Mayor 62-1, Salim Abud Salomón era radio publicista y comerciante con domicilio en Regiba 137-15.
Los paisanos establecidos en la ciudad de México recibían en sus casas a los recién llegados. Era costumbre dar la bienvenida a las nuevas familias que se incorporaban al barrio, hermanos, primos o personas del mismo pueblo. Se les ayudaba en todo hasta que se estabilizaban; había un profundo sentido de solidaridad. Por eso resultó frecuente la existencia de casas de huéspedes que albergaban a los recién llegados e incluso algunas donde convivieron libaneses y sirios de religion maronita y judía.
También se congregaban en torno a El Casino Centro Libanés, ubicado en Correo Mayor número 52; un lugar particularmente vigilado por las autoridades, sobre todo si el mundo estaba pendiente de la Segunda Guerra Mundial que se articulaba en Europa y el vínculo natural de los libaneses con Turquía, por lo general aliada con Alemania. En las dos visitas que hizo un agente, informaba que el propietario era un libanés con licencia para venta de vinos, licores y cerveza, expedida el 7 de noviembre del año 1930 por el Departamento Central (suscrita por la Secretaría General y registrada con el número 323.94/110). Informaba que ese centro de recreo contaba ya en esa fecha con ciento veinticinco socios, […]todos de origen y nacionalidad Siriolibanesa [en alusion a quienes llegaron durante el Mandato francés].
Su presencia
En el contexto de los años en que se establecieron oficialmente las relaciones México y Líbano, se filmaron las dos peículas más famosas sobre los inmigrantes libaneses en México, comedias en las que el actor mexicano Joaquín Pardavé creó el estereotipo: El baisano Jalil (1942) y El barchante Neguib (1945). Habló un español como si su lengua materna fuese el árabe; contó con la producción de Gregorio Wallerstein, el más importante empresario judío en la industria cinematográfica mexicana. Este ejemplo es interesante porque revela la interacción entre libaneses y judíos; varios fueron productores cinematográficos y entre ellos destacaron, incluso por trabajar juntos, el ya mencionado, el libanés Antonio Matouk, además de Miguel Zacarías. Sin embargo, no hay nada en la producción cinematográfica que nos acerque al inmigrante libanés real, a los problemas que debió enfrentar para llegar a la situación que ha ocupado, ahora más bien la de los descendientes de segunda y tercera generación.
Muchas cosas sucedieron durante los primeros años de la inmigración libanesa a México, si bien llegaron de un país sin fronteras, cuyos valores se enmarcaban más entre lo familiar, comunitario y religioso, con el tiempo resultaron parte de un Estado que se conformaba y establecía sus principios en el nuevo orden mundial en formación. Líbano se desperto árabe en 1926 y en 1946 se adhirió a su liga, creada en 1945, sin sentimientos claros con respecto a esa filiación de parte de los inmigrantes que habían salido de un territorio con escasa definición política. Comenzó la difícil relación entre una identidad cristiana originaria y el islam que crecía en su interior.
Llegó luego de la Segunda Guerra Mundial, la creación del Estado de Israel en 1948 que trastocó todas las definiciones previas del Medio Oriente, con enormes repercusiones en el interior y en el exilio de los migrantes que arrojó al mundo. Cambió el marco de referencia y nuevas identidades surgieron.
*FOTO: Foto del archivo familiar de Carlos Martínez Assad/Especial...
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