EDITORIAL El País: 19 de enero de 2009
Chile vira a la derecha
La elección del presidente Piñera no debe alterar sustancialmente el rumbo del país
Chile es un país alentadoramente inusual en Latinoamérica. Tan infrecuente como para que el candidato derrotado en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, el centroizquierdista Eduardo Frei, felicite inmediatamente al triunfador, el empresario Sebastián Piñera, y éste, a su vez, le asegure que contará con su partido en un Gobierno de unidad. Algo mucho más allá de la cortesía política para uso de la televisión.
Esta soterrada unidad de propósito sobre los destinos del país ha permitido, además de unas elecciones modélicas, que Chile haya aprovechado las dos décadas de gobierno de coalición de la Concertación para ponerse claramente por delante de sus vecinos en solidez económica y gobernación. En líneas generales, la madurez ciudadana y de los políticos han permitido al país andino recortar su pobreza y afianzar a la vez su sistema democrático tras el escarnio de la era Pinochet, aquel experimento de terror acabado en 1990.
La derecha chilena no había ganado una elección presidencial desde 1958. Le han facilitado la tarea las disensiones izquierdistas derivadas del desgaste y de la afición al poder, además de un cierto hartazgo, especialmente entre los jóvenes, con una vieja guardia que ha dominado la política demasiado tiempo. La popularidad de la presidenta Bachelet, que probablemente habría revalidado el cargo de permitírselo la Constitución, ha camuflado los problemas de la coalición gobernante. El mayor mérito de Piñera es haber sido capaz de convencer a los chilenos de que la derecha, que apoyó la dictadura militar, ha recobrado credibilidad suficiente para gobernar.
El reto del cambio es grande para el dirigente conservador en sus cuatro años de mandato. Chile es un país lanzado, que sólo en 2009 ha conocido su primera recesión en una década y que por sus logros ha sido admitido en el club de ricos de la OCDE. El presidente electo promete mayor eficiencia en el sentido empresarial del término y un millón de puestos de trabajo. También reformar un sistema político anquilosado y un Gobierno de unidad nacional. Algunas cosas serán más difíciles que otras, porque Piñera tendrá que legislar con un Parlamento dividido. Pero ni Gobierno ni oposición van a cuestionar los pilares del sistema de mercado ni una política macroeconómica que ha dado buenos resultados. Igualmente improbable resulta que el nuevo mandatario desarbole los programas sociales de su predecesora Bachelet.
Las dificultades para el magnate Piñera pueden venir de otros frentes. Uno, el de su enorme riqueza personal, con inevitables conflictos de intereses potenciales. Otro, el de mantener a raya a una parte de sus aliados políticos. El presidente electo es un moderado, pero algunos de los socios que le han llevado a la victoria reflejan los puntos de vista más socialmente ultramontanos del país andino. También en este terreno Piñera debe ofrecer a los chilenos el cambio prometido.
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