Columna JAQUE MATE / Punto final/Sergio Sarmiento
Publicado en Reforma, 28 octubre 2011.- "Ese redactor de su propia biografía eligió, con firmeza pero con discreción, que llegara el punto final". Tomás Granados Salinas
Miguel Ángel Granados Chapa se despidió de sus lectores, con una nota breve al final de su último artículo, el viernes 14 de octubre. Dos días después, el domingo 16 de octubre, falleció. Era fuerte la sospecha de que, como en tantas otras cosas en su vida, el escritor y periodista no quiso dejar el cierre del último capítulo de su vida al azar.
Hoy sabemos que, efectivamente, Granados Chapa decidió, "con firmeza pero con discreción, que llegara el punto final" en su vida, como lo señala su propio hijo, Tomás Granado Salinas, en un bello artículo titulado "Caminos encontrados, caminos hechos"... "El mazo de la muerte, dada la condición de salud de mi padre, necesitó sólo de un golpecito para sacarlo de entre los vivos".
Toda decisión de vida o muerte es difícil. Quienes en un momento plantean que, llegado el momento, apresurarán el trago amargo, suelen aferrarse a la vida después en condiciones a veces lamentables. Otros suplican que se les ayude a bien morir, sin que nadie pueda hacer nada al respecto, a menos de que quiera pasar el resto de la vida en la cárcel acusado de homicidio.
La ciencia médica ha tenido avances enormes en las últimas décadas. Hace un siglo la esperanza de vida, incluso en un país desarrollado, era de 50 años. Hoy, aun en un país pobre como el nuestro, esta expectativa se ha alargado hasta 75 años. No sólo vivimos más, sino que vivimos mejor. Hace un siglo un hombre de 60 años era un viejo. Hoy a los 70 puede mantener una vida activa en todos los sentidos.
La ciencia médica que nos ha traído estos avances, sin embargo, nos ha encadenado también a la prolongación artificial de la vida. Ariel Sharon, el ex primer ministro de Israel, se encuentra en un estado vegetativo desde el 4 de enero de 2006. Se le mantiene en ese estado en aras de una supuesta moral o de un respeto a la palabra de Dios. La realidad es que millones de personas en el mundo viven, en el mejor de los casos, en comas prolongados y, en el peor, en situaciones de permanente tortura.
Otras sociedades han encarado el problema de la muerte de una forma distinta. Es bien sabido que los pueblos inuit, mal conocidos como esquimales, abandonaban a sus viejos para que se congelaran en la nieve. Tradicionalmente se consideró esto como una prueba de la falta de civilización de estas comunidades.
Pero los viejos inuit morían en breve tiempo y sin dolor. En los hospitales modernos de nuestras ciudades, en cambio, esos mismos ancianos son sometidos a meses o años de torturas médicas que serían inaceptables por razones de humanidad si se aplicaran contra cualquiera... excepto enfermos o ancianos.
Las decisiones que tienen que ver con la vida o con la muerte son demasiado importantes y personales como para dejarlas en manos de los prelados en las iglesias o los legisladores en sus curules. Sólo la persona involucrada, si está consciente, puede tomar estas decisiones. En caso de que no tenga conciencia, la decisión debe quedar en manos de la familia, aunque quizá con un panel de médicos que garanticen que la situación amerita una decisión de esta naturaleza. La sociedad no debe intervenir.
Yo por lo pronto reconozco y respeto la decisión tomada por Miguel Ángel Granados Chapa. No fue nunca un hombre que tomara decisiones a la ligera. Y no lo hizo tampoco, claramente, cuando llegó el momento de poner punto final a su trabajo y a su vida.
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