Reportaje: De luces y de sombras
Jorge Carrasco Araizaga
Revista Proceso # 1848, 1 de abril de 2012
El enorme respeto que Jorge Carpizo McGregor consiguió granjearse a lo largo de su exitosa trayectoria académica no halló su equivalente en el curso de su desempeño político. Si bien sus críticos mejor intencionados ponderaban las virtudes del reputado doctor en derecho constitucional, cuestionaron acremente el hecho de que traicionara sus convicciones sobre los males del autoritarismo presidencial al ponerse precisamente al servicio de un presidente autoritario: Carlos Salinas de Gortari… algo que muy pocos le perdonaron.A sus 67 años Jorge Carpizo McGregor había recuperado el renombre académico eclipsado cuando sirvió al gobierno de Carlos Salinas de Gortari. Reconocido como uno de los principales constitucionalistas de Iberoamérica, de vez en vez regresaba a la escena pública para seguir sus batallas con un sector de la Iglesia católica mexicana.
Dispuesto a continuar esa confrontación se aprestaba a un juicio en tribunales cuando la muerte lo alcanzó el pasado viernes 30 de marzo en la Ciudad de México. Tres paros respiratorios cuando era operado de una hernia acabaron con el principal teórico del presidencialismo autoritario del PRI, ante el que acabó por sucumbir y servir como procurador general y secretario de Gobernación durante los años de mayor descomposición del viejo régimen.
Su libro El presidencialismo mexicano (1978) se convirtió en referencia obligada para explicar ese régimen; ahí acuñó el término“facultades metaconstitucionales” para explicar el predominio en México del Poder Ejecutivo sobre el Legislativo y el Judicial.
Marcado por la ilegitimidad del fraude electoral de 1988, Salinas gobernó con todas las características que Carpizo (nacido en Campeche en abril de 1944) había identificado sobre el funcionamiento de ese presidencialismo antidemocrático: control del poder político, de la economía, de la opinión pública, del aparato de justicia, de la política exterior y concentración de recursos.
Apenas Salinas asumió la presidencia, Carpizo fue designado ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, luego de haber ocupado entre enero de 1985 y enero de 1989 la rectoría de la UNAM, de la que antes había sido abogado general y académico. Su reelección como rector se frustró con el movimiento estudiantil que entre 1986 y 1987 paralizó a la UNAM cuando a partir del diagnóstico Fortaleza y debilidad de la Universidad Nacional Autónoma de México pretendió aumentar las cuotas y eliminar el pase automático de bachillerato a licenciatura.
En 1990 el entonces presidente dejó en el exrector de la UNAM la creación de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) y en junio de ese año lo designó presidente del organismo, que inicialmente dependía directamente del Ejecutivo.
A partir de enero de 1993 Carpizo se convirtió en una de las principales piezas del salinato. En apenas año y medio ocupó la Procuraduría General de la República (PGR) y la Secretaría de Gobernación, en plena caída de Salinas y crisis del presidencialismo autoritario con el auge del narcotráfico, el levantamiento zapatista en Chiapas y los asesinatos del candidato presidencial del PRI, Luis Donaldo Colosio y del secretario general del partido, José Francisco Ruiz Massieu.
Ese periodo marcó la vida pública de Carpizo, cuya imagen de académico y defensor de los derechos humanos dio paso a la del funcionario confrontado con algunos jefes de la Iglesia católica, a la que paradójicamente Salinas le había dado personalidad jurídica.
Paradójico también fue su desempeño como secretario de Gobernación. En la tradición presidencialista mexicana el encargado de la política interior era al mismo tiempo responsable de organizar las elecciones. Como presidente del Consejo General del Instituto Federal Electoral negoció con el PAN y el PRD la ciudadanización del organismo. Esa reforma no evitó la continuidad del PRI en el poder con el triunfo de Ernesto Zedillo.
Caso Posadas
Aunque al momento de su muerte habían pasado casi 18 años del asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, el 24 de mayo de 1994, Carpizo aún mantenía la confrontación con el exarzobispo de Guadalajara, Juan Sandoval Íñiguez, y el abogado José Antonio Ortega Sánchez.
Su paso por la PGR fue el más polémico de su carrera como funcionario público y quedó marcado por la explicación que dio en televisión–la llamada “versión Nintendo”– del asesinato del cardenal y que siempre atribuyó a una confusión de los hermanos Arellano Félix al querer asesinar a El Chapo Guzmán.
Lejos estaba el doctor en derecho constitucional de su credibilidad como académico. El poder del narco y sus relaciones con la Iglesia dieron pie a que arremetiera contra algunos jerarcas católicos y el entonces representante del Vaticano en México, Jerónimo Prigione.
En su libro Anatomía de perversidades. Reflexiones sobre la moral púbica en México, publicado en 2000 para responder a las acusaciones que le lanzó su excolaborador Mario Ruiz Massieu, dejó escrito su principal argumento: “Detrás de algunas de las versiones para descalificar la investigación de la PGR del asesinato del cardenal Jesús Posadas Ocampo, se encuentra la clara intención de proteger a los hermanos Arellano Félix, líderes del cártel de Tijuana”.
Fue el argumento que sostuvo hasta el final y que se refería a las dos reuniones que tuvo Prigione con los hermanos Arellano Félix en la nunciatura apostólica y que el propio representante del Vaticano hizo del conocimiento de Salinas y del mismo Carpizo.
Su explicación retrató cómo se dio en ese momento la relación entre Iglesia, poder y narcotráfico: Un día de mediados de diciembre de 1993 Salinas lo mandó llamar a Los Pinos. Ahí estaba Prigione, quien le había pasado al presidente el mensaje de los narcotraficantes: querían que los recibiera para asegurar que no tenían nada que ver con el asesinato del cardenal, contrario a lo que sostenía Carpizo.
El entonces procurador escribió: “Antes de la visita del nuncio a Los Pinos ni el presidente ni yo teníamos información alguna de la entrevista de un Arellano Félix con monseñor Prigione (…) Monseñor Prigione tuvo muy clara la postura del gobierno mexicano, agradeció que el presidente lo hubiera recibido de improviso y a esas horas de la noche y se despidió.
“El presidente lo acompañó hasta la puerta del despacho y él, al salir, manifestó: ‘Señor presidente, con respeto le pido que se preserve la integridad de la sede diplomática’”.
La falta de acción judicial, que correspondía a Carpizo como titular de la PGR ha sido la principal crítica de Sandoval para acusarlo de complicidad con el narcotráfico. El exfuncionario nunca se salió de su respuesta: “Haber intentado detener a los narcotraficantes en la nunciatura en ese momento habría sido una locura, además de una posible trampa que hubiera salido muy cara al país”.
En cambio, el exprocurador se refirió así en ese libro a las relaciones del narcotráfico con sectores conservadores del país: “Así, por ejemplo, incluso en estados y ciudades conservadores, llegaban desconocidos y compraban grandes empresas, depositaban grandes cantidades en los bancos, adquirían residencias lujosas, comenzaban a frecuentar a las mejores familias del lugar, las cuales aceptaban asistir a sus fiestas e incluso emparentar políticamente y ser socios de los recién llegados.
“¿Quiénes eran? No se sabía ni se quería saber, pero poseían fortunas inmensas y entonces eran bienvenidos… Daban grandes limosnas y tampoco nadie preguntaba quiénes eran; para qué, si con ellas se podían construir obras extraordinariamente lujosas, como el seminario de Tijuana en el cual, posteriormente, dormían buscados narcotraficantes. Recuérdese al sacerdote Montaño, al impune Montaño”. Carpizo aludió a los hermanos Arellano Félix y al sacerdote Gerardo Montaño.
Todavía en 2000, en ese libro, insistió: “La justicia mexicana no ha sido cuidadosa en lo que se refiere al sacerdote que llevó a los Arellano Félix con el nuncio. El sacerdote Montaño recibió grandes donativos de los Arellano, eso quedó claro en la investigación –la que ya no fue en mi época de procurador–, entonces había esas presunciones que después se confirmaron: falsificó un acta de bautizo para dar una coartada a los Arellano Félix para que pudieran decir que no habían estado en el aeropuerto de Guadalajara el día del asesinato del cardenal Posadas, sino con él en un bautizo.
De Prigione dijo: “Tengo la impresión de que el nuncio fue sorprendido en este problema. Él es indudablemente una gente controvertida, pero es muy inteligente, muy preparado, con mucha experiencia; haber recibido a los Arellano Félix fue un gravísimo error que lo ha pagado muy caro”.
Sandoval, sucesor de Posadas Ocampo en la arquidiócesis de Guadalajara, negó cualquier relación, insistió en que hubo un complot para asesinar al cardenal y acuso a Carpizo de omisión:
Los“narcoperiodistas”
Como procurador también se confrontó con su antecesor, Ignacio Morales Lechuga, cuya gestión no sólo impugnó sino sometió a investigación. A ese escrutinio Carpizo atribuyó la defensa de Morales Lechuga a Mario Ruiz Massieu (MRM) y el comandante Guillermo González Calderoni (GC), dos de los principales opositores de Carpizo.
“González Calderoni es uno de los comandantes más poderosos que ha tenido la PGR. Durante años fue intocable, con una fortuna fabulosa que calculaban en 400 millones de dólares. ¿Cómo se puede llegar a construir una fortuna desde la PGR? La presunción es el narcotráfico, pero tanto en la PGR como en la CNDH no se lograron reunir pruebas para confirmarlo, sino sólo indicios”, escribió Carpizo en Anatomía de perversidades.
La animosidad de Ruiz Massieu, al que acusaba de traidor, la atribuía a su oposición de que estuviera a cargo de la investigación del asesinato de su hermano José Francisco.
Morales Lechuga se refirió en distintas ocasiones al“ridículo de Carpizo” cuando el escándalo de los narcoperiodistas.
En abril de 1993 el entonces procurador acusó a “algunos periodistas” de estar vinculados con el narcotráfico, “lo que ha provocado que algunos pseudoperiodistas comprados estén atacando la lucha frontal de la dependencia contra esa actividad”. Aunque el problema se presentó años después, en ese momento Carpizo no pudo demostrar ningún caso.
Sin credibilidad como procurador, su versión sobre la captura de El Chapo Guzmán en Guatemala fue tomada con muchas dudas porque le sirvió para insistir en su teoría sobre la confusión del asesinato del cardenal.
“En el avión en que se le trasladó rumbo a la ciudad de Toluca El Chapo Guzmán, enfrente de funcionarios de la PGR y del Ejército mexicano manifestó, y posteriormente lo ha ratificado en declaración ministerial, que el 24 de mayo sí estuvo en el aeropuerto internacional de Guadalajara, porque iba a volar a Puerto Vallarta.
“Señaló que cuando bajaba de su vehículo Buick, un Century azul intentó pasar por el lado derecho… en ese momento, Martín Moreno Valdés, quien lo acompañaba, le avisó que gente armada estaba bajando de varios vehículos… y de inmediato empezaron a disparar sobre ellos y que, dentro de la confusión, logró escapar en un taxi. Asimismo declaró que durante el enfrentamiento observó que estaba presentes los hermanos Arellano Félix y que atrás de su coche se encontraba un Grand Marquis blanco. Ahora se sabe que en él viajaba el cardenal…”
Pese a su polémica gestión en la PGR, Salinas lo envió a la Secretaría de Gobernación a nueve días del levantamiento zapatista en Chiapas. De cara a las elección para suceder a Salinas escribió:
“Tuve muchos problemas, mucha gente no estuvo de acuerdo en cómo actuamos, me veían como un iluso. La ciudadanización del IFE, lo que se logró, ofendió a muchísimos intereses; el hecho de que la teoría principal que sostuve, y llevé a cabo, de que la sociedad interviniera en el proceso electoral a través de observadores de la ONU, visitantes internacionales, encuestas y conteos rápidos, que los resultados electorales los diera la autoridad después de que lo hubieran dado los organismos sociales con sus conteos rápidos, ofendió a mucha gente”.
Veleidoso, intentó abandonar la Secretaría a unas semanas de los comicios. “Yo estoy más que enojado, estoy indignado y desilusionado”.Pero le fue leal al representante en turno del presidencialismo. Nunca quiso comentar las acusaciones de enriquecimiento ilícito del clan Salinas.
Zedillo lo nombró embajador en Francia. A su regreso a México, ya con el PAN en el poder, se reincorporó al Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, del que había sido secretario en 1968.
Desde el Instituto reconstruyó su prestigio como académico y fue nombrado presidente del Instituto Iberoamericano de Derecho Constitucional. Poco antes de su muerte había anunciado una demanda por daño moral contra la periodista Anabel Hernández por haber hecho “insinuaciones insidiosas” sobre su manejo de recursos en la PGR.
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