Publicado en El Periódico |28 de abril de 2012
Mario lo tenía claro. Los tres habían acumulado tropas en sus regiones fronterizas, pero mientras los otros dos se debilitaban, él había ido convenciendo a Toni de que no era bueno atacarle y que se centrase en otras regiones. Con su hermana Elena había hecho lo mismo, pero su táctica había sido más sibilina, le bastó con el chantaje emocional. Al final, acumuló suficientes tropas y aprovechó la debilidad de las fronteras de sus contendientes para atacarles. Arrasó.
En su brillante libro La socialdemocracia, Ludolfo Paramio destaca uno de los elementos nucleares de los proyectos socialdemócratas de posguerra: el gran pacto social. Los progresistas de entonces apostaban por la consecución de un acuerdo sociológico donde tres partes (mercado, Estado y clase trabajadora, nuestros tres jugadores) con intereses divergentes llegaban a una entente beneficiosa para cada una de ellos. Así, en el marco socialdemócrata, el Estado aseguraba la estabilidad mediante la protección de la propiedad privada y un sistema de derechos y prestaciones; los mercados quedaban garantizados en su funcionamiento y prometían progreso económico; los trabajadores, otrora comprometidos en hacer la revolución, renunciaban a ella en pro de mejoras sociales inmediatas.
Sin embargo, hoy en día asistimos al resquebrajamiento del gran pacto social. Uno de los jugadores ha sobredimensionado su poder y somete al resto. Adivinen.
Empecemos por las obviedades. El mercado mundial de productos financieros representa 11 veces el PIB mundial. Los hedge funds siguen operando con niveles de apalancamiento nunca vistos y los bancos siguen haciendo negocio con la liquidez barata del BCE y los altos rendimientos de la deuda pública periférica. Por otro lado, los estados se encuentran arrodillados, cercenados en su soberanía más importante, la fiscal, y sometidos a las imposiciones de una ortodoxia de la austeridad que no solo es desigualitaria e insolidaria, sino que además es errónea. La clase trabajadora, conceptuada románticamente como tal en virtud de su autoconciencia, es hoy un concepto más vintage que representativo.
Si la balanza entre fuerzas sociales está desequilibrada en favor de una, la solución pasa por aminorar el poder de esta y acrecentar el de las demás. El gran pacto social debe rehacerse, y a tal fin debe seguir asegurando las potencialidades del proyecto socialdemócrata: crecimiento, igualdad de oportunidades y seguridad material. Aquí van algunas ideas.
Wall Street necesita ser redimensionado. Urge poner coto a las prácticas especulativas, en garantía del orden público económico y por la vía de una regulación omnicomprensiva limitativa de operaciones, productos y operadores. Paralelamente, acucia la recuperación de la real street, la economía productiva. Cada vez son más las voces a favor de políticas de crecimiento, desde la órbita progresista hasta la del liberalismo pragmático del FMI. Como decía recientemente Wolfgang Münchau (Financial Times), nadie puede ser «experto en macroeconomía», «honesto» y «defensor de políticas de austeridad». Solo se pueden ostentar dos de estas tres categorías al mismo tiempo.
El Estado, el gran transatlántico al que los ciudadanos confían su seguridad material ante la zozobra del mar de los mercados, debe robustecer su maltrecho casco por la vía de la fiscalidad progresista -véase mi artículo Una nueva política fiscal para la izquierda (12/09/11)-. Pero además, siguiendo en la línea de fortalecer su papel, Bo Rothstein (Social Europe Journal) acierta al enfatizar un principio básico en el policy-making del nuevo Estado del bienestar: la universalidad en los servicios públicos, al estilo nórdico, como forma de asegurar altos estándares de calidad y financiación suficiente.
A su vez, la clase trabajadora se ha visto sustituida por pertenencias más líquidas (uno es trabajador, sí, pero también sujeto político, consumidor, activista o emisor de información), todas englobables dentro del concepto de ciudadanía. Esta opera en múltiples ámbitos, y para cada uno se requieren subestrategias definidas. Así, los sindicatos deben seguir asumiendo su rol de protección de los intereses de los trabajadores; los partidos, optar por la apertura y el verdadero encauzamiento de la participación social; los movimientos sociales, apostar fuertemente por su función de lobis sectoriales. El tema de los medios de comunicación merece una profunda reflexión; en la actualidad no son representativos en absoluto de la diversidad de sensibilidades políticas, en claro perjuicio de la izquierda.
En definitiva, toca restablecer el equilibrio de poderes. El estallido de la peor crisis económica desde el crack del 29 no ha hecho más que hacer violentamente explícita la destrucción del pacto social, pieza fundamental de la Europa de la posguerra. La autoría socialdemócrata de tal proyecto no impone sino la responsabilidad de reconfigurarlo y asegurar su validez pro futuro. En la partida actual, solo el mercado gana, pero se requiere, para que siga habiendo juego, un reequilibrio en las fuerzas de los diferentes jugadores sociales.
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