28 may 2012

Si Aung San Suu Kyi


Suu Kyi también ganó en forma arrolladora las elecciones presidenciales de 1990, pero entonces fue detenida por los militares, permaneciendo bajo arresto domiciliario durante más de 14 años.
De primavera birmana a verano glorioso/Timothy Garton Ash, catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Su último libro es Los hechos son subversivos: ideas y personajes para una década sin nombre.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
Publicado en español en E l País, 2 de abril del 2012


Si Aung San Suu Kyi resulta elegida al Parlamento de Birmania tras las elecciones del domingo, será inevitable que el mundo se pregunte: ¿ha encontrado por fin la Nelson Mandela de Asia a su F. W. de Klerk? O, si prefieren una comparación europea, ¿ha encontrado la Václav Havel asiática a su Mijail Gorbachov? ¿Vamos a empezar el tercer episodio de la saga “de prisionera a presidenta”? Estoy convencido de que un día llegará a la presidencia, pero no nos hagamos ilusiones: todavía quedan grandes obstáculos que vencer. Y para superarlos será necesario dar muestras de prudencia y fortaleza, dentro y fuera de Birmania.

 Hace mucho tiempo que Aung San Suu Kyi merece ser comparada con Havel y Mandela. Como este último, ha sufrido décadas de cárcel, de las que ha salido con una extraordinaria falta de rencor. Como Havel, no solo ha sido la principal disidente de su país sino que ha analizado su situación política y social en un contexto universal. Escuchen la primera de las dos conferencias que pronunció en la serie Reith de la BBC el año pasado. Lean el manifiesto personal sobre la libertad de expresión con el que acaba de contribuir al número especial del 40º aniversario de la revista Index on Censorship. Son auténticos clásicos de la disidencia política moderna, con una dimensión nueva, porque habla siempre desde la perspectiva de una budista devota.
 Desde el punto de vista intelectual y moral, no hay comparación entre ella y el líder militar vestido de civil de Birmania (también llamado Myanmar), el presidente Thein Sein. Sin embargo, desde una perspectiva política, la apertura dirigida por este último es extraordinaria. Además de Aung San Suu Kyi han salido a la calle centenares más de presos políticos, entre ellos varios del importante movimiento estudiantil Generación 88 y monjes que participaron en la llamada “revolución azafrán” de 2007. La junta militar se ha refugiado bajo un manto de política civil. La libertad de expresión y de reunión ha estallado, aunque sus bases legales todavía son inseguras. Muchos activistas se han visto catapultados de la oscuridad de una celda a los flashes cegadores de los fotógrafos.
Por asombroso que parezca, Thein Sein se ha arriesgado a incurrir en la ira de China, el supuesto gran hermano de Birmania, al detener la construcción de la presa hidroeléctrica de Myitzone, financiada por los chinos (la electricidad habría sido sobre todo para China y los costes ambientales para Birmania). Ha logrado acuerdos de alto el fuego con grupos insurgentes de varias minorías, aunque sigue habiendo brotes de conflicto armado. Ha autorizado a la Liga Nacional por la Democracia (LND) a inscribirse como partido. En estas elecciones parciales del 1 de abril, la Liga presenta candidatos a 47 de los 48 escaños que se disputan en la cámara baja del Parlamento. Una de sus candidatas es una figura a la que las masas reciben como una salvadora por dondequiera que va.
Si alguien nos lo hubiera dicho hace cuatro años, cuando acababan de aplastar con una brutalidad extrema las protestas no violentas encabezadas por los monjes en 2007, nadie lo hubiera creído. Toda revolución de terciopelo, toda transición negociada, necesita a personajes en el régimen y la oposición que se atrevan a dialogar. Y parece que, por fin, Birmania tiene su pareja de baile.
No obstante, es preciso hacer algunas advertencias. Ambos dirigentes están arriesgando mucho. El principal astrólogo del régimen —las autoridades birmanas siempre han hecho más caso a los astrólogos que a los economistas—, al parecer, ha predicho que el presidente Thein Sein caerá enfermo este verano. Puede ser una enfermedad política, si el ejército, que tanto se ha enriquecido gracias al poder, considera que sus intereses están amenazados. Hace solo unos días, el jefe de las fuerzas armadas advirtió que hay que respetar la posición especial de los militares, consagrada en la Constitución de 2008.
Para la dirigente de la LND, los peligros también son grandes. Hace poco tuvo que interrumpir su campaña, en apariencia agotada por el calor, las muchedumbres y el esfuerzo. Si algunos representantes del régimen añaden el fraude electoral a la manipulación de los medios de comunicación, ¿qué dirá ella? Aunque la LND consiguiera obtener los 47 escaños en liza, eso solo constituye poco más del 10% de una cámara baja dominada por una mezcla del Partido Unión Solidaridad y Desarrollo, creado por el ejército, y 110 escaños (¡uno de cada cuatro!) reservados para militares por designación. Las próximas elecciones generales se celebrarán en 2015.
Las esperanzas populares en su poder de hacer milagros solo son inferiores a la dimensión de los problemas sociales y económicos del país. Parte fundamental de esos problemas, como en Egipto, son los privilegios económicos del ejército. “No quiero preguntar qué necesitáis antes de las elecciones”, dijo a los votantes en un orfanato, “pero os lo preguntaré después; prometo volver pronto”. Pero ¿y si no puede, cuando esté encerrada en comités parlamentarios, en la remota y artificial ciudad gubernamental de Naypyidaw? ¿Y si conoce las necesidades del pueblo pero no puede satisfacerlas? Algunos observadores comprensivos dicen que corre el peligro de cambiar una impotencia por otra.
Está además la compleja relación con las minorías étnicas, que forman alrededor de un tercio de la población del país. Y está China, que no va a estar muy dispuesta a fomentar la aparición de una democracia reluciente y de tipo occidental a la vuelta de la esquina.
Pese a todo esto, existen motivos para el optimismo. La LND puede no tener una organización como la que tenía el Congreso Nacional Africano en Suráfrica, pero, como demostró Havel en Checoslovaquia, las organizaciones de masas pueden surgir a velocidad de vértigo en las revoluciones de terciopelo. También hay que contar con la fuerza social y moral de los monjes budistas. (A ver si algún general birmano se atreve a decir en tono de burla: “¿Cuántas divisiones tiene Buda?”) El régimen, está claramente deseoso de que Europa y Estados Unidos levanten las sanciones, lo cual ofrece cierto poder de influencia. Es posible que el otro gran vecino del país, India, decida, por fin, promover en Birmania lo que ejerce dentro de sus fronteras: la democracia. No hay que despreciar el impulso popular que adquieren estos procesos una vez comenzados. Y, sobre todo, está la propia Aung San Suu Kyi, una joya de valor incalculable.
Los astrólogos cometen errores. Los propios politólogos los cometen a veces en sus predicciones. Por ahora, da la impresión de que el camino desde la cárcel hasta la presidencia tiene todavía por delante curvas difíciles y cuestas empinadas. Quizá sea más realista pensar en 2015 que en 2013. Y esa meta no será, como descubrieron Havel y Mandela, más que el comienzo.

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